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martes, 6 de septiembre de 2016

El papel del Estado en la desigualdad

Alejandro Hidalgo


No hace muchos días, tuve una conversación con el economista Juan Ramón Rallo a cuenta de las causas del incremento de la desigualdad salarial en los países occidentales. En una detallada entrada, el economista liberal afirmaba que en Occidente la desigualdad ha aumentando por razones muy vinculadas con el exceso de Estado, además de una mala política estatal, y no por la aplicación de políticas liberales. Tal afirmación me llamó poderosamente la atención pues no respondía a un elaborado desarrollo lógico y empírico por parte de su autor -al menos no dejó indicado de dónde la extrajo-, sino a una afirmación más dentro de un completo decálogo sobre las bondades del mercado y del liberalismo.
No fue mi intención discutir sobre estas bondades. Ni lo hice en su día ni lo haré ahora. Mi crítica al profesor Rallo fue, concretamente, que tal afirmación iba en contra de la evidencia empírica, al menos en lo que la primera parte de la misma se refiere (culpa del Estado). La inmensa literatura empírica que sobre la materia se viene conformando en las casi tres últimas décadas apunta en la dirección contraria. Es por ello que creo firmemente, y así se lo comenté, que tal apreciación era equivocada o, como poco, excesivamente simplificada. Este comentario inició un debate entre ambos que creo fue interesante.
Los últimos años de la década de los setenta y hasta bien entrado los noventa, es que la desigualdad salarial aumentó como nunca antes lo había hecho
Como suele ser habitual en las redes sociales, los debates empiezan cuando uno quiere, pero no necesariamente terminan cuando uno lo desea ya que a los pocos días repetí con otros colegas tuiteros y en el mismo sentido. Detecté de nuevo posiciones contrarias a la evidencia, lo que como suele ser habitual en estos casos me dejó en cierto modo perplejo. Es por ello que decidí poner al servicio de mi “orgullo” docente esta columna y resumir, de un modo relativamente simple, cuál es esta evidencia que refuta la tesis expuesta por el profesor Rallo y defendida por sus más leales seguidores.
Tras casi 25 años, el compendio de literatura que ha estudiado la desigualdad salarial es enorme. En otras ocasiones he dedicado este blog a este tema (aquí yaquí). En particular, los estudios se han centrado especialmente en países como Estados Unidos y Reino Unido, aunque la literatura crece para el resto de las economías desarrolladas y para gran parte de las economías emergentes o en vías de desarrollo.
En general, lo que se observó desde los últimos años de la década de los setenta y hasta bien entrado los noventa, es que la desigualdad salarial aumentó como nunca antes lo había hecho. Esta evolución, contraria a la observada en décadas anteriores, comenzó por llamar la atención de numerosos economistas. Las explicaciones comenzaron a llegar, sobre todo a partir de un trabajo de Juhn, Murphy y Pierce en 1993. Durante aquella tierna infancia de la literatura, mediados los noventa, ya emergían dos posibles explicaciones. Por un lado, economistas como Thomas Lemieux, David Card, Nicole Fortín y muchos otros, apuntaban a ciertos cambios en las instituciones laborales anglosajonas como la principal explicación del aumento de la desigualdad. En particular, el debilitamiento de los sindicatos tras las políticas aplicadas por lo que se vino a llamar el Reaganomicstanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido, así como la caída del salario mínimo real, explicarían gran parte del aumento de la dispersión salarial. A estos trabajos habría que sumar los de Thomas Piketty y Enmanuel Saez y que apuntaban a la reducción de los tipos impositivos como una explicación fundamental para el incremento de la renta de aquellos más ricos. Por otro lado, Daron Acemoglu, en un celebrado trabajo de 2003, mostró que las diferencias institucionales y el papel del Estado en comprimir las diferencias salariales a través de la intervención a lo largo de numerosos países, explicaban parte de las diferencias en el aumento de la desigualdad durante buena parte de los ochenta y de los noventa. Así, Acemoglu encontraba que los países con una mayor intervención, con instituciones laborales más “intrusivas” e inclusivas habrían permitido menores aumentos de la desigualdad comparado con lo observado en países donde dichas instituciones se habían debilitado. David Card, Francis Kramartz y Thomas Lemieux encontraban similar resultado comparando datos para los Estados Unidos, Canadá y Francia.
Sin embargo, un segundo grupo de economistas afirmaban que aunque las instituciones pudieran ser importantes, la mayor explicación vendría de los cambios tecnológicos, en la organización productiva así como de la globalización comercial. En este grupo tendríamos a economistas como David Autor, David Dorn, Lawrence Katz, Melyssa Kearny y otros. Para ellos, son las fuerzas del mercado, a través de una innovación orientada a la cualificación, así como los efectos del comercio internacional, lo que explicaría en su mayor parte los cambios en la desigualdad salarial. Para ellos, es el aumento de la demanda de cualificados, trabajadores con mayores niveles de estudio y experiencia, lo que habría elevado su premio salarial y por ello la desigualdad salarial.
