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domingo, 21 de mayo de 2017

Alan Greenspan, vendido


 


[Extraído de The Austrian 3, nº 2 (Marzo/Abril 2017): 12-14]
Sebastian Mallaby es el responsable Paul A. Volcker para las relaciones Económicas Internacionales en el Council on Foreign Relations. Podemos estar seguros, por tanto, de que su nuevo y extenso libro, The Man Who Knew: The Life and Times of Alan Greenspan, refleja un punto de vista desde el Establishment. Por si eso fuera poco para saber de dónde viene el libro, Mallaby nos informa de que obtuvo una cooperación total de Greenspan al escribirlo. “Este libro se basa en un acceso casi limitado a Alan Greenspan, sus papeles y sus colegas y amigos, todos los cuales fueron generosos en su colaboración”.
Aunque el libro no llega a ser un panegírico para Greenspan, Mallaby le ve con un favor considerable. Sin embargo, el libro contiene mucho material para un veredicto más severo: Greenspan abandonó las convicciones de libre mercado que había defendido efectivamente al principio de su carrera como economista. Defender la verdad económica no era el camino hacia el poder e influencia que buscaba Greenspan y rápidamente ajustó sus creencias para que se correspondieran con sus ambiciones.
Greenspan se asoció a la banda interna de discípulos de Ayn Rand, pero su defensa de la economía de libre mercado no deriva de su alianza con el objetivismo. Greenspan aprendió teoría económica con Arthur Burns en la Universidad de Columbia. Para Greenspan, como para su mentor Burns, la estadística tiene una importancia primordial: la teoría económica derivaba de patrones encontrados en los datos y estaba estrictamente subordinada a sus fuentes empíricas. “Burns fue el principal heredero de la tradición empirista de Wesley Mitchell y su influencia limitó cualquier entusiasmo que Greenspan pueda haber tenido por las nuevas tendencias que habían empezado a sacudir la economía. (…) Incluso el cálculo econométrico más inteligente estaba limitado porque las relaciones estadísticas de ayer podían quebrarse mañana, por el contrario, mediciones más exactas de lo que estar haciendo la economía son algo más que sencillas estimaciones: son hechos”.
A partir de sus estudios de los datos, Greenspan llegó a una conclusión importante. Los mercados financieros desempeñaban un papel esencial en la génesis del ciclo económico: “Enfrentándonos directamente a la noción de que los mercados financieros son sencillamente un casino con apuestas sin sentido, llegó a una conclusión de la que el premio Nobel James Tobin obtendría posteriormente el crédito. Los precios de las acciones impulsan las inversiones empresariales en activos fijos. (…) A su vez, estas inversiones crean muchos de los auges y declives de una economía capitalista”.
Greenspan aplicó sus ideas a la política de la Fed de una manera que recuerda la teoría austriaca del ciclo económico. Durante la década de 1920, “el error clave de la Fed fue infravalorar su propia contribución a la burbuja bursátil. El aumento en el mercado había activado un aumento en la inversión y el gasto de consumo, lo que a su vez había potenciado los beneficios y atizado los espíritus animales, disparando un mayor aumento en la bolsa. La Fed de la década de 1920 había sido la facilitadora de este círculo de retroalimentación: para que le inversión y el gasto de consumo despegaran, las empresas y consumidores necesitaban acceso al crédito. Ante un aumento en el apetito de préstamo, la Fed decidió [incorrectamente] ‘atender las demandas legítimas de las empresas’, como dijo Greenspan”.
Greenspan deducía de su análisis “una postura radical: Estados Unidos debía volver al patrón oro del siglo XIX. Al ligar el dinero y el crédito a una oferta fija de oro, la nación podía impedir repuntes tóxicos en el poder adquisitivo (…) ‘el patrón oro anterior a la Primera Guerra Mundial impedía “huidas de la realidad” especulativas, con sus desastrosas consecuencias’, insistía Greenspan”.
No fue ésta la única área en la que Greenspan adoptó una postura radical de libre mercado. Desafiando a la ortodoxia, “Greenspan continuaba con un ataque sobre los intentos del gobierno de controlar a los monopolios con leyes antitrust. (…) Señalaba que no eran solo los gestores empresariales los que querrían desafiar a los monopolistas: el sistema financiero también reclamarían que lo hicieran. Si un monopolio obtenía grandes rentas de sus clientes, los precios de sus acciones aumentaban y eso daba a los emprendedores un incentivo para crear rivales para el monopolio y daría a los financieros un incentivo para proporcionar a esos rivales abundante capital”. Mallaby ve esta “cruda” opinión con evidente disgusto, señalando que tanto Friedrich Hayek como Milton Friedman  adoptaron una postura más “matizada”.
