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martes, 21 de febrero de 2017

Estado y educación. Continúa el debate

El análisis de las propuestas estatalistas tendrá que esperar, porque Rallo publicó una réplica a mi artículo y creo que conviene proseguir el debate





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Los problemas que plantea la relación entre Estado y educación van más allá de esta última. Activan los temas fundamentales de la pugna política durante los últimos 100 años, y que ahora supongo que volverán a aparecer en la discusión sobre el pacto educativo. No se trata, pues, de una cuestión académica, sino de vital importancia. La semana pasada, analicé la respuesta dada por el neoliberalismo, que es uno de los paradigmas en juego, y esta semana me correspondía hacer lo propio con quienes defienden el protagonismo del Estado en la educación.
El siglo XX nos dejó una experiencia terrible de lo que puede ser un Estado totalitario, adoctrinador, que anula las libertades. Basta recordar la frase de Mussolini“Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. El comunismo, que predecía la desaparición del Estado, acabó convirtiéndose en un totalitarismo más. A la luz de estas experiencias, las relaciones entre Estado y educación deben ser consideradas con todo tipo de precauciones y controles. El liberalismo clásico nació como protesta contra el poder absoluto de los que no tenían poder, y todos debemos estarle agradecidos. Defiende los derechos del individuo frente a unos supuestos 'derechos absolutos' del poder político y a unos sedicentes 'derechos colectivos', con lo que también se opone a los nacionalismos, que creen que los derechos de la nación están por encima de los derechos del individuo. Pero el 'neoliberalismo' ha dejado de defender a los que no tienen poder, y eso es lo que le hace perder el prestigio de antaño.

Rallo niega ese derecho y lo hace con una idea muy definida de lo que son la libertad y el ser humano
Pero el análisis de las propuestas mas estatalistas sobre educación tendrá que esperar, porque Juan Ramón Rallo publicó una réplica a mi artículo y, aun a riesgo de aburrir a nuestros lectores, creo que conviene proseguir el debate, y hacerlo, como decían los antiguos, 'sine ira et studio'.
El núcleo del debate es si los neoliberales (o ultraliberales, que posiblemente sea una expresión más justa) admiten el derecho a la educación, como un derecho humano fundamental, que imponga a la sociedad el deber de tener que sufragar esa educación. Rallo niega ese derecho y lo hace con una idea muy definida de lo que es la libertad y el ser humano. Defiende que cada persona tiene derecho a desarrollar su propio proyecto y que ”las relaciones humanas deberán revestir un carácter voluntario, esto es, nadie debe ser obligado a relacionarse con aquellos con los que no desea relacionarse ni a nadie debe prohibírsele relacionarse con aquellos otros que sí desean relacionarse con él”.
Jean-Jacques Rousseau.
Jean-Jacques Rousseau.
Esto supone, muy en la línea de Rousseau, que los individuos son autónomos e independientes por naturaleza, y que hacen un contrato voluntario para vivir en sociedad. 'Libertad' y 'contrato' son para un liberal la solución a todos los problemas. Con ello entramos en el campo de la ficción política. Los liberales piensan que conceptos como 'voluntad popular' 'derechos colectivos' son ficciones, y tienen razón. Pero no se dan cuenta de que su idea de 'individuo', como realidad autónoma que decide voluntariamente entrar en sociedad, también lo es. Nunca ha existido ese individuo previo a la sociedad. Los seres humanos nacen y se desarrollan en una urdimbre social previa a ellos. En esto se basa la crítica marxista y la de los filósofos comunitaristas a los derechos humanos (a los que consideran excesivamente individualistas), porque los extremos se tocan.
También es un ficción esa idea de la libertad como una propiedad natural con la que se nace. Los seres humanos nacemos dependientes y construimos los mecanismos psicológicos de la libertad en interacción con otros seres humanos, por ejemplo, a través del aprendizaje de lenguaje o de la educación.

La lucha por la dignidad

Rallo tiene razón al decir que quien defienda los derechos humanos tiene que darles una fundamentación ética suficiente. En efecto, por ahí hay que empezar. De lo que estamos hablando es de modelos éticos. El ultraliberalismo presenta un modelo ético, y el sistema de los derechos humanos, otro. Explicaré por qué. Los derechos son una creación de la inteligencia para resolver los problemas de la convivencia. En esto está de acuerdo la teoría de la 'evolución espontánea' de los neoliberales. Ha habido otras propuestas a lo largo de la historia: la fuerza, la raza, la religión, el mérito, por ejemplo. Los derechos humanos se fundan en una afirmación tan rara que dediqué un libro entero —'La lucha por la dignidad'— a intentar comprenderla.


