El oro frente al papel dinero
La mayoría de la gente asume que el mundo nunca volverá al patrón oro. El patrón oro, según dicen, es tan obsoleto como el caballo y la calesa. El sistema de dinero fiduciario creado por el gobierno suministra al Tesoro los fondos necesarios para establecer una política de gasto discrecional que beneficia a todo el mundo; sube los precios y los salarios y baja el tipo de interés y de esa manera crea prosperidad. Es un sistema que ha llegado para quedarse.
Por muchas que sean las virtudes que se le puedan inmerecidamente atribuir al papel-dinero, hay algo que no puede con certeza conseguir. Nunca logrará fundar un sistema monetario permanente y duradero. Solo podrá funcionar en la medida en que la gente no sea consciente de que el gobierno lo quiere conservar.
Las Supuestas Bendiciones de la Inflación
Las supuestas ventajas que los defensores del dinero fiduciario anticipan del funcionamiento del sistema, por el que abogan, son solamente temporales. Una inyección de una cantidad definitiva de dinero nuevo a la economía de la nación empieza un auge a medida que estimula los precios. Pero una vez que este dinero nuevo ha agotado todo su potencial de hacer subir los precios y todos los precios y salarios se han ajustado a la mayor cantidad de dinero en circulación, el estímulo que proporciona a la actividad económica cesa. Así que aún si omitiéramos lidiar con las consecuencias indeseables e indeseadas y los costos sociales de tales medidas inflacionarias, y, pongamos por caso, aceptáramos todo lo que los defensores del “expansionismo” alegan a favor de la inflación, nos debemos dar cuenta de que las supuestas bendiciones de estas políticas son de corto plazo. Si uno quiere perpetuarlas, es necesario seguir y seguir aumentando la cantidad del dinero en circulación y expandiendo el crédito a un paso cada vez más acelerado. Pero ni siquiera así se podría materializar el ideal de los expansionistas e inflacionistas: un auge eterno no alterado por ningún contratiempo.
Una inflación de dinero fiduciario puede realizarse solo mientras las multitudes no se den cuenta del hecho de que el gobierno se ha comprometido con semejante política. Una vez que el hombre común perciba que la cantidad de dinero en circulación aumenta más y más y que consecuentemente su poder adquisitivo decrece contínuamente y que los precios suben cada vez más, empezará a comprender que el dinero en su bolsillo se está derritiendo. Entonces seguirá las prácticas de quienes antesse llamaba especuladores, “huirá hacia valores tangibles”. Comprará productos básicos, no para consumirlos, sino para evitar las pérdidas que conlleva quedarse en posesión de dinero en efectivo. Se oirá el tañido de un dinero inflado. Basta recordar los muchos precedentes históricos empezando con la Moneda Continental de la Guerra de Independencia.
Porqué La Inflación Perpetua Es Imposible
El sistema monetario fiduciario, como hoy opera en este país y en algunos otros, solo pudo evitar el desastre gracias a que una crítica perspicaz de parte de unos cuantos economistas alertaron a la opinión pública y forzaron al gobierno a una cautelosa restricción en sus iniciativas inflacionarias. De no ser por la oposición de estos autores, normalmente calificados como ortodoxos y reaccionarios, el dólar ya hace tiempo que se hubiera ido por la ruta del marco alemán de 1923. La catástrofe de la moneda del Reich fue ocasionada precisamente porque no hubo tal vocal oposición en la Alemania de Weimar.
Los que defienden la continuación del recurso al dinero fácil yerran cuando piensan que las políticas por las que abogan pueden prevenir por completo las adversidades de las que se quejan. Ciertamente es posible continuar por algún tiempo con la rutina expansionista de gasto deficitario obteniendo préstamos de los bancos comerciales y apoyando el mercado de bonos del gobierno. Pero después de algún tiempo será imperativo detenerse. De lo contrario el público se alarmará acerca del futuro del poder adquisitivo del dólar y resultará en un pánico. Sin embargo, tan pronto se detenga, se dejarán sentir todas las desagradables consecuencias de un período post-inflacionista. Mientras más haya durado ese período de expansión precedente, más desagradables serán las consecuencias.
