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miércoles, 31 de agosto de 2016
Inflación: Es un plan de redistribución de riqueza
Russell Lamberti
Muchos bancos centrales en todo el mundo tratan de cumplir algún tipo de objetivo de inflación, ya sea como un objetivo político explícito único (como en el caso del Banco de la Reserva Sudafricana) o como parte de una serie de objetivos políticos, como en el caso de la Reserva Federal de EEUU. Pero, lejos de mantener la estabilidad política y promover la prosperidad, poner como objetivo la inflación de precios del consumo garantiza prácticamente una transferencia perniciosa de riqueza un año sí y otro también, un perpetuo engaño a empleados y empresas inconscientes de ello y un punto ciego permanente para una inflación oculta.
¿Qué es la inflación?
Muchos economistas definen la inflación como lo que ocurre cuando los precios de cosas como el pan y los cortes de pelo y las rentas aumentan en términos monetarios y los consumidores experimentan generalizadamente una pérdida global del poder adquisitivo de su dinero. Esto se conoce como inflación de precios del consumo, representado por el índice de precios del consumo o IPC. Esta definición de inflación es razonable para describir el resultado de un proceso general más grande, pero es de poca utilidad al dejar más agujeros que los que rellena. Mirar medias generales no nos dice si todos o solo algunos se están empobreciendo. Tampoco muestra la inflación oculta de precios. La inflación oculta de precios se produce cuando estos permanecen aproximadamente estables cuando deberían haber caído como consecuencia del progreso tecnológico y la mayor productividad. Finalmente, esta definición de inflación no nos dice realmente por qué están aumentando los precios de forma generalizada. ¿Es por imprimir más dinero o por una pérdida de confianza en la moneda o por una gran caída en la producción, por ejemplo durante una guerra?
La medición plantea otro problema. La tasa “oficial” de inflación del IPC se determina midiendo los precios de miles de bienes y servicios de consumo. Aunque el IPC es una estadística económica importante, un enfoque miope sobre él puede que nos haga no ver otras áreas importantes en las que podría manifestarse la inflación de precios, como en inmuebles, bolsa o divisas. El IPC es también una media general que no nos indica si está aumentando un rango de precios pequeño o grande.
La causa monetaria de la inflación
Estos problemas de la definición y la medición pueden resolverse en parte definiendo la inflación como inflación o expansión de la oferta monetaria, en lugar de como una pérdida general del poder adquisitivo del consumidor. Para empezar, es más fácil medir la oferta monetaria en un sistema de divisa nacional supervisada por un banco central (aunque no deje de tener sus dificultades). Además, al ser la causa principal de una inflación general y persistente de precios, medir la oferta monetaria ofrece una perspectiva más esencial sobre fenómeno general de la inflación. Por ejemplo, centrarse en la oferta monetaria puede eliminar nuestro punto ciego con respecto la inflación oculta. Si los precios deberían haber caído por ejemplo un 10% debido progreso tecnológico, pero por el contrario permanecen iguales debido por ejemplo a una expansión compensatoria del 15% de la oferta monetaria, seguiríamos siendo capaces de observar inflación a pesar de que no aumenten los precios.
Mirar la oferta monetaria también puede señalarnos un aspecto importante de la inflación: dónde entra en la economía el nuevo dinero. En el sistema monetario moderno, el nuevo dinero entra en economía como deuda a través del sistema bancario y financiero viva primero a los prestatarios ya ricos y dignos de crédito: familias ricas, grandes empresas y gobierno. Esta clase de gente consigue el dinero para invertir antes de que se filtre a través del sistema y aumente los precios. Una importante transferencia de riqueza tiene lugar de los receptores tardíos a los tempranos del nuevo dinero. A veces se llama a esto efecto Cantillon.
La inflación como proceso de transferencia de riqueza
Es mejor pensar en la inflación como un proceso en lugar de una cifra concreta. El proceso empieza con un tipo concreto de sistema monetario, aparece con una expansión de la oferta monetaria por parte de la imprenta del banco central y préstamos bancarios fluyendo a distintas áreas de la economía, se manifiesta en precios aumentando generalizadamente (aunque de forma desigual) más altos de los que habrían sido un caso contrario, dejando finalmente una estela de ganadores y perdedores.
Esta aproximación nos permite ver a la inflación, no como una fuerza inevitable, sino como un proceso deliberado de transferencia de riqueza incluido en una política estatal.
¿Cómo se transfiere riqueza mediante inflación? El dinero representa poder adquisitivo. Crear dinero de la nada, que es lo que tienen autorizado los bancos centrales y comerciales, confiere poder adquisitivo a quienes son capaces de usar primero dicho dinero. Para que este nuevo dinero tenga poder adquisitivo debe robar pequeñas cantidades de poder adquisitivo al resto del dinero en la economía. Poder adquisitivo se transfiere de los que tienen dinero a quienes crearon nuevo dinero con un coste marginal cercano a cero.
Esto explica cómo y por qué dueños de ricos de activos dignos de crédito se hacen más ricos mientras que mucha gente pobre tiende a recurrir a un exceso de consumo y acaba siendo más pobre. El economista John Maynard Keynes, paradójicamente un defensor de políticas inflacionistas, es sabido que dijo que “mediante un proceso continuo inflación, el gobierno puede confiscar, secretamente y sin testigos, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos”.
La inflación como engaño
Aun así, los economistas de la corriente principal creen que cierto grado de aumento de precios es “óptimo”. Así, los bancos centrales en realidad tratan de asegurar que los precios del consumo sigan aumentando. Pero sus razones para esto giran principalmente en torno al engaño de la inflación sobre la gente ingenua. Por ejemplo, muchos defensores de la inflación argumentan que la mejor manera de rebajar los salarios de la gente para restaurar los beneficios empresariales no es recortar realmente sus salarios, sino más bien crear inflación de forma que no adviertan por completo que sus salarios reales están bajando.
Estos economistas también están a favor de engañar a las empresas para que piensen que los precios de sus productos están aumentando debido a una mayor demanda, cuando en realidad puede deberse a una inflación monetaria y por tanto a auges temporales y equívocos. Las empresas invierten nueva capacidad, y luego se dan cuenta que es redundante, cuando aumentan todos los precios y ven que la demanda de sus productos en realidad no ha aumentado. En otras palabras, el apoyo a la inflación suele girar en torno al corto plazo y las consideraciones estrechas. Pero, como nos ha enseñado Henry Hazlitt, las políticas económicas deben juzgarse por su efecto a largo plazo y para toda la sociedad en su conjunto. Bajo este punto de vista, proceso de la inflación es perjudicial.
Resolviendo el problema
Y la inflación puede ni debe abolir se para librarnos de confiscaciones insidiosas e justas de riqueza. La sociedad puede avanzar hacia este objetivo por los siguientes medios:
- Adoptar una perspectiva más amplia sobre la inflación de precios que únicamente el IPC, para incluir precios al por mayor, precios de activos como acciones y viviendas e incluso precios de divisas extranjeras. Esto permitiría a la gente identificar mejor el proceso inflacionista.