Es un enfoque comercial: solo recibes si das. ¿Qué hacemos con los ancianos o con los enfermos o con los marginados?
Me refiero a la afirmación de la dignidad humana, es decir, al reconocimiento de que todos los seres humanos, con independencia de sus condiciones, de su situación y de su comportamiento, tienen un valor intrínseco del que derivan los derechos. La dignidad no es un concepto científico, no es una realidad empírica: es un proyecto. Por eso es muy fácil de atacar racionalmente. Basta con intentar buscar la dignidad con criterios científicos o, más humildemente, mediante la experiencia. No aparecerá. ¿Cómo vamos a decir que tienen dignidad personas crueles, torturadores, malvados? ¿Por qué, entonces, afirmamos que a pesar de ello no debemos hacerles tomar su propia medicina siguiendo el simple y expeditivo principio de 'ojo por ojo' (por cierto, la enseñanza bíblica más importante para el presidente Trump, según ha declarado)? Porque después de una larga y a veces terrible evolución cultural, se va imponiendo la idea de que no somos seres dignos, pero que considerarnos tales y comportarnos como si lo fuéramos, resolvería nuestros problemas. Los horrores del nazismo y del estalinismo reforzaron la idea de que había que fundar los derechos en la pertenencia a la especie humana, y por eso la mayoría de las constituciones políticas elaboradas después de la Segunda Guerra Mundial introdujeron la dignidad como fuente de derechos.
Sin duda, es una ficción, pero salvadora. La propuesta neoliberal en cambio se atiene a los hechos. En la naturaleza no hay derechos. Hay solo juego de fuerzas y, como gran conquista, existe la capacidad de contratar. Los derechos dependen de los contratos. Por eso, no hay derechos con independencia de la aportación que alguien haga a la sociedad. Ahora vuelvo a Hayek, el gran formulador de esta posición, algunas de cuyas afirmaciones resultan llamativas. Escribe: “No todos los seres humanos tienen derecho a seguir viviendo. Los derechos derivan de los sistemas de relaciones de los que el reclamante forma parte mediante su aportación al mantenimiento de los mismos. Si deja de hacerlo o nunca lo hizo (o nadie lo hizo por él) desaparece el fundamento de tales reclamaciones”. ('La arrogancia fatal', página 227). Es, por supuesto, un enfoque comercial: solo recibes si das. No hay, por lo tanto, ningún derecho 'por el hecho de existir', que es lo defendido por el modelo ético de los derechos humanos. Y aquí está la cuestión principal y surgen los problemas complicados. ¿Qué hacemos con los ancianos o con los enfermos o con los marginados o con quienes huyen del hambre o de la guerra?
Friedrich Hayek. (Cordon Press)
Friedrich Hayek. (Cordon Press)
A los seguidores de Hayek les molesta mucho que se recuerden sus declaraciones a la revista 'Realidad' de Santiago de Chile (nº24, mayo de 1981). Defendió que no se debía mandar alimentos a países de África donde miles de personas morían por una larga sequía, porque “si desde el exterior usted subvenciona la expansión de la población, de una población que es incapaz de alimentarse a sí misma, usted contrae la responsabilidad permanente de mantener vivas a millones de personas en el mundo, que no podemos mantener vivas. Por lo tanto, me temo que debemos confiar en el control tradicional del aumento demográfico”. Antes de que esa 'regulación natural' se produzca, añadió, “probablemente morirá el número suficiente de recién nacidos. Eso ha sido la historia del hombre desde siempre. Usted no puede mantener vivos a todos los recién nacidos del mundo, lo que definitivamente conduciría a la explosión demográfica”.
La posición es muy lógica, pero ¿no les parece un poco elemental, poco inventiva, muy parecida a la de quienes aseguraron que la desaparición de la esclavitud hundiría la economía, o que permitir la entrada de fuerzas sindicales en los parlamentos acabaría con la propiedad privada? El ultraliberalismo no está planteando una doctrina económica, sino un modelo ético. Cuando defienden la eficiencia del mercado, están dejando de lado el asunto importante. Es como si ante una moribunda víctima de un accidente nos preguntáramos ¿y esto quien lo va a pagar? antes de auxiliarla. Es una pregunta perfectamente lógica dentro de un modelo ético. Pero inmediatamente surgen dos preguntas: ¿es inevitable vivir bajo ese modelo?, ¿es ese el modelo bajo el que queremos vivir?

Esta dialéctica se da en todos los extremismos, sean liberales o estatalistas: ¡solo el individuo!, ¡solo el Estado!
Encuentro un segundo fallo en el argumento de Rallo. El mismo que encuentro en los estatalistas: utilizar la dialéctica 'todo/nada'. Con ella, Rallo organiza fácilmente un argumento 'ad absurdum': si se admitiera el “derecho a la educación” tendríamos que educar a todo el mundo, a los de la propia nación y a los de todas las naciones, lo que es imposible. Eso es como decir: como siempre habrá enfermedades, no vamos a luchar contra la enfermedad, o como siempre habrá pobres, no vamos a luchar contra la pobreza. O si en un incendio no podemos salvar a todos, que ardan todos. Más sensata me parece la decisión de hacer lo que se pueda aunque no se alcance el éxito total. Esta dialéctica se da en todos los extremismos, sean liberales o estatalistas: ¡solo el individuo!, ¡solo el Estado!
Termino explicando por qué prefiero el término 'ultraliberal' al término 'neoliberalismo'. Este concepto fue acuñado por Alexander Rüstow, durante el coloquio Walter Lippmann (1938),que reunió a un grupo de importantes pensadores liberales. Para evitar que se repitieran sucesos como la Gran Depresión, que en parte atribuyó a políticas liberales no intervencionistas ni reguladoras, propuso la formulación de un nuevo liberalismo que aceptara limitaciones al 'laissez faire' y admitiera más tareas para el Estado. Era una nueva vía que el “'ultraliberalismo' de la asociación Mont Pelerin, que ha sido su 'think tank', descartó, y que tal vez haya llegado el momento de resucitar.
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¿Puede la tecnología impedir una recesión?

 

Han pasado muchas cosas en el mundo desde los años locos anteriores a la Gran Depresión de la década de 1930. Para empezar, la tecnología ha significado enormes cambios en nuestra forma de vivir y en realidad mejoras importantes en nuestra productividad económica. De hecho, a veces se argumenta que estos avances tecnológicos nos han hecho a prueba de depresiones.
Por supuesto, se podría haber seguido la misma línea de razonamiento (enormes mejoras en tecnología a lo largo de décadas sucesivas haciendo al mundo inmune a recesiones masivas) antes de la década de 1930. Pero un análisis más cuidadoso revelaría que lo importante a la hora de examinar si las economías tienden a sufrir recesiones importantes no está relacionado con la tecnología, sino más bien con la buena o mala asignación de recursos.
El empleo de recursos contrario a los deseos de las personas en el mercado lleva a lo que llamamos habitualmente pérdida. Uno de los factores importantes que contribuyen a esa mala dirección y a las pérdidas es la falsificación de las señales de los precios debida a las políticas monetarias laxas de los bancos centrales, amplificadas por las políticas de préstamos de los bancos comerciales.
Esta falsificación persistente de las señales de precios lleva con el tiempo a una estructura de producción que, aunque muy compleja tecnológicamente, desafía sin embargo los deseos de los consumidores y es altamente vulnerable a lo que a los economistas les gusta llamar “sacudidas”.
Por consiguiente, cuando los bancos centrales detienen su inyección monetaria (de hecho una de las peores “sacudidas”) y empiezan a contraerse muchas actividades que habían aparecido basándose en señales falsas de precios, empieza una marcha atrás hacia una estructura de producción menos distorsionada y con ella llega una reducción de estas actividades económicas “artificiales”.
Esta liquidación de estructuras artificiales es lo que consiguen realmente las recesiones o depresiones. Esto no es impartir algún status normativo a dichas contracciones sino más bien explicar lo que está ocurriendo realmente.
La gravedad de una recesión varía en proporción directa a la magnitud de la mala asignación de recursos ocasionada por las actividades de los bancos centrales y comerciales.
Además, no es la innovación tecnológica como tal la que aumenta los niveles de vida de la gente, sino más bien un aumento en los bienes de capital por cabeza. Esto a su vez está determinado por la asignación de riqueza real a la expansión y mejora de diversas cosas en fábricas y equipos.
Estas nuevas fábricas y equipos supondrán nueva tecnología. Repito, es la asignación de riqueza real hacia la formación de nuevas herramientas y maquinaria la clave para la expansión de las existencias de riqueza real: el aumento en los niveles de vida de las personas.