Un segundo grupo de economistas afirmaban que aunque las instituciones pudieran ser importantes, la mayor explicación de la desigualdad vendría de los cambios tecnológicos
A lo largo de la primera década de este siglo, la literatura ha seguido avanzando, con no pocos trabajos que han pretendido consolidar cada una de estas explicaciones en favor de la otra. Trabajos como los de Lemieux en 2006 o de David Autor y coautores en 2005 y 2008 o junto con David Dorn (aquí y aquí), mantienen cierta tradición dialéctica entre ambos grupos.
Sin embargo, a pesar de este debate, podemos decir que hace tiempo que se alcanzó un cierto consenso y que son los cambios tecnológicos, productivos y del comercio internacional junto con un papel importante de las instituciones lo que explicaría el aumento de la desigualdad. Concretamente y a modo de resumen las causas principales serían un compendio de las anteriores, un debilitamiento de las últimas junto con una intensificación de las primeras lo que explicaría la polarización de los salarios. Además, en aquellos países donde el poder de intervención del Estado es mayor, el aumento de la desigualdad habría sido menor.
Toda esta evidencia es contraria, pues, a aquella afirmación con la que se iniciara el debate. En su defensa, Rallo argumentaba que a pesar de todo, era finalmente el Estado el último causante pues no habría sido capaz, como sistema educativo planificado, de prever los cambios tecnológicos causantes del aumento de la desigualdad.
Sin embargo, esta afirmación es difícil de aceptar además de que obvia otras muchas cuestiones relevantes que he comentado. En primer lugar, es imposible que ningún sistema educativo pueda prever los cambios tecnológicos, productivos y sociales con más de dos décadas de antelación. ¿Cómo los planes de estudios pueden hoy plantear una educación a niños con dientes de leche que en veinte años se van a a enfrentar a una tecnología que desconocemos? ¿Se imaginan que los planificadores de la educación en los Estados Unidos de los años 60 pensaran que había que adecuar el sistema a la futura aparición de Steve Jobs y su Apple I? No tiene sentido. Es más, dudo que un sistema privado descentralizado consiguiera tal hazaña.
No sólo del aumento de la desigualdad por nivel educativo se nutre el aumento de las diferencias salariales
En segundo lugar, se pudiera plantear que este “fallo público” se traduce en que es la oferta inadecuada de trabajadores cualificados lo que eleva la desigualdad. Sin embargo, son precisamente los trabajadores educados los que mejor salario disponen. Es un premio a la educación, no a la “no” educación. Esto lleva a pensar, como he adelantado, que es la demanda de este tipo de trabajadores la que genera el aumento de la desigualdad, no la oferta. La idea es muy sencilla. Si en la mayoría de lo países en los que aumenta la desigualdad existe un incremento de la oferta relativa de trabajadores cualificados desde los 70, pero sin embargo observamos que su salario relativo aumenta, es decir, respecto a los trabajadores sin educación, la única explicación viable es que las empresas demandan más y compiten por dichos trabajadores. Por lo tanto, el aumento de la desigualdad no debe provenir de la oferta, o su mal diseño a raíz de un sistema educativo planificado, sino de un deseo por parte de las empresas de contratar a trabajadores con cualificación.
En tercer lugar, no sólo del aumento de la desigualdad por nivel educativo se nutre el aumento de las diferencias salariales. También aumenta el premio a la experiencia y a la ”tenure”, es decir, antigüedad en la empresa. La cuestión es que siguiendo el criterio anterior, este aumento debería ser igualmente debido a un fracaso en la planificación educativa “dentro” de la empresa. En consecuencia, el mercado también fallaría en el diseño de la “educación” de sus trabajadores.
En resumen, las razones que explican el aumento de la desigualdad a lo largo de muchos países están claras tras cientos de trabajos y tras casi tres doradas décadas de investigación. No es el poder del Estado y su intervencionismo lo que esté elevando la desigualdad. Es precisamente lo contrario. Es el aumento de la debilidad de sus instituciones laborales en ciertos países como las fuerzas del mercado traducidas en el cambio tecnológico y en el aumento del comercio internacional, los que explica dicho aumento de la desigualdad.
Insisto, ni he valorado ni es mi intención hacerlo sobre si esto es mejor o peor para la economía. No es mi objetivo en esta entrada. Lo único que quería dejar claro es, simplemente, que tal afirmación distaba mucho de encajar con lo que la evidencia ha mostrado recientemente. Ruego al profesor Rallo me disculpe por usarlo como objeto de esta entrada.

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