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domingo, 28 de diciembre de 2014

Petróleo: Cambio del juego.


El dilema del prisionero, desarrollado por Merrill M. Flood y Melvin Dresher, es un problema básico en teoría de juegos que demuestra por qué a veces dos personas pueden no cooperar entre ellas, aunque dicha cooperación les reporte beneficios comunes.

Resumiendo mucho y hablando en romano, supongamos que la policía detiene a dos sospechosos, aunque sin pruebas suficientes para una condena. Los inspectores deciden retener a cada sospechoso incomunicado y se les pide que confiesen el crimen ofreciéndoles un trato, que será el mismo para cada prisionero aunque a cada uno se le ofrece por separado. El trato es que si los dos confiesan el crimen, ambos serán condenados a 6 años de prisión. Si uno de los dos confiesa pero el otro no, entonces el que confiese saldrá libre y el otro será condenado por 10 años. Finalmente, si ninguno confiesa, ambos cumplirán una pena de sólo 6 meses por cargos menores.
La elección de los prisioneros se apoyará, lógicamente, en la idea de pasar el mínimo tiempo en la cárcel. Tienen dos opciones: o cooperar con su cómplice o traicionarle. El resultado de cada elección dependerá de la elección del cómplice, que lamentablemente ninguno de los dos conoce. La resolución de este juego, por tanto, será normalmente que ambos confiesen, porque es la estrategia más provechosa (estrategia dominante) para cada prisionero en particular. Por desgracia, esta opción es perjudicial considerando a ambos en conjunto. 


La resolución del juego, tras la elección de los jugadores de su estrategia dominante se conoce como equilibrio de NashComo se ve en este caso, este equilibrio no tiene por qué ser siempre positivo para el conjunto de los participantes en el juego, sino el más provechoso para cada jugador individualmente.
La reunión de la OPEP del 27 de noviembre podía haberse interpretado en términos de este juego: la organización en su conjunto se hubiera beneficiado del positivo traslado de un recorte de la producción a los precios y sin embargo, cada miembro por separado tiene incentivos para no cumplir con las cuotas acordadas.
En primer lugar Arabia Saudí no quiere perder cuota de mercado frente a las nuevas técnicas de extracción, que han situado a Estados Unidos como principal productor mundial de crudo. Si además los legisladores decidieran modificar las leyes que impiden que las compañías estadounidenses exporten petróleo, Arabia Saudí podría perder también su papel de principal exportador. El país árabe ha cifrado en 55-70 USD dólares por barril el coste de producción de shale oil (petróleo extraído con nuevas técnicas en Estados Unidos y Canadá principalmente). Por tanto, su principal táctica es conseguir que el precio se mantenga por debajo de estos niveles. Además, dadas las enormes reservas de los saudíes en comparación con su número de habitantes, su estrategia más provechosa es seguir vendiendo aunque el precio baje.
Por su parte, los países que hacen depender del oro negro una importante parte de sus presupuestos fiscales (como Irán, Venezuela o Argelia) también tienen un incentivo para incumplir las cuotas. Así, estos países deben vender la máxima cantidad posible de petróleo, especialmente cuando los precios están cayendo.
Con todo lo anterior, y teniendo en cuenta el significativo recorrido histórico de que la OPEP no respete las cuotas, era razonable considerar que se decidiese un recorte de la producción. Los principales opositores de este recorte, como Arabia Saudí, podrían haber justificado un mayor compromiso por el consenso en el seno de la organización y después sencillamente esperar a que se incumplieran las cuotas y los precios volvieran a descender.
Sin embargo, la OPEP decidió realizar un movimiento peligroso: cambiar el juego. La OPEP decidió incluir en el juego a nuevos participantes. Decidió jugar al “juego de la gallina”.
El “juego de la gallina” consiste en dos conductores que van el uno frente al otro, el primero que se desvíe es “el gallina”. En la película “Rebelde sin causa” se ve un buen ejemplo, cuando conducen los automóviles hacia un precipicio, y el primero en saltar es “el gallina”.

Así, los países de la OPEP consensuaron que si tenía que haber un recorte de la producción, lo que más les convenía era forzar a que otros países lo hicieran.
Es sencillo encontrar similitudes con la situación de 1986, cuando Arabia Saudí realizó la misma táctica frente a la industria del petróleo en Estados Unidos. Entonces, el barril de WTI llegó a estar ligeramente por encima de los 10 USD. Esta sobreoferta retiró a muchos jugadores del negocio y fue el preludio de la gran crisis del petróleo que comenzó en el 87 (el precio del WTI perdió casi un 70% en el 86 para recuperar más de un 300% en los cuatro años siguientes).


Ahora los conductores son los mismos. Por un lado la OPEP representada por Arabia Saudí y por el otro los países no OPEP productores de shale oil, representados por Estados Unidos. La estrategia más razonable es que alguno gire antes de que se produzca el choque pero, lamentablemente, en este juego existe más de un equilibrio de Nash. Esto implica que la situación pudiera alargarse en el tiempo notablemente hasta alcanzar un equilibrio, que en principio sería que alguno de los dos implicados girase, aunque sea en el último momento.
Con un coste de producción estimado entre 55 y 70 USD el barril del shale oil y de casi 80 USD el del ártico frente a los 20-30 USD del petróleo de Oriente Medio, los países No OPEP tienen todas las posibilidades de ser “los gallinas”. 


Del mismo modo, es ingenuo no pensar que dada la enorme importancia que ha tenido la industria del shale en la recuperación de la economía estadounidense, un descenso sostenido del precio no pasará factura al crecimiento.


Con todo, desde el punto de vista de la balanza fiscal, la OPEP sufrirá cuando un descenso del precio del barril sostenido comience a erosionar de forma preocupante las cuentas de Venezuela, Irán, Argelia e incluso las de Arabia Saudí. Así, se estima que el precio del petróleo Brent debe situarse entre 95 y 140 USD por barril para que estos países cuadren sus cuentas. Así mismo, hay que tener en cuenta que el coste de producción de otros miembros de la OPEP es más alto, estimándose el coste de producción del petróleo obtenido en aguas profundas entre 50-60 USD por barril (caso de Nigeria o de Angola).

De mantenerse una tendencia similar a la del 86, el precio del WTI podría descender por debajo de los 40 USD. Lo más probable es pensar que se ha aprendido algo en estos últimos 30 años. Pero lo único cierto es que el juego está en marcha y es complicado no pensar que alguno se chocará por el camino.

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