La tecnología por sí sola no nos hace más ricos.

Si el factor limitador, en lo que se refiere al crecimiento económico, fuera el conocimiento tecnológico, entonces la mayoría de las economías del tercer mundo podrían resolver sus dificultades económicas muy fácilmente adoptando la última tecnología occidental utilizando su base de habilidades en desarrollo.
La principal razón por la que esto no ha ocurrido no es la falta de conocimiento de la última tecnología, sino más bien la escasez de riqueza real para financiar la infraestructura necesaria para ser capaces de entender y desarrollar esas fábricas y equipos complejos.
Pero para expandir la producción de riqueza real hace falta inversión en infraestructuras, fábricas y equipos, pero esta inversión solo puede tener lugar cuando hay suficiente riqueza real para empezar, un círculo vicioso bastante desgraciado.
Lo que hace falta para romper este círculo vicioso es empezar el proceso de formación de riqueza real. Esto se puede lograr introduciendo más libertad en los mercados, disminuyendo el gobierno y eliminando el banco central. Creo que esto proporcionaría más riqueza real en manos del sector privado, lo que iniciaría el proceso de generación de riqueza. En el caso de economías en desarrollo y subdesarrolladas, también pueden conseguirse mejoras a través de la introducción y la implantación de derechos individuales y de propiedad, el factor clave en el proceso de acumulación de riqueza.
Según Mises, en La acción humana:
El prestigio de las naciones occidentales consiste en el hecho de que tuvieron más éxito en controlar el espíritu del militarismo depredador que el resto de la humanidad y de que así crearon las instituciones sociales requeridas para el ahorro y la inversión a una escala mayor. Ni siquiera Marx contestó el hecho de que la iniciativa privada y la propiedad privada de los medios de producción fueran etapas indispensables en el progreso de las penurias del hombre primitivo a las condiciones más satisfactorias de la Europa Occidental y la Norteamérica del siglo XIX. (…) Las garantías legales que protegían eficazmente al individuo frente a la expropiación y confiscación fueron las bases sobre las que floreció el progreso económico sin precedentes de Occidente.
Mises sugiere además:
La inversión y el préstamo en el exterior son solo posibles si las naciones receptoras están comprometidas incondicional y sinceramente con el principio de propiedad privada y no planean expropiar al capitalista extranjero en una fecha posterior.

El artículo original se encuentra aquí.


Cuidado con los alquimistas



 


[Este artículo está extraído del libro Cuidado con los alquimistas, que está accesible completo en nuestra sección de e-books]

Prólogo

Tras la creación de la Fundación para el Educación Económica (Foundation for Economic Education – FEE) en 1946, Ludwig von Mises se convirtió en asesor a tiempo parcial y desempeñó esa labor hasta su muerte en 1973. Siempre que la FEE tenía un seminario en Irvington, si no estaba en el pueblo, conducía desde Nueva York, donde vivía con su esposa, Margit, para hablar a los principiantes. Su tema muy a menudo era la inflación. Yo estuve en todas esas clases, las apunté en taquigrafía y posteriormente las transcribí. A mí se me ocurrió la idea de que se podía integrar ocho o diez de sus clases sobre inflación, realizadas en la década de 1960, eliminando duplicados y convertirlas en una sola obra. Es este trabajo.
A Mises no le gustaba que se citaran o publicaran sus comentarios orales, porque, evidentemente, no representaban el cuidado y la precisión que dedicaba a sus escritos. Sin embargo no me parece que estas clases como las he editado representen incorrectamente sus ideas en modo alguno. Además, revelan su forma no pretenciosa y su sencillo estilo informal que usaba al hablar a estudiantes. A menudo reformulaba una idea de distintas formas, repitiéndolas para darle énfasis. Se le acusaba a menudo de ser “simplificador” o de hacer que los temas económicos parecieran claros y sencillos, pero fue esta misma aproximación la que hizo posible que personas incluso sin ningún conocimiento de economía entendieran y apreciaran lo que estaba diciendo.
Bettina Bien Graves, marzo de 2001.
Cooperación humana
La cooperación humana es diferente de las actividades que tuvieron lugar bajo condiciones prehumanas en el reino animal  y entre personas o grupos aislados durante las épocas primitivas. La facultad humana concreta que distingue al hombre del animal es la cooperación. Los hombres cooperan. Eso significa que, en sus actividades, anticipa que las actividades por parte de otra gente lograrán ciertas cosas para producir los resultados que buscan con su propio trabajo. El mercado es ese estado de cosas bajo el cual te doy algo ti para recibir algo de ti. No sé cuántos de vosotros tiene alguna idea de latín, pero en una expresión latina de hace ya 2.000 años estaba la mejor descripción del mercado: do ut des¸ doy para que me des. Yo contribuyo en algo para que debas contribuir con otra cosa. A partir de esto se desarrolló la sociedad humana, el mercado, la cooperación pacífica entre personas. Cooperación social significa división del trabajo.
Los diversos miembros, las diversas personas en una sociedad no viven sus vidas sin ninguna referencia o conexión con otra personas. Gracias a la división del trabajo, estamos conectados con otros trabajando para ellos y recibiendo y consumiendo lo que otros han producido para nosotros. Como consecuencia, tenemos una economía de intercambio que consiste en la cooperación de muchas personas. Todos producen, no solo para sí mismos, sino para otra gente con la expectativa de que esa otra gente producirá para ellos. Este sistema requiere actos de intercambio.
La cooperación pacífica, los logros pacíficos de los hombres se efectúan en el mercado. Cooperación significa necesariamente que la gente intercambia servicios y productos de servicios, bienes. Estos intercambios constituyen el mercado. El mercado es precisamente la libertad de la gente para producir, consumir, determinar qué hay que producir, en qué cantidad, de qué calidad y a quién van a ir dichos productos. Ese sistema libre es imposible sin mercado: ese sistema libre es el mercado.
Tenemos la idea de que las instituciones humanas son o bien (1) el mercado, el intercambio entre personas, o bien (2) el gobierno, una institución que, en la cabeza de mucha gente, es algo superior al mercado y podría existir en ausencia de mercado. La verdad es que el gobierno (es decir, el recurso a la violencia, necesariamente el recurso a la violencia) no puede producir nada. Todo lo que se produce, se produce por las actividades de personas y se usa en el mercado para recibir algo a cambio de ello.
Es importante recordar que todo lo que se hace, todo lo que ha hecho el hombre, todo lo que hace la sociedad, es el resultado de esa cooperación y acuerdos voluntarios. La cooperación social entre hombres (y esto significa el mercado) es lo que produce la civilización y es lo que ha producido todas las mejoras en las condiciones humanas que disfrutamos hoy.

