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domingo, 27 de noviembre de 2016

Miguel Anxo Bastos ¿Qué hace próspero a un país?

Debate: Juan Ramón Rallo - Juan Torres López. Sevilla 2016

Conferencias de JUAN RAMÓN RALLO

Daniel Lacalle - El liberalismo es más social | El Club de los viernes

CONFERENCIAS JHS

Juan Ramón Rallo: ¿Por qué la redistribución de la riqueza es injusta? - SFL Alicante




El neoliberalismo se traduce en “revolución permanente”


El neoliberalismo se traduce en “revolución permanente”
Escrito por  ALEJANDRO ZEGADA

El sociólogo y profesor del Centro de Estudios Internacionales en el Colegio de México, Fernando Escalante, considera que el neoliberalismo es, en sentido estricto, “consciente, deliberadamente revolucionario desde su origen”, porque “propuso cambiar el orden establecido” en aquel momento, “y lo hizo”.
A finales de los años 60s e inicios de los 70s, el orden establecido era el llamado New Deal en Estados Unidos, el nuevo liberalismo en el Reino Unido, y el Estado de Bienestar. 
Según Escalante, los neoliberales podían ser “tan radicales como los estudiantes de los sesenta, más radicales incluso, en su crítica del Estado, de la autoridad, de los burócratas, los sindicatos, los partidos”. Y su defensa del mercado se ha explicado siempre como una “defensa del hombre común en contra de las instituciones burocráticas, autoritarias, que restringen su libertad, y que además son ineficientes, corruptas”.
Los pensadores más conocidos del neoliberalismo (Friedrich Hayek, Milton Friedman, Ronald Coase, Bruno Leoni, Gary Becker, James Buchanan) en ningún momento defienden explícitamente los intereses de las grandes empresas ni de la banca, ni de los ricos. Pero el resultado de las políticas que promueven es una acentuada concentración del ingreso, un aumento de la desigualdad, un nuevo equilibrio del mercado laboral mucho más favorable para los empleadores, un creciente, incontrolado poder del sistema financiero. 
“Pero ellos no propugnan nada de eso”, explica el sociólogo mexicano, “se limitan a defender el mercado como expresión de la libertad. La idea básica, en su retórica, es sencillísima: el mercado es garantía de libertad, el mercado es más eficiente”. 
De ahí que Escalante considere que quizás el mayor éxito del neoliberalismo haya sido “mantener esa imagen de movimiento rebelde, libertario, en defensa del hombre común, incluso cuando es claramente la ideología dominante, que informa las políticas de todos los gobiernos del planeta”.
El camino del éxito
Desde los años cuarenta, a través de una especie de coalición entre empresarios e intelectuales, se formaron centros de estudio, empresas de consultoría, revistas, fundaciones, etc., para elaborar argumentos, explicaciones, políticas. Esto generó pues un “fermento de ideas, en buena medida porque hubo dinero para desarrollarlas y difundirlas”, pero nada de eso es suficiente para explicar el éxito del modelo neoliberal”. 
Para Escalante, lo que sucedió en los años setenta fue que esas asociaciones, centros de estudio, esos grupos de académicos, tenían soluciones elaboradas cuando aparecieron los problemas, y esas soluciones que se explicaban en un lenguaje muy propio de la Guerra Fría.
“La crisis de los setenta fue absolutamente real, y fue una crisis por un lado del sector productivo en los países centrales, del sector financiero sobre todo en los países periféricos, y de los esquemas de gasto público, y servicios públicos, que dependían del crecimiento económico. La crisis se significó por una disminución, hasta mínimos históricos, de la tasa de ganancia del capital, y un régimen financiero favorable para los deudores antes que para los acreedores. El resultado, después del gran ajuste, ha sido un nuevo equilibrio, favorable, sí, al capital”, detalla el académico.
Como ejemplo concreto que marcó el cambio recuerda el  llamado “shock Volcker”: el aumento drástico y repentino de las tasas de interés en 1979. “Fueron respuestas a una crisis real del sistema económico”, y no únicamente “producto de una conspiración”.
Una forma de entender el mundo
Tal como lo explica el sociólogo mexicano, el neoliberalismo no es sólo una política económica, no se reduce a un programa de gobierno: “El neoliberalismo es una manera de entender el mundo, una ideología en el sentido más fuerte de la palabra, que implica una idea de la sociedad, una idea del derecho, de la educación, de los vínculos humanos, una idea de la justicia y de la naturaleza humana”.
En este sentido, no es obra de un individuo ni de un pequeño grupo, sino de varias generaciones de filósofos, economistas, sociólogos, juristas, que pueden tener posturas distintas sobre asuntos concretos pero comparten un sistema de creencias básico y coherencia (parecido a lo sucedido históricamente con el socialismo, que a partir de un acuerdo fundamental admite una gran variedad de posturas).
Latinoamérica y sus retrocesos
“No es difícil de entender la reacción social que dio lugar al liderazgo de Hugo Chávez, Evo Morales, de los Kirchner, de Rafael Correa. Pero hay que decir que, en general, los resultados han sido decepcionantes”, sentencia Escalante. 
El académico reconoce que en todos los casos ha habido “ideas, decisiones, políticas muy plausibles en asuntos concretos, y la nueva política ha producido discusiones de enorme interés”. 
Sin embargo, “no hay otra línea de horizonte, no hay una idea del orden social mínimamente coherente, factible, que permita imaginar un futuro distinto. Y lo peor es que los excesos, los errores, los abusos, inevitables, han terminado por desacreditar la alternativa; incluso el intento de pensar una alternativa. Y han terminado por ofrecer un nuevo repertorio de ejemplos de políticas fracasadas para el argumentario neoliberal”.
¿Qué hacer? Para el sociólogo es necesario que se generalice la convicción de que el modelo neoliberal fracasó, incluso en sus propios términos: no ha producido crecimiento, ni mayor igualdad, ni mayor eficiencia ni mejores servicios, ni siquiera estabilidad económica.