- Reconocer a los bancos centrales y comerciales como el origen de la inflación de incluir cambios en la oferta monetaria (medida apropiadamente) como una de edición clave de la inflación. Está empezaría a dar énfasis en la compresión de quiénes son los ganadores y perdedores de proceso inflacionista.
- Reformar el sistema financiero para acabar con los privilegios especiales de creación de dinero, aboliendo las leyes de curso legal que llevan a la gente a usar divisas manipuladas y permitiendo a cualquier entidad privada emitir moneda en mercados competitivos.
Solo de esta forma holística puede las sociedades empezar a ocuparse de la pestilencia persistente de la inflación que sufren perennemente por parte de las élites financieras y políticas.
Publicado originalmente el 19 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
martes, 30 de agosto de 2016
PORTUGAL: LAS MIELES DE LA COALICIÓN DE IZQUIERDAS
http://juanramonrallo.com/
Hace poco más de cuatro años, Mario Draghi anunció públicamente que “haría todo lo necesario para salvar el euro”. En ese mismo momento, las primas de riesgo de la periferia europea comenzaron a desplomarse: en apenas cinco meses, la prima de Italia cayó de 530 puntos básico a 320, la de España de 640 a 400, la de Portugal de 990 a 480 y la de Grecia de 2600 a 1050. Una buena racha que continuó casi ininterrumpidamente desde entonces, auxiliada además por las expectativas de nuevas inyecciones monetarias del BCE.
Claramente, pues, la decidida voluntad de Draghi de rescatar a los países más deficitarios de la Eurozona fue el principal motivo detrás de la extraordinaria mejora de sus condiciones de financiación. Ahora bien, lo anterior no significa que el papel de los gobiernos implicados sea irrelevante: si, aprovechándose del clima exuberantemente favorable generado por Draghi, un gabinete adopta una política presupuestaria kamikaze, la prima de riesgo tenderá a despuntar. Así sucedió con Grecia: apenas medio año después de que Alexis Tsipras llegara al gobierno y desafiara abiertamente a Bruselas, la prima se más que duplicó desde los 880 puntos básicos a los 1.870.
Algo parecido, aunque de momento bastante menos grave, ha sucedido con la coalición de izquierdas en Portugal. En noviembre del año pasado, el líder del Partido Socialista portugués, António Costa, se convirtió en primer ministro luso con el apoyo del Partido Comunista y del Bloque de Izquierda (el Podemos portugués). Nada más llegar el Ejecutivo, Costa se dedicó a cancelar buena parte de las medidas de austeridad aprobadas por su antecesor, Passos Coelho, con el objetivo esencialmente simbólico de mostrar su oposición a la Troika: aumento del salario mínimo interprofesional de 505 a 530 euros al mes, actualización de las pensiones mínimas por la inflación y una revalorización de hasta el 10% de diversos subsidios estatales. A su vez, y tras diversas protestas del lobby de los empleados públicos, la coalición de izquierdas también incrementó en cuatro los días festivos de los funcionarios, rebajó su jornada laboral a 35 horas semanales y revirtió su recorte salarial.
Todo ese arsenal de medidas podría formar parte de una agenda política socialdemócrata en un contexto de holgura financiera: pero Portugal carga con un déficit público equivalente al 4,4% de su PIB y con una deuda pública del 129% del PIB. Debido a esa acreditada falta de voluntad política por enderezar las finanzas de la república, así como a las renovadas turbulencias bancarias por las que está atravesando el país, su prima de riesgo se ha incrementado desde los 175 puntos básicos —registrados en los días previos a las elecciones parlamentarias que perdió Passos Coelho— hasta los 310 actuales dentro de un escenario de estancamiento económico (la economía no sólo no crece sino que sigue perdiendo pulso).
Es decir, mientras países como Irlanda, España o Italia han visto caer su coste de financiación a lo largo del último año, Portugal ha sufrido un incremento apreciable del mismo. La situación de nuestro vecino dista de ser crítica, pues en última instancia el Banco Central Europeo continúa comprando deuda lusa e inyectando liquidez, pero sí pone de manifiesto que políticas fiscales desnortadas ahuyentan la inversión y ralentizan la recuperación.
En España —con un déficit superior al de Portugal, una deuda público sólo algo menor y con un horizonte de aumentos del gasto y de reducciones de impuestos sin dotación presupuestaria— no deberíamos imitarlos: es hora de empezar a cumplir estrictamente con los objetivos de déficit y de dejar de cebar el gasto público. Portugal, y aun en mayor medida Grecia, nos enseñan el camino que no hemos de seguir.
La Fed amaga con subir tipos
EEUU lleva casi ocho años con políticas monetarias muy expansivas: tres rondas de flexibilizaciones cuantitativas que han más que cuadruplicado su base monetaria y tipos de refinanciación de su sistema financiero atados al 0%. Desde hace varios años, empero, la Fed anunció que empezaría a dar poco a poco macha atrás en esta política monetaria acomodaticia: en 2013 suspendió sus compras de activos y a finales de 2015 elevó simbólicamente los tipos de interés hasta el 0,25%. En la reciente conferencia de banqueros centrales en Jackson Hole, su presidenta Janet Yellen ha sugerido que éste era un buen momento para dar una nueva vuelta de tuerca a los tipos de interés, si bien podría esperar a que pasaran las presidenciales de noviembre para incrementar los tipos. En todo caso, una subida de las tasas de interés contribuiría a atraer capitales foráneos hacia EEUU, lo que aumenta el riesgo de nuevas depreciaciones del euro y de las divisas emergentes. Justamente, la gran incógnita es hasta qué punto podrá el resto del mundo adaptarse a un entorno de tipos crecientes en EEUU.
Taxis autoconducidos
El sector de la automoción es uno de los que sufrirá una mayor transformación durante los próximos años. Fenómenos como Uber o Cabify, que tanto malestar han generado entre los taxistas, son sólo el aperitivo de una revolución que está mucho más cerca de lo que la mayoría de personas imagina. Las principales compañías automovilísticas ya tienen prácticamente concluidos prototipos funcionales de vehículos autoconducidos, los cuales ya circulan experimentalmente desde hace varios años por las carreteras de California, Nevada, Michigan o Virginia. Imaginen entonces qué supondrá mezclar el modelo de negocio de Uber —alquiler de vehículos desde una aplicación móvil— con los coches autoconducidos: cualquier persona podrá disfrutar a bajísimos precios de un servicio de transporte de viajeros de alta calidad. No es ciencia ficción: dentro de unos días, Uber comenzará a ofrecer su servicio mediante taxis autoconducidos en la ciudad de Pittsburg. No será, sin embargo, la empresa pionera en hacerlo: una nueva compañía, NuTonomy, ya ha empezado a ofertarlo en las calles de Singapur. El futuro de la automoción ya está aquí: que las regulaciones políticas no lo destruyan.
