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viernes, 26 de agosto de 2016

Un homenaje a Ludwig von Mises


MisesHayek

 


[Discurso de homenaje realizado por F. A. Hayek en una fiesta en honor de Mises el 7 de marzo de 1956 en Nueva York]
Sr. Presidente, profesor von Mises, señoras y caballeros. No ha habido, ni espero que haya nunca en mi vida, otra ocasión en que me haya sentido tan honrado y agradecido por levantarme y expresar en nombre de todos los reunidos y de cientos de otros, la profunda admiración y gratitud que sentimos por un gran intelectual y un gran hombre. Es un honor que no dudo que debo al hecho de que, entre los disponibles, probablemente yo sea el más viejo de sus pupilos y de que, en consecuencia, pueda ser capaz de contaros algunos recuerdos personales sobre ciertas fases del trabajo del hombre al que homenajeamos hoy.
Antes de dirigirme directamente al profesor von Mises, confío en que me permitirá hablaros acerca de él. Pero, aunque mis recuerdos abarquen casi cuarenta de los cincuenta años que han pasado desde el acontecimiento cuyo aniversario celebramos, no puedo hablar de mi propio conocimiento sobre la primera parte de este periodo. Cuando me senté por primera vez a los pies del profesor Mises, inmediatamente después de la Primera Guerra, ya era un personaje bien conocido con la primera de sus grandes obras firmemente establecida como el libro de referencia de la teoría del dinero. Esa obra apareció en 1912 y no fue en modo alguno su primera. De hecho, su primer libro de economía había aparecido hacía más de diez años antes, cuatro años antes incluso de que el profesor Mises obtuviera su doctorado.
Nunca entendí bien cómo lo hizo. Creo que lo escribió antes de entrar en contacto con el hombre de la generación anterior que puede afirmar haber ejercido una influencia importante en su pensamiento científico: Eugen von Bohm-Bawerk. Fue en el seminario de Bohm-Bawerk donde estaba entonces apareciendo un grupo brillante, que se convertiría en la tercera generación de la Escuela Austriaca, fundada por Carl Menger. De entre ellos, pronto resultaría evidente que von Mises era quien tenía la mente más independiente.
Antes de que deje el periodo estudiantil que llevó al grado conseguido hace cincuenta años, interrumpiré este relato para hacer un anuncio. No somos en modo alguno los únicos que hemos pensado aprovechar este aniversario para homenajear al profesor Mises. Me temo que no será para él una noticia, por mucho que gustaría ser el que la diera el primero, de que la Universidad de Viena también ha querido aprovechar la ocasión. Como supe hace solo unos pocos días, la Facultad de Derecho en aquella universidad  decidió hace un tiempo renovar formalmente el título que le concedió hace tanto tiempo. Si el nuevo diploma no ha llegado todavía al profesor von Mises, lo hará en cualquier momento. Puedo leeros la citación que me envió el decano por correo aéreo:
La Facultad de Derecho de la Universidad de Viena decidió en su reunión del 3 de diciembre de 1955 renovar el diploma de doctor otorgado el 20 de febrero de 1906 a Ludwig von Mises “que ha obtenido la máxima distinción por sus contribuciones a la teoría económica de la Escuela Austriaca, ha contribuido enormemente a la reputación de la ciencia austriaca en el extranjero y que también ha realizado una tarea muy beneficiosa como Director de la Cámara de Comercio de Viena y a quien se debe la iniciativa para la fundación del Instituto Austriaco de Investigación Económica.
Pero debo volver a su primera contribución importante a la economía. A nosotros, esa primera década de nuestro siglo, cuando fue escrita, nos puede parecer un periodo muy lejano de paz e incluso en Centroeuropa la mayoría de la gente se engañaba acerca de la estabilidad de su civilización. Pero no era eso lo que veía un observador agudo con la visión de futuro del profesor von Mises. Incluso creo que ese primer libro se escribió bajo la constante sensación de una condena inminente y bajo todas las dificultades y perturbaciones a las que está expuesto un joven oficial en la reserva en un momento de constantes alarmas de guerra. Menciono esto porque creo que es verdad que todas las obras del profesor Mises fueron escritas con la duda constante acerca de si la civilización que las hizo posibles duraría lo bastante como para que aparecieran. Pero, a pesar de la sensación de urgencia con la que están escritas, tienen una perfección clásica, una comprensividad redonda de ámbito que podría sugerir una composición sin prisas.