El medio de intercambio: El dinero

La definición de dinero es muy sencilla. El dinero es el medio general de intercambio usado en el mercado. El dinero, el medio de intercambio, es algo que la gente elige para facilitar el intercambio de productos. El dinero es un fenómeno de mercado. ¿Qué significa esto? Significa que el dinero se desarrolla en el mercado y que su desarrollo y su funcionamiento no tienen nada que ver con el gobierno, el estado o con la violencia ejercida por los gobiernos.
El mercado desarrolló lo que se llama intercambio indirecto. El hombre que no podía conseguir lo que quería en el mercado mediante el intercambio directo, mediante trueque, aceptaba otra cosa, algo que se consideraba más fácil de negociar, algo con lo que esperaba comerciar después por lo que realmente quería. El mercado, la gente en el mercado, la gente que organiza la división del trabajo y genera el sistema en el que un hombre fabrica zapatos y otro fabrica abrigos, generó el sistema en el que pueden intercambiarse abrigos por zapatos, pero solo se volvió práctico debido a la diferencia de importancia y valor por la intermediación del dinero. Así que el sistema de mercado hizo posible para la gente que no podía obtener hoy lo que necesitaba, lo que quería comprar en el mercado, tomar, a cambio de lo que comerciaba, un medio de intercambio, es decir, algo que se usara más fácilmente en el mercado que lo que traía al mercado para intercambiar. Con un medio de intercambio, los originadores del intercambio pueden conseguir satisfacción final adquiriendo esas cosas que quieren consumir.
El dinero es un medio de intercambio porque la gente lo usa como tal. La gente no come dinero: pide dinero porque quiere usarlo para entregarlo en otro contrato. Y este trueque o comercio es técnicamente posible solo si hay un medio de intercambio, una moneda, con la que pueda intercambiar lo que tiene por las cosas que quiere y necesita. Todas las entregas y recepciones mutuas que tienen lugar en el mercado, todos estos intercambios mutuos que llevan al desarrollo del dinero, son logros voluntarios de personas individuales.
A través de una larga evolución, los gobiernos, o ciertos grupos de gobiernos, han promocionado la idea de que el dinero no es sencillamente un fenómeno del mercado, sino que es lo que el gobierno califique como dinero. Pero el dinero no es lo que dice el gobierno. La idea del dinero es que es un medio de intercambio: alguien que vende algo y no está en disposición de intercambiar de nuevo inmediatamente por lo que quiere consumir consigue otra cosa que puede intercambiar por esta en una fecha posterior. Esta “otra cosa” es un medio de intercambio, porque el hombre vende, digamos, pollos o huevos, no obtiene o no puede obtener directamente lo que quiere consumir, sino que debe tomar alguna otra cosa que usar en una fecha posterior para conseguir lo que necesita.
Si la gente dice que el dinero no es lo más importante del mundo, pueden tener toda la razón desde el punto de vista de las ideas que son responsables de la gestión de los asuntos humanos. Pero si dicen que el dinero no es importante, no entienden lo que hace el dinero. El dinero, el medio de intercambio, hace posible para todos conseguir lo quieren intercambiando una y otra vez. Puede que no adquiera directamente las cosas que quiere consumir. Pero el dinero facilita al individuo satisfacer sus necesidades mediante otros intercambios. En otras palabras, la gente primero intercambia lo que ha producido y luego, mediante intercambios posteriores, puede adquirir las cosas que quiere consumir. Y este es el servicio que presta el dinero al sistema económico: facilita a la gente adquirir las cosas que quiere y necesita.