Venezuela, sin vehículos
Y mientras el Occidente desarrollado está a punto de vivir la mayor revolución automovilística en los últimos cien años, aquellos países arruinados por el llamado “socialismo del siglo XXI” padecen las mismas penurias que sufrieron las sociedades aplastadas por el socialismo del siglo XX. Así las cosas, la venta de nuevos vehículos en Venezuela apenas alcanzó las 193 unidades en julio: se trata de una cifra absolutamente ridícula que contrasta con las más de 50.000 unidades mensuales que se comercializaron hace menos de una década o con las más de 10.000 que se vendían en 2013. La devastadora crisis económica que sufre el país, consecuencia de un Estado ultraintervencionista y clientelar que dependía por entero de los altos precios del petróleo, ha provocado un profundo desabastecimiento en la mayoría de bienes. En el caso de los automóviles, esta carestía es tan visible como para que sus ventas internas sean prácticamente inexistentes: si no se permite su importación, no hay posibilidad
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
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El acuerdo de investidura PP-Ciudadanos se ha saldado con un incremento anual del gasto público de 8.000 millones de euros: 2.100 millones para el complemento salarial, 1.500 millones para un plan de choque contra la pobreza infantil y otros 4.000 millones para una macedonia de programas estatales muy variados (activación de empleo, transferencia tecnológica, refuerzo educativo, dependencia, lucha contra el fraude, etc.). Semejante incremento del gasto pretende sufragarse con un aumento del Impuesto de Sociedades (4.000 millones de euros), con una más agresiva lucha contra el fraude fiscal (2.000 millones) y con una supresión de las duplicidades administrativas (otros 2.000 millones).
Gran parte de las propuestas de gasto contenidas en el acuerdo serían criticables al margen de cuál fuera la situación financiera de España. Por ejemplo, los efectos del complemento salarial están muy estudiados allá dónde ha sido implantado (en esencia, EEUU y Reino Unido): tiende a deprimir los salarios brutos tanto entre quienes cualifican para recibir el complemento como, sobre todo, entre quienes no cualifican para ello (pues son sustituidos por quienes sí lo hacen). Por ejemplo, el economista Jess Rothstein, de la Universidad de Princeton, estimó que por cada dólar gastado en el complemento salarial, 72 céntimos van a parar a las empresas a costa de menores salarios de los trabajadores (30 céntimos de recorte salarial para quienes recibían el complemento y 42 céntimos para quienes no lo recibían). Hallazgos similares efectuaron Andrew Leigh, de la Universidad Nacional de Australia, o Ghazala Azmat, de la Universidad Queen Mary.
Y si gran parte de las propuestas de gasto contenidas en el acuerdo serían criticables en cualquier situación financiera, resultan especialmente criticables en el difícil contexto presupuestario español. Tras el incumplimiento de los objetivos de déficit en 2015 y la renegociación de la senda fiscal, España debe cerrar 2017 con un desequilibrio en las cuentas públicas equivalente al 3,1% del PIB, así como alcanzar el 2,2% en 2018. Estamos hablando de un ajuste de más de 15.000 millones de euros en poco más de 12 meses y de 25.000 millones en 24 meses. Es obvio que una porción de la corrección de ese desequilibrio procederá del aumento de la recaudación derivada del crecimiento, pero habida cuenta del incremento automático de otras partidas de gasto (como las pensiones) y, sobre todo, habida cuenta del fracaso de 2015, no deberíamos colocar demasiada fe en que todo el ajuste llegue por inercia.
Por ello, Ciudadanos debería haber exigido más rigor presupuestario en lugar de más gasto. Pero no: la formación naranja ha preferido atar un aumento estructural de los desembolsos estatales de 6.000 millones de euros (dando por bueno el ajuste de 2.000 millones en duplicidades, lo cual está por ver) y sufragarlo con mayores impuestos sobre la economía. Frente al mensaje liberal de “menos gasto y menos impuestos”, Ciudadanos ha entonado el mensaje socialdemócrata de “más gasto y más impuestos”. Tal vez, lo único positivo del pacto sea que, pese a cebar el tamaño del Estado, se trata con diferencia del más moderado de los incrementos del gasto que cabía esperar: frente a los casi 30.000 millones de nuevo gasto que reclamaba el PSOE o los 90.000 millones que vindicaba Podemos, 6.000 millones se antojan un peaje bastante barato para no descalabrar aún más nuestras cuentas públicas.
Visto lo visto, acaso cupiera pensar que, una vez abandonamos el apartado estrictamente fiscal del acuerdo, el capítulo de las tan cacareadas “reformas estructurales” sí estará a la altura de las necesidades de la economía española. Pero tampoco. El pacto no contiene ni una sola referencia a la tan necesaria liberalización de mercados como el laboral, el de servicios profesionales, el energético o el de bienes y servicios. El impulso a la competitividad se equipara erróneamente a la independencia de los organismos reguladores, a la planificación de sectores estratégicos como el turismo, la agricultura o la I+D+i, y a la ampliación de los derechos de los usuarios. Únicamente, en la rúbrica de unidad de mercado se efectúa una mención de pasada a la necesidad de eliminar “las excepciones y barreras regulatorias injustificadas, incluyendo las medioambientales, culturales, o de seguridad e higiene”. Nada más.
Así las cosas, la reforma del mercado de trabajo queda reducida a un encarecimiento del contrato temporal sin un paralelo abaratamiento del indefinido y a la instauración de una mochila austriaca previsiblemente financiada con más cotizaciones sociales: esto es, la necesaria lucha contra la dualidad regulatoriamente inducida se afronta castigando con más costes a las empresas, no facilitando la contratación de larga duración. A su vez, la reforma del sistema eléctrico abandona cualquier pretensión de introducir más competencia en el sector, resignándose a conservar el oligopolio actual pero tutelando desde el Estado su fijación de precios.
En definitiva, ni menos impuestos ni más libertad económica. Apenas mantener la inercia del crecimiento actual sin echarse al monte populista. Una oportunidad perdida.
UN PACTO QUE NOS CONDUCE A UNA ESPAÑA MÁS SOCIALDEMÓCRATA
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Albert Rivera prometió no abstenerse para facilitar una investidura de Rajoy. Finalmente, es cierto, no se abstendrá: votará a favor. No es la primera vez que Ciudadanos se desdice radicalmente de la palabra dada a su electorado: lo mismo sucedió cuando proclamó solemnemente que “en ningún caso” apoyaría un gobierno presidido por Pedro Sánchez apenas un mes antes de hacerlo. Algunos correrán prestos a justificar semejantes contradicciones calificándolas de “sentido de Estado”, “cintura política” o “habilidad negociadora”. Por mi parte, sólo observo impostura: si los compromisos eran firmes, no ha lugar a transgredirlos; y si no lo eran, no había lugar a venderlos como tales ante el electorado para cazar oportunistamente su voto.