Žižek tiene razón: el neoliberalismo es un mito




El pensador de izquierda más importante de Europa, Slavoj Žižek, en una entrevista en octubre de 2015, ha dado una opinión muy exacta de lo que los libertarios y economistas austríacos pensamos de la economía actual.
El “neoliberalismo”, dice Žižek, es un mito, muy al contrario de la postura discursiva dominante en todas las aulas latinoamericanas:
Vivimos en la era de la ideología. El neoliberalismo es un mito. El papel de los aparatos de estado, de la intervención estatal en la economía, es cada vez más importante. Vi hace poco un reportaje sobre Mali, en el África central. Producen un algodón excelente y el precio es, por supuesto, muy bajo. Pero no pueden abrirse paso… ¿Por qué? Pues porque Estados Unidos, al subvencionar a sus propios productores para que produzcan algodón, gasta más en ayudas a sus granjeros que todo el presupuesto estatal de Mali. (cursivas añadidas).
Leí hace mucho una entrevista fantástica que la CNN le hizo al Ministro de finanzas de Mali, quien decía: “por favor, nosotros no necesitamos ninguna ayuda socialista. Den una oportunidad al mercado. No financien injustamente a sus productores, y Mali se salvará, económicamente hablando.” Y fue increíble cómo contestó a estas declaraciones la embajadora de Estados Unidos en el país africano. Dijo: “No es tan simple como esto, en Mali hay corrupción, bla, bla, bla”. Sandeces. Esta es la realidad, la esencia del capitalismo global. Todo el mundo se salta las normas.
Lo que fácilmente se puede abstraer de las palabras de Žižek es que si se sostiene que el “Neo-liberalismo” es privatizar, libre paso de recursos materiales y humanos, en suma, libre comercio y competencia, entonces, el “neo-liberalismo es un mito”, mito que la izquierda de forma tramposa viene propagando desde las universidades a los debates políticos criticando un hombre de paja de supuesto capitalismo laissez faire que no existe, en otras palabras si vivimos en una economía intervenida, mixta, con mitad libertad y mitad controles esto no puede ser acusado de neo-liberalismo, suponiendo que el significado de tal ambigüedad sea capitalismo laissez faire.
El término “neo-liberalismo” es ideología, y en este sentido tiene una connotación únicamente de utilidad retórica ya que ningún liberal clásico, libertario o economista austríaco se autodenomina neoliberal, ciertamente, está palabra sólo es usada por los enemigos del liberalismo económico, a tal punto, que lo que se sabe es que el neoliberalismo fracasó, más no, que es. Dicho esto, dejando de lado otros posibles usos u orígenes del término, me voy a centrar en analizar el término tal como es descrito mentalmente por todos hoy en día.
Para empezar, el neoliberalismo ha sido identificado con el “Nuevo orden económico mundial”, hablamos aquí de dichosos acuerdos bilaterales, multilaterales y organizaciones supranacionales;  los TLC, el FMI, el BM, la OMC, la ONU, UE, etc. A luz de los hechos, estos organismos políticos internacionales dicen promover la cooperación entre países para ayuda financiera, asesoría política, económica, reducir la pobreza, la contaminación, garantizar el libre comercio entre otros propósitos.
¿Es neoliberalismo (libre comercio) el encuentro del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe? Donde insistía; “Japón tiene mucho de lo que Colombia necesita y nosotros tenemos mucho de lo que Japón necesita ¡Enorme potencial comercial!”, ¿Es neoliberalismo el tratado comercial  de Canadá con la Unión Europea que tiene 1598 páginas? ¿Se necesitan tratados de libre comercio y organizaciones internacionales para que Juan de Colombia pueda venderle un producto a Pedro en Venezuela?
La verdad sobre los años de reuniones, largas negociaciones y miles de páginas de “libre comercio” es que no son de libre comercio, por tanto, todo el discurso anticapitalista, anti-libre mercado latinoamericano, ha sido una crítica no al capitalismo Laissez Faire sino al Capitalismo de Estado, en otras palabras, una crítica a la economía intervenida, al mercantilismo y el proteccionismo económicos.
De esta manera, su crítica al supuesto libre mercado se dirige hacia dos focos de acción, el primero, el proteccionismo y nacionalismo económico, y el segundo una renegociación de estos tratados para favorecer a más grupos empresariales privilegiados por los políticos, en otras palabras, impedir el comercio o regularlo más.
Sin embargo nunca surge una tercera alternativa, la alternativa del liberalismo político y económico francés, Laissez faire, laissez passer (Dejad haced, dejad pasad). Durante las recientes elecciones en EE.UU teníamos un Trump que abogaba por el nacionalismo económico y una Hilary por más intervencionismo globalista, renegociando estos TLC, para hacerlos más “justos” ¿para los intereses de quiénes? Esto demuestra cómo el panorama general del mundo es una ferviente oposición al capitalismo de libre mercado, no obstante, el libre comercio no necesita de tratados de libre comercio.
Al respecto de los tratados de libre comercio, uno de los economistas más leídos en el mundo, Murray Rothbard decía:
[…] la etiqueta “Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio” (NAFTA, por sus siglas en inglés) se supone que reclama un consentimiento incuestionable. “¿Pero cómo puedes estar en contra del libre comercio?” Es muy fácil. La gente que nos ha traído el NAFTA y tratan de calificarlo como “libre comercio” son la misma gente que llama “inversión” al gasto público, “contribuciones” a los impuestos y “reducción del déficit” a aumentar los impuestos. No olvidemos que los comunistas también solían llamar “libertad” a su sistema.
[…] el verdadero libre comercio no requiere un tratado… Si los dirigentes quisieran realmente libre comercio, todo lo que tienen que hacer es abolir nuestros numerosos aranceles, cuotas de importación, leyes anti-“dumping” y otras restricciones al comercio impuestas por Estados Unidos. No hace falta ninguna política exterior ni maniobras en el exterior.
Dejando de lado las políticas impuestas de organizaciones financieras como el FMI, el Banco Mundial, BRICS, entre otras, que además de ello aumentan el riesgo moral de las actuaciones fiscales de los países adheridos ya que sirven como prestamistas en última instancia y se financian mediante impuestos de los mismos, lo que ocurre con los acuerdos de libre comercio es que se negocian desde el punto de vista de los políticos al mando y los grupos de interés (lobbies) o buscadores de rentas que han puesto recursos y votos en sus campañas, para hacerlo más simple, el Senador Jorge Robledo del partido de izquierda Polo Democrático Alternativo (PDA), se opone a los TLC, pero no porque los quiera abolir sino renegociarlos para favorecer en este caso a la industria del Agro, lo que significa poner los interés de un fuerte grupo de presión (mercantilismo) por encima del bienestar de todos los individuos.
La defensa de los mercados libres no mira los intereses nacionales o internacionales, no le importa favorecer a la élite política y empresarial local o internacional que detenta el poder, le importan los derechos de propiedad y la libertad derivada de estos para que cada persona comercie de forma libre con quien desee.
Resulta entonces que lo que critican como neoliberalismo es una mezcla de intervención pública y laissez faire limitado, no es verdadero capitalismo (propiedad privada y laissez faire), todo el sector financiero, los TLC, el consenso de Washington, los acuerdos Stand-by (ASB) etc, no representan más que una economía semi-libre dirigida por burócratas y la banca central global, así que las buenas críticas que han venido desde la izquierda y la derecha al Capitalismo en realidad lo han sido al intervencionismo, que de hecho, es lo que terminan proponiendo como alternativa, por lo cual, cuando te digan que el capitalismo ha fracasado, enseguida sabrás que lo que fracasó fue el intervencionismo y el mercantilismo ¿y si el problema fue causa de todas estas regulaciones e intereses de políticos y de sus compinches empresarios, por qué pensar que más regulación y controles pueden solucionar las cosas?
¡Es hora del libre comercio, no más tratados de libre comercio!

(Publicado el 25 de noviembre de 2016 en el PanAmPost), el artículo original se encuentra aquí.

Debate económico (pensiones, empleo, impuestos): Rallo, Lacalle, Bernardos, Alberto Garzón

Daniel Lacalle vs José Carlos Díez [Pensiones] - 25/11/2016

FED vs ECB. Inyectar dinero, o no.



Canton Liberal

sábado, 26 de noviembre de 2016

Contra el empresario extractivo




Contra el empresario extractivo









Los retos de la nueva legislatura - Juan Ramón Rallo

La falacia de Hayek, o la falacia de la composición


De nuevo de las lecturas de "El fin de la alquimia" (Mervyn King), una reflexión sobre la ingenuidad de los neoclasicos / austriacos sobre el individualismo como motor suficiente del Equilibrio. Es la falacia que denunció Keynes. Y para mí es su gran aportación: la falacia de la composición, o la tesis de que lo mejor es lo que hacen los individuos siguiendo su interés propio tanto para ellos como para la colectividad. Como demuestra King, si no hay mercados de futuro que diga sin engaños a los individuos cuales serán los precios en fechas futuras, por ejemplo cuando madure la producción de un nuevo producto en x años, difícilmente puede ser la decisión tomada por la empresa hoy como certera para dentro de esos x años. Y la verdad es que no hay tantos mercados de futuros, ni estos aciertan en el precio de dentro de x años, pues el arbitraje con los precios presentes distorsiona la visión del futuro.
Cuando leía a Hayek, me parecía que tenía razón en que la autoridad jamás tendría tanta información como la que almacenan millones de individuos. Pero es que la información que almacenan estos no es certera. Hay lo que King llama incertidumbre radical, una nube que separa el presente del futuro, o mejor dicho, de los distintos futuros que cada individuo contempla. Por ello las acciones de millones de individuos puede ser racional, pero no trae necesariamente una solución colectiva racional y óptima.
"Una consecuencia del argumento keynesiano es que es engañoso pensar sobre el conjunto de la economía como si fuera una sola familia. Si una familia ahorra más hoy con la idea de gastar más mañana, sus ingresos no quedan afectados. Pero si muchas familias tratan de ahorrar más hoy, el consumo total cae, y lo mismo sucede con los ingresos totales y el ahorro real la conocida como «paradoja del ahorro»—. Sólo si la intención de las familias de ahorrar hoy y gastar mañana puede comunicarse a los productores podría aumentar la inversión para compensar la caída en el consumo. Pero, en ausencia de un conjunto completo de mercados, ningún productor recibirá una señal de que la demanda de su producción en el futuro haya aumentado. 
El problema de coordinación es un ejemplo del dilema del prisionero. La acción colectiva es necesaria para estabilizar la economía por ejemplo, mediante la expansión del gasto público en una desaceleración o frenando el consumo privado en un auge. El desafío para Keynes vino en forma de dos preguntas. La primera era: ¿por qué no podía curarse el desempleo reduciendo los salarios a fin de estimular la demanda de trabajo? Keynes era vehemente en que, contrariamente a las creencias de la mayoría de sus predecesores y contemporáneos, una reducción en los salarios no era la respuesta a una caída en la demanda. Hizo falta el rigor del modelo de la demanda para demostrar que su intuición era correcta. 
En la gran subasta, una reducción en el precio de un bien para el que la oferta supera la demanda puede restaurar el equilibrio entre los dos porque esa reducción de precio se produce sólo en el contexto de un restablecimiento de todos los precios para asegurar el equilibrio entre demanda y oferta en cada uno de los mercados. En el mundo, argumentaba Keynes, una reducción de los salarios podría, cuando bajan las rentas, producir una caída en el consumo, que a su vez cambiaría las expectativas de las empresas y los hogares sobre la demanda futura. Y esto podría propiciar una caída autorreforzada en el consumo total un efecto «multiplicador»—. La flexibilidad de precios y salarios ayuda a coordinar los planes cuando todos los mercados relevantes para las decisiones de gasto futuras existen. Pero en la práctica no es así, y, en esas circunstancias, la reducción en los salarios y los precios puede reducir las rentas sin estimular la demanda actual."