La teoría del dinero es mucho más que solo una teoría del dinero. Aunque su principal objetivo sea rellenar lo que era entonces el hueco más clamoroso en el cuerpo de la teoría económica aceptada, también hacía su contribución a los problemas básicos del valor y el precio. Si su efecto hubiera sido más rápido, podría haber impedido grandes sufrimientos y destrucciones. Pero el estado de la comprensión monetaria estaba entonces sencillamente tan bajo que habría sido demasiado esperar que una obra tan compleja hubiera tenido un efecto rápido. Fue pronto apreciada por algunas de las mentes más brillantes de la época, pero su apreciación general llegó demasiado tarde para salvar a su país y a la mayoría de Europa de la experiencia de una inflación devastadora.
No puedo resistir la tentación de mencionar brevemente una curiosa reseña que recibió el libro. Entre los reseñadores estaba un hombre ligeramente más joven llamado John Maynard Keynes, que no pudo reprimir una expresión algo envidiosa de admiración por la erudición y la amplitud filosófica del trabajo, pero que, por desgracia, como explicó posteriormente, solo podía entender en alemán lo que ya sabía y no aprendió nada de él. El mundo se podía haber ahorrado muchos sufrimientos si el alemán de Lord Keynes hubiera sido un poco mejor.
Poco después de la publicación del libro y el nombramiento para dar clases en la universidad que conllevó, el trabajo científico del profesor Mises se vio interrumpido definitivamente por el estallido de la primera gran guerra y fue llamado a filas. Después de algunos años en artillería, creo que comandando al final una batería, se encontró al finalizar la guerra en la sección de economía del Ministerio de Guerra, donde evidentemente estuvo de nuevo pensando activamente acerca de problemas económicos más amplios. En todo caso, casi tan pronto como acabó la guerra, tenía listo un nuevo libro, una obra poco conocida y ahora rara, llamada Nation, Staat und Wirtschaft, de la cual guardo particularmente como un tesoro mi ejemplar, porque contiene muchos indicios de posteriores descubrimientos.
Supongo que la idea de su segunda obra magna ya debería estar formándose en su cabeza en ese momento, ya que su capítulo crucial apareció dos años más tarde en un famoso artículo sobre el problema del cálculo económico en una comunidad socialista. El profesor Mises había regresado entonces a su puesto como consejero legal y experto financiero de la Cámara de Comercio de Viena. Tengo que explicar que las cámaras de comercio son en Austria instituciones oficiales cuya tarea principal es aconsejar al gobierno sobre legislación. Al mismo tiempo, el profesor Mises estaba combinando este puesto con el de uno de los jefes de una oficina especial del gobierno relacionada con el cumplimiento de ciertas cláusulas del tratado de paz. Ahí fue donde empecé a conocerle bien.
Por supuesto, ya había sido un miembro de su clase en la universidad. Pero como entonces, como debo mencionar como excusa, me estaba aplicando en un curso acelerado de posguerra sobre derecho y no dedicaba todo mi tiempo libre a la economía, no había aprovechado esa oportunidad como debería haber hecho. Pero luego resultó que mi primer empleo fue a las órdenes del profesor Mises en esa oficina pública temporal. Allí llegué a conocerle, principalmente como un ejecutivo tremendamente eficiente, el tipo de hombre que, como se decía de John Stuart Mill, como realiza el trabajo de un día normal en dos horas, siempre tiene la mesa limpia y tiempo para hablar de todo. Llegué a conocerle como uno de los hombres mejor formados e informados que yo haya conocido y, lo que era más importante en un momento de gran inflación, como el único hombre que entendía realmente lo que estaba pasando. Así que hubo un momento en el que pensamos que pronto sería llamado para ocuparse de las finanzas del país. Estaba claro que era el único hombre capaz de detener la inflación y se podría haber evitado  si hubiera estado al mando. No lo estuvo.
