El problema con las dinastías
Por: Paul Krugman | 10 de julio de 2014
Algunas personas me han pedido que comente la reciente defensa de Greg Mankiw de la riqueza heredada en The New York Times. Es un artículo raro y extrañamente alejado de las preocupaciones reales sobre el capitalismo patrimonial. Pero permítanme centrarme en dos de los problemas esenciales del análisis de Mankiw: uno es puramente económico y el otro está relacionado con la política económica.
Vayamos al económico. Mankiw sostiene que la acumulación de riqueza dinástica es buena para todo el mundo porque aumenta las reservas de capital y, por tanto, redunda en los trabajadores en forma de salarios más elevados. ¿Es un buen argumento?
Bueno, si hay algo para lo que creo que los economistas han sido formados, es para ser claros sobre el coste de oportunidad. Deberíamos comparar la acumulación de riqueza dinástica con algún uso alternativo de recursos y no suponer, como hace de hecho Mankiw, que si esa riqueza no se transmitiese a los herederos simplemente desaparecería. Puede que esté dando por sentado que la alternativa sería una vida desenfrenada de los ricos actuales, pero eso no es una alternativa política.
De hecho, de lo que realmente estamos hablando aquí es de la tributación de la riqueza, y la pregunta es qué le pasaría a esas rentas y qué pasa si los ricos conservan el dinero. Si el Gobierno usa los ingresos adicionales para reducir déficits, entonces todos esos ingresos se conservan, mientras que si se transmiten a los herederos, solo se conserva una parte. Si el Gobierno usa los ingresos para pagar seguros sociales y/o bienes públicos, es probable que generen muchos más beneficios para los trabajadores que las consecuencias del incremento de capital.
La cuestión es que los que los partidarios de Mankiw solo pueden justificar su afirmación de que la riqueza heredada es necesariamente buena para los trabajadores insistiendo en que el Gobierno no haría nada útil con los ingresos de los impuestos sobre sucesiones. Yo llamaría a eso asumir sus conclusiones; en cualquier caso, es una afirmación que merece hacerse abiertamente, no oculta bajo el pretexto de que solo se está haciendo un análisis económico.
Pero lo más criticable del artículo de Mankiw es que hace caso omiso de la principal razón por la cual nos preocupa la concentración de la riqueza en dinastías familiares, que es la creencia de que distorsiona nuestra economía política y que perjudica a la democracia. No tienes que ser un radical para compartir esta preocupación, ya que no solo gente como Theodore Roosevelt ha hablado abiertamente de este problema, sino que también lo hizo (como ha señalado el economista Thomas Piketty) Irving Fisher en su discurso presidencial ante la Asociación Económica Americana en 1919.
Lo que resulta curioso es que los economistas conservadores son muy conscientes del peligro de la “captura regulatoria”, en el que los intereses particulares se apropian de las instituciones públicas, aunque ignoran alegremente (o incluso se niegan a mencionar) el problema básicamente equivalente de la apropiación de las instituciones democráticas por parte de la riqueza concentrada. Yo me tomo bastante en serio la captura regulatoria; pero me tomo igual de en serio la captura plutocrática. Y no es un problema que puedas resolver afirmando que los beneficios de la acumulación de capital redundan en los trabajadores.
Si Mankiw quiere sostener que los costes de cualquier intento de limitar la concentración de riqueza superarían a los beneficios, vale. Pero la afirmación de que “más capital es bueno” no es una contribución útil al debate.
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times.
© 2014 The New York Times.
SOBRE EL AUTOR
Cuando recibió el premio Nobel en 2008, Paul Krugman (Albany, Estados Unidos, 1957) ya llevaba casi una década escribiendo columnas en el New York Times. Da clases de Economía y Política Internacional en la Universidad de Princeton, antes lo ha hecho en la de Yale, donde se graduó, en la de Stanford y en el MIT.
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