Historia del Pensamiento Económic

Pensamiento Economico Universal

Capitalismo

Vida y pensamiento de Friedrich Hayek

sábado, 19 de noviembre de 2016

La relación del coste y el valor






La cuestión de la relación del coste y el valor es en realidad sólo una forma concreta de una mucho más general: la cuestión de las relaciones regulares entre los valores de los bienes que en interdependencia causal contribuyen a una única utilidad para nuestro bienestar.
La utilidad que proporciona una cantidad de materiales con los que puede producirse un abrigo es aparentemente idéntica a la utilidad que proporcionará el abrigo terminado. Es por tanto evidente que los bienes o grupos de bienes que derivan su importancia para nuestro bienestar mediante una única utilidad deben asimismo presentar alguna relación fija y habitual entre sí respecto de su valor.
La cuestión de esta relación regular fue puesta por primera vez en una forma clara y completa por los economistas austriacos; hasta entonces, sólo se había tratado de una manera insatisfactoria bajo el epígrafe de coste de producción. Sin embargo, hay un corolario a esta proposición general e importante que no es menos importante e interesante, pero que hasta ahora nunca ha recibido el modesto grado de atención de la teoría económica que se ha prestado al problema del coste.
Muy comúnmente, varios bienes se combinan simultáneamente para la fabricación de un producto común: por ejemplo, papel, pluma y tinta sirven juntos para escribir; aguja e hilo para coser; aperos de granja, semilla, tierra y trabajo para producir grano. Menger ha calificado a los bienes que aparecen en esa relación entre sí como bienes complementarios. Aquí aparece la cuestión, tan natural como difícil: ¿Cuánta de la utilidad común en esos casos es atribuible a cada uno de los factores complementarios en cooperación? ¿Y qué ley determina el valor y precio proporcional de cada uno?
El destino de este problema hasta ahora ha sido muy notable. La teoría antigua no lo calificaba de problema general en absoluto pero sin embargo llevaba a explicar una serie de casos concretos que dependían implícitamente de este problema. La cuestión de la distribución de la propiedad daba especialmente lugar a dichas explicaciones. Como varios factores de producción (tierra, capital, mano de obra y trabajo del propio patrón) cooperan en la producción de un producto común, la cuestión de qué porción de valor será asignada a cada uno de los factores en compensación por su participación es obviamente un caso especial del problema general.
Bueno, ¿cómo se resolvían estos casos concretos? Cada uno se decidía por sí mismo sin considerar a los otros y, por tanto, se acababa formando un círculo completo. El proceso era el siguiente: si había que explicar una renta, se decidía que al terreno le correspondía lo que quedara del producto después del pago de los costes de producción, incluyendo bajo este término la compensación de todos los demás factores (capital, trabajo y beneficio del director).
Aquí la función de todos los demás factores se consideraba como fija o conocida, pues el terreno se dejaba de lado con un recordatorio que variaba de acuerdo con la cantidad de producto. Si entonces era necesario en otro capítulo determinar los beneficios del empresario, se decidía de nuevo que debía dársele el exceso sobrante después de compensar a todos los demás factores. En este caso, la porción del terreno, la renta, se calculaba junto con el trabajo, el capital, etc., como fijo y el beneficio del empresario se trataba como la variable, aumentando y disminuyendo con la cantidad de producto.
Exactamente de la misma manera se trataba en un tercer capítulo la porción del capital. El capitalista, dice Ricardo, recibe lo que queda del producto después del pago de salarios. Y como satirizando todos estos dogmas clásicos, finalmente, F.A. Walker ha completado el círculo indicando que el trabajador recibe lo que queda de los demás factores.
Es fácil ver que estas afirmaciones llevan a un círculo y también ver por qué llevan a ello. Los razonadores simplemente no han planteado el problema de una forma general. Tenían varias cantidades desconocidas a determinar y el lugar de tomar el toro por los cuernos e investigar directamente el principio general, de acuerdo con el cual un resultado económico común debería dividirse en sus factores componentes, trataron de evitar la cuestión fundamental: la del principio general. Dividieron la investigación y en esta investigación parcial se permitieron tratar cada vez como desconocida cada una de las cantidades desconocidas que formaban el objeto concreto de su investigación, pero tratando a las otras, en ese momento, como si fueran conocidas. Así que cerraban los ojos al hecho de que unas páginas más atrás (o más adelante) habían invertido la operación y habían tratado a la supuesta cantidad conocida como desconocida, y a la desconocida como conocida.
Después de la escuela clásica vino la histórica. Como sucede a menudo, tomaron una actitud de escéptica superioridad y declararon como totalmente insoluble al problema que eran incapaces de resolver. Pensaban que es en general imposible decir, por ejemplo, qué porcentaje del valor de una estatua se debe al escultor y qué porcentaje al mármol.
Ahora bien, si el problema se plantea correctamente, es decir, si queremos separar las porciones económicas y no las físicas, el problema tiene solución. Realmente se resuelve en la práctica en todas las empresas racionales por todos los agricultores y fabricantes. La teoría no tiene más que observar correcta y cuidadosamente el espejo de la práctica para, a su vez, encontrar la solución teórica.
Para este fin, la teoría de la utilidad final ayuda de la manera más sencilla. Es de nuevo la vieja canción. Sólo con observar correctamente cuál es la utilidad final de cada factor complementario o qué utilidad añadiría o restaría la presencia o ausencia del factor complementario y la tranquila búsqueda de esa investigación traerá por sí misma la luz a la solución del problema supuestamente insoluble.
Los austriacos hicieron el primer intento serio en este sentido. Menger y el autor de este artículo han tratado la cuestión bajo el título Theorie der komplementaren Guter; Wieser se ha ocupado del mismo asunto bajo el título Theorie der Zurechnung (teoría de la producción). Especialmente esta última ha demostrado de una forma admirable cómo debe plantearse el problema y que éste puede resolverse. Menger ha apuntado de la manera más feliz, en mi opinión, el método para solucionarlo.[1]
He llamado la ley de los bienes complementarios al equivalente a la ley de los costes. Igual que la primera desentraña las relaciones de valor que resultan de yuxtaposiciones temporales y causales, de la cooperación simultánea de varios factores hacia una utilidad común, la ley de los costes separa las relaciones de valor que resultan de una secuencia temporal y causal, de la interdependencia causal de factores sucesivos.
Por medio de la primera, se desentrañan, por decirlo así, las mallas de la complicada red que representan las relaciones mutuas de valor de los factores cooperantes a lo largo y ancho; por la última, a lo profundo; pero ambos procesos se producen dentro de la ley omnicomprensiva de la utilidad final, de la que amabas leyes son sólo aplicaciones especiales para problemas especiales.[2]
Así preparados, los economistas austriacos proceden con el problema de la distribución. Esto les lleva a una serie de aplicaciones especiales de la leyes teóricas generales, cuyo conocimiento se obtuvo mediante un tedioso, pero fructífero, trabajo de preparación. La tierra, el trabajo y el capital son factores de producción complementarios. Su precio, o lo que es lo mismo, tipo de renta, salario e interés, resulta por otro lado simplemente de una combinación de las leyes de los bienes complementarios.
Omitiré aquí las opiniones particulares de los austriacos sobre esta materia. No podría, aunque quisiera, dar en este artículo ninguna explicación adecuada de sus conclusiones y menos demostrarlas; debo contentarme con dar una visión somera de los asuntos que les ocupa y, en lo posible, de su espíritu de trabajo. Por tanto, apuntaré sólo brevemente que han publicado una teoría del capital nueva y completa[3] en la que han desarrollado una nueva teoría de los salarios,[4] además de trabajar en los problemas de los beneficios del empresario[5] y de la renta.[6]
A la luz de la teoría de la utilidad final, en particular el último problema aludido encuentra un solución fácil y sencilla, que confirma la teoría de Ricardo en sus resultados reales y corrobora su razonamiento en muchos detalles.
Por supuesto, no se han hecho en modo alguno todas las posibles aplicaciones de la ley de la utilidad final. Es más cierto que apenas han empezado. Puedo mencionar de pasada que ciertos economistas austriacos han intentado una aplicación más amplia en el campo de las finanzas[7] y otros a ciertas cuestiones difíciles e interesantes de la jurisprudencia.[8]

Notas
[1] Menger, Grundsätze der Volkswirtschaftslehre, pp. 138 y ss. [Ver también Principios de economía política]; Böhm-Bawerk, “Grundzüge der Theorie des wirtschaftlichen Güterwerthes”, parte 1, pp. 56 y ss., Positive Theorie des Kapitales (1889), pp. 178 y ss. [Ver también Teoría positive del capital]; Wieser, Der naturliche Werth, pp. 67 y ss.
[2] Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[3] Böhm-Bawerk, Kapital und Kapitalzins, 2 vols. vol. 1, Geschichte und Kritik der Kapitalizins-Theorien (1884); vol. 2: Positive Theorie des Kapitales (1889); diferentes de las antiguas enseñanzas de Menger de Grundsätze, pp. 143 y ss. [Ver también  Valor, Capital, Interés]
[4] Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[5] Mataja, Der Unternehmergewinn (1884); Gross, Die Lehre vom Unternehmergewinn (1884).
[6] Menger, Grundsätze, pp. 133 y ss.; Wieser, Der naturlichte Werth, pp. 112 y ss.; Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[7] Robert Meyer, Die Principien der gerechten Besteuerung (1884); Sax, Grundlegung (1887); Wieser, Der naturliche Werth, pp. 209 y ss.
[8] Mataja, Das Recht des Schadenersatzes (1888); Seidler, “Die Geldstrafe vom volkswirtschaftlichen und sozialpolitischen Gesichtspunt” en Jahrbuch, de Conrad,  N.F., vol. 20 (1890).
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