Mas acaso sea improcedente criticar a Ciudadanos por mimetizar las malas artes del resto de partidos. Su impostura es la misma impostura que define a todos los políticos —tanto a los viejos como a los nuevos— en su obsesiva lucha por conquistar el poder a costa de lo que sea: incluyendo, claro, su propia honradez. En política, si no pisas, te pisan, por lo que mantener la palabra dada, ir de frente y ser transparente no son opciones verdaderamente realistas. Mucho menos entendible, sin embargo, resulta el giro dado por Ciudadanos no ya en su estrategia de pactos, sino su mensaje político de fondo: “Quiero un gobierno que no robe y que cuadre las cuentas”, manifestó Rivera hace cinco meses. “No quiero una economía controlado por el intervencionismo estatal y los oligopolios”, había declarado un poco antes al Financial Times. Y, por desgracia, el acuerdo de investidura suscrito ayer con el Partido Popular abniega de estos dos pilares fundamentales: ni austeridad presupuestaria, ni liberalización económica.
Austeridad presupuestaria
Por inconcebible que pueda parecer, Ciudadanos ha presionado al PP para que descuadre aún más las ya de por sí descuadradísimas cuentas de Montoro. Y como no podía ser de otro modo, el PP, el partido que más ha endeudado a los españoles en toda nuestra historia, ha concedido encantado: acceder a La Moncloa gastando a cuenta del bolsillo presente y futuro de los españoles sale muy a cuenta.
Así, Ciudadanos ha arrancado al Partido Popular el compromiso de incrementar el gasto público estructural en casi 8.000 millones de euros anuales. El principal destino de estos nuevos fondos será el tantas veces mentado complemento salarial (dotado con 2.100 millones por ejercicio), seguido por el plan de lucha contra la pobreza infantil (nutrido con 1.560 millones anuales). Otras partidas —como el programa de activación de empleo, la red de transferencia tecnológica, la lucha contra el fraude o el plan de refuerzo educativo— concentrarán los restantes 4.100 millones.
Las medidas poseen un carácter netamente socialdemócrata y podrían ser objeto de crítica incluso si nos las pudiéramos permitir —por ejemplo, el complemento salarial ha contribuido a deprimir los salarios brutos tanto en EEUU como en Reino Unido—. Pero el caso es que no nos las podemos permitir: después del escandaloso incumplimiento del déficit de 2015 debido al populismo fiscal del PP y tras la consecuente renegociación de la senda de déficit con Bruselas, las administraciones públicas españolas deben ajustar sus cuentas en más de 25.000 millones anuales de aquí a 2018. Si las previsiones de crecimiento, de inflación y de recaudación del gobierno se terminaran materializando (nótese que, hasta la fecha, las de inflación se han violado sistemáticamente), a finales de 2018 recaudaremos unos 33.000 millones de euros más que en 2016 y gastaremos 8.000 millones de euros más en transferencias sociales. Así pues, cumpliríamos raspados el déficit siempre y cuando otras partidas de gasto se redujeran por mera evolución cíclica. Si, en cambio, la inflación evoluciona como en 2015 o 2016, sufriríamos un agujero cercano a 10.000 millones de euros.
Debería ser obvio que no tenemos margen para jugárnoslas después del descredito ya sufrido ante Bruselas. Y, pese a ello, PP y Ciudadanos han decidido echarle más leña al fuego: 8.000 millones de euros más de gasto por año que serán sufragados con ingresos de dudosa procedencia. La mitad procederán de sablear con más impuestos a las empresas apelando a la mentira de que los grupos consolidados se benefician de tipos ultrarreducidos; la otra mitad, de partidas tan vaporosas como la lucha contra el fraude fiscal o la eliminación de duplicidades.
Acaso por ello, ambos partidos hayan decidido curarse en salud añadiendo una nota al pie que, a la hora de la verdad, debería invalidar todo lo negociado con anterioridad: “Las dotaciones presupuestarios anteriores se adoptarán respetando la senda de objetivos de estabilidad presupuestaria comprometidos por el Reino de España”. Vaya, que si no se cumple con el déficit, no se darán los aumentos del gasto prometidos. El problema, claro está, es que la mayor parte de esas medidas se aprobarán antes de conocer la evolución definitiva de las cuentas públicas en 2017 y 2018. ¿Y quién se atreverá a recortarlas una vez en vigor por muy descuadradas que resulten las finanzas públicas? No cuenten para ello ni con el PP, que ya decretó el final de los recortes allá por 2014, ni tampoco con Ciudadanos, cuyo líder manifestó ayer que su pacto con el PP “ponía fin a los recortes sociales”.
Más gasto y más impuestos pero no más rigor presupuestario.
Liberalización económica
Resulta muy significativo que en el acuerdo PP-Ciudadanos no aparezca ni una sola vez la palabra liberalización o las expresiones “libertad económica” o “libre mercado”. Pese a que las dos formaciones han hecho gala en algún momento de representar a los votantes liberales, y de considerar a los mercados como los principales instrumentos para la creación de riqueza, brillan por su ausencia las reformas estructurales basadas en liberar a la economía de sobrerregulaciones estatales.
De hecho, es más bien al revés. En el apartado dedicado a promover la “competencia y eficiencia en los mercados de bienes y servicios” encontramos de todo salvo más libertad económica: aseguramiento de la independencia de organismos reguladores, creación de nuevas burocracias y normativas dedicadas a proteger a los consumidores, y más planificación estatal en sectores estratégicos como la energía, la agricultura, la pesca, el turismo, la I+D+i o las infraestructuras. Sí, han leído bien: a la competitividad no se llega con más libertad económica, sino con más burocracia, más regulaciones y más planificación “por criterios técnicos objetivos”.
Sólo en una ocasión, al proponer nuevas leyes que garanticen la unidad de mercado, se desliza la propuesta de eliminar “las excepciones y barreras regulatorias injustificadas, incluyendo las medioambientales, culturales, o de seguridad e higiene”. Pero, incluso aquí, no nos hallamos ante una genuina liberalización económica, sino ante un proceso de armonización normativa teledirigido por otra burocracia de nueva creación —la Secretaría General de Unidad de Mercado— que atenderá a las “demandas de los operadores de mercado”, esto es, a las peticiones facciosas de los lobbies económicos de turno para afianzar su posición oligopolística frente a potenciales nuevos competidores.
