Las desigualdades sociales han sido instrumentadas por la inmensa mayoría de partidos políticos españoles. Según nos han vendido, la crisis económica ha supuesto una oportunidad de oro para que las oligarquías engrosen sus ganancias precarizando las condiciones de vida de la mayoría de la población a través de recortes salariales y presupuestarios. De esta manera, prosigue este relato, España ha terminado convirtiéndose en el segundo país más desigual de toda Europa: una auténtica calamidad que bien merece ser combatida a través de una agresiva batería de intervenciones gubernamentales como las subidas de impuestos o los incrementos del gasto público.
Sin embargo, tachar a España de “uno de los países más desiguales de Europa” únicamente constituye una consigna propagandística al servicio de la demagogia política. Hoy mismo, el Instituto Juan de Mariana, centro de pensamiento dedicado a la promoción y defensa de una sociedad de personas libres y responsables, ha publicado su nuevo informe “La desigualdad en España: ¿Realmente es España uno de los países más desiguales de Europa?”, donde se refutan cuatro grandes falacias al respecto.
Primero, España es uno de los países europeos con mayor igualdad en materia de riqueza. Así, el índice Gini de riqueza (uno de los indicadores más usados para medir la desigualdad, donde 0 indica máxima igualdad y 1 máxima desigualdad), toma en nuestro país el valor de 0,67, muy por debajo de otros países de nuestro entorno como Alemania (0,78), Austria (0,78), Suecia (0,81) o Dinamarca (0,89).
Segundo, la desigualdad de ingresos de España se ubica en la media europea. Cuando se intenta hacer pasar a nuestro país como una de las sociedades con mayor desigualdad de ingresos de Europa es porque se omiten del cálculo otros ingresos en especie que reciben los españoles y que deberían integrar su “renta disponible”: muy en particular, la renta vinculada a la propiedad de su vivienda habitual. Por ejemplo, ¿qué pensionista dispone de mayor renta? ¿Un español con casa en propiedad y que recibe una pensión de 600 euros mensuales o un danés que cobra una pensión de 900 pero debe pagar un alquiler de 400? Pues evidentemente el español: pero las mediciones más habituales de la desigualdad de renta no suelen incorporar la ventaja financiera que supone vivir en un inmueble de nuestra propiedad. Cuando sí lo tomamos en cuenta, la desigualdad española se ubica por debajo de la francesa y a niveles similares a la alemana.
Tercero, el aumento de la desigualdad de renta que ha tenido lugar durante la crisis no está vinculado a la caída de los salarios y a las superganancias de los grandes directivos: un 80% del aumento de la desigualdad se explica por el incremento exorbitado del desempleo. Por consiguiente, la forma de reducir todavía más la desigualdad de rentas no es con más impuestos y controles salariales, sino facilitando la creación de empleo.
Y cuarto, la desigualdad que realmente debería preocuparnos por medir las diferencias en el bienestar real de los ciudadanos es la desigualdad de consumo. Si ricos y pobres consumieran siempre lo mismo en las mismas cantidades, su nivel de vida sería idéntico. Pues bien, en materia de desigualdad de consumo, España se ubica entre las sociedades más igualitarias de Europa, incluso por debajo de la para tantos tan ejemplar Dinamarca.
En definitiva, una vez consideradas las distintas tipologías de desigualdad (riqueza, renta o consumo), el último informe del Instituto Juan de Mariana demuestra que la sociedad española es globalmente una de las menos desiguales de toda Europa.
La mentira
Intermon Oxfam publicó la semana pasada un informe en el que afirma que las desigualdades en el mundo están aumentando a uno de los mayores ritmos de nuestra historia. Sus conclusiones, sin embargo, se basan en una lectura tergiversada y manipuladora de datos que están accesibles para todos. La realidad es que jamás ha habido menos pobres que ahora en la historia de la humanidad: asimismo, y según prácticamente todos los estudios —incluso aquellos sobre los que se apoya Oxfam—, los últimos 25 años constituyen el primer periodo histórico registrado de reducción de las desigualdades a nivel global. No por casualidad, las rentas que más han aumentado desde 1990 han sido las de los estratos más pobres del planeta: el crecimiento económico global ha beneficiado sobre todo a los que menos tienen (en especial, gracias al rápido desarrollo de China). ¿Por qué entonces Oxfam miente de manera tan descarada con sus informes? Sólo caben dos posibilidades: o ignorancia o mala fe. En todo caso, ambas malas cualidades para una ONG.
La amenaza
Más allá del reparto de sillones, lo que determinará el buen o el mal rumbo del próximo gobierno de España es la agenda de reformas que pretenda emprender. En este sentido, lo más grave de la oferta de gobierno de Podemos al PSOE no es que Pablo Iglesias ocupe la vicepresidencia o que Alberto Garzón pudiera alcanzar la cartera de Economía: lo que sí debería constituir un motivo de preocupación son las propuestas políticas que pretenden impulsarse desde tales cargos. En este sentido, Podemos ya ha prometido derogar las recientes reformas del mercado laboral y de las pensiones, lo cual sólo contribuiría a, por un lado, obstaculizar la creación de empleo en España y, por otro, a volver absolutamente insostenible —más incluso de lo que ya es— el sistema español de Seguridad Social. Por mucho que el FMI pronosticara la semana pasada que nuestro país crecerá en 2016 más de lo inicialmente previsto, los cada vez mayores riesgos de contrarreformas políticas no deberían omitirse de tales expectativas: el futuro no está escrito.
Más estímulos
En medio de una tormenta financiera internacional, el Banco Central Europeo ha anunciado recientemente una nueva batería de estímulos monetarios para tratar de reflotar la economía del Viejo Continente. Se equivoca Mario Draghi, sin embargo, creyendo que la solución para las economías europeas es más crédito barato: el problema de Europa es, por un lado, su excesivo endeudamiento público-privado y, por otro, la falta de libertad económica que facilite la creación de riqueza. Ninguna de estas dos carencias se resuelve con más manguerazos de liquidez: para reducir nuestra deuda evidentemente no debemos endeudarnos más; para flexibilizar nuestra economía, requerimos de gobiernos reformistas y valientes. Por desgracia, el Sur de Europa —Grecia, España, Portugal y acaso Italia en un futuro no muy lejano— avanza hacia gobiernos crecientemente populistas que sólo son capaces de prometer más endeudamiento público y muchas más rigideces normativas: esos dos problemas fundamentales de nuestras economías no hallarán solución en el crédito barato que promete Draghi. Al contrario, podría suponer un artificial balón de oxígeno para tales regímenes populistas.
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