Crisis financiera: El fracaso de la reforma contable
Los años de “exuberancia irracional” que han caracterizado al actual ciclo económico han culminado en una profunda crisis tanto en el sistema bancario como en los mercados financieros, una crisis que amenaza con disparar una aguda recesión económica global. Una característica esencial del reciente periodo de expansión artificial fue la corrupción gradual, tanto en el continente americano como en Europa, de los principios tradicionales de contabilidad tal y como se han practicado globalmente durante siglos.
En concreto, la aceptación de los Estándares Internacionales de Contabilidad (EIC) y su incorporación al derecho en distintos países (en España, a través del nuevo Plan General Contable, en vigor desde el 1 de enero de 2008) ha significado el abandono del tradicional principio de prudencia y su sustitución por el principio de valor justo en la estimación del valor de los activos del balance, particularmente en los activos financieros.
En este abandono del principio tradicional de prudencia, han desempeñado un papel muy influyente corredores de bolsa, analistas, bancos de inversión (afortunadamente ahora en vías de extinción) y en general todas las partes interesadas en “inflar” los valores en libros para llevarlos más cerca de unos valores bursátiles supuestamente más “objetivos”, que en el pasado aumentaban constantemente en un proceso económico de euforia financiera.
De hecho, durante los años de la “burbuja especulativa”, este proceso se caracterizó por un bucle que se retroalimentaba: los crecientes valores bursátiles se apuntaban inmediatamente en los libros y luego esas entradas contables se usaban para justificar más aumentos artificiales en los precios de activos cotizados en bolsa.
En esta loca carrera por abandonar los principios contables tradicionales y reemplazarlos por otros más “en línea con los tiempos”, se hizo común evaluar empresas basándose en suposiciones no ortodoxas y criterios puramente subjetivos, que en los nuevos estándares reemplazan el único criterio verdaderamente objetivo (el del coste histórico). Ahora, el colapso de los mercados financieros y la extendida pérdida de fe de los agentes económicos en los bancos y sus prácticas contables ha revelado el grave error que supuso dejar paso a los EIC y abandonar los principios contables tradicionales basados en la prudencia, el error de dejarse llevar por los defectos de la contabilidad “creativa” y del valor justo.
Es en este contexto donde debemos ver las recientes medidas tomadas en Estados Unidos y la Unión Europea de “suavizar” el impacto de la contabilidad del valor justo para las instituciones financieras. Es un paso en la dirección correcta, pero se queda corto y se toma por razones equivocadas.
De hecho, los que están al cargo de instituciones financieras están tratando de “cerrar la puerta del establo cuando escapa el caballo”; es decir, cuando la dramática caída del valor de activos “tóxicos” o “ilíquidos” ha puesto en peligro la solvencia de sus instituciones. Sin embargo, esta gente estaba encantada con los nuevos EIC durante los años anteriores de “exuberancia irracional”, en los que valores crecientes y excesivos en carteras y mercados financieros adornaron sus balance con cifras asombrosas correspondientes a sus propias ganancias y valor neto, cifras que a su vez les animaban a correr riesgos sin prácticamente ningún pensamiento de riesgo.
Por tanto vemos que los nuevos estándares actúan de una manera pro-cíclica, al aumentar la volatilidad y favorecer erróneamente a la dirección de las empresas: en tiempos de prosperidad, crean un falso “efecto riqueza” que lleva a la gente a tomar riesgos desproporcionados; cuando, de un día para otro, los errores cometidos salen a la luz, la pérdida en el valor de los activos descapitaliza inmediatamente a las empresas, que se ven obligadas a vender activos y tratar de recapitalizar en el peor momento, es decir, cuando los activos valen menos y los mercados financieros se secan.
Está claro que principios contables que, como los de los EIC, hayan resultado tan perturbadores, deben abandonarse tan pronto como sea posible y deben revertirse todas las reformas contables recientemente aprobadas (específicamente la española, que entró en vigor el 1 de enero). Esto es así no solo porque estas reformas significan un callejón sin salida en un periodo de crisis y recesión, sino especialmente porque es vital que, en periodos de prosperidad, sigamos el principio de prudencia en la valoración, un principio que ha informado todos los sistemas contables desde tiempos de Luca Pacioli en el siglo XV hasta la adopción del falso ídolo de los EIC.
