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sábado, 23 de enero de 2016

La destrucción actual de riqueza se oculta por la deuda pública

 



Sigue siendo inadvertido por una gran parte de la población que hemos estado viviendo un periodo de relativo empobrecimiento. El dinero se ha despilfarrado en gasto social, rescatando banco e incluso (en Europa) en gobiernos amigos. Pero mucha gente sigue sin sentir el dolor.
Sin embargo las malas inversiones han destruido una inmensa cantidad de riqueza real. El gasto público en programas sociales y aventuras militares ha causado crecientes deudas públicas y déficits en el mundo occidental. Estas deudas nunca se devolverán en términos reales.
El estado de bienestar y guerra es la mayor mala inversión actual. No satisface las preferencias de individuos que interactúan libremente y desaparecería de inmediato si no fuera continuamente estimulado por el dinero del contribuyente recogido bajo la amenaza de violencia.
Otra fuente de malas inversiones ha sido el ciclo económico disparado por la expansión del crédito de un sistema semi-público de banca de reserva fraccionaria. Después de la crisis financiera de 2008, las malas inversiones solo se han liquidado parcialmente. Los inversores que habían financiado las malas inversiones, como  los fabricantes de vehículos desbordados y los prestamistas de hipotecas fueron rescatados por los gobiernos, ya sea directamente con inyecciones de capital o indirectamente mediante subvenciones y obras públicas. El estallido de la burbuja inmobiliaria causó pérdidas para el sistema bancario, pero este no asume totalmente esas pérdidas, porque fue rescatado por gobiernos de todo el mundo. Por consiguiente, las malas deudas se trasladaron del sector privado al público, pero no desaparecieron. Con el tiempo, se crearon nuevas deudas mediante un aumento en el gasto social público, como prestaciones de desempleo y multitud de programas de “estímulo”. La deuda pública se disparó.
En otras palabras, las pérdidas resultantes de las malas inversiones del pasado ciclo se han trasladado en buena parte a los balances de los gobiernos y sus bancos centrales, Ni los inversores originales ni los accionistas de los bancos, ni los acreedores de los bancos, ni los poseedores de deuda pública han asumido estas pérdidas. Trasladar malas deudas no puede sin embargo recrear la riqueza perdida y la deuda permanece.
Para explicarlo, consideremos a Robinson Crusoe y al joven Viernes en su isla. Robinson trabaja duro durante décadas y ahorra para la jubilación. Invierte en bonos emitidos por Viernes. Viernes invierte en un proyecto. Empieza a construir un barco pesquero que producirá suficiente pesca como para alimentar a ambos cuando Robinson se jubile y deje de trabajar.
Al jubilarse, Robinson quiere empezar a consumir su capital. Quiere vender sus bonos y comprar bienes (peces) que produce Viernes. Pero el plan no funcionará si el capital ha estado derrochando en malas inversiones. Viernes puede ser incapaz de pagar los bonos en términos reales, porque sencillamente ha consumido los ahorros de Robinson sin trabajar o porque ha fracasado el proyecto de inversión financiado con los ahorros de Robinson.
Por ejemplo, imaginad que el bote se construye mal y se hunde, o que Viernes nunca construye el bote porque prefiere irse de juerga. La riqueza que Robinson pensaba tener simplemente no está ahí. Por supuesto, durante un tiempo Robinson puede mantener la ilusión de que es rico. De hecho, sigue poseyendo los bonos.
Imaginemos que hay un gobierno con su banco central en la isla. Para “arreglar” la situación, el gobierno de la isla compra y nacionaliza la empresa quebrada de Viernes (y el bote hundido). O el gobierno puede rescatar a Viernes transfiriéndole dinero mediante la emisión de nueva deuda pública que compra el banco central. Viernes puede así pagar a Robinson con dinero recién impreso. Otra alternativa es que los bancos centrales puedan también imprimir papel moneda para comprar los bonos directamente a Robinson. Los malos activos (representados por los bonos) se trasladan al balance del banco central o del gobierno.
Como consecuencia, Robinson Crusoe puede tener la ilusión de que sigue siendo rico porque posee bonos públicos, papel moneda o los bonos emitidos por una empresa nacionalizada o subvencionada. De forma similar, la gente hoy se siente rica porque posee cuentas de ahorro, bonos públicos, fondos mutuos o una póliza de un seguro de vida (con los bancos, los fondos y las aseguradoras habiendo invertido fuertemente en bonos públicos). Sin embargo, la destrucción de riqueza (el hundimiento del bote) no puede revertirse. Al final del día, Robinson no puede comer los bonos, el papel u otros valores que posee. Simplemente no hay riqueza real que los respalde. Nadie está realmente capturando pesca, así que sencillamente no habrá peces suficientes para alimentar a Robinson y Viernes.
Hoy pasa algo similar. Mucha gente cree que posee riqueza real que no existe. Su capital ha sido desperdiciado directa o indirectamente por malas inversiones públicas. Los gobiernos han gastado recursos en programas sociales y han realizado promeses de planes públicos de pensiones, han rescatado empresas creando mercados artificiales, mediante subvenciones e inyecciones de capital. La deuda pública se ha disparado.
Mucha gente cree que la riqueza en papel que posee en forma de bonos públicos, fondos de inversión, pólizas de seguro, depósitos bancarios y valores les proporcionará unos buenos años de retiro. Sin embargo, al jubilarse solo podrán consumir lo que produzca la economía real. Pero la capacidad de producción real de la economía se ha visto gravemente distorsionada y reducida por la intervención pública. La riqueza en papel está respaldada en gran medida por aire caliente. La transferencia en marcha de malas deudas a balances de gobiernos y bancos centrales no puede deshacer la destrucción de riqueza. Ahorradores y pensionistas en algún momento descubrirán que el valor real de su riqueza es mucho menor que el que esperaban. De qué manera se destruirá exactamente la ilusión, es algo que está por ver.

Publicado el 21 de noviembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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