Sin embargo, de lo que no tenía ni la más mínima idea en aquel entonces, a pesar de nuestros contactos diarios, era de que el profesor Mises estaba también escribiendo el libro que produciría la impresión más profunda sobre mi generación. Die Gemeinwirtschaft, posteriormente traducido como Socialismo, apareció en 1922. Por mucho hayamos llegado a admirar los logros de Mises en teoría económica, esto era un alcance mucho más amplio e importante. Era una obra de economía política, en la tradición de los grandes filósofos morales, un Montesquieu o un Adam Smith, que contenía al tiempo un agudo conocimiento y una profunda sabiduría. Tengo pocas dudas de que mantendrá el puesto que ha alcanzado en la historia de las ideas políticas. Pero no cabe ninguna duda acerca del su efecto sobre nosotros, que estábamos en nuestra edad más impresionable. El mundo nunca volvió a ser el mismo para ninguno de los jóvenes que leímos el libro cuando apareció. Si Roepke estuviera aquí, o Robbins, u Ohlin (por mencionar solo a la gente de mi misma edad), os contarían lo mismo. No que lo entendiéramos todo de golpe. Era una medicina demasiado fuerte y una píldora demasiado amarga. Pero hacer ver las contradicciones, obligar a otros a pensar por sí mismos las ideas que le han dirigido, es la función principal del innovador. Y aunque podríamos tratar de resistirnos, incluso luchar fuertemente para sacar de nuestro sistema consideraciones inquietantes, no tuvimos éxito. La lógica del argumento era inexorable.
No era fácil. Las enseñanzas del profesor Mises parecían dirigirse contra todo lo que nos habían llevado a creer. Era un momento en el que todos los argumentos intelectuales de moda parecían señalar al socialismo y en el que casi todos los “hombres buenos” entre los intelectuales eran socialistas. Aunque la influencia inmediata del libro pudo no haber sido tan grande como uno podría haber pensado, es en algún modo sorprendente que tuviera tanta influencia como tuvo. Porque para el joven idealista del momento, significaba la frustración de todas sus esperanzas y, como estaba claro que el mundo se inclinaba hacia una causa cuya naturaleza destructiva señalaba la obra, nos dejaba poco más que una negra desesperación. Y para quienes conocíamos personalmente al profesor Mises, por supuesto, pronto nos quedó claro que su propia visión del futuro de Europa y el mundo era de un profundo pesimismo. Pronto íbamos a saber lo justificado que estaba su pesimismo.
La gente joven no estaba dispuesta a aceptar un argumento que daba una visión pesimista del futuro inevitable. Pero cuando no bastaba la fuerza de la lógica del profesor Mises, otro factor la reforzaba enseguida: la exasperante tendencia del profesor Mises a demostrar que tenía razón.  Tal vez la tristes consecuencias de la estupidez que él reprendía no siempre se manifestaban tan pronto como él predecía. Pero llegaban inevitablemente, antes o después.
Dejadme que inserte un párrafo que no está en mi manuscrito. No puedo dejar de sonreír cuando oigo que se describa al profesor Mises como conservador. De hecho en este país y en este momento, sus opiniones parecen apelar a personas de mentalidad conservadora. Pero cuando empezó a defenderlas, no había ningún grupo conservador al que pudiera apoyar. No podía haber habido nada más revolucionario, más radical, que su apelación a confiar en la libertad. Para mí, el profesor Mises es y sigue siendo ante todo un radical inteligente y racional, pero sin embargo un radical en la vía correcta.
He hablado bastante tiempo de Socialismo porque, para nuestra generación, debe seguir siendo el producto más memorable y decisivo de la carrera del profesor Mises. Por supuesto, continuamos aprendiendo y aprovechando sus series de libros y trabajos en los que, durante los siguientes quince años, desarrolló y reforzó su postura. No puedo mencionarlos individualmente, aunque todos y cada uno de ellos merecerían una explicación detallada. Debo ocuparme de su tercera obra magna, que apareció por primera vez en Suiza en una edición en alemán en 1940 y diez años después en una edición reescrita en inglés bajo el título de La acción humana. Cubre un campo mucho mayor que solo la economía política y aún es demasiado pronto para evaluar su importancia. No conoceremos todos sus efectos hasta que los hombres a quienes sorprendió en la misma fase decisiva de su revolución intelectual hayan llegado a su vez a su etapa productiva. En cuanto a mí, no tengo dudas de que, a largo plazo, resultará al menos tan importante como ha sido Socialismo.
