Ludwig von Mises
[Reimpreso del Apéndice II de Margit von Mises, My Years with Ludwig von Mises; páginas 213-216]
Siento que una combinación de circunstancias (la geografía, mi ocupada agenda y, no en menor medida, mi edad) me hagan imposible acudir a esta reunión. Si hubiera podido estar presente, habría dicho una pocas palabras sobre el profesor Hayek y sus logros. En estas condiciones, pongo por escrito estos comentarios y agradezco a nuestros amigos que las presenten en mi nombre.
Para apreciar apropiadamente los logros del Dr. Hayek, hay que tener en cuenta las condiciones políticas, económicas e ideológicas que prevalecían en Europa, y especialmente en Viena, en el momento en que terminó la Primera Guerra Mundial.
Durante siglos, los pueblos de Europa han ansiado libertad y han tratado de librarse de gobernantes tiránicos y de establecer gobiernos representativos. Todos los hombres razonables pedían la sustitución del gobierno arbitrario de príncipes hereditarios y oligarquías por un estado de derecho. La aceptación general del principio de libertad estaba tan firmemente arraigada, que incluso los partidos marxistas se veían obligados a hacerle concesiones verbales. Llamaban a sus partidos, partidos socialdemócratas. La referencia a la democracia era, por supuesto, un mero lavado de cara, ya que los expertos marxistas eran totalmente conscientes del hecho de que el socialismo no significa la libertad del individuo, sino su completo sometimiento a las órdenes de la autoridad planificadora. Pero los millones que votaban con una papeleta socialista estaban convencidos de que “acabar” con el estado significaba libertad sin límites para todos y no sabían cómo interpretar el término místico “dictadura del proletariado”.
Pero ahora había de nuevo un dictador al mando, un hombre que (igual que Cromwell y Napoleón) disolvió el parlamento libremente elegido por sufragio adulto y liquidó despiadadamente a todos aquellos que se atrevieron a oponérsele. El nuevo dictador reclamó un poder supremo ilimitado, no solo en su propio país, sino en todos los países. Y miles y miles de supuestos intelectuales apoyado con entusiasmo su declaración.
Solo la gente que haya vivido en Europa central en esos años críticos entre la caída de los zares de Rusia y la catástrofe final de las divisas centroeuropeas, sabe lo difícil que era en ese momento para un joven no rendirse al comunismo o a uno de los demás partidos dictatoriales que pronto se extendieron como pobres imitaciones del modelo ruso. Frederick von Hayek fue uno de este pequeño grupo de disidentes que rechazó unirse a lo que Julien Benda calificó apropiadamente como La traición de los intelectuales. La Escuela de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Viena, fue un estudiante aplicado y obtuvo en su momento el doctorado. Luego se le ofreció la oportunidad de trabajar un año y algunos meses en Nueva York como secretario del profesor Jeremiah Jenks, de la universidad de Nueva York, un eminente experto en el campo de la política monetaria internacional.
Después de su regreso a Viena, se le confió la dirección de una institución científica recientemente creada, el Instituto Austriaco de Investigación del Ciclo Económico. Hizo un trabajo brillante en este campo, no solo como economista, sino también como estadístico y administrador. Pero en todos estos años, su principal interés fueron los estudios económicos. Fue parte del grupo de jóvenes que participó del trabajo y las discusiones de mi seminario privado en la Universidad de Viena. Publicó varios ensayos excelentes sobre problemas de dinero, precios y el ciclo económico.
Las condiciones políticas en Austria hacia muy improbable que fuera nombrado profesor titular en una universidad austriaca. Pero Inglaterra estaba, en ese momento, aún libre de prejuicios contra la economía de libre mercado. Así que, en 1931, Hayek fue nombrado profesor Tooke de ciencia económica y estadística en la Universidad de Londres. Relevado de responsabilidades administrativas que habían limitado el tiempo podía dedicar al trabajo científico en Viena, pudo entonces publicar varias contribuciones importantes a la teoría económica y a su aplicación a las políticas económicas. Fue pronto considerado apropiadamente como uno de los principales economistas de nuestro tiempo.
El economista no es simplemente un teórico cuyo trabajo sea de interés directo solo para otros economistas y sea raramente leído y entendido por gente fuera del clan profesional. Como trata sobre los efectos de las políticas económicas, está siempre necesariamente en medio de controversias que se centran en torno a dichas políticas y por tanto a los destinos de las naciones. Le guste o no, está obligado a luchar por sus ideas y a defenderlas contra ataques injustos.
El Dr. Hayek ha publicado muchos libros y ensayos importantes y su hombre será recordado como uno de los grandes economistas. Pero lo que le hizo repentinamente conocido por todos en Occidente fue un libro delgado publicado en 1944, Camino de servidumbre.
Las naciones de Occidente estaban entonces luchando contra las dictaduras alemana e italiana, los nazis y los fascistas, en nombre de la libertad y los derechos del hombre. Tal y como lo veían, sus enemigos eran esclavos, mientras que ellos estaban decididamente dedicados a la conservación de los grandes ideales del individualismo. Pero Hayek descubría la naturaleza ilusoria de esta interpretación. Demostraba que todas aquellas características del sistema económico nazi que parecían más reprensibles a los ojos de los británicos y, en ese sentido, de sus aliados occidentales, eran precisamente el resultado necesario de políticas que estaba defendiendo la “izquierda” (los autocalificados como progresistas, los planificadores, los socialistas y, en EEUU, los seguidores del New Deal). Al tiempo que luchaban contra el totalitarismo, los británicos y sus aliados expandían con entusiasmo planes para transformar sus propios países bajo hechuras totalitarias e iban cada vez más adelante en este camino de servidumbre.
En pocas semanas, ese pequeño libro se convirtió en superventas y fue traducido a todas las lenguas civilizadas. Mucha gente es lo suficientemente amable como para calificarme como uno de los padres del renacimiento de las ideas clásicas de libertad del siglo XIX. Pero no cabe duda de que el profesor Hayek, con su Camino de servidumbre, abrió la vía para una organización internacional de amigos de la libertad. Fue su iniciativa la que llevó en 1947 a la creación de la sociedad Mont Pelerin, en la que cooperaron eminentes libertarios de todos los países a este lado del Telón de Acero.
Tras haber dedicado treinta años al estudio de los problemas de la teoría económica y la epistemología de las ciencias sociales y haber realizado obras pioneras en el tratamiento de muchos de estos problemas, el profesor Hayek se ocupó de la filosofía general de la libertad. El resultado de sus estudios es el monumental tratado Los fundamentos de la libertad, publicado hace más de dos años. Es el fruto de los años que estuvo en este país como profesor en la Universidad de Chicago. Es un hecho muy significativo que este vástago de origen austriaco de la Escuela Austriaca de economía que enseño durante muchos años en Londres, escribiera su libro sobre la libertad en el país de Jefferson y Thoreau.
No vamos a perder del todo al profesor Hayek. A partir de ahora enseñará en una universidad alemana, pero estamos seguros de que de vez en cuando volverá para dar lecciones y conferencias en este país. Y estamos seguros de que, en estas visitas, tendrá mucho más que decir sobre epistemología, sobre capital y capitalismo, sobre dinero, banca y el ciclo económico y, ante todo, también sobre libertad. Con esta expectativa podemos considerar un buen presagio que el nombre de la ciudad de su futuro ámbito de actividad sea Friburgo [Freiburg]. Frei significa “libre” en alemán.
No consideramos la reunión de esta noche la fiesta de despedida. No decimos “adiós”, decimos “hasta la próxima”.
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