Se me ocurrió en estas épocas de fin/comienzo de año hacer una de los 10 mejores artículos que leí en el año, en el rubro, claro está, de lo que solemos discutir por aquí: políticas públicas. Para ser claros, la lista podría llamarse “los artículos que más me gustaron” y no “los mejores”. Pero hay que poner un título que los haga cliquear, pues. La lista no tiene ningún orden de mérito.
Aparte de listar los artículos, incluyo un breve comentario con las principales ideas o lo que más me gustó de cada uno.


ADVERTENCIA: esta lista no es “plural”. La gran mayoría de artículos son de economistas liberales o libertarios. No esperen encontrar un balance con textos más “progresistas”.
Sin más, los artículos:


1. Alex Tabarrok: A Phool and his money (Un tonto y su dinero). Reseña del libro Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception de George A. Akerlof y Robert Shiller
Tabarrok, economista de George Mason University, critica duramente el libro de los premio Nobel de Economía Akerlof y Shiller no sólo por su falta de ideas novedosas –después de todo, muchos economistas han aceptado antes que las personas toman “malas decisiones” y que compran cosas que no necesitan–; sino porque parecen llegar a la conclusión de que todos somos “tontos” (aunque no se atreven a decirlo explícitamente, por eso usan el término “phool” y no “fool”, tonto en inglés) y que el engaño al consumidor es un elemento central de la economía capitalista.
Peor aún, Akerlof y Shiller no sopesan los costos y beneficios de las regulaciones que defienden para evitar estos “engaños” en el mercado.


2. Donald Boudreaux: Knowing Models vs. Knowing Economics. Economists need to be chefs, not recipe-followers (Conocer modelos vs. Conocer Economía. Los economistas deben ser chefs, no sólo seguir recetas)
Una “chiquita” a los economistas que se limitan a aplicar la misma receta (los mismos modelos) sin pensar críticamente: “consistentemente omiten preguntar la más importante de todas las preguntas que un economista debe preguntar: ‘¿en comparación con qué?’. Se olvidan de que los costos y beneficios monetarios son sólo una parte (y a veces una pequeña parte) de todos los costos y beneficios. Asumen, equivocadamente, que los costos y beneficios monetarios son todos los costos y beneficios relevantes”.


3. Del mismo Donald Boudreaux: On the Principles of Economic Principles (Sobre los principios de los principios económicos)
Boudreaux corrige aquí un comentario (que no llega a ser “sabiduría convencional”, pero he escuchado más de una vez) según el cual “no hay nada más peligroso que alguien que acaba de tomar su primera clase de economía”; implicando que los economistas que defienden posiciones de libre mercado ignoran “fallas de mercado” y otras “complejidades” que no son discutidas en las lecciones básicas de economía. Típica oposición a un argumento a favor de mercados más libres: “la vida real no es un modelo”.
Obviamente, eso es cierto. Y es cierto que muchas veces los economistas se olvidan (o los liberales nos olvidamos) de las fallas de mercado, de los problemas institucionales y otros. Pero no se sigue de ello que un conocimiento básico de la economía sea peligroso. Como en toda disciplina, es necesario conocer más y aproximarse más a la realidad para lidiar con problemas complejos. Como bien aclara Boudreaux, el peligro radica más bien la falta de conocimiento de principios económicos, como los casos del salario mínimo o en contra del libre comercio demuestran.



4. Ricardo Hausmann: The Import of Exports (Exportar importa)
En este artículo el economista venezolano y profesor de Harvard explica por qué las exportaciones son importantes para los países.
Para llegar a ese punto, antes, explica de manera genial, qué es una economía de mercado y por qué es importante la empatía para los proveedores:
“Una economía de mercado debería ser entendida como un sistema en el cual se supone que nos ganamos el pan de cada día haciendo cosas para otra gente. Cuánto ganamos depende en cómo otros valoran lo que hacemos por ellos. La economía de mercado nos fuerza a estar preocupados por las necesidades de otros, dado que son sus necesidades lo que constituye la fuente de nuestro sustento. En cierto sentido, una economía de mercado es sólo un sistema de intercambio de regalos; el dinero sólo permite registrar el valor de los regalos que nos damos uno al otro”.
Buenísimo.
Luego, entrando al punto de las exportaciones, da la mejor explicación de por qué son buenas para un país que yo recuerde en un buen tiempo:
“A diferencia de las actividades no exportables, los productos exportables de un país deben ser bastante buenos para convencer a los consumidores foráneos –que tienen muchas otras opciones– para que compren sus productos. Eso significa que las exportaciones deben tener una muy buena relación costo-calidad.
Una forma de mejorar esta relación es el incrementar la calidad y la productividad (…) [y] dado que están sujetas a una mayor competencia, las actividades de exportación suelen tener cambios tecnológicos y mejoras de productividad más rápidas que en otras partes de la economía. Están constantemente bajo la amenaza de la innovación y de nuevos competidores que pueden irrumpir en sus mercados. Consideren, por ejemplo, el efecto del iPhone en la otrora dominante Nokia, o el efecto de la revolución del gas esquisto en la OPEC”.
A partir de esta observación Hausmann concluye que los países necesitan prestar “especial atención” a las industrias que producen bienes exportables. ¿En qué consiste esa especial atención? Hay que tener cuidado en promover la industria nacional sin llegar al mercantilismo ni el proteccionismo, que al final sólo perjudica a los consumidores. La idea es remover barreras, más que todo.


