El minarquismo es la ideología liberal que cree en un gobierno que se limita en solo poner los medios necesarios para conservar los derechos individuales y la seguridad de la nación. Esta es una postura política que sin perjuicio de su gran aporte a la lucha por la libertad, dado por su nivel de contradicción es solo una ilusión.
Cuando se plantea que el minarquismo no es una postura política real, sino nada mas que una ilusión, no es solo por la imposibilidad de poder limitar el Estado o porque principalmente se sustenta de una inspiración iluminista y no rescata principios ordenadores medievales que podrían ayudarnos a mejorar las sociedades actuales. Sino porque este necesariamente cae en una contradicción lógica.
El punto de conflicto nace en la necesidad de regular las relaciones humana. Para lograr demostrar que el minarquismo se auto destruye es útil analizar el origen de los conflictos y la utilidad del Estado en la sociedad.
Antes del pecado original los dones pre naturales nos protegían de cuestiones en las que hubiésemos estado expuestos en un estado de naturaleza pura, de esta manera el genero humano estaba protegido de la escases, pero al ser arrojados al mundo se pierde la anterior armonía con Dios y por tanto se pierde esta protección. De la misma manera todos los demás pecados y vicios surgen después del pecado original agravando la situación de escases.
A raíz del pecado original surge la necesidad de regular las relaciones humanas en la sociedad como bien plantea Santo Tomás en la Cuestión 95, articulo 1, “El hombre tiene por naturaleza una cierta disposición para la virtud; pero la perfección de esta virtud no la puede alcanzar sino merced a la disciplina (…) No es fácil que cada uno de los individuos humanos se baste a sí mismo para imponerse aquella disciplina. Porque la perfección de la virtud consiste ante todo en retraer al hombre de los placeres indebidos, a los que se siente más inclinado”. Luego en la Cuestión 96, articulo 2 dice “La ley humana está hecha para la masa, en la que la mayor parte son hombres imperfectos en la virtud. Y por eso la ley no prohíbe todos aquellos vicios de los que se abstienen los virtuosos, sino sólo los más graves, aquellos de los que puede abstenerse la mayoría y que, sobre todo, hacen daño a los demás, sin cuya prohibición la sociedad humana no podría subsistir, tales como el homicidio, el robo y cosas semejantes.” El resaltado es nuestro.
Como se puede ver, origen de todo conflicto es a raíz del pecado original, de esta manera los bienes al no ser ilimitados – es decir al existir la escases y perder la protección que se tenia antes del pecado original – las personas que quieran alcanzar sus fines deben hacerlo en acatando a esta realidad. Sumado a esto con el surgimiento de los vicios y del pecado, existe la posibilidad que alguien interfiera en el derecho de otro para alcanzar sus fines, instrumentalizando a este ultimo, ya que como Santo Tomas deja claro, existen estos placeres indebidos que el hombre puede sentirse inclinado.
En el momento en que aquellos vicios más graves hacen daño a los demás, es cuando la sociedad humana entra en conflicto y como plantea el Aquinate, la sociedad humana no podría subsistir a tal nivel de gravedad. Si a lo anterior le damos la perspectiva usada por John Locke, estaríamos pasando del estado de naturaleza, es decir un espacio temporal anterior a la creación de cualquier Estado político y pasamos al estado de guerra, o sea un espacio temporal de conflicto que la sociedad necesita terminar.
En el estadio en donde todavía no existía el Estado, frente al conflicto entre dos personas, la víctima podría utilizar la fuerza, por el mismo, y exigir el restablecimiento de la justicia. Esto es lo que se conoce como auto tutela. Las sociedades a lo largo de la historia han prohibido este medio para proteger los derechos por ser potencialmente desproporcionada. Así la víctima puede convertirse en victimario y la sociedad entraría en un constante conflicto cuando todos sus miembros utilizan esta medida.