El papel de jueces y tribunales

La interferencia pública en el mercado y el dinero se produce solo en casos en que las personas no están dispuestas a hacer lo que voluntariamente prometieron hacer. Habiendo elegido para sí mismo el campo en el que quiere trabajar, debe trocar o comerciar con lo que ha producido para sobrevivir, para obtener las cosas que necesita para vivir. Si los actos de intercambio son tales que todos dan y reciben los bienes y servicios contratados al mismo tiempo, puede haber dificultades. El valor y significado de las cosas que se entregan y las que se reciben no son nunca iguales o idénticos, no solo en tamaño y calidad, sino también, lo que es más importante, respecto del periodo en el que se va a realizar el intercambio.
Si la gente contrata, si ambas partes deciden que debe hacerse algo inmediatamente, no hay en general razón para ningún desacuerdo entre las partes. Ambas partes del intercambio reciben inmediatamente lo que quieren adquirir a cambio de lo que entregan. Todo el acto de intercambio se acaba entonces, no hay consecuencias posteriores. Pero la mayoría de los intercambios no son así. En realidad hay muchos intercambios en los que ambas partes no tienen que entregar inmediatamente lo que están obligadas a entregar. Si las partes de un contrato, de un intercambio, quieren posponer la realización, la ejecución de su contrato, pueden aparecer diferencias de opinión, algunas diferencias de opinión muy importantes, con respecto a lo correcto de la contribución de una parte u otra. Traducido del lenguaje más abstracto utilizado por abogados y economistas, eso significa que si un hombre ha contratado con otro hombre y ha prometido hacer algo en una fecha posterior, puede plantearse la pregunta de si cuando llegue ese momento su promesa se ha cumplido realmente de manera acorde con las condiciones del contrato.
El dinero es un medio de intercambio, un fenómeno que evolucionó del mercado. El dinero es el resultado de una evolución histórica que, en el curso de muchos cientos y miles de años, produjo el uso del intercambio mediante la intermediación de un medio de intercambio. El dinero es el medio de intercambio generalmente aceptado y generalmente usado, no es algo creado por el gobierno: es algo creado por las personas comprando y vendiendo en el mercado. Pero si la gente no cumple los acuerdos aceptados voluntariamente, el gobierno tiene que intervenir. Y en cualquier interferencia del gobierno, este tiene que averiguar antes de interferir si hubo realmente una violación de contratos acordados voluntariamente Esos contratos son la consecuencia de acuerdos y si la gente no cumple con lo que ha prometido es entonces el estado el que tiene que interferir para impedir que las personas recurran a la violencia. Se reclama al gobierno que proteja el mercado frente a gente que no quiera cumplir con las obligaciones que tiene que cumplir en el mercado y entre esas obligaciones está la de hacer pagos en cantidades concretas de dinero. Si alguien quiere apelar a la interferencia pública contra otra persona porque esa persona no cumplió con lo que había aceptado voluntariamente como un acuerdo, entonces es tarea del gobierno, de los tribunales, de los jueces, determinar qué es dinero y qué no. Así que lo que hacían los gobiernos, lo que habían hecho los gobiernos durante miles años, podríamos decir, es aprovechar mal la posición que les da esto para declarar como dinero lo que no es dinero o lo que tiene un poder adquisitivo menor por pieza individual.
El mercado, la institución social real, la institución social fundamental, tiene una debilidad aterradora. La debilidad no está en la institución del mercado, sino en los seres humanos que operan en el mercado. Hay gente que no quiere cumplir con el principio fundamental del mercado: el acuerdo voluntario y la acción de acuerdo con el acuerdo voluntario. Hay gente que recurre a la violencia. Y hay gente que no quiere cumplir con las obligaciones que ha aceptado voluntariamente de acuerdo con otra gente. El mercado, la institución social humana fundamental, no puede existir si no hay una institución que le proteja contra esa gente que o recurre a la violencia o no está dispuesta a cumplir con las obligaciones que ha aceptado voluntariamente. Esta institución es el estado, el poder policial del estado, el poder de recurrir a la violencia para impedir que otra gente, hombres normales, recurran a la violencia. La violencia es algo malo. El hecho de que la violencia sea necesaria, que sea indispensable en algunas situaciones, como para resolver disputas respecto de contratos, no hace de la institución que impone la violencia una buena institución. Sin embargo prevalece la idea más o menos en todo el mundo de que, por un lado, el gobierno, la institución que recurre a la violencia, es algo grande y bueno, y que, por otro, el mercado, el sistema de cooperación social voluntaria, aunque quizá sea necesario (aunque mucha gente ni siquiera se da cuenta de esto) indudablemente no es algo que deba ser considerado como bueno.
Ahora, todo lo que ha logrado la acción humana es el resultado de la cooperación voluntaria del hombre. Lo que hace el gobierno o lo que tendría que hacer el gobierno es proteger estas actividades frente a la gente que no cumple las normas que son necesarias para la preservación de la sociedad humana y todo lo que esta produce. Por cierto, la principal función del gobierno, o digamos su única función, es conservar el sistema de acción o cooperación voluntaria entre la gente, impidiendo que la gente recurra a la violencia. Lo que tiene que hacer el gobierno con respecto a este medio de intercambio es solo impedir que la gente rehúse cumplir los compromisos que ha asumido. No es una función de crear algo: es una función de proteger a los que están creando.
Entre las cosas que hacen a veces los individuos refractarios es incumplir sus obligaciones bajo acuerdos de mercado. Por decirlo de forma sencilla, una persona llega a un acuerdo y aun así esa persona no cumple con sus obligaciones bajo dicho acuerdo. Entonces es necesario recurrir a la acción pública. Lo que puedes hacer si la otra parte de un acuerdo dice: “Sí, lo sé. Recibí algo de ti por un acuerdo por el cual yo estaba obligado a darte algo a cambio. Pero no te lo daré. Soy malo. ¿Qué vas a hacer? Debes sonreír y aguantarte”. O es posible que la persona que tiene que darte algo posteriormente diga: “Lo siento, pero no te lo puedo dar o no te lo daré”. Esto hace que se venga abajo todo el sistema de mercado de los intercambios, todo el sistema basado en las acciones voluntarias de las personas.
Si un hombre ha ofrecido un contacto para entregar, por ejemplo, patatas en tres meses, puede plantearse la pregunta de si lo que entrega al comprador son realmente patatas en el sentido del contrato. La parte obligada a entregar patatas puede haber entregado algo que la otra parte no considere patatas. Entonces la segunda parte dice: “Llegamos a un acuerdo con respecto a unas patatas en el que teníamos en mente otra cosa. Teníamos en mente algo que tenía ciertas cualidades que no tienen estas patatas”. Es entonces tarea del gobierno, del juez al que nombra el gobierno para este fin, descubrir si estas patas cuestionables son o no realmente lo que entendían como “patatas” las partes contratantes. No deben estar podridas, deben tener ciertas características, deben ser patatas de acuerdo con los usos comerciales, etcétera. Pueden ser patatas desde el punto de vista de un profesor de botánica, pero no ser patatas desde el punto de vista del empresario. Esto es algo que la práctica comercial determina en todas partes. El juez puede no estar familiarizado con todo lo que pasa en el mundo y, por tanto, a menudo necesita la ayuda de un experto. El experto debe decir si las patas en cuestión deberían o no ser consideradas el tipo de patatas indicadas en el acuerdo. Y además es tarea del juez considerar el consejo del experto y determinar si lo que se ha entregado realmente son patatas o si son otra cosa.
Los acuerdos referidos a productos como patatas (o cualquier otra cosa: trigo, por ejemplo) que se producen habitualmente en el mercado mediante la intermediación de un medio de intercambio, popularmente llamado “dinero”, pueden incumplirse, como hemos visto, en el lado del producto. Pero también pueden incumplirse por el lado del dinero. Eso significa que un conflicto, una diferencia de opinión, puede aparecer entre las dos partes de un contrato con respecto al dinero que tiene que pagarse para cumplir con el contrato. El gobierno no estuvo directamente implicado en la evolución del dinero: la tarea del gobierno a este respecto es simplemente ver que la gente cumple los términos de sus contratos con respecto al dinero. Igual que un juez puede decir qué quiere decirse o no en el contrato con la palabra “patatas” o “trigo”, en situaciones especiales, para mantener las condiciones pacíficas en el país, el juez debe determinar qué se quería decir cuando las partes de un contrato mencionaban el “dinero”. ¿Qué usaba la gente como medio de intercambio? ¿Qué tenían en mente en su contrato cuando dijeron “Te pagaré cierta cantidad de unidades de ‘dinero’ cuando hagas lo que has prometido”? Se llamen esas unidades dólares o táleros o marcos o libras no importa: el gobierno solo tiene que descubrir cuál era el significado del contrato.
Eso es lo que tiene que decidir el gobierno. No tiene el poder para llamar “dinero” a algo que las partes no consideran dinero cuando concluyen su contrato igual que no tiene poder para llamar “patatas” a lo que no son patatas o, por ejemplo, llamar “cobre” a un pedazo de hierro. El dinero no es originalmente lo que el gobierno dice que es: es solo que debe decir qué significa “dinero” en el caso de un contrato en conflicto. Tengo que decir todo esto para señalar algo que la gente no parece saber hoy, que es que el dinero no lo creó el gobierno. La gente no sabe hoy esto porque las ideas estatistas acerca del mercado y acerca del dinero han destruido el conocimiento de cómo se crea el dinero. Solo tratando el problema de si se han cumplido o no las obligaciones monetarias es como el gobierno o, digamos, el juez tienen algo que decir acerca del dinero. Solo de esta manera el gobierno entra en contacto, entra originalmente en contacto con el dinero: como entra en contacto con todo lo demás, es decir, con patatas, trigo, manzanas, automóviles, etcétera. Por tanto no es verdad que el dinero sea algo que deriva del gobierno, que el gobierno sea soberano con respecto al dinero y que pueda decir qué es dinero. No es verdad que la relación del gobierno con el dinero sea distinta de con otras cosas. El dinero es un producto de los acuerdos de mercado igual que todo lo que entra en los acuerdos de intercambio.
Si un juez tuviera que decir que todo lo que el gobierno llama un caballo es lo que el gobierno llama un caballo y que el gobierno tiene el derecho a calificar a un pollo como un caballo, todos le considerarían corrupto o loco. Pero ene l curso de una larga evolución, el gobierno ha convertido la situación en la que el gobierno debe resolver disputas con respecto al significado de “dinero” tal y como se refiere en lo contratos, a otra situación. A lo largo de siglos, muchos gobiernos y muchas teorías del derecho han generado la doctrina de que el dinero, un lado de casi todos los acuerdos de intercambio, es lo que el gobierno llama dinero. Los gobiernos pretenden tener el derecho a hacer lo que esta doctrina les dice, que es declarar “dinero” cualquier cosa, incluso un pedazo de papel. Y esta es la raíz del problema monetario.
Eso hace posible hacer cualquier cosa con el dinero, falsificarlo o devaluarlo, de cualquier forma que se quiera siempre que se tenga el gobierno, sus jueces y sus ejecutores de tu lado. Y por tanto un sistema desarrollado que es bien conocido por todos. El gobierno presume que es su derecho, obligación y privilegio declarar qué es dinero y fabricar este dinero. Este sistema produce una situación en la que es posible que el gobierno haga lo que quiera, puede hacer cualquier cosa con el dinero. Y esto crea una situación en la que el gobierno usa su poder para imprimir y acuñar dinero para fines como aumentar los medios, el poder adquisitivo con el que aparece en el mercado.


