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viernes, 2 de septiembre de 2016

Cómo el capitalismo mejora el bienestar de todos

 

[Extraído de Liberalismo]
Hay una opinión extendida de que el liberalismo se distingue de otros movimientos políticos por el hecho de que pone el interés de una parte de la sociedad (las clases propietarias, los capitalistas, los empresarios) por encima de los intereses de otras clases. Esta afirmación es completamente errónea. El liberalismo siempre ha tenido como objetivo el bien de todos, no de ningún grupo especial. Era esto lo que los utilitaristas ingleses querían expresar (aunque es verdad, no muy apropiadamente) en su famosa fórmula “la mayor felicidad para el mayor número”. Históricamente, el liberalismo fue el primer movimiento que buscó promover el bienestar de todos, no de unos grupos especiales. El liberalismo se distingue del socialismo, que también profesa trabajar por el bien de todos, no por el objetivo que busca, sino por los medios que elige para alcanzar dicho objetivo.
Si se mantiene que la consecuencia de una política liberal es o debe ser favorecer los intereses especiales de ciertos estratos de la sociedad sigue siendo una cuestión que admite discusiones. Una de las tareas del presente trabajo es demostrar que este reproche no está justificado en modo alguno. Pero no se puede, desde el mismo principio, imputar injusticia a la persona que lo plantea: aunque consideremos incorrecta su opinión, podría ser que se planteara de buena fe. En todo caso, quien ataca al liberalismo de esta manera concede que sus intenciones son desinteresadas y que no quiere nada más que lo que dice que quiere.
Muy distintos son aquellos críticos del liberalismo que le reprochan querer promover, no el bienestar general, sino solo los intereses especiales de ciertas clases. Esos críticos son al tiempo injustos e ignorantes.  Al elegir este modo de atacar. Demuestran que en su fuero interno saben bien las debilidades de su propio alegato. Agitan armas envenenadas porque no pueden tener esperanza de éxito en otro caso.
Si un doctor muestra a un paciente que ansía comida perjudicial para su salud la perversidad de su deseo, nadie sería tan tonto como para decir: “El doctor no se preocupa por el bien del paciente; quien quiera bien al paciente no debe privarle del placer de disfrutar de esa comida deliciosa”. Todos entenderían que el doctor aconseja al paciente renunciar al placer que permite la comida dañina solo para evitar perjudicar su salud. Pero tan pronto como el asunto afecte a la política social, se tiende a considerarlo de forma muy diferente. Cuando el liberal aconseja contra ciertas medidas populares porque espera consecuencias dañinas de ellas, es censurado como enemigo del pueblo y se acumulan las alabanzas a los demagogos que, sin consideración por el mal que acaecerá, recomiendan lo que parece ser conveniente para el momento.
La acción razonable se distingue de la que no lo es por el hecho de que implica sacrificios provisionales. Estos últimos son solo sacrificios aparentes, ya que se ven compensados por las consecuencias favorables que aparecerán después. La persona que evita comida sabrosa pero malsana hace solo un sacrificio provisional y aparente. El resultado (la no aparición de daños para su salud) demuestra que no ha perdido, sino ganado. Actuar de esta manera requiere sin embargo ideas de las consecuencias de la propia acción. El demagogo aprovecha este hecho. Se opone al liberal, que reclama sacrificios provisionales y meramente aparentes y le denuncia como un desalmado enemigo del pueblo, mientras él se hace pasar por amigo de la humanidad. Apoyando las medidas que defiende, sabe muy bien cómo tocar los corazones de sus oyentes y hacerles llorar con alusiones a las penurias y la miseria.
L apolítica antiliberal es una política de consumo de capital. Recomienda que el presente sea atendido más abundantemente a costa del futuro. Es exactamente el mismo caso del paciente del que hemos hablado. En ambos casos una desventaja relativamente grave en el futuro se muestra en oposición a una gratificación momentánea relativamente abundante. Hablar en ese caso como si la cuestión fuera de insensibilidad frente a filantropía es directamente poco honrado y mentiroso. No son solo el tipo habitual de políticos y prensa de los partidos antiliberales los que están abiertos a ese reproche. Casi todos los escritores de la escuela de la Sozialpolitik han usado este modo engañoso de combate.
El que haya penurias y miseria en el mundo no es, como el lector medio de periódicos en su simpleza es demasiado propenso a creer, un argumento contra el liberalismo. Es precisamente la penuria y la miseria lo que el liberalismo busca eliminar y considera los medios que propone los únicos apropiados para el logro de este fin. Que el que piense que conoce un método mejor o incluso diferente para este fin lo pruebe. La afirmación de que los liberales no buscan el bien de todos los miembros de la sociedad, sino solo el de esos grupos especiales, no es en modo alguno un sustitutivo de esta prueba.
El hecho de que haya penuria y miseria no constituiría un argumento contra el liberalismo ni siquiera si el mundo siguiera hoy una política liberal. Siempre sería una cuestión abierta si no podría haber más penuria y miseria si se hubieran seguido otras políticas. A la vista de todas las maneras en que el funcionamiento de la institución de la propiedad privada se ve frenada y obstaculizada en todos sus aspectos hoy por políticas antiliberales, es manifiestamente bastante absurdo buscar inferir cualquier cosa contra la corrección de los principios liberales a partir del hecho de que las condiciones económicas no son, en la actualidad, las que serían de desear. Para apreciar lo que han logrado liberalismo y capitalismo, deberían compararse las condiciones que hay en la actualidad con las de la Edad Media o los primeros siglos de la edad moderna. Lo que podrían haber logrado el liberalismo y el capitalismo si se les hubiera dado rienda suelta solo puede deducirse desde consideraciones teóricas.

Publicado originalmente el 25 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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