5. Deirdre N. McCloskey: How Piketty Misses the Point (Piketty ignora lo más importante)
Siempre es un placer leer a Deirdre McCloskey, no sólo por la gran contundencia de sus ideas, sino porque escribe genialmente (y a menudo se apoya en la historia y la literatura). Esta crítica a “El Capital en el Siglo XXI” de Piketty no es la excepción. De arranque, deja claro que Piketty no entiende cómo funcionan los mercados:
“Los defectos técnicos en el argumento de Piketty son omnipresentes. Si uno escarba, encuentra. El problema fundamental es que Piketty no entiende cómo funcionan los mercados. Consecuentemente con su posición de hombre de izquierda, tiene una idea vaga y confusa sobre cómo la oferta responde a precios más altos. Sorprendente evidencia de la mala educación de Piketty se aprecia ya en la página 6.
Comienza pareciendo a conceder a sus oponentes neoclásicos: ‘Sin duda, existe, en principio, un mecanismo económico muy simple que se debe restablecer el equilibrio en el proceso: el mecanismo de la oferta y la demanda. Si la oferta de cualquier bien es insuficiente, y su precio es demasiado alto, entonces la demanda de ese bien debe disminuir, lo que llevaría a una disminución en su precio’. Las palabras que incluyo en cursivas claramente confunden movimiento a lo largo de una curva de demanda con el movimiento de toda la curva de demanda, un error de estudiante universitario de primer ciclo. El análisis correcto es que si el precio es ‘demasiado alto’ no es toda la curva de demanda la que ‘restaura el equilibrio’, sino un movimiento hacia fuera de la curva de oferta. La curva de oferta se desplaza hacia fuera porque la entrada de nuevos competidores es inducida por el la presencia de utilidades superiores a las normales.
Piketty no reconoce que cada ola de inventores, empresarios, e incluso los inversionistas ordinarios hacen utilidades debido a que ingresan a nuevos mercados”.
Otro (gran) problema de Piketty es que su definición de capital no incluye el “capital humano”. Eso hace que sus cálculos en torno a la distribución del capital ignoren un gran pedazo de la torta:
“La definición de riqueza de Piketty no incluye el capital humano, que es precisamente un activo de los trabajadores. Este activo ha crecido en los países ricos al punto de ser la principal fuente de ingresos, combinado con la inmensa acumulación desde 1800 del capital en el conocimiento y hábitos sociales, otro tipo de activo al que todo el mundo accede. Hace mucho tiempo, el mundo de Piketty sin capital humano era todo el mundo; aquél de [David] Ricardo y Marx, aquél en el cual los trabajadores poseen sólo sus manos y la espalda; y los patrones y terratenientes poseen todos los demás medios de producción. Pero desde 1848 el mundo ha sido transformado por aquello que se encuentra entre las orejas de los trabajadores [sus mentes, preciso ya que en el inglés original puede ser más clara la expresión de McCloskey].
La única razón para que el libro excluya el capital humano de su definición de capital parece ser forzar la conclusión a la que Piketty quiere arribar. Uno de los títulos del capítulo 7 declara que ‘el capital está siempre distribuido de manera más desigual que la mano de obra’. No, no lo está. Si se incluye el capital humano —la alfabetización de los trabajadores de la fábrica ordinaria, las calificaciones de una enfermera, el dominio por parte del administrador profesional de sistemas complejos, la comprensión de los economistas de las respuestas de la oferta— los propios trabajadores, hecho el cálculo correctamente, poseen la mayor parte del capital de un país; y el drama de Piketty sencillamente se desmorona”.
Al final, lo más importante:
“El problema central con el libro, sin embargo, es una cuestión ética. Piketty no reflexiona sobre por qué la desigualdad es mala en sí misma.
(…)
Notemos que en la historia de Piketty el resto de nosotros queda sólo apenas por detrás de los ‘voraces capitalistas’. El enfoque en la riqueza, ingresos y/o consumo relativos es un grave problema en el libro. La realidad que Piketty pinta como un apocalipsis deja más bien espacio para que el resto de nosotros tenga un bienestar relativamente alto —todo lo contrario a un apocalipsis—, bienestar que hemos gozado desde 1800. Lo preocupante para Piketty es que los ricos puedan volverse más ricos, a pesar de que los pobres se harán más ricos también. Su preocupación radica puramente en la diferencia de ingresos; en un vago sentimiento de envidia elevado a una propuesta teórica y ética.
Nuestra verdadera preocupación debería ser el elevar a los pobres a una condición de dignidad; a un nivel mínimo que permita el funcionamiento de una sociedad democrática y llevar una vida plena. Éticamente, no importa si los pobres tienen la misma cantidad de pulseras de diamantes y automóviles Porsche que los propietarios de fondos de inversión. Pero sí importa, en efecto, si tienen las mismas oportunidades de votar, aprender a leer o tener un techo sobre sus cabezas”.
6. Carlos Rodríguez Braun: Ojo con Stiglitz