Especialmente llamativa resulta, de hecho, la absoluta claudicación a profundizar en la necesaria, sana y dinamizadora liberalización del mercado laboral. Es verdad que, en general, Ciudadanos jamás apostó por la libertad laboral salvo en aspectos auxiliares como la creación de un “cheque formativo” que permitiera a cada parado escoger su itinerario formativo (cheque que, por cierto, sí aparece en el acuerdo). Frente a la libertad laboral, Ciudadanos apostó por un contrato único con indemnización creciente dirigido a reducir la dualidad que la propia regulación está perversamente generando en España. La lógica del contrato único era sencilla: unificar las indemnizaciones devengadas cada año por fijos y temporales para no sesgar todoslos despidos en el (más barato) personal temporal. La cuestión es que se puede unificar las indemnizaciones encareciéndolas, abaratándolas o manteniéndolas en términos medios. En sus versiones originales, la formación naranja apostaba por un contrato único que encareciera relativamente la contratación temporal y que abaratara relativamente la contratación indefinida: se pretendía minorar la temporalidad sin encarecer los costes globales del empleo en términos medios. En la nueva versión acordada con el PP, el contrato único desaparece y sólo se opta por encarecer el despido de los trabajadores temporales: más costes laborales que acaso promuevan el empleo indefinido pero sólo a costa de ralentizar la creación de nuevo empleo.
Conclusión
En suma, el acuerdo económico entre PP y Ciudadanos no vuelve a España marginalmente más liberal, sino marginalmente más socialdemócrata. Frente a la clásica reivindicación liberal de menos impuestos, menos gastos y menos regulaciones estatales, PP y Ciudadanos han opuesto recetas intervencionistas consistentes en más gasto, más impuestos y más regulaciones estatales. No por casualidad, el propio Albert Rivera instó rápidamente a Pedro Sánchez a sumarse a la entente: dos tercios del acuerdo coinciden casi textualmente con el que en su momento firmaron Ciudadanos y el PSOE.
Eso sí, a pesar de todo, hay que reconocer que el pacto no es una catástrofe: sobre el papel, el incremento neto del gasto púbico será de 6.000 millones de euros al año, los cuales son una filfa al lado de la suicida propuesta de Podemos de aumentarlo en 90.000 millones anuales. A su vez, el nuevo marco regulatorio impulsado por el acuerdo dista de aspirar a planificar (aún más) inquisitorialmente la vida interna de las empresas y su interacción en los mercados: las (poco liberales) reglas de juego actuales se mantienen esencialmente intactas, por lo que empresarios, autónomos y trabajadores no experimentarán alivio normativo alguno, pero tampoco serán sepultados bajo un Himalaya de nuevas reglamentaciones. Si algo define a este acuerdo es, pues, la estabilidad en lo esencial con el sesgo marginalmente socialdemócrata al que ya nos hemos referido.
O expresado de otra forma: lo único bueno de este acuerdo es que podría haber sido mucho peor. A muchos les bastará con eso; otros, en cambio, seguiremos rechazando el statu quo y defendiendo una sociedad mucho más liberal que la que nos ofrece el pensamiento único socialdemócrata.
No podemos vivir siempre con tiempo prestado y dinero prestado
Jeff Deist
[Del número de julio-agosto de The Austrian]
El problema de los candidatos presidenciales no es tanto lo que dicen y creen, sino más bien lo que no dicen ni creen. Detrás de la mentira, el encubrimiento y el engaño hay una suspensión palpable de la incredulidad. Nuestros supuestos gobernantes políticos sencillamente ignoran (o no entienden) la gravedad nuestra situación económica.
Nos preocupan los terribles tiroteos, las guerras sobre los baños y las pequeñas intrigas de las campañas políticas. Debatimos sobre trivialidades. Pero lo importante, la gradual de aplastante realidad sobre la que funcionan los gobiernos occidentales, no atrae nuestra atención.
Este es un momento de hedonismo económico sin precedentes, creado y estimulado por los gobiernos occidentales y sus bancos centrales. Se nos vende como una política pública banal y un ajuste técnico, cuando en realidad la sostiene una ideología radical y antihumana. El arco del progreso humano, indicado por la acumulación de capital y el aumento constante de la productividad (al menos en las sociedades sanas) se ha invertido. Eso una catástrofe a cámara lenta, en la que americanos y europeos hoy viven a costa del mañana.
El hedonismo fiscal se desboca en el Congreso y ha sido así durante décadas. ¿Cómo lo consiguen? Tal vez porque lo permitimos. La deuda pública del gobierno de EEUU, ahora de más de 19 billones de dólares, parece algo casi amorfo para los votantes. Han estado con nosotros durante tanto tiempo no ha pasado nada demasiado terrible… Aunque Ross Perot hizo de la deuda “nacional” la piedra angular de su campaña de 1992, hoy es algo casi intocable de la política estadounidense. Donald Trump descubría recientemente esto de la manera más dura, después de un comentario casual acerca de acreedores de y de EEUU cortándose el pelo con sus existencias de bonos del Tesoro.
Cualquier comentario sobre pagar realmente o (mejor aún) repudiar la deuda pública se ve hoy como algo estrafalaria. Por eso el gran James Grant levantó tantas ampollas por atreverse a sugerir que el gobierno de EEUU es insolvente en su reciente artículo para la revista Time.
Entretanto, el hedonismo monetario es el menú del día para casi todos los bancos centrales occidentales. En concreto, la Reserva Federal de EEUU ha demostrado que no se pretende la ante nada para conseguir que el Congreso gaste por encima de sus posibilidades. Al proporcionar un mercado listo para la deuda del Tesoro (es decir, la flexibilización cuantitativa, comprar bonos del Tesoro a los bancos comerciales usando dinero recién creado), la Fed en la práctica monetiza la deuda federal de una forma lamentablemente opaca. Y al mantener los tipos de interés artificialmente bajos, reduciendo así los pagos federales de intereses, la Fed ayuda al Congreso a hacer que los déficits anuales parezcan más pequeños.
Consideremos que el balance de la Fed se ha multiplicado por más de cuatro desde el crash de 2008, hasta aproximadamente 4 billones de dólares. ¿Este aumento sin precedentes históricos en la base monetaria realmente se limitará a desvanecerse en el aire sin ningún efecto perjudicial? ¿Las malas inversiones causadas por el crédito barato descargadas por los bancos comerciales con reservas no crearán enormes dislocaciones a continuación? ¿Potenciar los recalentados mercados inmobiliarios en la costa e inflar los precios de las acciones de las empresas con ganancias dudosas creará realmente un crecimiento económico a largo plazo?
La respuesta corta es “no”, y todo el mundo lo sabe. Nuestros acreedores saben que el Congreso nunca pondrá en orden su casa fiscal y que la Fed nunca volverá a una política monetaria “normal”. Occidente no puede continuar viviendo siempre con tiempo prestado y dinero prestado, a pesar de nuestro poder militar. Las leyes de la economía prevalecen a largo plazo.
Sin embargo, hay indicios esperanzadores. Americanos y europeos puede no estar reclamando aproximaciones libertarias para nuestros problemas fiscales y monetarios, pero cada vez sospecha más del poder público centralizado y el corporativismo del banco central. Los movimientos de secesión y ruptura, como el Brexit en Reino Unido, están ganando impulso, al tiempo que crece la desaprobación de globalismo organizado artificialmente. Aumentan las alternativas “desbancarizadoras”, al aumentar la desconfianza en las divisas, y los defectos de las criptodivisas (sobre todo, la trazabilidad) están siendo corregidas los ingenieros de las blockchains. El populismo (aunque siempre sea una espada de doble filo) amenaza como nunca antes a las élites globales relacionadas con los estados. Y la rápida proliferación de acciones de redes sociales hace casi imposible que los guardianes de los medios estatales controlen la narrativa.
