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domingo, 24 de enero de 2016

La ilusión de los viejos liberales





Las masas, las huestes de hombres comunes, no conciben ninguna idea, sensata o insensata. Ellos solo eligen entre las ideologías desarrolladas por los líderes intelectuales de la humanidad. Pero su elección es definitiva y determina el curso de los acontecimientos. Si optan por malas doctrinas, nada podrá evitar el desastre.
La filosofía social de la Ilustración no logró ver los peligros que la preferencia por ideas insensatas podía engendrar. Las objeciones generalmente esgrimidas contra el racionalismo de los economistas clásicos y los pensadores utilitaristas son vanas. Pero existía un defecto en sus doctrinas. Despreocupadamente asumieron que lo que es razonable lo continuaría siendo simplemente por ser razonable. Nunca pensaron en la posibilidad de que la opinión pública pudiese favorecer falsas ideologías cuya realización podría dañar la riqueza y el bienestar desintegrando la cooperación social.
Está de moda, hoy en día, menospreciar a aquellos pensadores que criticaron la fe de los filósofos liberales en el hombre común. Sin embargo, Burke y Haller, Bonald y de Maistre prestaron atención a un problema esencial que los liberales habían descuidado. Fueron más realistas en la valoración de las masas que  sus adversarios.
Por supuesto, los pensadores conservadores trabajaron bajo la ilusión de que el tradicional sistema paternalista de gobierno y la rigidez de las instituciones económicas  podrían ser preservados. Estaban llenos de alabanzas hacia el antiguo régimen que había hecho prosperar a la gente e incluso había humanizado la guerra. Pero no vieron que fueron precisamente estos logros los que incrementaron las cifras de la población para la que no quedó espacio en el viejo sistema económico restriccionista. Cerraron  los ojos ante el crecimiento de una clase de gente que se mantenía fuera del restringido orden social que deseaban perpetuar. No lograron encontrar solución alguna para el más acuciante problema con el que debería lidiar la humanidad en vísperas de la “Revolución Industrial”.
El Capitalismo dió al mundo lo que necesitaba, una mayor calidad de vida para un número de personas en constante crecimiento. Pero los liberales, los pioneros y defensores del capitalismo, pasaron por alto un punto esencial. [p. 865] Un sistema social, aun siendo beneficioso, no podrá funcionar si no cuenta con el apoyo de la opinión pública. No anticiparon el éxito de la propaganda anticapitalista. Luego de invalidar la fábula de la misión divina del rey ungido, los liberales fueron presa de doctrinas no menos ilusorias, el irresistible poder de la razón, la infalibilidad del volonté générale, y la inspiración divina de la mayoría. Pensaron que, a largo plazo, nada podrá detener la progresiva mejora de las condiciones sociales. Desenmascarando las ancestrales supersticiones, la filosofía de la Ilustración había, de una vez y por todas, demostrado la supremacía de la razón. Los logros de las políticas de libertad serían una apabullante demostración de las bendiciones de esta nueva ideología de manera que ningún hombre inteligente se aventure a cuestionarla. E, implícito para los filósofos, la inmensa mayoría de las personas son inteligentes y capaces de pensar de forma correcta.
Nunca se le ocurrió a los viejos liberales que la mayoría pudiese interpretar la experiencia histórica en base a otras corrientes filosóficas. Nunca previeron la popularidad de aquellas ideas que hubiesen calificado de reaccionarias, supersticiosas e irracionales adquirirán en los siglos XIX y XX. Estaban tan convencidos asumiendo que todos los hombres están dotados de la facultad de razonar correctamente que interpretaron equivocadamente todos los  presagios. A su manera de ver las cosas, todos aquellos desagradables eventos eran recaídas temporales, episodios accidentales a los que no debían dar importancia los filósofos en su búsqueda histórica de la sub specie aeternitatis de la humanidad. Independientemente de lo que los reaccionarios pudiesen decir, había un hecho que no era posible negar; a saber, que el capitalismo provee a una población en rápido crecimiento una estable mejoría en el nivel de vida.
Fue precisamente este hecho el que la inmensa mayoría combatió. El punto fundamental de la enseñanza de todos los autores socialistas, y en especial en las enseãnazas de Marx, es la doctrina de que el resultado del capitalismo es una progresiva pauperización de las masas trabajadoras. Respecto a los países capitalistas, la falacia de esta teoría difícilmente puede ser ignorada. Respecto a los países subdesarrollados, los que sólo habían sido afectados superficialmente por el capitalismo, el crecimiento sin precedentes de las cifras de población no sugiere la interpretación de que las masas se están hundiendo cada vez más. Estos países son pobres cuando se les compara con los países más avanzados. Su pobreza es el resultado del rápido crecimiento de su población. Estas personas han preferido tener mayor descendencia en lugar de incrementar su calidad de vida a un nivel mayor. Esto es decisión de ellos. Pero este hecho nos indica que han tenido la riqueza para prolongar su promedio de longevidad. Hubiese sido [p. 866] imposible para ellos traer más niños al mundo si los medios de subsistencia no hubiesen sido incrementados.
Sin embargo, no sólo los Marxistas, sino también muchos de los autores denominados  “burgueses” afirman que las predicciones de Marx sobre la evolución del capitalismo se han visto verificadas por la historia a lo largo de los últimos cien años.

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