La ley de utilidad final









El terreno de los economistas austriacos es la teoría en el sentido estricto de la palabra. Son de la opinión de que la parte teórica de la economía política necesita ser transformada de arriba a abajo. Las doctrinas más importantes y conocidas de los economistas clásicos o no son ya sostenibles en absoluto o sólo después de alteraciones y adiciones sustanciales. Ante la convicción de la inadecuación de la economía política clásica, los economistas austriacos y los partidarios de la escuela histórica están de acuerdo. Pero en relación con la causa final de la inadecuación, hay una diferencia fundamental de opinión que ha llevado a una viva controversia sobre los métodos.
La escuela histórica cree que la fuente última de los errores de la economía clásica era el falso método que empleaba. Era casi completamente abstracto-deductivo y, en su opinión, la política económica debería ser sólo, o al menos principalmente, inductiva. Con el fin de conseguir la necesaria reforma de la ciencia, debemos cambiar el método de investigación: debemos abandonar la abstracción u disponernos a recoger material empírico, es decir, dedicarnos a la historia y la estadística.
Los austriacos, por el contrario. Son de la opinión de que los errores de los economistas clásicos fueron sólo, por así decirlo, las enfermedades normales de la infancia de la ciencia. La economía política es aún ahora una de las ciencias más jóvenes y era aún más joven en los tiempos de la economía clásica, que, a pesar de recibir el nombre de “clásica”, como se ha demostrado, demasiado pronto, era sólo una ciencia incipiente, en embrión. En ningún otro caso ha ocurrido que la totalidad de una ciencia se descubriera al primer intento, ni siquiera en el caso de los mayores genios, así que no es sorprendente que no se descubriera la totalidad de la economía política, ni siquiera por la escuela clásica.
Su mayor defecto era que eran precursores, nuestra mayor ventaja es que llegamos después. Los que somos más ricos por los frutos de una investigación de un siglo de lo que eran nuestros predecesores, no necesitamos trabajar con métodos diferentes sino simplemente trabajar mejor que ellos. La escuela histórica sin duda tiene razón en sostener que nuestras teorías deberían apoyarse con material empírico tan abundante como sea posible, pero se equivocan en dar al trabajo de recolección una preferencia anormal y en querer o evitar o rebajar casi a la nada el uso de generalización abstracta. Sin esa generalización no puede haber ciencia en absoluto.
Hay numerosa obras de economistas austriacos dedicadas a esta disputa sobre los métodos.[1] De entre ellas Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften, de Carl Menger es la más importante por su profundo y exhaustivo tratamiento de los problemas implicados. Debería advertirse en este aspecto que el método “exacto”, o, como prefiero decir, el método “aislante” recomendado por Menger, junto con el método “empírico-realista”, no es en modo alguno puramente especulativo o no empírico, sino, por el contrario, busca y siempre encuentra su fundamento en la experiencia.
Pero aunque las disputas sobre los métodos, tal vez más que ninguna otra cosa, ha llamado la atención de los economistas austriacos, prefiero considerarlas como un episodio poco importante de su actividad. Lo importante para ellos era, y es, la reforma de la teoría positiva. Sólo al verse molestados por la escuela histórica en sus trabajos pacíficos y fructíferos, se han visto obligados, como el granjero de la frontera que lleva el arado en una mano y la espada en otro, casi contra su voluntad, a emplear parte de su tiempo y energía a polémicas defensivas y a la solución de los problemas de método que se les planteaban.
Entonces, ¿cuáles son las características especiales que presenta la escuela austriaca en el ámbito de la teoría positiva?
Sus investigaciones se rigen por la teoría del valor, siendo la piedra angular la bien conocida teoría de la utilidad final. Esta teoría se puede condensar en tres proposiciones inusualmente sencillas: El valor de los bienes se mide por la importancia del deseo cuya satisfacción depende de la posesión de los bienes. Qué satisfacción es la dependiente, es algo que pude determinarse muy sencilla e infaliblemente considerando qué deseo se vería insatisfecho si los bienes cuyo valor hay que determinar no estuvieran en su posesión. Y, además, es evidente que la satisfacción dependiente no es aquella satisfacción para el propósito de la cual los bienes se utilizar realmente, sino que es la menos importante de todas las satisfacciones que las posesiones totales del individuo pueden procurar.
¿Por qué? Porque, de acuerdo con consideraciones prudenciales de la vida práctica muy simples y establecidas incuestionablemente, siempre tendremos cuidado de dirigir al punto menos sensible un daño al bienestar que se produce por una pérdida de propiedad. Si perdemos propiedad que ha sido dedicada a la satisfacción de un deseo más importante, no sacrificamos la satisfacción de este deseo, sino simplemente tomamos otra propiedad que se haya dedicado a una satisfacción menos importante y la ponemos en el lugar de la perdida. La pérdida recae así en la utilidad menor o (como renunciamos naturalmente a la menos importante de todas nuestras satisfacciones) en la “utilidad final”.
Supongamos que un campesino tiene tres sacos de grano: el primero, A, para su sustento; el segundo, B, para semilla; el tercero, C, para engordar a las gallinas. Supongamos que el saco A es destruido por un incendio. ¿Tendrá que morir de hambre el campesino? Sin duda, no. ¿O dejará su campo sin sembrar? Sin duda, no. Simplemente trasladará la pérdida al punto menos sensible. Hará su pan con el saco C y consecuentemente no engordará a las gallinas. Por tanto, lo que depende realmente de que arda o no el saco A es sólo el uso de la unidad menos importante que pueda sustituirlo o, como podemos calificarla, la utilidadfinal.
Como es bien sabido, el principio fundamental de esta teoría de la escuela austriaca es compartido por otros economistas. Un economista alemán, Gossen, la había enunciado en un libro que apareció en 1854, pero en ese momento no atrajo la más mínima atención.[2]
Algo más tarde, los mismos principios fueron descubiertos casi simultáneamente en tres países distintos, por tres economistas que no se conocían entre sí ni tampoco a Gossen, el inglés W.S. Jevons,[3] Carl Menger, fundador de la escuela austriaca,[4] y el suizo Walras.[5] También el profesor J.B. Clark, un investigador estadounidense se acercó mucho a la misma idea.[6]
Pero el sentido en que creo que los austriacos han superado a sus rivales es en el uso que han hecho de la idea fundamental de la construcción subsiguiente de la teoría económica. La idea de la utilidad final es para el experto el “ábrete sésamo”, por decirlo así, con el que se liberan los fenómenos más complicados de la vida económica y se resuelven los problemas más duros de la ciencia. En este tipo de explicación reside, me parece, la peculiar fortaleza y la significación característica de la escuela austriaca.

[1] Menger, Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften, 1883; Die Irrthumer des Historismus in der deutschen Nationaokonomie, 1884; “Grundzuge einer Classification der Wirtschaftswissenschaften”, en Conrad Jahrbuh fur Nationalokonomie und Statistik, N.F., vol. 19, 1889; Sax, Das Wesen und die Aufgabe der Nationalokonomie, 1884; Philippovich, Ueber Aufgabe und Methode der politischen Oekonomie, 1886; Böhm-Bawerk, “Grundzuge der Theorie des wirschaftlichen Guterwerths”, en Conrad’s Jahrbuch, N.F., vol. 13, 1886, pp. 480 y ss.; crítica de of Brentano Classische Nationalokonomie en Gottinger Gelehrten Anzeigen, pp. 1–6, 1889; crítica de Schmoller Litteraturgeschichte en Conrad Jahrbuch, N.F., vol. 20, traducido al ingles en Annals of the American Academy 1, nº 2, Octubre de 1890.
[2] Entwickelung der Gosetze des menschlichen Verkehrs.
[3] Theory of Political Economy, 1871, 2ª ed., 1879.
[4] Grundsatze der Volkswirthschafslehre, 1871.
[5] Elements d’economie politique pure, 1874.
[6] “Philosophy of Value” en el New Englander (Julio de 1881). El Profesor Clark no conocía, según me dijo, las obras de Jevons y Menger.

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí. [Extraído de Böhm-Bawerk, “The Austrian Economists”, Annals of the American Academy of Political and Social Science, volumen 1 (1891)]

¿Es explotación el interés?