Publicado originalmente el 18 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
Las ocho características de una política fascista
Llewellyn Rockwell
[Extraído del artículo “What is Fascism?”, publicado originalmente en The Free Market 29, nº 7 (Otoño de 2011)]
El estudio más concluyente sobre el fascismo escrito en estos años fue As We Go Marching, de John T. Flynn. Flynn era un periodista e intelectual de espíritu liberal, que había escrito varios libros superventas en la década de 1920. El New Deal le hizo cambiar. Todos sus colegas siguieron a Roosevelt hacia el fascismo, mientras Flynn mantenía la vieja fe. Eso significó combatir a Roosevelt en todo momento y no solo a sus planes nacionales. Flynn era un líder del movimiento America First, que veía la evolución de FDR hacia la guerra como una extensión del New Deal, algo que indudablemente era.
As We Go Marching se publicó en 1944, justo al final de la guerra y en medio de los controles económicos de tiempo de guerra de todo el mundo. Sorprende que pudiera pasar la censura. Es un estudio a escala completa de la teoría y la práctica fascistas y Flynn veía exactamente dónde terminaba el fascismo: militarismo y guerra, para cumplir el programa de estímulo del gasto. Cuando te quedas sin nada más en lo que gastar dinero, siempre puedes confiar en el fervor nacionalista para respaldar más gasto militar.
Flynn, como otros miembros de la Vieja Derecha, estaba disgustado por la paradoja de que lo que él veía, casi todos los demás elegían ignorarlo. Después de revisar esta larga historia, Flynn procedía a resumirla con una lista de ocho puntos que consideraba que eran las características principales del estado fascista.
Al presentarlas, también ofreceré comentarios sobre el moderno estado centralizado estadounidense.
Punto uno: El gobierno es totalitario porque no reconoce ninguna restricción a sus poderes
Si alguien se ve directamente atrapado en sus redes, descubre rápidamente que realmente no hay límites a lo que puede hacer el estado. Esto puede pasar subiéndose a un avión, conduciendo en tu ciudad o haciendo que tu negocio se enfrente a alguna institución pública. Al final, hay que obedecer o ser encerrado como un animal o muerto. De esta manera, no importa lo libre que puedas creer ser, todos nosotros estamos a un solo paso de Guantánamo.
Ningún aspecto de la vida es incólume a la intervención pública y a veces toma formas que no esperábamos ver. Toda la atención sanitaria está regulada, pero lo mismo pasa con todos los aspectos de nuestros alimentos, transporte, ropa, productos del hogar e incluso relaciones privadas. El propio Mussolini expuso así su principio: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Dejo a vuestro criterio evaluar si esta es la ideología que predomina hoy en Estados Unidos. Esta nación, concebida en libertad, ha sido secuestrada por el estado fascista.
Punto 2: El gobierno es una dictadura de hecho basada en el principio de liderazgo
Yo no diría que realmente tenemos una dictadura de un hombre en este país, pero sí tenemos una forma de dictadura de un sector del estado sobre todo el país. El poder ejecutivo se ha expandido tan enormemente a lo largo del último siglo que hablar de controles y equilibrios se ha convertido en una broma.
El estado del ejecutivo es el estado como lo conocemos, de la Casa Blanca hacia abajo. El papel de los tribunales es aplicar la voluntad del ejecutivo. El papel del parlamento es ratificar la política del ejecutivo. Este ejecutivo no es realmente la persona que parece estar al mando. El presidente es solo la fachada y las elecciones son solo los rituales tribales que llevamos a cabo para conferir cierta legitimidad a la institución. En realidad, el estado-nación vive y próspera fuera de cualquier mandato democrático. Aquí encontramos el poder para regular todos los aspectos de la vida y el poder maligno para crear el dinero necesario para financiar este gobierno del ejecutivo.
Punto 3: El gobierno administra un sistema capitalista con una burocracia inmensa
La realidad de la administración burocrática nos ha acompañado al menos desde el New Deal, que se modeló a partir de la burocracia planificadora que se usó en la Primera Guerra Mundial. La economía planificada, ya sea en los tiempos de Mussolini o en los nuestros, requiere burocracia. La burocracia es el corazón, los pulmones y las venas del estado planificador. Y aun así, regular una economía tan integralmente como se hace hoy con esta es acabar con la prosperidad con un millón de pequeños recortes.
¿Dónde está entonces nuestro crecimiento? ¿Dónde está el dividendo de la paz que se supondría que llegaría después del final de la Guerra Fría? ¿Cuáles son los frutos de las asombrosas ganancias en eficiencia que ha permitido esa tecnología? Se los ha comido la democracia que dirige todos nuestros movimientos sobre la tierra. El monstruo voraz e insaciable se llama aquí Código Federal y pide que miles de instituciones ejerciten el poder de policía para impedirnos vivir libremente.
Es como decía Bastiat: el coste real del estado es la prosperidad que no vemos, los empleos que no existen, las tecnologías a las que no tenemos acceso, los negocios que no llegan a existir y el brillante futuro que nos han robado. El estado nos ha saqueado tan indudablemente como un ladrón que entra en nuestra casa por la noche y nos roba todo lo que amamos.
Punto 4: Los productores se organizan en carteles, igual que el sindicalismo
El sindicalista en nuestra actual estructura económica normalmente no es como pensamos. Pero recordad que sindicalismo significa control económico por los productores. El capitalismo es diferente. Pone, en virtud de las estructuras del mercado, todo el control en manos de los consumidores. Así que la única pregunta para los sindicalistas es qué productores van a disfrutar del privilegio político. Podrían ser los trabajadores, pero también pueden ser las mayores empresas.
En el caso de Estados Unidos, en los últimos tres años, hemos visto grandes bancos, farmacéuticas, aseguradoras, empresas automovilísticas, bancos de Wall Street y casas de intermediación y empresas hipotecarias casi privadas disfrutando de enormes privilegios a nuestra costa. Todos se han unido al estado para vivir de forma parasitaria a nuestra costa.
Punto 5: La planificación económica se basa en el principio de autarquía
La autarquía es el nombre que se da a la idea de autosuficiencia económica. En su mayor parte, se refiere a la autodeterminación económica del estado-nación. El estado-nación debe ser geográficamente enorme para sostener un rápido crecimiento económico para una población grande y creciente.
Observemos las guerras en Irak, Afganistán y Libia. Seríamos enormemente ingenuos si creyéramos que estas guerras no están motivadas en parte por los intereses de los productores del sector petrolífero. Es verdad, en general, para el imperio estadounidense, que apoya la hegemonía del dólar. Es la razón para la Unión Norteamericana.