Libre comercio frente a “libre comercio




NPR emitió un comentario inintencionadamente divertido esta mañana sobre las opiniones de Donald Trump con respecto a la UE y el libre comercio. El invitado, el exembajador de estados unidos para la UE, Anthony Gardner, criticaba con razón la opinión del Presidente de que “la protección llevará a una gran prosperidad y fortaleza” y reclamaba continuar la relación global de empresas y consumidores estadounidenses. Pero revelaba, tal vez inadvertidamente, qué quieren decir con “libre comercio” los actores políticos.
En concreto, Gardner expresaba un gran escepticismo hacia la posibilidad de que EEUU llegara a un acuerdo bilateral de libre comercio con Reino Unido, supuestamente uno de los principales objetivos de Trump en su próxima reunión con la nueva primera ministra Theresa May. Los acuerdos de libre comercio son complejos, nos informa Mark Gardner, y negociar uno no sería un ni fácil ni rápido.
¿Por qué? Para los economistas libre comercio significa ausencia de interferencia pública con el comercio: ni aranceles, ni cuotas, ni subvenciones, ni otras intervenciones, explícitas o implícitas. Para los políticos, “libre comercio” significa una serie compleja de políticas comerciales gestionadas (Gardner incluso se refería a la solemne obligación de “escribir las reglas para el comercio global”, que en su mente es algo que o hace nuestro gobierno o a lo hace un gobierno extranjero). ¿Qué importaciones serán gravadas y a qué tipos? ¿Qué exportaciones serán subvencionadas y a qué niveles? ¿Cómo se aplicarán las políticas laborales, medioambientales y sociales por parte de los gobiernos nacionales y extranjeros? Para los cargos públicos, los países realizan “libre comercio” cuando acuerdan un paquete complejo de impuestos y subvenciones explícitas e implícitas de forma que ninguno tenga una ventaja especial sobre el otro o tenga una desventaja relativa con algún otro socio comercial (como quiera que se definan esas ventajas).
Como escribió una vez Murray Rothbard:
Si alguna vez apareciera en el horizonte el auténtico libre comercio, habría una forma segura de saberlo. Gobierno/medios de comunicación/grandes empresas se opondrían a este con uñas y dientes. Veríamos una serie de editoriales “advirtiendo” acerca del inminente retorno al siglo XIX. Los expertos de los medios y académicos plantearían todos los viejos bulos contra el libre mercado, que es explotador y anárquico sin la “coordinación” del gobierno. El establishment reaccionaría a la institución de un verdadero libre comercio con tanto entusiasmo como lo haría para abolir el impuesto de la renta.
“En realidad”, como señalaba Rothbard, “el bramido del establishment bipartidista del ‘libre comercio’ desde la Segunda Guerra Mundial alimenta lo contrario a una verdadera libertad de intercambio”. Las organizaciones de Bretton Woods (como el Banco Mundial y el FMI) y los acuerdos comerciales modernos se basan en las ideas mercantilistas de que las exportaciones hacen el rico a un país y las importaciones le hacen más pobre. (De hecho, Gardner en la entrevista antes citada se preocupaba concretamente por que un colapso de la UE haría más difícil a los fabricantes de EEUU vender sus productos en Europa, pero no decía nada acerca de las ventajas para los consumidores estadounidenses y europeos de un gobierno supranacional reducido). Por eso los gobiernos tienen poco interés en el verdadero libre comercio.
Hace aproximadamente quince años forme parte de una delegación de cargos oficiales de EEUU en una misión de recogida de datos en Singapur, para avanzar en un potencial acuerdo bilateral de libre comercio EEUU-Singapur. (Todos tenemos muertos en nuestros armarios). Una de nuestras tareas era entrevistar a empresarios de Estados Unidos que operanan en Singapur para ver si pensaban que el gobierno de este país estaba subvencionando injustamente a las empresas locales a su costa. La idea era usar esto como moneda de cambio: “Si no dejáis de subvencionar a vuestros productores nacionales, no dejaremos de subvencionar a los nuestros”. (Resultó que el gobierno de Singapur no estaba haciendo mucho por ayudar a sus propias empresas, así que eso resultó irrelevante). No parecía ocurrírsele a nadie que aunque el gobierno de Singapur estuviera protegiendo sus propias empresas a costa de sus propios consumidores, EEUU no estaría mejor subvencionando sus propias exportaciones a Singapur, como afirma la teoría mercantilista. La idea de que EEUU debería sencillamente evitar interferir en los intercambios pacíficos entre los empresarios, inversores y consumidores ubicados en EEUU y en Singapur (es decir, apoyar el libre comercio) era simplemente demasiado loca como para tenerse en cuenta.

