La evolución del PIB en el segundo trimestre de 2016 fue aún más favorable de lo inicialmente esperado: en términos intertrimestrales, la economía española se expandió un 0,8%; en términos interanuales, un 3,2%. La desaceleración económica debida a la famosa “incertidumbre política” de momento no se aprecia. O al menos eso parece a simple vista.
Fuente: INE
De hecho, la transformación de nuestro modelo productivo avanza a buen ritmo: en el segundo trimestre de 2013 —el momento más hondo de nuestra segunda recesión— el PIB del sector privado era 29.100 millones de euros inferior al PIB del segundo trimestre de 2008 —el momento más inflado de nuestra burbuja—. En cambio, en el segundo trimestre de 2016, el PIB ya sólo era 15.400 millones de euros inferior al de 2008 (en ambos casos hemos excluido de la comparativa el sector inmobiliario por ser un sector esencialmente copado por imputaciones de rentas desligadas de la actividad productiva).
Fuente: INE
Dicho de otro modo, en tres años la economía española ha incrementado su PIB trimestral en casi 14.000 millones de euros: más de la mitad de ese PIB se ha concentrado en el sector del “comercio, transporte y turismo”, el cual ya genera más valor (6.500 millones de euros) que en pleno 2008; a su vez, las actividades profesionales crean cada trimestre 2.500 millones de euros más que en 2013 y también superan el valor añadido bruto que producían en 2008; por su parte, la industria ha incrementado el valor añadido por trimestre en 2.100 millones, si bien todavía su ubica 4.500 millones por debajo de 2008. Por tanto, el cambio de modelo productivo que necesita la economía española se encuentra a medio camino: dos sectores se han hundido —la construcción y las actividades financieras— y tres sectores los han sustituido parcialmente —comercio, transporte y turismo, actividades profesionales e industria—.
Como decíamos, para abandonar definitivamente nuestro modelo productivo postburbujístico, nuestra economía todavía necesita crear bienes y servicios por valor de 15.000 millones de euros más por trimestre (unos 60.000 millones anuales) de los que crea hoy. Si el PIB privado continuara incrementándose a su ritmo actual (unos 4.600 millones anuales), en tres años y medio lograríamos completar la digestión de nuestra burbuja inmobiliaria.
LA INVERSIÓN
Ahora bien, para completar la transformación de nuestro modelo productivo a lo largo de los próximos años requerimos de un elemento esencial: inversión. La inversión es el instrumento que permite erigir nuevas empresas o ampliar las existentes: a saber, es el instrumento que impulsa el cambio de ese modelo productivo.
Y aquí es donde empiezan las malas noticias del dato del PIB del segundo trimestre de 2012: aunque el gasto en inversión continúa expandiéndose a tasas elevadas (la formación bruta de capital aumentó un 4,5% en términos interanuales), se aprecia con claridad una rápida desaceleración tanto en la inversión en construcción como en la inversión en bienes de equipo. De hecho, la formación bruta de capital en bienes de equipo ha aumentado a su segunda menor tasa desde mediados de 2013, cuando nos hallábamos en plena recesión económica. Menor inversión es menor impulso a la emergencia de un nuevo modelo productivo.
Fuente: INE
En suma, los datos hasta la fecha son sorprendentemente positivos, pero las bases para que ese rápido crecimiento prosiga en el futuro no se están dando. Puede que esa ralentización del ritmo inversor se deba, en este caso sí, a la “incertidumbre política” (la inversión es el componente del PIB más dependiente de las expectativas), pero no cabe descartar otros factores muy relevantes: en concreto, que las oportunidades de negocio disponibles —después de varios años de crecimiento— estén comenzando a agotarse dentro de una economía asfixiada por impuestos y por privilegios regulatorios a favor de oligopolios cercanos al poder.Fuente: INE
En este sentido, las tareas pendientes de un eventual nuevo gobierno para apuntalar la recuperación deberían ser claramente dos: uno, concluir el ajuste del déficit sin machacar con nuevos impuestos al sector productivo (esto es, centrar el ajuste en el gasto público); dos, liberalizar la economía para que surjan nuevos caladeros de oportunidades empresariales allá donde hoy sólo existe extracción oligárquica de rentas. Por desgracia, ningún partido del arco parlamentario promueve con seriedad esta agenda reformista: en tal caso, corremos el riesgo de que, una vez los vientos de cola dejen de soplar, nos topemos con una economía sin dinamismo y con buena parte de sus desequilibrios sin corregir. En lugar de centrarse en diseñar el itinerario de cambios a implementar durante los próximos años, nuestros mandatarios prefieren pelearse por el reparto del poder. Como siempre, contribuyendo positivamente a que salgamos de la crisis
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