Punto 6: El gobierno sostiene la vida económica mediante gasto y préstamo
Este punto no necesita desarrollo, porque ya no se oculta. En la última legislatura, en un discurso en prime time, Obama se preguntaba sobre cómo es que hay personas sin empleo en un momento en que escuelas, puentes e infraestructuras necesitan reparación. Ordenaba que se aunaran oferta y demanda para atender con empleos el trabajo necesario.
¿Hola? Las escuelas, puentes e infraestructuras a los que se refiere Obama son todos construidos y mantenidos por el estado. Por eso se están cayendo. La razón por la que la gente no tiene empleo es porque el estado ha hecho demasiado caro contratarla. No es complicado. Sentarse y soñar con otros escenarios no es distinto que desear que el agua fluya montaña arriba o que las piedras floten en el aire. Equivale a una negación de la realidad.
Respecto del resto de este discurso, Obama prometía otra larga lista de proyectos de gasto. Pero ningún gobierno en la historia del mundo ha gastado tanto, tomado prestado tanto y creado tanto dinero falso como Estados Unidos, todo gracias al poder de la Fed para crear dinero a voluntad. Si Estados Unidos no puede considerarse como un gobierno fascista en este sentido, ningún gobierno lo ha sido nunca.
Punto 7: El militarismo es un sostén del gasto público
¿Os habéis dado cuenta de que el presupuesto militar nunca se discute seriamente en los debates políticos? Estados Unidos gasta más que la mayoría del resto del mundo combinado. Y aun así oímos a nuestros líderes decir que Estados Unidos no es más que una diminuta república comercial que quiere la paz pero está constantemente bajo la amenaza del mundo. ¿Dónde está el debate acerca de esta política? ¿Dónde está la discusión? No se está produciendo. Simplemente ambos partidos asumen que es esencial para nuestro modo de vida que Estados Unidos sea el país más mortífero del planeta, amenazando a todos con la extinción nuclear si no obedecen.
Punto 8: El gasto militar tiene objetivos imperialistas
Hemos tenido una guerra tras otra, guerras iniciadas por Estados Unidos contra países desobedientes, y creación de aún más estados clientes y colonias. La fortaleza militar de EEUU no ha llevado a la paz, sino todo lo contrario. Ha hecho que la mayoría de la gente en el mundo considere a Estados Unidos como una amenaza y esto ha llevado a guerras inadmisibles en muchos países. Las guerras de agresión fueron definidas en Nuremberg como crímenes contra la humanidad.
Se suponía que Obama iba a acabar con esto. Nunca prometió hacerlo, pero todos sus seguidores creían que lo haría. En realidad ha hecho todo lo contrario. Ha aumentado los niveles de tropas, prolongado guerras y empezado otras nuevas. En realidad ha presidido un estado belicista tan malo como cualquiera en la historia. La diferencia esta vez es que la izquierda ya no critica el papel de EEUU en el mundo. En ese sentido, Obama es lo mejor que le ha pasado nunca a los belicistas y el complejo militar-industrial.
El futuro
No puedo pensar que hoy en nada más prioritario que en una alianza antifascista seria y eficaz. En muchos sentidos, ya se está formando una. No es una alianza formal. Está constituida por aquellos que protestan por la Fed, aquellos que rechazan continuar con las políticas fascistas dominantes, aquellos que buscan la descentralización, aquellos que reclaman impuestos más bajos y libre comercio, aquellos que buscan el derecho a asociarse con quien quieran y a comprar y vender en las condiciones que elijan, aquellos que insisten en que pueden educar a sus hijos por sí mismos, los inversores y ahorradores que hacen posible el crecimiento económico, aquellos que no quieren ser cacheados en los aeropuertos y aquellos que se han convertido en expatriados.
También está constituida por los millones de empresarios independientes que están descubriendo que la amenaza número uno a su capacidad de atender a otros a través del mercado comercial es la institución que afirma ser su mayor benefactora: el gobierno.
¿Cuántas personas caen dentro de esta categoría? Es más de lo que sabemos. El movimiento es intelectual. Es político. Es cultural. Es tecnológico. Provienen de todas las clases, las razas, los países y las profesiones. Ya no es un movimiento nacional. Es verdaderamente global.
¿Y qué quiere este movimiento? Ni más ni menos que la dulce libertad. No pide que la libertad sea concedida o dada. Solo pide para libertad lo que promete la propia vida y existiría si no fuera por el estado leviatán que nos roba, nos acosa, nos encarcela, nos mata.
Este movimiento no va a desaparecer. Nos rodean diariamente evidencias de que esto es verdad. Todos los días es cada vez más evidente que el estado no contribuye absolutamente en nada a nuestro bienestar: en realidad lo lastra masivamente.
En la década de 1930, e incluso durante la década de 1980, los partidarios del estado rebosaban de ideas. Ya no es así. El fascismo no tiene nuevas ideas, ni grandes proyectos, y ni siquiera sus partidarios creen realmente que pueda lograr lo que pretende. El mundo creado por el sector privado es tanto más útil y bello que cualquier cosa que haya hecho estado, que los propios fascistas se han desmoralizado y son conscientes de que su programa no tiene ningún fundamento intelectual real.
Cada vez se sabe más que el estatismo no funciona ni puede funcionar. El estatismo es la gran mentira. El estatismo nos da exactamente lo contrario de lo que promete. Prometía seguridad, prosperidad y paz: nos ha dado miedo, pobreza, guerra y muerte. Si queremos tener un futuro, será uno que tengamos que construir nosotros mismos. El estado fascista no nos lo dará. Por el contrario, se interpone en el camino.
Al final, esta es la alternativa que afrontamos: el estado total o la libertad total. ¿Cuál elegiremos? Si elegimos el estado, continuaremos hundiéndonos cada vez más y acabaremos perdiendo todo lo que atesoramos como civilización. Si elegimos la libertad, podemos aprovechar ese notable poder de la cooperación humana que nos permitirá continuar creando un mundo mejor.
En la lucha contra el fascismo, no hay razón para desesperar. Debemos continuar luchando con toda la confianza en que el futuro nos pertenece a nosotros y no a ellos.
Su mundo se está desmoronando. El nuestro se está construyendo. Su mundo se basa en ideologías quebradas. El nuestro se basa en la verdad acerca de la libertad y la realidad. Su mundo solo puede mirar atrás, a sus días de gloria. En nuestro mira adelante, hacia el futuro que estamos construyendo.
Su mundo se basa en el cadáver del estado-nación. El nuestro aprovecha las energías y creatividad de todos los pueblos del mundo, unidos en el gran y noble proyecto de crear una civilización próspera mediante cooperación humana pacífica. Poseemos la única arma que es verdaderamente inmortal: la idea correcta. Esta es la que nos llevará a la victoria.