domingo, 12 de febrero de 2017

Una 'trampa de deuda' que puede desencadenar la Tercera Guerra Mundial




En este nuevo episodio emitido hoy, Max y Stacy hablan de la diplomacia china estilo ‘trampa de deuda’ y de las conspiraciones organizadas por Goldman Sachs. En la segunda parte Max entrevista a Jim Rickards, autor de ‘Camino a la ruina’, sobre la política económica que está llevando a cabo Donald Trump.
Keiser report es una mirada a los escándalos detrás de los titulares financieros globales. Sean las colusiones entre Wall Street y el Congreso o la última oleada de delitos bancarios, las falsas estadísticas económicas gubernamentales o maquinaciones bursátiles, nada escapa al ojo de Max Keiser. Ex agente de valores, inventor de una tecnología virtual y cofundador de la bolsa de valores de Hollywood, Keiser ofrece el resumen de lo que pasa verdaderamente en la economía global, con la aportación de la copresentadora Stacy Herbert e invitados de varias partes del mundo.
¡Disfrutadlo!

El horroroso programa económico de Le Pen

Buena parte de las promesas de la candidata del Frente Nacional van dirigidas a desarrollar las implicaciones de su nacionalismo político

Foto: La líder del partido ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen. (EFE)



El Frente Nacional de Marine Le Pen no solo constituye una amenaza para las libertades civiles —una visión colectivista de la sociedad donde la autonomía individual queda sometida a una estereotipada identidad nacional—, sino también para la economía francesa y europea. Ciertamente, no es que Francia y Europa estén atravesando una coyuntura espléndida: de hecho, buena parte del auge del populismo de izquierdas y de derechas se debe al estancamiento poscrisis de unas economías esclerotizadas e incapaces de cumplir con las promesas demagogas e irreales con las que la socialdemocracia occidental estuvo durante décadas engañando a sus ciudadanos. Pero, como es obvio, la necesaria reacción al embuste no debería materializarse en un embuste todavía mayor y mucho más peligroso.
Hace unos días, Le Pen presentó el programa de 144 puntos con el que pretende alcanzar la presidencia de Francia. Como decíamos, buena parte de sus promesas van dirigidas a desarrollar las implicaciones de su nacionalismo político: limitar los derechos de los inmigrantes, restringir la libertad religiosa, aumentar los poderes policiales del Estado, romper con las instituciones europeas o imponer una sectaria identidad grupal al conjunto de la sociedad. La otra parte, en cambio, va orientada a desarrollar su nacionalismo económico: aislar a Francia de la globalización y diseñar su aparato productivo interno desde el Gobierno. ¿Qué busca Le Pen? En esencia, lo siguiente.

Romper con la Unión Europea

Abandonar la Unión Europea no tiene por qué ser una mala idea: al contrario, librarnos del nuevo Leviatán que desde hace décadas están construyendo e imponiéndonos las élites eurocráticas constituiría una magnífica noticia… siempre que lo sustituyamos por otro tipo de organización política más descentralizada que sea tan o más abierta a la libertad de movimientos de personas, mercancías, servicios y capitales. Por desgracia, el Frente Nacional no propone nada remotamente parecido a esto: su programa pasa por romper con Schengen para restablecer la policía aduanera (punto 24 de su programa); limitar la inmigración legal a un contingente de apenas 10.000 personas anuales, esto es, el 0,01% de la población francesa (punto 26), y castigar con un tributo extraordinario a los trabajadores extranjeros (punto 27).



Pero Le Pen no solo se opone a la libre circulación de personas: también aspira a recuperar la soberanía monetaria (punto 30) para poder manipular desde el Gobierno la libre circulación de mercancías y de capitales: volver al franco para dar rienda suelta a una manipulación monetaria todavía mayor a la actual y al servicio de los intereses del Frente Nacional. Amplío esta última idea en los siguientes dos epígrafes.