En resumen, el mayor error de la reforma contable recientemente adoptado en todo el mundo es que acaba con siglos de experiencia contable y dirección empresarial cuando reemplaza el principio de prudencia como el principio contable tradicional más importante, por el principio del “valor justo”, que es sencillamente la introducción de un valor volátil del mercado para toda una serie de activos, particularmente activos financieros.
Este giro copernicano es extremadamente dañino y amenaza los propios fundamentos de la economía de mercado por varias razones.
Primero, violar el principio tradicional de prudencia y obligar a que las entradas contables reflejen valores de mercado es provocar, dependiendo de las condiciones del ciclo económico, una inflación de valores en libros, con superávits que no se han materializado y que, en muchos casos, puede que nunca se materialicen. El “efecto riqueza” artificial que puede producir esto, especialmente durante la fase de auge de cada ciclo económico, lleva a la asignación de beneficios en el papel (o meramente temporales), la aceptación de riesgos desproporcionados y, en resumen, a la comisión de errores empresariales sistemáticos y el consumo del capital de la nación en detrimento de una estructura productiva sana y su capacidad de crecimiento a largo plazo.
Segundo, debemos destacar que el fin de la contabilidad no es reflejar supuestos valores “reales” (que en todo caso son subjetivos y que se determinan y varían diariamente en los mercados correspondientes) bajo el pretexto de alcanzar una (mal entendida) “transparencia contable”. Por el contrario, el fin de la contabilidad es permitir la gestión prudente de cada empresa e impedir el consumo de capital, aplicando estándares estrictos de conservadurismo contable (basados en el principio de prudencia y el registro de costes históricos o valor de mercado, dependiendo de cuál sea menor), estándares que aseguran en todo momento que los beneficios a repartir provienen de un superávit seguro que puede distribuirse sin poner en modo alguno en peligro la viabilidad futura y la capitalización de la compañía.
Tercero, debemos tener en mente que el valor de mercado no es un valor objetivo: en el mercado, no hay precios de equilibrio que un tercero pueda determinar objetivamente. La verdad es precisamente lo contrario: los valores de mercado derivan de las evaluaciones subjetivas y fluctúan mucho y por tanto su uso en contabilidad elimina mucha de la claridad, certidumbre e información contenida en el pasado en los balances. Hoy los balances se han convertido en buena parte en inteligibles e inútiles para los agentes económicos.
Además, la volatilidad propia de los valores de mercado, particularmente en el ciclo económico, roba a la contabilidad basada en los “nuevos principios” mucho de su potencial como guía para la acción para directores de empresa y los lleva a cometer sistemáticamente grandes errores en dirección. Además, si este estado de cosas es grave para una institución financiera, lo es mucho más para cualquier pequeña y mediana empresa, que suponen el 90% de la base industrial.
Cuarto, debemos recordar que los estándares contables derogados ya estipulaban que en las notas adicionales de la memoria anual, había que informar a los accionistas de valor de mercado de los principales activos en una fecha determinada; pero esto no afecta en modo alguno a la estabilidad ni a los principios tradicionales de prudencia demandados por cualquier evaluación contable de las distintas entradas del balance. Además, los estándares contables derogados eran prudentes y anticíclicos y permitían provisiones para cubrir todo tipo de contingencias, provisiones tristemente perdidas ahora.
Conclusión
Igual que “la guerra es demasiado importante para dejársela a los generales”, la contabilidad es demasiado vital para la economía y las finanzas de todos como para dejársela a los expertos, ya sean profesores visionarios, auditores ansiosos por reforzar su posición, analistas, (ex) banqueros de inversiones o cualquier de los múltiples comités internacionales. Todos han sido tan arrogantes en la defensa de su falsa ciencia como ignorantes de su papel como meros aprendices de brujo jugando con un fuego que ha estado a punto de provocar la crisis financiera más grave en devastar el mundo desde 1929.
Publicado el 4 de febrero de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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