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viernes, 19 de diciembre de 2014

Lo que se ve y lo que no se ve


http://www.expansion.com/blogs/el-inversor-consciente/


La economía está llena de paradojas. En su pequeño libro, "Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas" (Lo que se ve y lo que no se ve), el gran economista francés del siglo XIX,  Frederic Bastiat, planteaba la falacia de la ventana rota para tratar de desmentir la aparente paradoja de que una pérdida de riqueza fuese buena para la economía. En el capítulo "El cristal roto", explica que "lo que se ve" es que cuando su hijo rompe el cristal de la ventana, Monsieur Bonhomme tiene que gastarse seis francos en repararla, poniendo en circulación un dinero que genera actividad económica. En términos contables la ventana rota habría propiciado el crecimiento del PIB. Lo que no se ve, sin embargo, sería el coste de oportunidad de haber dado a ese dinero un uso alternativo. El argumento de Bastiat es que el dinero invertido en reparar la ventana se habría gastado en otra cosa si ésta no se hubiera roto, por lo que realmente no se ha producido un aumento de la actividad económica sino la sustitución de una actividad por otra. En términos contables, el PIB se mantiene constante.
El argumento de Bastiat, sin embargo, sólo es válido si el dinero de la reparación se hubiera gastado en todo caso en otra cosa. Si, por el contrario, Bonhomme pensaba mantenerlo guardado debajo de la cama por temor a quedarse sin trabajo, su gasto en la reparación sí representaría un impulso a la industria en general.
En el capítulo "Epargne et Luxe" (Ahorro y Lujo), Bastiat contrapone dos caracteres opuestos, el derrochador (Mondor) y el ahorrador (Ariste). Su objetivo es defender el valor del ahorro, frente a la consideración social del ahorrador como un avaro y del derrochador como alguien que genera riqueza a su alrededor. En este caso "lo que no se ve" es que el dinero que se ahorra no queda necesariamente paralizado, sino que puede generar riqueza si se utiliza para financiar el consumo o la inversión de otros a través de los bancos o los mercados financieros.
Para que esto sea así, sin embargo, es necesario que haya personas que utilicen el ahorro de otros endeudándose para invertir o consumir. Si las malas expectativas de la economía llevan a la gente a aumentar su ahorro y meter el dinero debajo del colchón (o comprar letras del tesoro  alemanas, que para el caso es lo mismo), entramos en una espiral recesiva que se autoalimenta a sí misma y de la que es difícil salir, lo que Keynes llamó la paradoja del ahorro.
Keynes introdujo la idea de los estímulos a la economía financiados con deuda pública como vía para salir de una situación de este tipo. En una situación en la que nadie gasta o invierte y el dinero se inmoviliza en activos sin riesgo, la acción del estado consistiría en movilizar ese dinero para invertirlo en la economía real, rompiendo el círculo vicioso del ahorro y poniendo en marcha de nuevo un círculo virtuoso de crecimiento. La idea no era tanto evitar las recesiones, que forman parte del proceso natural de crecimiento de la economía, sino intervenir en situaciones concretas extremas en las que la economía no era capaz por si misma de salir de la recesión, entrando en situaciones de equilibrio con elevado desempleo como era el caso en la Gran Depresión.
Desde hace tiempo existe un acalorado debate sobre si Europa debería aplicar políticas de estímulo Keynesianas, como más o menos está llevando a cabo EEUU, o mantener las políticas de austeridad como vía para reformar la economía y volver al crecimiento. En el fondo creo que no hay tantas diferencias en las posiciones como parece, y las discusiones son más de tinte ideológico que real. Las políticas de austeridad en Europa son relativas, si tenemos en cuenta que todos los países mantienen déficits abultados desde el inicio de la crisis. En ausencia de una corrección de los mismos, el problema de la deuda estallaría de forma irremisible en los próximos años. Estamos por tanto más bien ante una discusión sobre el ritmo que tiene que llevar el ajuste. Para unos es demasiado lento, porque les preocupa mucho la deuda y para otros es demasiado rápido porque les preocupa la contracción de la actividad económica. Es como una discusión entre Mondor y Ariste, el derrochador y el austero, en la que cada uno de ellos interpreta la realidad de acuerdo con los sesgos particulares de sus caracteres. Personalmente creo que la Unión Europea está llevando una línea bastante plausible entre ambos extremos que poco a poco va dando sus frutos.
La reciente declaración de Oli Rehn en el sentido de que España ha hecho los ajustes suficientes para 2012 y 2013, es un buen punto de partida para que el Gobierno español deje de centrar todos sus esfuerzos en los recortes, y pase ahora a completar las reformas estructurales que pongan en marcha los incentivos necesarios para reactivar la economía. Al final se trata de que los que tienen el dinero debajo del colchón, empiecen a usarlo para arreglar las ventanas o invertir en los que tienen proyectos de inversión para poner en marcha. Ese cambio sutil de expectativas es la línea roja que separa la recesión del crecimiento.

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