 

Durante todo este periodo, la teoría de la explotación ha ocupado mucho espacio en discusiones literarias. Han sido especialmente entusiastas y animadas respecto de un giro peculiar que han tomado y a veces también debido a una especie de tensión dramática. De todos los escritores socialistas, Karl Marx (tal vez no sin un injusto desprecio de otros y en concreto de Rodbertus, cuya categoría científica era alta) ha conseguido la mayor influencia entre sus partidarios. Su obra representaba, por así decirlo, la doctrina oficial del socialismo contemporáneo. Por tanto ocupaba el centro del ataque y la defensa. La literatura polémica del momento se convirtió en literatura sobre Marx. Las circunstancias también eran de un interés inusual. Marx había muerto antes de haber terminado su trabajo sobre el capital. Las partes nos finalizadas se encontraron casi completas en manuscritos entre sus pertenencias. Se esperaba que desarrollaran la explicación de un problema que había sido la causa principal del ataque contra la teoría de la explotación y que, de acuerdo con las expectativas de ambas partes contendientes, desarrollarían la prueba decisiva de la sostenibilidad o no del sistema marxista, el problema de la armonización y conexión de la tasa de beneficio, que la experiencia demuestra que tiende hacia la igualdad en todas las formas de inversión, con la ley del valor y la teoría de la explotación que Marx había desarrollado en su primer tomo.[1]
La publicación del tercer tomo, en el que se trataba este tema, se retrasó hasta 1894, 11 años después de la muerte de Marx. El interés por la cuestión respecto de lo que el propio Marx podría tener haber tenido que decir sobre este muy delicado punto de su teoría se expresó en una especie de literatura profética que tenía por objeto el desarrollo de la probable opinión de Marx sobre el tema de la tasa media de beneficio a partir de las premisas expuestas en su primer tomo. Esta literatura profética llena la década de 1885 a 1894 y presenta una gama majestuosa de publicaciones más o menos extensas.[2] El segundo acto y al mismo tiempo el clímax del desarrollo dramático se alcanzó en 1894 con  la publicación de Engels del tercer tomo póstumo. Y a esto le sigue un tercer acto de una discusión literaria extremadamente animada sobre la estimación crítica de este tercer tomo, su relación con el punto de partida elegido por Marx en el desarrollo sistemático de sus teorías y las futuras perspectivas del marxismo, una discusión que no es probable que llegue pronto a una conclusión.[3]
Puedo contentarme ahora con un mero registro de estos acontecimientos, porque en una parte anterior de esta obra he descrito su contenido científico y los he sometido a un análisis crítico. Tampoco he ocultado mi opinión de que la gran prueba ha resultado decididamente en contra de Marx y sus teorías del valor y la plusvalía y que por eso parece estar cerca el principio del fin.
Pero el periodo bajo exp0licación nos presenta otra evolución teórica muy peculiar que debe mencionarse a este respecto y a la que ha calificado en otro lugar como la rama vulgär-ökonomischen de la teoría socialista de la explotación.[4] Este fenómeno peculiar puede describirse así: Varios eminentes teóricos de una tendencia no socialista, que ni siquiera reconocen las premisas del valor teórico de la teoría socialista de la explotación, ya han adoptado una visión general del interés que es en esencia idéntica a la teoría de la explotación y solo difieren de ella es su forma más moderada y  reservada o menos coherente.
Las expresiones más características de este tipo provienen de Dietzel y Lexis. Dietzel confiesa que en su opinión en esencia la teoría de la explotación es innegable y mantiene que se ve obligado a aceptar la opinión de que el fenómeno del interés es un producto histórico que está enraizado en el derecho mercantil actual y que es uno de los tipos de renta que en una forma de sociedad como la presente son culpados justamente como necesariamente opuestos a máximo suum cuique.[5] Lexis expresa la opinión de que el beneficio normal en el capital está relacionado con las relaciones de poder producidas por la posesión o no de capital. La fuente de los beneficios del dueño de esclavos es inequívoca y puede decirse lo mismo de los beneficios del “explotador”. En la relación normal del empresario y el trabajador no existe explotación de este tipo, sino una dependencia económica del trabajador que indudablemente influye en la división del producto del trabajo. La porción del trabajador en el rendimiento de la producción está condicionado por la circunstancia, desfavorable para él, de que no puede utilizar su poder de trabajar independientemente, sino que se ve obligado a venderlo, renunciado a su derecho al producto a cambio de un medio de subsistencia más o menos adecuado.[6] En otra ocasión, Lexis explica aún más claramente esta opinión suya sobre el origen del interés al decir que el vendedor capitalista, el productor de materias primas, el fabricante, obtienen beneficios en sus negocios vendiendo un precio más alto del que compran, aumentando así el precio de coste de sus bienes en un porcentaje concreto. El trabajador por sí solo no es capaz de obtener una mejora similar en el precio. Debido a su situación desfavorable en relación con el capitalista, se ve obligado a vender su trabajo al precio que le cuesta, es decir, los medios necesarios de subsistencia. Así que aunque los capitalistas al vender bienes a un precio mayor pierdan de nuevo una parte de lo que ganan como vendedores, estos precios por adelantado mantienen toda su importancia para el asalariado que compra y efectúa la transferencia de parte del valor del producto total a la clase capitalista.[7]
En todas estas declaraciones la idea está inconfundiblemente expresada la idea de que los beneficios (y no meramente alguna porción excesiva adquirida bajo circunstancias especialmente gravosas, sino los beneficios ordinarios y normales como tales) derivan de la presión que ejercen las clases propietarias sobre la no propietarias al conseguirse la posición más fuerte que mantienen en la lucha por los precios, una idea que es esencialmente la misma que aquella que forma la esencia de la teoría socialista de la explotación.
Para calificar estas declaraciones, debería prestarse atención a dos circunstancias que pueden mostrar alguna relación entre sí. La primera es que hasta ahora se han presentado solo como declaraciones ocasionales y se han realizado en ocasiones que llevaron a los autores a una confesión de sus propias opiniones sobre el problema del interés, pero no les obligaban a una defensa sistemática y explicación de sus puntos de vista, es decir, a una revisión crítica de las teorías de otra gente (de Marx y la mía propia). La segunda circunstancia es que estas declaraciones hasta ahora se han presentado solo como sencillas expresiones de opiniones, como confesiones de fe de los autores, para las que nunca se ha dado ni intentado una justificación conexionada y teóricamente sostenible. Dietzel no añade ni una palabra en apoyo de sus declaraciones y los breves comentarios[8] con los que Lexis acompaña la expresión de su opinión son tan vagos y dejan el problema tan completamente inexplicado que el propio autor apenas afirmaría que contengan, siquiera en líneas generales, una explicación realmente adecuada.
A la vista del hecho de que las bases teóricas sobre las que se basan normalmente las opiniones de los teóricos de la explotación, sobre todo las teorías socialistas del valor y de la plusvalía, no las utilizan estos autores como bases para su teoría aliada del interés, y a la vista del hecho de que hasta ahora no se ha creado ningún otro fundamento sostenible para ella, como historiador de doctrinas tengo simplemente que registrar el hecho de que existen estas opiniones y que al menos en el presente existen meramente como declaraciones no teóricas sin demostrar. Debemos esperar para ver si se hará un intento serio para elevar estas confesiones de fe a teorías reales basadas en algún tipo de fundamento o si morirán como meras expresiones de sentimientos en las que la tendencia del tiempo declina sin ningún intento de ponerlas en conexión con premisas científicas sostenibles.[9]

