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martes, 5 de enero de 2016

El mundo al revés de John Maynard Keynes



 


John Maynard Keynes empleaba a menudo un lenguaje florido como “espíritus animales” y “trampa de liquidez” para describir cosas que no entendía. Después de todo era más un burócrata que un economista. De hecho podría describirse mejor como una antieconomista, porque rehuía cosas como oferta y demanda y tenía la opinión de que el gobierno podía dirigir la economía.
Así, por ejemplo, no podía entender por qué la gente invertiría recursos en aventuras arriesgadas que ayudaran a mantener a la economía creciendo con pleno empleo. Por tanto sustituyó el motivo del beneficio por los “espíritus animales”. Estos espíritus permitían a los emprendedores actuar con una confianza ingenua y dejar aparte las preocupaciones acerca de las pérdidas. Igualmente, la falta de inversión era también un problema psicológico al que llamó “trampa de liquidez”. Esta trampa se produce cuando los inversores ven liquidez de efectivo y cuando la política monetaria (en términos de recorte de tipos de interés) ya no produce un aumento en la inversión.
El problema con Keynes es que pensaba que si los empresarios pierden su valor colectivo, el gobierno debe socializar la inversión, impulsar la demanda y el empleo y proporcionar garantías para devolver la economía al pleno empleo. No entendía cómo funciona la economía, así que no podía entender cómo esta se corrige a sí mismo una vez se produce una contracción.
Nuestro problema es que Bush, Obama, Geithner y Summers, todos siguen la estrategia keynesiana, con el premio Nobel, Paul Krugman, sirviendo de animador principal. Si en su lugar permitiéramos que funcionara el proceso de libre mercado, la economía probablemente ya habría tocado fondo; empresas como AIG estarían saliendo de la quiebra y la tasa de desempleo estaría cayendo en lugar de continuar aumentando.
El proceso del mercado fue detenido hace solo unos pocos meses después de su contracción y, a lo largo de los últimos 15 meses, ha sido casi completamente reemplazado por intervención pública. Muchas de las intervenciones han sido descritas correctamente como “sin precedentes” en el sentido de que son completamente inéditas. Esto significa que ni los participantes en el mercado ni los políticos tienen experiencia con ellas, y se nota.
El montón de intervenciones ha sido ingobernable. Muchas intervenciones, como la apropiación de AIG, fueron completas sorpresas, causando volatilidad en las bolsas. Además, estas intervenciones han sido extremadamente grandes y amplias en su ámbito. Medidas en términos de dólares, el dinero “asignado” totaliza más de 12 billones de dólares.
Irónicamente, al adoptar la postura keynesiana de que hemos perdido nuestros “espíritus animales” y estamos sufriendo un problema psicológico de temor, el gobierno ha asumido cambios políticos extremos que socavan enormemente la motivación del beneficio. Los empresarios ya no buscan nuevas oportunidades de beneficio en la economía. En su lugar, es más probable que traten de conservar su capital o hagan cola para un rescate público.
La conservación de capital requiere que se ponga la riqueza en activos de bajo riesgo, como bonos públicos, efectivo, certificados de depósito y oro. Así que la gente está ahorrando más y pagando deudas para protegerse, pero, en terminología keynesiana, hemos caído en la muy peligrosa trampa de liquidez.
Para Keynes, la trampa de liquidez se produce cuando consumidores asustados tratan de ahorrar más y consumir menos. Razonaba que menos consumo dañaría a los negocios y la producción y por tanto pondría en peligro negocios y empleos. Estas menores rentas significarían, a su vez, que el intento por ahorrar más ocasionaría en realidad una economía mucho peor.
La trampa de liquidez trata realmente acerca de atesoramiento y ahorro. Aunque el atesoramiento tenga mala fama entre los economistas, en realidad es algo muy bueno. Normalmente la gente no atesora recursos irracionalmente o sin motivo: atesora como manera de protegerse ante situaciones peligrosas. Depresión, inflación, guerra y otras calamidades son normalmente las causas para que la gente atesore.
