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domingo, 12 de octubre de 2014

La sistemática tergiversación de Say

Publicado el 03 octubre 2014 por Juan Ramón Rallo
A través de un artículo de Paul Krugman llego a un post del economista italiano Franceso Saraceno titulado Jean-Baptiste Hollande. Aunque la anotación tiene ya unos meses, se encuentra de plena actualidad dado las recientes críticas que le están cayendo al otrora azote de la austeridad, François Hollande, a propósito del supuesto ajuste presupuestario vivido en el país occidental con un mayor Estado.
Según Saraceno, Hollande aseveró hace unos meses que “necesitamos actuar sobre la oferta. ¡Sobre la oferta! No hay contradicción entre la oferta y la demanda. De hecho, la oferta genera la demanda”. Según el italiano, Hollande está resucitando la archirrefutada Ley de Say, ésa que Keynes en su momento resumió con esa disparatada máxima de que “la oferta genera su propia demanda”. Para mostrarnos el grado de disparate implicado en la Ley de Say, Saraceno nos ofrece un párrafo de John Stuart Mill donde aparece resumida:
Los medios de pago con los que la gente compra la producción de otras personas consisten en aquellos bienes que ellos poseen. Todos los vendedores son inevitablemente compradores. Si de repente pudiéramos duplicar la capacidad productiva del país, duplicaríamos la producción de mercancías en cada mercado; pero, al mismo tiempo, estaríamos duplicando nuestro poder adquisitivo. La demanda de todo el mundo se duplicaría junto con la oferta: todo el mundo sería capaz de comprar el doble porque todo el mundo tendría el doble que ofrecer a cambio.
El párrafo de Mill parece una ridiculez, ya que en un primer vistazo nos está diciendo que la gente está dispuesta a demandar el doble de lo que actualmente está consumiendo: el doble de comida, el doble de televisores, el doble de viviendas, el doble de ropa, el doble de mesas, el doble de sillas, etc. Es decir, el párrafo parece estar negando la posibilidad de que se produzcan errores de inversión, de que algunas mercancías se fabriquen en exceso, de que aparezcan sobreproducciones parciales en una economía. Si eso fuera así, sería obvio que la Ley de Say sería un disparate propio de economistas poco formados.
Ahora bien, si uno ha leído a Mill debería preguntarse ¿por qué Saraceno detiene su cita en ese punto? ¿Por qué no cita, no ya el siguiente párrafo, sino la continuación de ese mismo párrafo? Veamos cómo continúa Mill:
Probablemente, claro, algunas cosas serían producidas en exceso. Aun cuando la sociedad estuviese dispuesta a duplicar su consumo agregado, podría disponer ya de suficientes cantidades de algunas mercancías, prefiriendo en cambio más que duplicar la producción de otros bienes, o materializar ese nuevo poder adquisitivo en la fabricación de nuevos bienes. En tal caso, la oferta tenderá a adaptarse y el valor de los bienes se alineará con su coste de producción. De hecho, resulta absurdo pensar que todos los bienes caerán de valor y que, en consecuencia, todos los productores serán insuficientemente remunerados. Si las utilidades de los bienes no cambian, el nivel de precios resulta irrelevante, ya que la remuneración de los productores no depende de cuánto dinero obtengan, sino de cuántos artículos pueden comprar en el mercado a cambio de los que venden: si todas las mercancías se duplicaran en cantidad, esto también incluye duplicar la mercancía que actúa como dinero, de manera que los precios no cambiarían como no lo harían las utilidades.
Una sobreproducción generalizada, un exceso de todas las mercancías sobre su demanda es una imposibilidad, en la medida en que la demanda consiste en medios de pago [en producción].
Mill era perfectamente consciente de que podían aparecer sobreproducciones parciales: de que los inversores de una economía pueden equivocarse y producir demasiadas viviendas, demasiados ferrocarriles, demasiados automóviles, etc. La Ley de Say no trata sobre eso, sino sobre algo mucho más simple: para demandar hay que producir. No existe demanda sin oferta: demandar sin ofrecer equivale a comprar sin pagar. Para adquirir bienes hay que tener renta y para tener renta hay que vender bienes (o servicios).
Es verdad que la oferta con la que se demanda puede no ser oferta presente sino oferta futura (comprar prometiendo entregar producción futura: es decir, endeudarse), pero eso no cambia la muy sencilla realidad: no puede existir una carestía de demanda en relación con la oferta, pues la demanda es oferta. Cuestión distinta es que nuestra oferta actual de bienes y servicios no se corresponda con la oferta deseada: esto es, que produzcamos demasiado de unos bienes y demasiado poco de otros bienes. Pero las sobreproducciones parciales no son sobreproducciones generales (no hay demasiado de todo, sino demasiado de unos bienes y demasiado poco de otros). Es simplemente deshonesto tratar de refutar la Ley de Say equiparándola con una ley que niega la posibilidad de sobreproducciones parciales (“la oferta crea su propia demanda”).