Notas
[1] Ver “Geschichte und Kritik der Capital zins-Theorien,” 2ª ed., Sección XII, p. 530 y ss.
[2] He dado una recopilación de esta en otra ocasión (en un ensayo “Zum Abschluss des Marx’schen Systems”, en “Festgaben für Carl Knies,” 1896, p. 6). Comprende: Lexis,Jahrbücher für Nationalökonomie, 1885, ν.F., Vol. XI, pp. 452-465; Schmidt, “Die Durchschnittsprofitrate auf Grund des Marx’schen Wertgesetzes”, Stuttgart, 1889; un análisis de este último escrito por mí mismo en Tübinger Zeitschrift f d. ges. Staatstv., 1890, p. 590 y ss. y por Loria en Jahrbücher für Nationalökonomie, N.F., Vol. XX (1890), p. 272 y ss..; Stiebeling, “Das Wertgesetz und die Profitrate”, NuevaYork, 1890; Wolf, “Das Räthsel der Durchschnittsprofitrate bei Marx”, Jahrbücher für Nationalökonomie, III F., Vol. 2 (1891), p. 352 y ss.; de nuevo Schmidt, Nene Zeit, 1892-1893, Nº. 4 y 5; Lande, ibíd., Nº. 19 y 20; Firenjan, “Kritik der Marx’schen Werttheorie”, Jahrbücher für Nationalökonomie, III F., Vol. 3 (1892), p. 793 y ss.; finalmente, Lafargue, Soldi, Coletti y Graziadei, en Critica Sociale, de julio a noviembre de 1894. De la otra literatura de este periodo sobre Marx. Podemos referirnos a Georg Adler, “Die Grundlagen der Karl Marx’schen Kritik der bestehenden Volkswirtschaft”, Tubinga, 1887.
[3] De los escritos sobre este tema que han aparecido hasta ahora, pueden mencionarse: numerosos ensayos en Neue Zeit, especialmente por Engels (XIV Jahrgang, .Vol. ι, Nos. ι y 2), Bernstein y Kautsky; luego Loria, “L’opera posthuma di Carlo Marx” (Nuova Antologia, Febrero de 1895); Sombart, “Zur Kritik des Ökonomischen Systems, von K. Marx” (Archivfür soc. Gesetzgebung und Statistik, Vol. VII, Pt. 4); mi ensayo antes mencionado, “Zum Abschluss des Marx’schen Systems”, 1896; Komorzynsky, “Der dritte Band von Carl Marx, ‘das Kapital'”, en Zeitschr. für Volkswirtschaft, Socialpoli-tik und Verwaltung, Bd. VI, p. 242 y ss.; Wenkstern, “Marx”, Leipzig, 1896; Diehl, “Ueber das Verhältnis von Wert und Preis im Ökonomischen System von Carl Marx” (en “Festschrift zur Feier des 25 jährigen Bestehens des staatsw. Seminars in Halle”, Jena, 1898); Labriola, “La teoria del valore di Carl Marx”, Milán, 1899; Graziadei, “La produzione capitalistica”, Turín, 1899; Bernstein, “Die Voraussetzungen des Socialismus und die Aufgaben der Socialdemokratie”, Stuttgart, 1899; Masaryk, “Die philosophischen und sociologischen Grundlagen des Marxismus”, Viena, 1899; Weisengrün, “Das Ende des Marxismus”, Leipzig, 1899.
[4] “Einige strittige Fragen der Capitalstheorie”, Viena, 1900, p. III. (También impresa en Vol. VIII de Zeitschrift für Volkswirtschaft, Socialpolitik und Verwaltung).
[5] Göttinger Gelehrte Anzeigen, Nº 23, 1891, pp. 935, 943.
[6] Schmoller, Jahrbuch, Vol. XIX, p. 335 y ss.
[7] Conrad, Jahrbücher, N.F., Vol. XI (1885), p. 453.
[8] A saber, que incluso bajo la presión total de la competencia (que es la condición necesaria para la nivelación de beneficios hasta el nivel normal), los vendedores capitalistas siguen siendo capaces de mantener permanentemente una plusvalía sobre los costes primarios y que este es el hecho peculiar el que requiere explicación para que sea compatible con las leyes de valor y el precio o para que pueda deducirse satisfactoriamente de él. Aun así no hay nada en lo que dice Lexis que sugiera la existencia de estos hechos. Consultar el exhaustivo tratamiento de este asunto en mi ensayo antes mencionado, “Einige strittige Fragen der Capitalstheorie”, Viena, 1900, p. 110 y ss.
[9] Me he expresado más en detalle sobre esta rama peculiar de la teoría de la explotación en mi muy mentado ensayo, “Einige strittige Fragen der Capitalstheorie”. Un intento algo más antiguo para poner en conexión la teoría de la explotación con una teoría del valor distinta de la socialista puede encontrarse en Wittelshöfer “Untersuchungen über das Capital”, Tubinga, 1890. Este intento es interesante, pero, en mi opinión, poco profundo.