No solo el mayor ahorro ayuda a la economía, sino que atesorar es en realidad algo bueno porque ayuda a facilitar el proceso de deflación y la deflación ayuda a producir la recuperación. Si la gente reduce el consumo (demanda), los precios caen, especialmente en las primeras etapas de la producción. Como todos los tipos de recursos y bienes se hacen más baratos, incluyendo la mano de obra, aumenta el poder adquisitivo de cada dólar atesorado. Todos los precios aumentaron durante el auge (particularmente tierra, capital y diversas clases de activos) y vuelven así a niveles inferiores. La deuda se liquida y los ahorros se restauran y aparecen las perspectivas de un retorno a la prosperidad, primero entre los productores y luego entre los consumidores. Por tanto el atesoramiento acelera la deflación y la deflación acelera el proceso de corrección.
Pero los keynesianos temen este proceso porque no entienden cómo nos lleva de vuelta al pleno empleo y el crecimiento económico. He llamado a este temor apoplitorismofobia. Joseph Salerno ha demostrado que no hay base teórica para este temor y Greg Kaza ha demostrado que no hay base empírica para este temor. Irónicamente, son las políticas keynesianas, como rescates, paquetes de estímulo e inflación las que deberían temerse, porque pueden amenazar nuestros espíritus animales en busca de beneficio y dejarnos atascados en la trampa de liquidez durante muchos años.
Atesorar acaba arreglando la mayoría de los balances, pero en una economía dominada por el keynesianismo, toma un tiempo extremadamente largo. Durante el intervalo, la gente puede acabar permanentemente hastiada del mercado y la inversión. Pueden convertirse en atesoradores permanentes. Esto es lo que pasó con muchos estadounidenses que vivieron la Gran Depresión. Frugalidad y ahorro, aunque sean admirables, se convierten en una especie de cicatriz psicológica que llevan el resto de su vida.
Las políticas de estilo keynesiano han generado desastres como la Gran Depresión, la “estanflación” en Estados Unidos de 1970 a 1982 y las secuelas de la burbuja japonesa. Todas duraron más una década. Sería mucho mejor permitir un proceso de corrección de libre mercado sin obstrucciones. Sin ninguna red de seguridad ni rescates públicos, habría más atesoramiento, una deflación más rápida, más quiebras y una rápida vuelta a la prosperidad.
Aunque quiebra suene horrible, es en realidad un proceso maravilloso y ordenado. Para empezar, arregla rápidamente los balances. También proporciona una oportunidad para eliminar a propietarios y administradores actuales que gestionen negocios de una forma arriesgada. ¡No hace falta preocuparse aquí de temas de bonus! Algunas empresas quebradas quedarían completamente fuera del negocio y sus recursos se subastarían a otros empresarios a precios muy bajos. Imagino que a docenas de nuevas empresas que tratan de poner en el mercado coches eléctricos les encantaría tener la oportunidad de comprar una fábrica de automóviles en Michigan por unos pocos centavos el dólar. Otras empresas permanecerían en el negocio con la mayoría de los trabajadores manteniendo sus empleos, pero la quiebra reduce deuda y coste y proporciona una oportunidad para renegociar contratos y salarios.
En entorno resultante tras una quiebra es de nuevos propietarios y operadores con mucha menos deuda, que no han vistió aplastados sus “espíritus animales”. Las empresas tendrían menos deuda y por tanto menores estructuras de costes. Algunos consumidores recibirían efectivo atesorado y tendrían la oportunidad de comprar a precios mucho más bajos. La economía entra en modo recuperación y puede alcanzar rápidamente el pleno empleo y el crecimiento económico. Y, más importante, al no rescatar a los perdedores, no hay riesgo moral por el que los empresarios cren que pueden confiar en rescates en el futuro.
Como no entienden cómo funciona el mercado, los keynesianos piensan que es una fantasía. Pero si se sigue la receta austriaca de permitir la liquidación de las empresas quebradas y la deuda, permitiendo a los precios caer sin inflación monetaria, no impulsando el empleo o subvencionando el desempleo y no desanimando el atesoramiento, se acaba con la recuperación más rápida posible y se minimiza la magnitud del dolor económico.

Publicado originalmente el 19 de marzo de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí

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