Saraceno no es el primero que cita a Mill a medias. El propio Keynes lo hizo mucho antes, ya en La Teoría General, cortando la cita de Mill exactamente en el mismo tergiversador punto. Además, démonos cuenta de otro detalle más grave. ¿Por qué Keynes y Saraceno critican la Ley de Say pero jamás citan al propio Say? ¿No sería más lógico buscar citas del propio Say que expusieran lo calamitosas que eran susteorías? Pues no y por una razón elemental: Say se expresaba con mucha más claridad que Mill. Al francés no se le puede tergiversar: no se le puede hacer decir lo que no quiso decir. Por ejemplo, lean cómo Say era plenamente consciente de la existencia de sobreproducciones parciales:
Una sobreproducción de mercancías particulares se produce porque la oferta de esa mercancía ha desbordado su demanda debido a una de esas dos razones: o porque se ha producido en exceso o porque la producción de otras mercancías es insuficiente.
Es más, si el economista italiano hubiese leído con algo más de detalle a Say no habría caído en algunos de los errores más clamorosos de su post. En él Saraceno nos intenta mostrar lo absurdo de las declaraciones de Hollande apelando a la típica encuesta a empresarios que señalan que sus dificultades económicas provienen esencialmente de la falta de demanda sobre sus productos (en concreto, un 70% de los empresarios que reconocieron tener dificultades los atribuyeron exclusivamente al lado de la demanda). Así, concluye Saraceno: “El mensaje parece bastante claro: desde el comienzo de la crisis los problemas de las empresas francesas han procedido de una insuficiente demanda. Keynes tiene razón, Say (y François Hollande, y la Comisión Europea y Angela Merkel) está equivocado”.
A este respecto, sin embargo, vean precisamente cómo comenzaba Say el capítulo de suTratado de Economía Política donde exponía su famosa ley:
Es habitual escuchar entre los emprendedores de distintos sectores industriales que sus problemas económicos no residen en el lado de la producción, sino en las dificultades para vender sus mercancías; que la producción siempre sería abundante si existiera suficiente demanda para absorberlas. Cuando la demanda por sus mercancías es demasiado lenta, retraída y poco efectiva, los emprendedores tienden a afirmar que el dinero es escaso; su objeto de deseo es un consumo vigoroso que acelere las ventas y eleve los precios.
(…)
[Y, ciertamente], un hombre dedicado a invertir su tiempo de trabajo en crear objetos de valor y que proporcionen algún tipo de utilidad no puede esperar que ese valor sea apreciado y remunerado a menos que otras personas dispongan de medios para adquirirlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? En el valor contenido en otros productos, como los frutos de la industria, del capital y de la tierra. Todo lo cual nos conduce a una conclusión que a primera vista podría resultar paradójica: a saber, que es la producción la que permite la demanda de otros productos.
La encuesta que enlaza Saraceno, por tanto, no demuestra nada: la falta de demanda es un síntoma o de falta de producción presente valiosa o de falta de producción futura igualmente valiosa (la famosa falta de crédito). Si es un problema de falta de oferta presenta, entonces la cuestión es cómo cambiar el modelo productivo actual: liberalización económica, impuestos bajos, presupuestos equilibrados y estabilidad financiera. Si, en cambio, es un problema de falta de oferta futura (falta de crédito), entonces la cuestión es cómo mejorar la existencia de producción futura (de nuevo, el cambio de modelo productivo) o cómo reducir los extraordinarios compromisos presentes (sobreendeudamiento presente) sobre esa producción futura: desapalancamiento mediante el aumento del ahorro interno.
No hay más. Los empresarios, personas no necesariamente versadas en la ciencia económica, pueden confundir los síntomas (falta de demanda) con las causas profundas (falta de oferta presente o futura). Los economistas no deberían: les basta con leer a Say para entenderlo. Si Saraceno lo ha leído, mal por ocultar el auténtico significado de la Ley de Say. Si Saraceno no lo ha leído, peor por criticar a Say sin haber leído a Say.

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