Frente a este conflicto tenemos dos alternativas. La primera es que el Estado debe garantizar las condiciones para el bien común, pero concretamente implica que en una disputa, un tercero obliga a ambos a pasar por un proceso, aceptar su decisión e impone la obligación de ejecutarla. Es decir, en este momento nace la jurisdicción obligatoria. En el instante que se prohíbe la auto tutela y un tercero obliga a todos los habitantes de un determinado territorio a aceptar su veredicto, nace el Estado moderno. Esto sería porque se asume que las alternativas que son regidas por la libre voluntad de las partes no son eficientes y por lo tanto no solucionan el problema.
La corriente anarcocapitalista cree que existe una segunda alternativa, en donde la voluntad sea la que remplace la imposición de la jurisdicción estatal. No es el fin de esta columna explicar las teorías creadas por Murray Rothbard sobre las agencias de seguridad o la de Hans Hermann Hoppe sobre el feudalismo y el monarquismo. Sin embargo, independiente de la teoría anarquista que se esté a favor, el anarcocapitalismo considera la existencia del Estado es innecesaria y por ende la imposición de su autoridad territorial y la extracción de recursos a los ciudadanos es ilegítima.
Esta tendencia plantea que desde la auto posición – la cual es el principio fundamental de todo el libertarismo contemporáneo, el cual se puede justificar desde la explicación de John Locke hasta la fundamentarían de Gabriel Zanotti, que se centra en la existencia y el respeto al libre albedrío – se deriva que las personas son dueñas de su vida y tienen la libertad de utilizar todos los medios necesarios para protegerla, incluyendo su propiedad y sus derechos. La privación de este derecho, fundamental para el liberalismo, solo se podría justificar si su existencia atentara al bien común, pero como distinguidos autores han demostrado, la voluntad puede ser una alternativa excluyente a la imposición del Estado, y como desarrolla David Friedman, la rentabilidad relativa de los bines públicos, en este caso la justicia, seria mayor cuando la sociedad civil lo maneja que cuando lo hace el Estado.
Un minarquista, para que pueda defender la existencia del Estado, debe estar a favor del principio fundacional del monopolio del uso de fuerza, esto es la prohibición de la auto tutela y la imposición de un monopolio jurisdiccional, por lo tanto niega que la voluntad pueda primar en la solución de estos conflictos. La contradicción del partidario por el gobierno mínimo nace cuando este cree defender el derecho de secesión.
La secesión es un derecho político olvidado que consiste cuando una unidad política menor desea separarse de una mayor. En este sentido Ludwing von Mises ha escrito en su libro “Liberalism: In the Classical Tradition”que “El derecho de autodeterminación respecto de la cuestión de la pertenencia a un estado significa entonces: siempre que los habitantes de un territorio concreto, ya sea una sola ciudad, todo un distrito o una serie de distritos adyacentes, haga saber, mediante un plebiscito realizado libremente, que ya no desean seguir unidos al estado al que pertenecen en ese momento, sino que por el contrario desean formar un estado independiente o unirse a otro estado, sus deseos han de ser respetados y cumplidos. Es la única forma viable y eficaz de impedir revoluciones y guerras civiles e internacionales.” En su otro libro “Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War” considera también que ilegitimo que una nación imponga su poder, este dice “Por tanto, una nación no tiene derecho a decir a una provincia: Me perteneces, quiero apropiarme de ti. Una provincia consiste en sus habitantes. Si alguien tiene derecho a ser escuchado en este caso, son estos habitantes. Las disputas fronterizas deberían resolverse por plebiscitos.” Por ultimo, Mises lo deja más claro en su libro “Nation, State, and Economy” cuando plantea que “Ningún pueblo ni ninguna parte de un pueblo deberá mantenerse contra su voluntad en una asociación política que no desea”.
Como queda claro, los partidarios de la secesión consideran que la jurisdicción de un Estado no puede serle impuesta a un grupo de personas que no la aceptan voluntariamente, por lo tanto si estos desean salir del el poderío de ese Estado debe ser aceptado. Esta emancipación puede ser personal o territorial, o sea que no es necesario que los secesionistas estén agrupados en el mismo lugar físico. Esto no es muy aceptado por la comunidad internacional, pero si es reconocido por los grandes liberales.