Pero antes de que hubiera aparecido la primera versión de esta obra se habían producido grandes cambios en la vida del profesor Mises que debo ahora mencionar brevemente. Tuvo la suerte de ser un profesor visitante en Ginebra cuando Hitler marchó contra Austria. Sabemos que los acontecimientos cruciales que siguieron pronto acabaron llevándole a este país y esta ciudad que desde entonces ha sido su hogar. Pero también ocurrió otro acontecimiento del que también debemos alegrarnos. Sus antiguos alumnos de los tiempos de Viena solíamos considerarle como un soltero muy brillante pero algo serio, que había organizado su vida según una rutina muy eficiente, pero que, en la intensidad de los trabajos intelectuales, estaba realmente encendiendo una vela por los dos cabos. Si hoy podemos felicitar al profesor Mises, que no solo me parece tan joven como hace veinte años, sino afable y amable incluso con los adversarios de una forma que no hubiéramos podido esperar del fiero luchador de tiempos pasados, lo debemos a la elegante dama que en esa encrucijada crítica unió su vida a la suya y que ahora dorna su hogar y hoy nuestra mesa.
No tengo que explicaros con detalle las actividades del profesor Mises desde que ha residido entre vosotros. Muchos, durante estos últimos quince años, habéis tenido más oportunidades para conocerle y beneficiaros de sus consejos que la mayoría de sus antiguos alumnos. En lugar de contaros más acerca de él, me dirigiré a él para expresar, en pocas palabras, las razones por las que le admiramos y veneramos.
¡Profesor Mises! Sería una impertinencia extenderme sobre su conocimiento e intelectualidad, sobre su sabiduría y penetración, que le han dado renombre en todo el mundo. Pero usted ha demostrado otras cualidades que no poseen todos los grandes pensadores. Ha demostrado una valentía inconmovible, incluso cuando estaba solo. Ha demostrado una coherencia y persistencia incansable en su pensamiento, aunque llevara a la impopularidad y el aislamiento. Durante mucho tiempo no ha encontrado el reconocimiento de la organización oficial de la ciencia que merecía, Ha visto a sus alumnos conseguir algunas de las recompensas que usted se merecía, pero que la envidia y el prejuicio han impedido por mucho tiempo. Pero ha tenido más suerte que la mayoría de los demás defensores de causas impopulares. Usted sabía antes de hoy que las ideas por las que ha luchado en solitario o con poco apoyo durante tanto tiempo acabarían siendo victoriosas. Ha visto un creciente grupo de alumnos y admiradores reunirse en torno a usted y, mientras usted continuaba siguiendo adelante, se atrevieron a seguirle y desarrollar sus ideas. La antorcha que usted encendió se ha convertido en guía de un nuevo movimiento por la libertad que está ganando fuerza cada día.
La muestra de admiración y gratitud que tenemos hoy el privilegio de presentarle en nombre de todos sus discípulos no es sino una modesta expresión de lo que sentimos. Me hubiera gustado haber tenido un poco del mérito de haber organizado esto, pero, en realidad, fue toda la generación más joven de sus alumnos la que tomó la iniciativa de hacer realmente lo que muchos de los más antiguos querríamos haber hecho desde hace mucho tiempo. Es al editor del libro y a la Foundation for Economic Education a los que corresponde el mérito de haber proporcionado esta oportunidad para la expresión de nuestros deseos.
Y ahora, señoras y caballeros, solo me queda invitarles a levantar su copa en honor del profesor von Mises, para desearles años largos y fructíferos en el futuro en los que pueda seguir siendo nuestro guía, nuestro consejero y nuestra inspiración. ¡Profesor von Mises!

El artículo original se encuentra aquí.

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