El odio que mueve a Pablo Iglesias
Como hemos visto todos, el odio, la ira y la violencia no sólo han rodeado el Congreso de los Diputados, sino que se han metido dentro. Pablo Iglesias se ha quitado el disfraz de “socialdemócrata del norte” para entrar en el Congreso puño en alto, un gesto usado por comunistas, anarquistas y etarras, y asociado a los regímenes más antidemocráticos. Y ya sin careta, ha dejado patente en sus discursos, en sus gestos y en sus trifulcas parlamentarias que, como a todo comunista, tan sólo le impulsa el odio. Odio que puede ser genético, como en su caso, o adquirido, como en el caso de los demás pijos progres podemitas, niños de papá, hijos de altos funcionarios y de lastarjetas black.
Pablo Iglesias heredó ese odio de su abuelo Manuel quien, en 1936, antes de huir de su pueblo natal, Villafranca de los Barros, donde ejercía como delegado gubernativo, ordenó o consintió que se quemase la iglesia del pueblo, donde previamente habían encerrado a todos sus paisanos “de derechas”. Bueno, en realidad a todos no, porque algunos ya habían logrado huir, y a esos los persiguió en Madrid, los “sacó” de sus casas y los asesinó. Hechos por los que fue juzgado y condenado a muerte, aunque sólo pasó cinco años en prisión obteniendo posteriormente un empleo como alto funcionario. De su abuelo Manuel el odio genético pasó a su padre, Javier, también alto funcionario y militante del grupo terrorista Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), con quienes participó en varias acciones subversivas que también le llevaron a la cárcel.
Las desagradables trifulcas parlamentarias que hemos tenido que soportar desde que Pablo Iglesias ha llegado al Congreso no son exclusivas del comunismo. Ya en las Cortes liberales de Cádiz, a principios del siglo XIX, se vivieron situaciones tan violentas y grotescas como las actuales. Y tampoco son sólo propias de España, hasta en el Parlamento británico y en el de la Unión Europea se pueden ver escenas similares. Y no digamos ya en los de Ucrania, Italia, Japón o Panamá. No, las broncas parlamentarias no son exclusivas del comunismo, lo que en realidad caracteriza a los comunistas es el odio, ese odio que todos vemos reflejado en cada gesto y en cada discurso de Pablo Iglesias.
Y es que, como dijo Henry Hazlitt “todo el evangelio de Karl Marx puede resumirse en una sola frase: odia al hombre que esté mejor que tú.” La lucha de clases, la crítica al capitalismo, el acceso violento de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción, el materialismo dialéctico, etc., son sólo excusas para el odio y la envidia. En España podemos ver cómo los podemitas tratan a nuestros mejores empresarios, como Amancio Ortega. Jamás reconocerán que su fortuna es el fruto de su esfuerzo, ni que de su trabajo se benefician sus miles de empleados por todo el mundo y disfrutamos con él sus clientes. La envidia y el odio atribuye todo lo que Ortega ha conseguido a la explotación de los débiles y al robo. Si no eres comunista podrás ver cómo fracasan los más perezosos y los más estúpidos, pero esta idea para un podemita es fascista, porque los comunistas siempre le echarán la culpa de su fracaso a los que tienen éxito. Y esta envidia se convierte en frustración y la frustración en ira. Y Pablo Iglesias ha aprendido de sus mayores a utilizar ese odio en beneficio propio. Como ellos, aupado en el odio y la ira, acabará de alto funcionario y viviendo sin dar un palo al agua, se ganará el pan con el sudor del de enfrente; como su padre y su abuelo, comunistas todos, odiadores todos, vividores todos.
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