La función del ahorro


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[Annals of the American Academy, volumen 17 (1901)]
Bajo el título que aparece más arriba, Mr. Bostedo ha criticado, en el ejemplar de Enero de los Annals[1] algunas opiniones que expresé en mi obra “Teoría positiva del capital”[2] relativas a la influencia del ahorro en la formación del capital. Aunque ya adelanté e ilustré mediante varios ejemplos la opinión de que un incremento en el capital de una comunidad sólo puede producirse como consecuencia de un equilibrio entre el ahorro y el gasto, Mr. Bostedo llega a la conclusión diametralmente opuesta, esto es, que “el ahorro, como el término se conoce generalmente, no tiene influencia alguna en la formación del capital”.
Mi mejor defensa consistiría, no me cabe duda, en pedir al lector que estudie punto por punto la exposición detallada acerca de este asunto en mi “Teoría Positiva”. La solución a un problema de esta naturaleza sólo puede mostrarse creando en la imaginación de los lectores, en lugar de una visión superficial del fenómeno monetario que se les presenta cotidianamente, una perspectiva completa y al mismo tiempo plástica de las relaciones reales de la sociedad industrial moderna. Esa perspectiva completa es la que he tratado de esbozar en mi “Teoría Positiva”, y no puedo, por razones obvias, repetir la empresa en estas páginas. Deberé conformarme con comentar los puntos y dificultades particulares a los que Mr. Bostedo se refiere en su crítica.
Mr. Bostedo fundamentalmente me acusa de haber cometido tres errores: Haber hecho un uso ambiguo del término “ahorro”, haber elegido un ejemplo “no natural”, y por tanto inadmisible, para el desarrollo de mi doctrina y haber cometido un error lógico  de bulto en el curso de este desarrollo.
En primer lugar, mantiene que he considerado indiferentemente dos conceptos muy distintos como “ahorro”. A veces habría designado con este término los motivos que determinan la dirección de la producción y, en este sentido, mi teoría en relación con la influencia del ahorro sobre la formación del capital, aunque seguiría siendo correcta, es en algunos casos de muy poca importancia. Sin embargo, habría empleado el término para un propósito completamente distinto, dejando de lado por tanto lo que todo el mundo entiende por “ahorro” y en este sentido usual mi teoría sería falsa.
En respuesta me gustaría simplemente insistir en que no he confundido dos conceptos de “ahorro” en mis escritos, sino que sencillamente he procurado analizar completamente un concepto y presentar al lector una visión exhaustiva del proceso del “ahorro”. Para concretar, que lo que “todo el mundo conoce como ahorro” tiene en primer lugar su lado negativo, esto es, el no consumo de una porción de nuestros ingresos o, en términos aplicables a nuestra sociedad que utiliza el dinero, el no gasto de una porción del dinero recibido anualmente. Este aspecto negativo del ahorro es que es más evidente en las conversaciones cotidianas y a menudo es el único que se tiene en cuenta, puesto que comparativamente pocas personas consideran el destino subsiguiente de las sumas de dinero ahorrado, más allá de la ventanilla de caja del banco o la compañía financiera. Pero es aquí justamente donde comienza la parte positiva del proceso del ahorro, para completarse lejos del campo de visión del ahorrador, cuya acción, sin embargo, ha dado el primer impulso a toda la actividad posterior: el banco recoge los ahorros de sus depositantes y los pone a disposición de la comunidad empresarial de una forma u otra –a través de préstamos hipotecarios, empréstitos a compañías ferroviarias y a otras compañías a cambios de los bonos que éstas emiten, alojamientos para gestores de negocios, etc.-, para su empleo en posteriores iniciativas productivas, que sin esa ayuda no podrían tener éxito o al menos no lo alcanzarían con la misma eficiencia. Si aquéllos que ahorran hubieran evitado hacerlo y, en cambio, hubieran vivido más lujosamente, esto es, hubieran comprado y consumido más o mejor comida, vinos, ropa u otros objetos de lujo, habrían estimulado su producción, a través del incremento de la demanda de estos productos; frente a ello, el resultado de ahorrar y depositar en los bancos porciones de sus ingresos, hubiera sido dar un impulso a la producción en forma de incremento en la manufactura de dispositivos productivos, en ferrocarriles, fábricas, máquinas, etc. Acerca de si tengo razón en este análisis del efecto del ahorro, se verá en relación con mi argumentación sobre la tercera de las críticas mencionadas más arriba. En este momento, sólo me gustaría insistir en que mi teoría no implica dos conceptos diferentes de ahorro, sino que el ahorro que actúa como impulso o motivo en una determinada dirección de la producción es exactamente el mismo “ahorro como se entiende comúnmente”. Simplemente dirijo la atención hacia la otra parte del proceso, hacia las consecuencias positivas del primer paso negativo, que es el no consumo.
En relación con el segundo punto, Mr. Bostedo declara que el ejemplo mediante el que yo pretendía aclarar la influencia del ahorro en la formación del capital “es un caso muy poco natural”.He supuesto, simplemente mediante un ejemplo, que “cada individuo en la comunidad consume, de media, sólo tres cuartas partes de sus ingresos y ahorra el resto”. Si Mr. Bostedo quiere decir con esta crítica que es muy improbable que en una gran comunidad cada individuo, sin excepción, ahorre de sus ingresos al mismo tiempo y en la misma proporción, sin duda tiene razón. Pero, de hecho, como indica la frase de introducción, “de media”, no otorgo importancia alguna a los detalles concretos de mi ejemplo, y si le diera, la mera improbabilidad del caso propuesto no lo invalidaría en forma alguna como ayuda en la exposición de un principio general. Más aún, me gustaría aquí aventurar la afirmación paradójica de que los buenos ejemplos que se utilizan para resolver fenómenos complejos, deben siempre implicar un grado importante de improbabilidad. Esto ocurre porque los buenos ejemplos deben se siempre simples, detallados y llamativos y deben por tanto diferenciarse significativamente de los confusos y monótonos hechos de la vida real. Creo que debería admitirse que el clásico ejemplo de Hume en el que cada persona en el país al levantarse por la mañana encuentra una pieza de oro en su bolsillo es más improbable que el que yo he utilizado, y que la misma afirmación de Mr. Bostedo, con la que concluye su crítica, “que todos los miembros de la comunidad produjeron todas sus vidas y todas sus vidas se vivieron de acuerdo con sus ingresos” es ciertamente, desde el punto de vista de las condiciones reales, no más probable que la mía.
Pero, y esto nos lleva a la tercera crítica, que ataca a la vez el más importante y más interesante punto de controversia, mi ejemplo es calificado no únicamente de “no natural”, sino de “imposible”, y la explicación que se construye a partir de él se describe simultáneamente como “confusa y contradictoria”.
Sobre la “imposibilidad” de mi ejemplo, Mr. Bostedo intenta probarla mediante el siguiente silogismo: si todos los miembros de una comunidad ahorran simultáneamente una cuarta parte de sus ingresos, reducen consecuentemente en una cuarta parte la demanda de bienes de consumo. La menor demanda lleva a los productores a restringir la producción en la misma medida. Pero si la producción decae a la vez que el consumo, entonces es evidente que no habría demanda de los ahorros; llevar a cabo el ahorro supuesto de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad se demuestra por tanto como imposible.
Sospecho que este silogismo hará aparecer en las mentes de la mayor parte de los lectores la sospecha de que se ha probado demasiado. Si fuera verdad, no sólo el ahorro simultáneo de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad sería imposible, sino que cualquier ahorro real sería imposible. Si cada intento de restringir el consumo debe efectivamente ocasionar una restricción inmediata y proporcional de la producción, entonces no podría producirse ningún incremento a la riqueza acumulada de la sociedad a través del ahorro. Los individuos particulares podrían ahorrar parte de sus ingresos, pero sólo a condición de que otros individuos de la misma comunidad consuman el exceso de los mismos; la sociedad como un todo nunca podría dejar aparte porciones de su ingreso social y las acumulaciones que puedan realizar ciertas naciones como Francia u Holanda como consecuencia de de su mayor porcentaje de ahorro en comparación con España o Turquía debe ser descrito, aunque pueda parecer un fenómeno universal, como una mera ilusión. Creo que Mr. Bostedo estaría realmente dispuesto a adherirse a esta opinión con todas sus consecuencias; a cualquier nivel, sus conclusiones me parece que armonizan con esta perspectiva, puesto que dice con especial énfasis que cada ahorro es sólo una transferencia de poder de compra de los ahorradores a otros miembros de la comunidad. Sin embargo, tengo más confianza en que los lectores rechazarán aceptar este análisis como correspondiente a su experiencia y que en su lugar concluirán que hay algo incorrecto con la cadena de razonamientos que nos lleva a una conclusión tan improbable.
En realidad, el fallo en el razonamiento no es difícil de encontrar. Está en que una de las premisas, la que afirma que una restricción del “consumo para disfrute inmediato” debe implicar a su vez una restricción en la producción, es errónea. La verdad es que una restricción en el consumo implica, no una restricción en la producción en general, sino sólo, a través de la acción de la ley de la oferta y la demanda, una restricción en determinadas ramas de la misma. Si como consecuencia del ahorro, se compra y consume una menor cantidad de comida de lujo, vino y encajes, se producirá posteriormente –y quiero poner énfasis en esta palabra- una menor cantidad de estos bienes. Sin embargo, no habrá una menor producción de bienes en general, puesto que la menor producción de bienes listos para su consumo inmediato puede ser y será compensada por un incremento n la producción de bines “intermedios” o de capital.
La última proposición es justamente la que Mr. Bostedo rehúsa expresamente admitir. Para defender su posición añade a su primer silogismo un segundo diseñado especialmente para probar que mi suposición es incorrecta e incluso que es inconsistente con las premisas sobre las que descansa mi propia teoría.
Su argumentación es esencialmente la siguiente: La producción es universalmente reclamada y guiada por la demanda. Esto es verdad, incluso en la producción de capital, puesto que el capital consiste, de acuerdo con mi propia teoría como se cita por Mr. Bostedo, simplemente en bienes inacabados. Éstos se demandan, no hace falta decirlo, sólo en la medida en que sean demandados los bienes acabados o de consumo que se espera que se fabriquen a partir de los mismos. Se deduce que, en un análisis final, la producción de bienes de capital es igualmente reclamada  y guiada sólo por la demanda de los bienes de consumo. Ahora, si como consecuencia del ahorro universal, la demanda de bienes de consumo se reduce en una cuarta parte, no se explica cómo puede ser posible que se demanden y produzcan más bienes de capital que antes. ¿Quién tendría algún aliciente para producir una cantidad adicional de bienes inacabados cuando la demanda de bienes acabados, en lugar de ser mayor, en realidad es menor? ¿Qué tipo de productos se fabricarían a partir de la oferta incrementada de bienes inacabados? ¿Quién los va a comprar?
El razonamiento de mi honorable crítico se presenta ciertamente con un gran habilidad dialéctica. Tiene, si embargo, un punto débil. Falta algo de una de sus premisas, un sola palabra, pero muy importante. Mr Bostedo asume, y me representa igualmente sumiendo en mi ejemplo, que el ahorro significa necesariamente una restricción en la demanda de bienes de consumo. “Ha asumido”, dice, refiriéndose a mí, “que todas las personas han restringido su demanda de bienes de consumo en una cuarta parte”. Aquí ha omitido la pequeña palabra “presentes”. El hombre que ahorra restringe su demanda de bienes de consumo presentes pero, en ninguna forma, su deseo de bienes de disfrute, en general. Esta es una proposición que, bajo un título ligeramente distinto, ya ha sido discutida repetidamente y, creo, de forma concluyente en nuestra ciencia tanto por los escritores antiguos como por la literatura contemporánea. Los economistas están actualmente de acuerdo, pienso, en que la “abstinencia” referida al ahorro no es en realidad abstinencia absoluta, esto es, no supone renuncia definitiva a bienes de disfrute, sino, como acertadamente lo describe el Profesor Macvane, una mera “espera”. La persona que ahorra no desea dejar sus ahorros sin devolución, sino que requiere que le sean devueltos en algún momento futuro, normalmente con intereses incluidos, sean para él o para sus herederos. A través del ahorro no se extingue absolutamente ni siquiera una pequeña parte de a demanda de bienes., sino que, como J.B. Say demostró de manera magistral hace más de cien años en su famosa teoría de la “venta o demanda de productos” (des débouchées)[3], la demanda de bienes, el deseo de medios de disfrute, es en cualquier circunstancia humana, insaciable. Un apersona concreta puede tener bastante, o incluso demasiado, de un tipo particular de bienes en un momento concreto, pero no de los bienes en general, ni para siempre. Esta doctrina se aplica particularmente al ahorro. Porque el principal motivo para aquéllos que ahorran es precisamente proveer para su futuro o para el futuro de sus herederos. Esto no quiere decir otra cosa que desean asegurarse la obtención de los medios de satisfacción de sus futuras necesidades, mediante bienes de consumo en un momento futuro. En otras palabras, aquéllos que ahorran restringen su demanda de bienes de consumo en el presente, simplemente para incrementar proporcionalmente su demanda de bienes de consumo en el futuro.