¿En qué se convirtió este radical de libre mercado? Por desgracia, su deseo de “poder y pasta”, en expresión de Murray Rothbard, le llevó a alterar sus opiniones. Un firme compromiso con la libertad nunca le habría hecho entrar en el sancta sanctórum del gobierno y Greenspan aprendió pronto a moderar sus opiniones.
En esos días radicales, Greenspan se había opuesto a los rescates públicos a las empresas quebradas: la disciplina de la quiebra era esencial para el funcionamiento del mercado libre. En 1981 se enfrentó a su maestro Arthur Burns, que estaba a favor de rescatar Lockheed. “Testificando ante el Senado, Greenspan rechazó respaldar a su mentor. ‘Estoy esencialmente en desacuerdo con este tipo de garantía de préstamo’, empezó. El préstamo dirigido por el gobierno ‘debe llevar inevitablemente a la subvención de las empresas menos eficientes’, dañando la productividad y por tanto los niveles de vida. (…) Lo que realmente necesitaba la economía era que desaparecieran las empresas débiles, de tal manera que capital y trabajadores se trasladarían a establecimientos mejor gestionados”.
Una vez acerca de los resortes del poder, las cosas fueron distintas. Quiso convertirse en el sucesor de Paul Volcker como presidente de la Fed y sabía que una firme oposición a la política de la Fed dañaría sus posibilidades de conseguir al cargo. Yendo en contra de su análisis anterior, apoyó el “mayor rescate bancario de la historia de EEUU”, el rescate en 1984 del Continental Illinois National Bank. Admitía los peligros del rescate, pero era, como resume su postura Mallaby, “necesario y terrible”. Terrible, sospecho, debido a sus efectos sobre el libre mercado, pero necesario para que Greenspan avanzara en su carrera. Para cuando se convirtió en presidente de la Fed, la transformación había sido completa. En 1989, su “rechaza libertario a los rescates había desaparecido hacía mucho tiempo, lo que quería por encima de todo irá espacio para luchar contra la inflación”.
Greenspan quería luchar contra la inflación, pero la mejor manera de hacerlo ya no era aceptable. Un patrón oro, había reconocido hacía tiempo, traería consigo estabilidad financiera, pero remplazar a la Fed con un patrón material no sujeto a control por parte del gobierno erosionaría su poder. Así que el patrón oro tenía que desaparecer.
Rechazó el patrón oro con un evidente sofisma: “Una condición necesaria para volver a un patrón oro es el entorno financiero que el propio patrón oro se presume que crea. (…) Pero si restauráramos la estabilidad financiera, ¿entonces para que íbamos a volver a un patrón oro?” (citando a Greenspan). El por qué un patrón oro no puede ayudar a crear un entorno financiero estable, sino que por el contrario lo presupone, es algo que Greenspan no aclara. Todavía menos claro era cómo se suponía que la Fed mantenía la estabilidad en ausencia del patrón oro. Evidentemente teníamos que confiar en sus supremos poderes de juicio a la hora de dirigir la economía.
Greenspan en su larga carrera como Presidente de la Fed obtuvo el poder y las aclamaciones que buscaba, pero el crash de 2008, dos años después del fin de su mandato en el cargo, llevó a un rápido declive de su reputación.
En su actitud hacia el compromiso, Greenspan es todo lo contrario que Murray Rothbard. Rothbard podía haber ajustado sus opiniones para ganarse el favor de Arthur Burns, que era un amigo de la familia, pero rechazó hacerlo. Nunca abandonó sus principios y tomó la medida a Greenspan. Escribiendo acerca de él en 1987, Rothbard  observaba: “El valor real de Greenspan es que se puede estar seguro de que nunca hundirá el bote del establishment. Desde hace mucho tiempo se ha posicionado en mitad del espectro económico. Es, como la mayoría de los demás economistas republicanos veteranos, un conservador keynesiano, que en estos tiempos es casi indistinguible de los progresistas keynesianos en el bando demócrata”.
Al ver la caída de Greenspan de la gracia del libre mercado, vienen a la mente las melancólicas primeras línea de El líder perdido de Browning, dirigido contra Wordsworth: “No dejó por un puñado de plata, / solo un galón para unir a su abrigo”.

El artículo original se encuentra aquí.

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