La actitud de mucha gente con respecto a la inflación es ambivalente. Es consciente, por un lado, de los peligros inherentes a la continuación de la política consistente en bombear más y más dinero al sistema económico. Pero tan pronto se hace algo significativo para dejar de incrementar la cantidad de dinero, empiezan a quejarse de los altos tipos de interés, de las condiciones bajistas de las bolsas de valores y de la caída de los precios de los productos básicos. Se muestran reacios a renunciar a la entrañable ilusión que atribuye al gobierno y a los bancos centrales el poder mágico de hacer feliz a la gente mediante el gasto y la inflación perpetuas.
El Pleno Empleo y El Patrón Oro
El argumento principal avanzado hoy en día en contra del regreso al patrón oro se condensa en la expresión “política de pleno empleo”. Se dice que el patrón oro paraliza los esfuerzos dirigidos a eliminar el desempleo.
En un mercado laboral libre prevalece la tendencia a ajustar los salarios de cualquier tipo de trabajo hasta que todos los empleadores dispuestos a pagar tales salarios encuentren a todos los empleados que deseen ser empleados y todos los demandantes de empleos dispuestos a trabajar por tales salarios encuentren empleo. Pero si se recurre a la coacción o compulsión por parte del gobierno o de los sindicatos de trabajadores para mantener los salarios por encima de los salarios vigentes en el mercado de trabajo, el desempleo de una porción de esa potencial fuerza laboral resultará inevitablemente.
Ni los gobiernos ni los sindicatos de trabajadores tienen el poder de subir los salarios de todos los que quieren encontrar trabajo. Lo único que pueden lograr es subir los salarios de los trabajadores que ya tienen empleo, mientras que un número cada vez mayor de personas a las que les gustaría encontrar trabajo no podrán encontrarlo. Un aumento del salario-tipo vigente en el mercado de trabajo, o sea del salario-tipo en virtud del cual todos los que buscan trabajo finalmente lo pueden encontrar, solo se puede lograr si se aumenta también la productividad marginal del trabajo. En términos prácticos, esto implica aumentar la cuota de capital invertido per cápita. Los salarios y los niveles de vida son mucho más altos hoy en día de lo que lo fueron en el pasado porque bajo el capitalismo el aumento en el capital invertido ha excedido con mucho el aumento experimentado por la población. Los salarios en los Estados Unidos son muchas veces mas altos que en la India porque la cuota per cápita de capital invertido en los Estados Unidos es muchas veces mayor que la cuota per cápita de capital invertido en la India.
Existe solo un método para una exitosa “política de pleno empleo”: que sea el mercado quien determine el nivel de los salarios. El método que Lord Keynes denominó “política de pleno empleo” también buscaba establecer ese nivel de precios que el mercado tiende a fijar. La peculiaridad de la propuesta de Keynes consistió en el hecho de que se propuso erradicar la discrepancia entre los salarios promulgados por decreto y forzados oficialmente y los salarios potenciales de un mercado laboral libre por el expediente de reducir el poder adquisitivo de la unidad monetaria. Se propuso mantener los salarios nominales, o sea los salarios expresados en términos de la moneda fiduciaria nacional, al nivel establecido por decreto del gobierno o impuesto por la presión de los sindicatos de trabajadores. Pero a medida que la cantidad de dinero en circulación aumentara, subirían los precios y bajaría el poder adquisitivo de la unidad monetaria, por lo que los salarios reales, o sea los salarios expresados en términos de poder de compra de bienes vendibles, caerían. El pleno empleo se lograría cuando desapareciera el diferencial entre el nivel oficial establecido para los salarios y el de los salarios reales del mercado.
No hay necesidad de examinar otra vez la cuestión de si esta artimaña Keynesiana podría o no funcionar en la realidad. Aún si la admitiéramos en aras a la discusión, no habría necesidad de ponerla a prueba. Su efecto final respecto a las condiciones del mercado laboral no sería distinto a lo que se lograría dejando que operasen intactos los mecanismos del mercado. Pero solo lo conseguiría a costa de una muy seria perturbación de toda la estructura de precios y por tanto de todo el sistema económico. Los Keynesianos se niegan a llamar “inflación” a cualquier aumento en la cantidad del dinero en circulación cuya intención sea combatir el desempleo. Pero eso es un mero juego de palabras. Porque ellos mismos enfatizan que el éxito de su plan depende de que se produzca un aumento general en los precios de los productos básicos.