Cada nuevo libro del Nobel de Economía Joseph Stiglitz es celebrado por la izquierda, que percibe sus posiciones como una apuesta por el socialismo. En esta crítica de El malestar en la globalización el economista argentino Carlos Rodríguez Braun explica por qué la gente de izquierda no debería “descorchar el champán” tan rápido.
Lo cierto es que pese a criticar la globalización y lo que el considera una “excesiva” fe en el mercado, Stiglitz:
“Está a favor del mercado y la competencia, ‘que hace funcionar a las economías’. Más que criticar la liberalización y la privatización, deplora sus ritmos y secuencias excesivamente rápidos. Censura el papel de las administraciones públicas en cuanto a la provisión de incentivos perversos: ‘Lo que vuelve a la especulación rentable es el dinero de los gobiernos, apoyados por el FMI’.
Joseph Stiglitz, el héroe de la antiglobalización, jaleado por el pensamiento único antiliberal, proclama que aunque son azarosos los mercados ‘sin grilletes’, no hay que caer en la peligrosa tentación de irse al ‘otro extremo”. O sea que, como indicamos al comienzo, todo esto para terminar en la (bostezo) Tercera Vía”.
Además, mucho de lo que Stiglitz critica del libre mercado no tiene sustento:
“La ignorancia de Stiglitz de todo lo que no sea economía neoclásica lo lleva a afirmar en el Capítulo 3 que los liberales no prestan atención a ‘las instituciones civiles y las estructuras legales que hacen funcionar a las economías de mercado’. Es al revés, como bien comprenderá cualquiera que recuerde, por citar sólo a otros Premios Nobel, a Coase, Fogel, North y Buchanan. Es increíble que sostenga que la mano invisible de Adam Smith equivale al mercado perfecto. Dice: ‘El sistema de mercado requiere competencia e información perfecta’. Falso, no las requiere, salvo en el estilizado neoclasicismo, y los liberales no dijeron que las requiere. Con esta engañifa el intervencionismo cae por su propio peso: como el mercado no es perfecto, entonces el Estado debe actuar. Esto no se sostiene y Stiglitz, que es perspicaz, huye por la tangente: ‘sigue vivo el debate sobre cuál es el equilibrio apropiado entre el Estado y el mercado’, un understatement característico del intervencionismo, que nunca termina de aclarar cuánto Estado es menester y qué consecuencias ello puede acarrear”.
Ouch! Stiglitz, como bien apunta Rodríguez Braun, cae en las típicas críticas cliché contra la economía de mercado.


7. Jonathan Haidt y Greg Lukianoff: The Coddling of the American Mind (Las mentes mimadas de los Estados Unidos)
Largo pero vale la pena cada segundo leyéndolo. Haidt y Lukianoff (psicólogo y abogado, respectivamente) analizan extensamente el fenómeno de la “dictadura de lo políticamente correcto” que acecha a las universidades en los Estados Unidos, y cómo esto no sólo representa una amenaza para la libertad de expresión, sino también atenta directamente contra los objetivos de las universidades: formar, informar, educar.
Luego de casi dos años en Estados Unidos no dejaba de asombrarme el tipo de escándalos que se presentaban en los Estados Unidos. Términos como “microagresión” o “apropiación cultural” están, creo, destruyendo la comedia, fiestas como Halloween y, ahora, parece que también la educación. Si no me creen, lean los ejemplos del artículo, pero les adelanto uno: los profesores deben incluir una alerta para los alumnos en su sílabo, del tipo: “El Gran Gatsby contiene misoginia y abuso físico”.
Lo peor es que esta sobreprotección, como explican los autores, no ayuda a los mismos alumnos que supuestamente protege (minorías raciales, personas con pasado de violencia); no los prepara para la vida, no los ayuda a superar las experiencias que les causaron un trauma. Todo lo contrario, los hace más vulnerables.


