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jueves, 7 de enero de 2016

Las herramientas necesarias en 2016 para evitar la 'japonización' de Europa

Tenemos la necesidad ineludible de incrementar el consumo y la inversión

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A pesar del estímulo monetario más grande de toda su historia, Japón, la tercera economía mundial continúa sin despegar. Ha entrado oficialmente en recesión técnica por quinta vez en los últimos siete años. Entre junio y septiembre, el PIB nipón cayó un 0,2% con respecto a los tres meses anteriores -o, a tasa anualizada, un 0,8%- después de que durante el segundo trimestre del año la economía ya se contrajera un 0,7%.


Según los datos preliminares del Gobierno, la principal causa de la caída fue el bajón de la inversión de las empresas (-1,3% con respecto al trimestre anterior).

Por el otro lado, el PIB de las grandes economías europeas crece poco, y solo España crece algo más, sin duda, como consecuencia del tradicional buen comportamiento de las exportaciones frente a la depreciación del euro y, para colmo del circulo virtuoso, la caída espectacular del precio del petróleo, de tanto peso en nuestras importaciones, lo que ha amortiguado el encarecimiento que en estas provoca la depreciación del euro.

Sin embargo, esos factores tan positivos para nuestra economía, no han logrado incrementar al PIB europeo. Ni la política monetaria históricamente súper expansiva lo está consiguiendo, ni tampoco las reformas y ajustes patrocinados por Bruselas: nada consigue despertar a la economía europea.

Con subidas de precios del 0%, un enorme volumen de deuda pública y un paro en máximos, la extremadamente lenta recuperación de la eurozona contradice las declaraciones demasiado optimistas de algunos políticos.

¿Estaremos en una situación, al menos parecida a la denominada 'trampa de la liquidez'?, lo que algunos llaman ahora 'situación a la japonesa'. Se trata de un cuadro de caídas de precios, que sin llegar a ese proceso de caída persistente y notable de los precios que supone un proceso deflacionario más grave, va unido a un estancamiento económico importante y fuerte volumen de paro.

Desde hace años, conocemos en la teoría macroeconómica, que en esa situación la política monetaria es completamente ineficaz -se ha agotado la munición- y que lo único que puede conseguir reanimar a la economía son los estímulos a la demanda.

Sin crecimiento económico

Me temo que la realidad apunta en esa dirección: Francia crece apenas un 0,3%, e Italia menos (el 0,2%). España consigue cierto crecimiento -0,8%- pero con una tasa de paro situada en niveles récord, un nivel de elevada deuda, y la necesidad de crecer durante años mucho más que el resto de socios europeos para recuperar el terreno.

El PIB ha disminuido en tres países (Grecia y las supuestamente virtuosas Estonia y Finlandia), lo que deja el crecimiento de toda la Unión en el 0,4%, en línea con la economía del Reino Unido y de Estados Unidos.

La economía holandesa está prácticamente estancada, y la alemana se desacelera lentamente, con niveles de inversión alarmantemente bajos. Entre los rescatados, solo España e Irlanda presentan reactivaciones dignas de ese nombre. La economía portuguesa se ha parado de golpe. Y Grecia ha pasado de tasas positivas a un retroceso de su PIB.
 
Frente a esta situación, Draghi, volvió a bajar los tipos de interés, anunciando una ampliación del ingente programa de compras de activos (QE, por sus siglas en inglés): el BCE inyectará un mínimo de 360.000 millones adicionales, ampliándose hasta, al menos, marzo de 2017, y llegando a alcanzar un volumen total de 1,5 billones de euros. Se persigue apuntalar la anémica recuperación de la eurozona y evitar los signos de congelación en los precios.

Las políticas de oferta -contención de los salarios y más mercado- no han llevado al resultado esperado por sus patrocinadores, lo que unido al agotamiento de la política monetaria, lleva a la necesidad ineludible de incrementar el consumo y la inversión, es decir, la demanda.

Ahora bien, en una situación de fuerte endeudamiento público de las economías rescatadas y del pensamiento de las dominantes con su enorme resistencia a incrementar su gasto público, cobra especial importancia el proyectado Plan Juncker de inversiones estratégicas que pretende alcanzar un volumen de inversiones privadas de más de 300.000 millones de euros entre 2015 y 2020. Necesario igualmente para reducir la brecha existente con las inversiones de las emergentes que supera en casi el doble a las europeas.

Esperemos que el Plan se concrete en algo más que en palabras.
Juan José Pintado. Profesor de Economía del CEF.- Centro de Estudios Financieros

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