Publicado originalmente el 26 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
La irresistible utopía liberal
Gorka Echevarría Zubeldia
[Nota editorial: este artículo hemos decidido publicarlo como ejemplo de que incluso un crítico de Rothbard, pese a todo, no puede ignorar sus aportes a la teoría social en la economía y en la política]
En este breve artículo trataremos de explicar por qué su ideal de sociedad (sin Estado) es una utopía en los tiempos actuales, no sin antes recordar sus geniales aportaciones en otras áreas.
Rothbard despuntó desde muy pequeño por su inteligencia. Tras licenciarse en Estadística, entró en contacto con Ludwig von Mises, el maestro de Hayek. Se quedó tan prendado de su hondura intelectual que, a partir de ese momento, algo cambió en su vida. De Mises tomó su teoría económica, la praxeología, que estudia a partir de un hecho dado, la acción humana, los efectos de los intercambios, el papel del dinero y, en suma, toda la economía. Tanto para Mises como para Rothbard, la economía no es mera estadística ni unas leyes matemáticas que rigen la vida autómata de los humanos, porque aquélla es hija de la libertad de elegir.
Y así, analizando cómo funciona la economía, Rothbard encontró que su maestro no había ido lo suficientemente lejos. De hecho, se percató de que todas las “imperfecciones” que encontramos en la vida económica se deben a la perniciosa intervención del Estado. Así, llegó, entre otras, a la siguiente conclusión: los monopolios son resultado de las restricciones que impone el Estado para entrar en un mercado. Los ejemplos que podríamos citar son muchos, pero basta con uno: la televisión. Para ser dueño de una cadena no basta con haber acumulado suficiente capital y tener los medios para ello, además es preciso contar con el plácet gubernamental en forma de licencia. Por eso, cuando reina esta arbitrariedad, es lógico que los empresarios que se enriquecen con estas medidas sean los primeros en pedir que el Estado se inmiscuya en la vida de los ciudadanos. Además, consideró que en el mercado sería imposible que una sola compañía dominara el mercado, porque “para cada bien de capital debe haber un mercado definido en que las compañías compren y vendan dicho bien”.
Rothbard no sólo consiguió superar a Mises en muchas cuestiones económicas, además se propuso edificar un sistema que combinara el liberalismo con las ideas de la Escuela Austriaca, a la que pertenecía su maestro. A esa fusión entre el derecho natural de Locke y las ideas económicas de Mises,Menger o Hayek añadió las teorías de autores anarquistas comoLysander Spooner y ciertos conservadores críticos con la política exterior estadounidense durante las dos guerras mundiales.
El resultado, como hemos anticipado, fue todo un boom. Rothbard rescató el anarquismo individualista y lo dotó de contenido. Para Rothbard, la base del liberalismo residía en el hecho de que la persona se posee a si misma (self-ownership), de lo que se deriva que tenga no sólo derechos sobre su propio yo, también sobre el resultado de sus acciones, ya que al fin y al cabo tiene que actuar para conseguir sus fines. Este axioma del que parte Rothbard es autoevidente, ya que en caso de no ser verdadero otra persona sería dueña de nuestro ser y de nuestras propiedades, o bien tanto la propia persona como un tercero serían propietarios de su persona y de sus bienes. En el primer caso, el individuo sería esclavizado, al no ser dueño de si mismo ni de ninguna otra persona. En el segundo se produce la paralización de la sociedad. Como para actuar el individuo debe disponer de medios escasos (su tiempo, su esfuerzo, etcétera), y no puede hacerlo sin contar previamente con el consenso de todos y cada uno de los miembros del colectivo, resultaría imposible realizar cualquier acción.
Una vez probado su axioma Rothbard descubrió que el único impedimento para que las personas persigan libremente sus fines es la coacción, que puede proceder del Estado o de la sociedad. Sin embargo, para Rothbard la peor de las coacciones era la legal, la sancionada por el monopolio de las armas. A pesar de que los liberales clásicos como Hume, Adam Smith o Jean Baptiste Say asignaran unas pocas funciones al Estado para que éste protegiera la vida, la libertad y el derecho de propiedad individual, Rothbard consideró que pecaban de ingenuos. Lo cierto es que el Estado, cual minotauro, tiende a crecer y a devorar a sus fieles. Así, la única solución pasaba por defender que todos los servicios que hasta ahora prestaba el Estado los empezaran a ofrecer empresarios en el libre mercado.
Es en este punto en el que fue extremadamente original, puesto que consiguió demostrar que no hay servicios que no vayan a prestarse en el mercado, como alegan los partidarios del Estado (véase, carreteras, faros, seguridad social, etcétera), y que incluso instituciones como el derecho penal o los establecimientos penitenciarios fueron un día privadas.
No obstante, lo que planteó resulta un tanto utópico. Quizás sólo fuera posible en un mundo en que los gobiernos fueran tan poco intervencionistas que la transición hacia el anarcocapitalismo no supusiera cambios dramáticos en la vida de las personas.
En su obsesión antiestatal, Rothbard acabó siendo víctima de sus teorías. Así, primero trató de captar adeptos entre la “nueva izquierda” al socaire del malestar provocado por la guerra de Vietnam, y luego acabó apoyando a un personaje funesto como Pat Buchanan, obviando que este político es un proteccionista en toda regla. Asimismo, su coherencia le impidió relacionarse con autores de la talla de Friedman o Hayek, a quienes calificaba de socialistas a pesar de lo mucho que se esforzaron en difundir el ideario liberal.
Hoy en día, a algunos de sus seguidores les sucede lo mismo que al propio Rothbard: no ven más allá de su amada sociedad sin Estado. Cualquier crítica que lanzan contra el intervencionismo, aun siendo buena, no se completa con propuesta alguna de reforma del statu quo, ya que es inaceptable hacer concesiones. Pero, como todo en la vida, la pureza y la coherencia ad aeternam no sirven de mucho. La verdad es que si el liberalismo quiere triunfar tiene que convencer, y para eso los maximalismos no son de gran utilidad.
Aun cuando discrepemos en muchos sentidos de lo que dijo Rothbard, no podemos dejar de olvidar que nos ha dejado un tratado de economía: Man, economy and the State, fundamental incluso para legos en esta materia; un interesante libro de filosofía política, aunque errado por la pretensión de derivar todos los derechos del derecho de propiedad (La ética de la libertad), y, sobre todo, una magistral historia del pensamiento económico desde Lao Tse hasta Marx, en el que brillan los escolásticos de la Escuela de Salamanca. De hecho, su análisis sobre pensadores de la talla de Juan de Mariana o Domingo de Soto ha sido vital para explicar la compatibilidad entre cristianismo y liberalismo.
Una década después de su muerte, Rothbard sigue siendo un autor de referencia, como Hayek, Mises o Friedman. Sus ideas han llegado a interesar al ex ministro israelí Benjamín Netanyahu y han influido en autores importantes como Randy Barnett o Walter Block. Como decía L. Arréat, “los grandes hombres empiezan a vivir cuando mueren”. Amén.
Publicado originalmente en libertad digital.
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