Cuando los minarquistas defienden la idea de que la jurisdicción no puede ser impuesta por un Estado en el caso que un grupo de personas quisiera desvincularse de aquella jurisdicción caen en una grave contradicción.
En el caso que un partidario del Estado mínimo se enfrente a un movimiento a favor de la secesión, este debe tomar solo dos opciones. La primera es darles la secesión y esta implica aceptar que la autoridad no puede ser obligatoria y abandonar la idea del Estado gendarme. Esto es porque si se cree que no se debe imponer la jurisdicción, no se podría negar la secesión a ninguna comunidad por muy pequeña que sea, incluso cuando una sola persona quisiera salirse del poder del Estado. En el caso que resulte que muchas comunidades diminutas pidan su derecho de salirse del mando estatal, el Estado como lo conocemos desaparecería y la jurisdicción seria completamente voluntaria, porque seria muy fácil cambiarse de ella.
Al aceptar esta opción se está a favor, necesariamente, de la tesis anarcocapitalista, en donde se negaría que el Estado deba imponer su decisión para resolver todos los conflictos y por ende, deberá primar la autonomía de la voluntad.
Si el minarquista opta por la segunda alternativa, es decir no darle la secesión a nadie, pasa a ser un estatista. Esto es porque considera que el Estado debe unir por la fuerza su territorio. No puede dejar que el país se divida, aunque la gran mayoría de una región exija hacerlo. En este caso, el estatista estría a favor de un gobierno mundial, porque la lógica detrás del Estado es que mientras más diversidad de jurisdicciones hay, más conflicto habrá. Por lo que para lograr la paz se necesita solo una jurisdicción en el mundo.
Tanto en la primera opción como en la segunda, el minarquista abandona su posición inicial, pasando a al anarcocapitalismo o al estatismo. La única alternativa que le queda es dar la secesión en medida que no surja un conflicto, pero eso seria buscar un punto arbitrario, ya que la lógica estatista dice que en toda división o diversidad habrá conflicto, es por eso que se rechaza la autonomía de la voluntad como solución al estado de guerra de Locke. En este caso el minarquismo pasa a ser ilógico porque contraviene el principio de no contradicción.
Dijimos al principio que un conflicto puede ser resuelto por la autonomía de la voluntad o por la imposición de la jurisdicción estatal, es decir la voluntad es opuesta la imposición. También dijimos que el Estado nace cuando se impone su jurisdicción. O sea cuando hay voluntad, no hay imposición y por lo tanto no hay Estado.
Frente al conflicto en el estado de naturaleza, el minarquista dice hay imposición porque cree en el Estado. Después apoya la secesión, o sea también dice hay voluntad. Es decir, el minarquista dice que la jurisdicción es voluntaria e impuesta al mismo tiempo. Esto se aplica también en el caso que se busque un punto arbitrario en donde no exista conflicto al otorgar la secesión, porque se diría que el Estado, al mismo tiempo, obliga y no obliga. O sea el Estado es y no es en el mismo momento. Esta seria una deducción ilógica.
En conclusión, el minarquista al enfrentarse a un movimiento por la secesión esta obligado a adherir el anarcocapitalismo o el estatismo. En sentido contrario, al sostener las dos posiciones, está afirmando que son verdaderas una proposición y su negación al mismo tiempo y en el mismo sentio. La voluntad niega la imposición y esta niega la voluntad.
El minarquismo, al ser un razonamiento ilógico, realmente no existe en la mente de sus defensores. Estos siempre consideraron que la jurisdicción debe ser aceptada voluntariamente y por algún motivo, quizás el mismo miedo a la libertad, decidieron negarlo. La otra opción es que en realidad nunca creyeron en la voluntad y solo son unos conservadores o izquierdistas que consideran que un tercero debe imponer su fuerza, en todo momento y lugar, para que las personas logren sus fines. Sin embargo los minarquistas no lo saben hasta que se enfrentan a la cuestión, antes de ello solo viven en una ilusión.
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