Pero si esto es cierto, y creo que el mismo Mr. Bostedo no tiene un concepto distintos del ahorro, puesto que él mismo, hacia el final de su exposición, reconoce que aquéllos que ahorran esperan un beneficio futuro, sea para ellos o para sus herederos, por lo que éstos no “renuncian” sino que simplemente “esperan”, entonces la situación en que se produce una restricción en la producción tal y como la describe Mr. Bostedo, no existe, puesto que la demanda de bienes en general no ha disminuido. Sin embargo, es verdad que la situación puede cambiar la dirección de la producción tal y como he descrito; puesto que si se demandan menos bienes de consumo en este momento y más en el futuro y la producción va a adelantar a la demanda, ambos admitimos que las fuerzas productivas deben asumir que se fabricarán menos bienes de consumo en este momento y proporcionalmente más se pondrán en el mercado en el futuro. La manera principal de conseguir este resultado es invertir las fuerzas productivas, tierra y trabajo, en procesos más extensos o eficaces de producción o producir “productos intermedios” en una mayor cantidad, a partir de los cuales, en un momento posterior, los bienes listos para su consumo puedan ser puestos en el mercado, en otras palabras, incrementar la producción de bienes de capital.
Cuando Robinson Crusoe en su isla guarda (ahorra) un parte de las provisiones para ganar tiempo para perfeccionar sus armas de caza, con ello esperaba obtener posteriormente una mayor cantidad de provisiones, estas relaciones se aprecian claramente. Es obvio que el ahorro de Crusoe no es una renuncia, sino una simple espera, no una decisión de no consumir en absoluto, sino simplemente una decisión de no consumir todavía; que por lo tanto no hay una falta de estímulo a la producción de bienes de capital, ni de la demanda de bienes de consumo que se producirán mediante los mismos.
En una sociedad industrial compleja con una división diferenciada del trabajo, las relaciones son las mismas, aunque no son tan fáciles de entender. Una dificultad en este último caso está relacionada con el hecho de la variedad de bienes de consumo demandados y de que los periodos de tiempo en que se demandan, ya sea por el ahorrador o sus herederos, no están normalmente predeterminados. La persona que ahorra tiene en su mano, como si fuera, y creo que la opinión de Mr. Bostedo coincide muy exactamente con esta perspectiva, una orden para medios de disfrute futuros, que puede determinar a su gusto en una u otra forma de bienes de consumo, viviendas, ropa, equipamiento, vinos, etc. y que puede solicitar para una satisfacción parcial o completa cuando lo desee, o incluso puede renovarse. A partir de estas circunstancias, no puede negarse que resulta una cierta complejidad desde el punto de vista de la producción.  Pero me parece que Mr. Bostedo no sólo exagera el grado de complejidad, sino que confunde completamente su naturaleza real. Aunque normalmente no es posible designar por adelantado hacia qué tipos de bienes de consumo se dirigirá la demanda de los ahorradores, Mr. Bostedo supone, sin más justificación, que esa demanda, que va a servir como estímulo y motivación para la producción posterior, no existe. Esta suposición es tan indefendible como lo sería la de un banquero que haya recibido depósitos y haya emitido a cambio certificados pagables a la vista en cualquier tipo de divisa que elija el depositante, que no tenga responsabilidades de depósito algunas, y por tanto no tenga la necesidad de hacer provisiones para redimir los certificados de depósito guardando una reserva de medios de pago. Es seguro que no sabrá en qué tipo de divisa concreto o en qué momento se reclamará el depósito, pero sí sabe que el depósito se reclamará. Exactamente de la misma manera es seguro que los que ahorran no sólo no renuncian a reclamar esos bienes en el futuro, sino que en algún momento los pedirán tanto en lo que refiere a capital como a los intereses, y que tomarán aquellos bienes que elijan en la cantidad que deseen, hasta el límite fijado por la cantidad de su reclamación, y que la producción puede y debe tener en cuenta esta demanda futura.
¿Pero cómo puede la producción tener en cuenta la demanda si no se conoce todavía hacía dónde se dirige? Esta dificultad aparece a primera vista como muy grande, pero en realidad no es importante en absoluto y en cualquier caso no es diferente ni mayor que las dificultades análogas con las que cualquier sistema de producción dependiente de la división del trabajo debe considerar más allá del fenómeno del ahorro. La dificultad no es muy importante porque, de acuerdo con la ley de las grandes cifras, las idiosincrasias y caprichos particulares hasta cierto punto se compensan entre sí. El caso de los depositantes en un banco sirve de nuevo en este caso como un buen ejemplo. Cada uno de los depositantes puede reembolsarse todo o parte de su depósito, en el momento que quiera, pero si el banquero tiene un gran número de depositantes, su experiencia le enseña que nunca todos ellos quieren recuperar sus depósitos a la vez., sino que las retiradas de dinero obedecen, más o menos perfectamente, a una regla regular y, como consecuencia de este hecho, como es bien sabido, sólo necesitan mantener como reserva de dinero disponible una pequeña proporción de los depósitos y pueden invertir el resto en su negocio. Ocurre exactamente lo mismo en el caso del ahorro. Aquí también la producción puede contar con que sólo una determinada proporción de las reclamaciones de capital e intereses se transformarán en demandas de bienes de consumo en cada periodo productivo y que se mantendrá el resto como títulos de propiedad sobre productos intermedios o bines de capital. La producción, consciente o inconscientemente, se ajusta por sí misma a la situación, cuando, como debe ocurrir en cada comunidad organizada de manera capitalista, las cosas se ordenan de forma que en cada periodo una cierta cantidad de bienes listos para su consumo salgan al mercado, mientras que una mayor existencia de bienes en forma de capital se mantiene para servir en momentos posteriores.
Pero uno puede preguntarse ¿hacia qué tipo de bienes de consumo se dirigirá la producción si no se conoce por cuáles se decidirán los ahorradores? La respuesta es muy simple: quienes dirigen la producción no lo saben mejor, pero tampoco peor, acerca de la especial demanda de los ahorradores, que lo que saben de la demanda de los consumidores en general. Un sistema de producción altamente complejo, capitalista y subdividido normalmente no espera a las solicitudes que les hagan antes de proveer, sino que tiene que anticiparse a ellas con tiempo suficiente. Su conocimiento de la cantidad, el tiempo y la dirección de la demanda de bienes de consumo no se basa en información positiva, sino que solamente puede adquirirse mediante un proceso de prueba, suposición o experimentación. Por supuesto, la producción puede cometer serios errores en esta conexión y cuando esto ocurre lo expía a través de la situación de crisis que no es familiar. Sin embargo, a menudo encuentra su camino, generando suposiciones para el futuro a partir de la experiencia del pasado, sin grandes contratiempos, aunque a veces pequeños errores se corrijan con dificultad mediante una desagradable redistribución de las fuerzas productivas mal empleadas. Estos reajustes se facilitan materialmente, como tratado de demostrar en detalle en mi “Teoría positiva”, mediante la gran movilidad de muchos productos intermedios.
Más aún, la ley de los grandes números actúa aquí otra vez como un agente de equilibrio y compensación. Es sin duda muy improbable que los ahorradores liquiden sus depósitos en exactamente los mismos bienes de consumo. Es mucho más probable que sus demandas de bienes de disfrute se dividirán entre las distintas ramas de la producción en la misma proporción que haya ya determinado la dirección de procesos productivos previos o a un ritmo que no se apartará repentina y violentamente del estándar ya establecido. El efecto compensatorio de la ley de los grandes números se refuerza posteriormente por el hecho de que la demanda de bienes de consumo que aparece por la nueva demanda de los ahorradores no está sujeta a ninguna influencia aislada, sino que se funde con las demás demandas de bienes de consumo de todas las otras clases presentes en una sociedad industrial para formar una gran demanda compuesta.
Finalmente un consideración más, cuya influencia me parece que Mr. Bostedo ha ignorado sin la más mínima justificación, y que no debe pasarse por alto. Es la eficacia incrementada que adquiere la producción como consecuencia de la prolongación del periodo de producción que es posible mediante el ahorro. Con o sin una demanda incrementándose por parte del público, cada productor individual se esfuerza por mejorar sus métodos de producción., puesto que de esta forma puede mantenerse a la cabeza de sus competidores y obtener para sí una mayor cuota de mercado. Si se ofrece ahora la oportunidad a los gestores de negocio de mejorar sus instalaciones productivas a través de la oferta de los ahorros de terceros, ninguna necesidad tendrá problema alguno en el sentido de que aquéllos no estén dispuestos a aprovechar esta oportunidad o de que la “inducción a una mayor inversión de capital”, que Mr. Bostedo no es capaz de descubrir, no se presentará. Y si la mejora técnica acaba rindiendo resultados en el sentido de una producción más eficiente o productos más baratos, tampoco necesidad alguna se verá afectada, puesto que la bajada de precios permite dirigirse a nuevos estratos de demanda, y puesto que el incremento global de la oferta de productos  lleva por otro lado a un incremento proporcional de las ventas en el sentido de la famosa teoría de Say de “venta o demanda de productos”.
Es por tanto mi opinión que los fenómenos relativos al ahorro están interrelacionados. El asunto se muestra a mi perspectiva de manera distinta que a Mr. Bostedo, pero espero que no por causa de que mi visión sea menos completa o más superficial.
Me parece que Mr. Bostedo ha dejado un serio resquicio en su explicación de la formación de capital, cuando decide no tener en cuenta en absoluto el papel que juegan los ahorros en el proceso y confiar exclusivamente en la capacidad de los bienes de capital para aparecer por sí mismos tan pronto como la demanda de bienes de consumo se dirija hacia aquéllos en los cuales la producción de bienes de capital requeridos jueguen un papel útil. No tiene en cuenta el hecho de que todos los tipos de bienes de disfrute pueden ser creados mediante una enorme variedad de maneras; el grano, el producto más necesario universalmente para la vida puede producirse mediante la llamada agricultura “extensiva” en cortos periodos y con poco capital o mediante la llamada “intensiva”, de periodo largo con un correspondiente mayor capital y una persona puede viajar a lomos de una mula, en silla de manos, en carro, en automóvil o por ferrocarril. Cuando una nación adquiere el gusto por viajar, afortunadamente no puede tener la más mínima confianza en la capacidad en que las vías de tren aparezcan espontáneamente en el suelo, pero si desea construirlas con sus propios recursos debe haber ahorrado previamente las sumas necesarias de sus ingresos, y si no la ha hecho, debe llamar en su ayuda a los ahorros de otras naciones; así, sin los ahorros de ingleses y franceses, Egipto no hubiera construido jamás el Canal de Suez.

[1] Volumen XVII, Págs. 95-99.
[2] Editorial Aosta, 1998 (N. del T.)
[3] “Tratado de economía política”. Tomo 1, capítulo XV.http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01473635323475940765546/index.htm