Es, por lo tanto, una fábula keynesiana que la receta del pleno empleo pueda conseguir beneficio alguno para los asalariados que no se pueda obtener bajo el patrón oro. El argumento del pleno empleo es tan ilusorio como todos los demás argumentos tendentes a favorecer un aumento de la cantidad de dinero en circulación.
El Fantasma de la Desfavorable Balanza Internacional de Pagos
Una popular doctrina sostiene que el patrón oro no se puede mantener en un país si tiene una “balanza de pagos desfavorable”. Es obvio que este argumento no sirve a quienes en América se oponen al patrón oro. Los Estados Unidos (1953) tienen un muy considerable excedente de exportaciones sobre importaciones. Esto no es ni una gracia divina ni resultado del malvado aislacionismo. Es la consecuencia del hecho de que este país, con distintos títulos y pretextos varios, da ayuda financiera a muchas naciones extranjeras. Estas subvenciones por sí solas permiten a sus perceptores extranjeros comprar más en este país de lo que venden en sus mercados. A falta de tales subsidios sería imposible que cualquier país comprara cosa alguna en el exterior que no pudiera pagar, ya fuese exportando productos básicos u ofreciendo algún otro servicio como el transporte de bienes extranjeros en sus buques o ser un destino turístico para extranjeros. Ninguna artimaña de política monetaria, sin que importe lo sofisticada que sea y lo decidido que sea el empeño de las autoridades, podrá alterar un ápice este hecho.
No es verdad que los llamados países pobres hayan obtenido ventaja alguna del abandono del patrón oro. El rechazo virtual de sus deudas externas, y la virtual expropiación de inversiones externas que esto conllevó, solo les dió un respiro momentáneo. El principal y duradero efecto del abandono del patrón oro, la desintegración del mercado internacional de capitales, impactó a estos países deudores mucho más severamente que impactó a los países acreedores. El desplome de las inversiones externas es una de las principales causas de las calamidades que sufren hoy en día.
El patrón oro no se desplomó. Los gobiernos, que estaban ansiosos por gastar, aún cuando esto significara gastar hasta llevar a la bancarrota a sus países, decidieron destruirlo intencionadamente. Se comprometieron a una política contra el oro, pero lamentablemente, para ellos, fallaron en sus esfuerzos por desacreditar al oro. Aunque oficialmente se haya prohibido, el oro, a ojos de la gente, todavía es dinero, es más, es el único dinero genuino. Cuanto mayor sea el prestigio que tengan los billetes producidos por las imprentas de los distintos gobiernos, mayor será la estabilidad de su tipo de cambio respecto del oro. Pero la gente no acapara papel, acapara oro. Los ciudadanos de este país, por supuesto, no tienen libertad para poseer, comprar o vender oro (1). Si se les permitiera, de seguro lo harían.
Ningún acuerdo internacional, ningún diplomático, y ninguna burocracia supranacional son necesarios para restaurar un sistema monetario estable. Si un país adoptase una política no inflacionaria y se aferrase a ella, con ello estaría asentando las condiciones requeridas para regresar al oro. La vuelta al oro no depende de la satisfacción de alguna condición material. Es un problema ideológico. Presupone una sola cosa: abandonar la ilusión de que se crea prosperidad aumentando la cantidad de dinero en circulación.
La excelencia del patrón oro se puede ver en que independiza el poder adquisitivo de la unidad monetaria de las arbitrarias y vacilantes políticas de gobiernos, partidos políticos y grupos de presión. La experiencia histórica, especialmente de las últimas décadas, ha mostrado claramente las perversidades inherentes a un sistema de moneda nacional falto de esta independencia.
(1) El derecho a poseer oro se restauró para los ciudadanos Estadounidenses el 1 de Enero, 1975.
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