8. Richard Bennett: Inside Obama’s net fix (Una mirada a cómo Obama quiere arreglar internet)
El 2015 me pasé casi toda la segunda mitad del año investigando sobre la denominada “neutralidad de red” y uno de los mejores textos que leí fue éste del experto en telecomunicaciones Richard Bennett.
El artículo es muy bueno no sólo porque rompe con algunos mitos (el internet nunca fue neutral, no totalmente al menos; cómo las operadoras nunca bloquearon Netflix) sino porque está escrito desde un enfoque multidisciplinario. El artículo toma en cuenta los aspectos económicos, legales y de ingeniería del problema, además de evidenciar un profundo conocimiento del tema y del mercado en cuestión.
Bennett concluye que las reglas de neutralidad de red tendrá efectos negativos para el mercado de internet y los consumidores: “Irónicamente, las primeras víctimas de ‘las más contundentes normas posibles’ de la Casa Blanca, importados de los anales de la regulación del teléfono, serán las llamadas telefónicas por Internet realizadas vía aplicaciones como Skype o Vonage”.
Ese tipo de aplicaciones usa una tecnología que requiere otro tipo de tráfico que el correo electrónico o el streaming, y se verá más bien afectado por el tratamiento “igualitario” que las normas de neutralidad de red prevén.


9. Nina Sanandaji: Scandinavian Unexceptionalism #8: The third-way model – a collosal failure (Escandinavia no es excepcional #8: el colosal fracaso de “la tercera vía”)
Este artículo es parte de una serie de artículos del economista Nina Sanandaji, en el cual explica como en realidad los países escandinavos, frecuentemente publicitados como modelos “exitosos” de socialismo, no son en realidad tal cosa. Si bien es cierto que se trata, en general, de países con altos impuestos y un fuerte gasto público, los agentes económicos suelen gozar de una fuerte protección a la propiedad y una amplia libertad empresarial.
Explica Sanandaji que:
“… el socialismo es algo diferente a la actual política económica en los países nórdicos –basada en una combinación entre mercados libres y altos impuestos y un Estado de bienestar bastante amplio. El socialismo se trata de dar al gobierno el control sobre la economía en su conjunto. Es bueno saber que Suecia, en efecto, experimentó con el socialismo. Sin embargo, resultó un fracaso tan colosal que hoy pocos, incluso desde la izquierda, lo ven como algo positivo”.
El socialismo, por supuesto, no fue la causa del enorme desarrollo del que goza un país como Suecia. De hecho, antes de que se ensayaran estas políticas en los años 60’ del siglo pasado, Suecia y otros países nórdicos, gozaron de una larga etapa de liberalismo económico.
Recomiendo leer toda la serie y si pueden el libro que el autor ha escrito al respecto. No hay pierde.


10. Steven Horwitz. Behavioral Econ and Imperfection: A Bad Case for Government Control (La economía conductual y la imperfección: un mal argumento para el control estatal)
Excelente artículo en el que Horwitz explica por qué la economía conductual resulta una pobre justificación para la intervención estatal en la economía (entiéndase, la intervención vía regulación, estableciendo las condiciones de comercialización de determinados bienes y servicios).
El autor hace un paralelo interesante entre las “fallas del agente” que analiza la economía conductual y las “fallas de mercado” a las que hace referencia el análisis económico tradicional. Ambas pueden ignorar la capacidad del accionar colectivo para corregir esas fallas (a través del proceso de mercado). Quizá sea mejor dejar de hablar de “fallas” (con ese término parece que la cosa sea irremediable) y comenzar a hablar de “imperfección” (los resultados no son ideales, pero la mayoría de veces son lo suficientemente buenos.
A partir de esa precisión, Horwitz propone ver estas “fallas”, más que como una justificación para la intervención estatal, como una oportunidad para:
  • hacer un análisis comparativo y preguntarnos si los mercados “fallidos” son, con todo, mejores que la intervención estatal (que también tiene sus propias fallas); y,
  • Ver las “fallas de mercado” como una oportunidad para que los empresarios propongan nuevas formas de reducir externalidades y ahorrar costos (¿alguien dijo “sharing economy”?).
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Mario Zúñiga el 18 de enero de 2016.