Crédito barato e inflación

Controlar la emisión de francos desde el Palacio del Elíseo permitiría, según el Frente Nacional, conceder crédito barato tanto a las administraciones públicas como a familias y empresas. En concreto, los de Le Pen proponen utilizar la imprenta nacional de francos para monetizar los déficits públicos (punto 43) y para aumentar la oferta de financiación subvencionada a familias (punto 140) y pequeñas empresas (punto 49). O dicho de otra manera: dado que, al parecer, 'los mercados' extranjeros no quieren prestar a los franceses a tipos de interés lo suficientemente bajos, nada más sencillo que crear francos para otorgar internamente financiación abaratada. En realidad, y suponiendo que la ruptura del euro no acarreara una fuga masiva de capitales de la actual eurozona (incluida Francia), la política monetaria ambicionada por el lepenismo solo se traduciría en una mezcla de inflación, de deuda y burbujas. Una transferencia de rentas desde los ahorradores a los deudores.

Proteccionismo

A su vez, el control político del franco también constituye una herramienta clave para aplicar lo que el Frente Nacional denomina “un proteccionismo inteligente” (punto 35): a saber, la defensa de las empresas francesas (anticompetitivas) a través de un rearme arancelario, de subvenciones enfocadas y de un tipo de cambio depreciado. En lugar de permitir que aquellos empresarios franceses que no son capaces de ofrecer buenos y baratos productos a sus conciudadanos sean desplazados del mercado hasta que den con una fórmula para satisfacer sus necesidades, se opta por empobrecer a los consumidores y contribuyentes franceses con el propósito de nutrir extractivamente las cuentas de resultados de esos conglomerados empresariales anticompetitivos. Esto es, colocar al consumidor al servicio del productor.



Y, evidentemente, para que la masa de consumidores y contribuyentes acepten mansamente ser rapiñados por la entente corporativista entre el Gobierno y las empresas nacionales no competitivas, resulta necesario lavarles la mente a los ciudadanos con propaganda nacionalista. En este sentido, el Frente Nacional pretende desarrollar dos estrategias de manipulación para justificar su proteccionismo: por un lado, afirmar que el proteccionismo redunda en beneficio del consumidor francés; por otro, apelar a que redunda en beneficio del conjunto de la nación.
¿Por qué el proteccionismo redunda en beneficio del consumidor? De acuerdo con el Frente Nacional, se va a restringir la entrada de aquellos productos foráneos que no cumplan con los estándares de calidad de la República (puntos 36 y 129). Esto es, el Frente Nacional pretende reforzar las llamadas 'barreras no arancelarias' contra el libre comercio: regulaciones arbitrarias que bloquean 'de facto' la comercialización de bienes extranjeros. ¿Por qué el proteccionismo redunda en beneficio de la nación? Por puro “patriotismo económico” (puntos 37 y 125): comprando local, sale ganando el conciudadano; y para señalizar que las ganancias se quedan “en Francia”, se obligará a etiquetar todos los productos nacionales con un “Fabricado en Francia” y, a su vez, se forzará a trazar hasta su último origen las mercancías extranjeras importadas.



A su vez, y como parte de ese proteccionismo salvífico, el lepenismo también busca romper con todo tratado de libre comercio tanto multilateral como bilateral (punto 127), fomentar la contratación pública de pymes y agricultores nacionales (puntos 37 y 125) y crear un fondo soberano estatal que proteja a las empresas nacionales de ser adquiridas por los inversores extranjeros (punto 39): es decir, subvencionar la industria y la agricultura nacional al tiempo que se la aísla de la competencia internacional. De nuevo, consumidor y contribuyente pagan.

Planificación económica

Pero el Frente Nacional no solo aspira a blindar al empresariado francés de la competencia global, sino también a planificar sus actividades desde el Estado. Le Pen quiere impulsar una reindustrialización económica bajo la dirección y el apoyo financiero del Gobierno (punto 34); crear una secretaría de Estado encargada de anticipar los cambios tecnológicos para forzar la adaptación de la economía a ese nuevo entorno (punto 40); constituir una Autoridad de Seguridad Económica que proteja, e impida, el acceso del capital extranjero a los “sectores estratégicos” (punto 39); diseñar una estrategia nacional para el aprovechamiento marítimo de Francia (punto 42), y frenar la privatización de sectores como el ferrocarril o el correo postal (punto 138) y renacionalizar las autopistas (punto 144).
La planificación del lepenismo no es la planificación central típicamente socialista —donde todas las empresas son públicas y un órgano estatal confecciona un plan general con el que se las coordina a todas— sino la planificación corporativista típicamente fascista —la mayoría de empresas siguen siendo formalmente privadas, pero colaboran con la burocracia estatal en elaborar grandes planes estratégicos, normalmente a costa del resto de la ciudadanía—. En este sentido, el Frente Nacional es explícito a la hora de reclamar la cooperación de “la industria” (punto 34) o de “los sectores afectados” (punto 40) en su estrategia de planificación.

Estímulos keynesianos

Pero la planificación económica no es el único mecanismo por el que el Frente Nacional pretende incrementar el tamaño del Estado en la economía. A su vez, también defiende notables incrementos del gasto público: rebajar la edad de jubilación a los 60 cuando se haya trabajado desde los 20 (punto 52); aumentar el salario de los empleados públicos (punto 86); impulsar un plan de rehabilitación y de construcción de viviendas (punto 141), e incrementar la inversión en infraestructuras (punto 144).



Ahora bien, estos aumentos del gasto público no serán financiados con mayores impuestos, sino que la carga fiscal se mantendrá estable en la mayoría de casos y experimentará unas ciertas rebajas en otros: reducción de las cotizaciones sociales a aquellas pymes que mantengan el empleo (punto 46); creación de un tramo reducido del impuesto sobre sociedades para pymes, que pase del 33% actual al 24% (punto 47),; y recorte del impuesto sobre la propiedad para los más pobres (punto 141).
En general, pues, más gasto y menos impuestos: un estímulo de demanda típicamente keynesiano que se financiaría con la emisión de más deuda pública que sería adquirida vía monetización por el Banco de Francia. Para eso quieren la soberanía monetaria: para robar a los franceses vía inflación a la hora de financiar la expansión del Estado francés.

Conclusión

En definitiva, el Frente Nacional propone para Francia menos libertades civiles, menos libertades económicas, menos globalización, más planificación corporativa y mucho más Estado. Las típicas recetas del fascismo de entreguerras que tan devastadores resultados nos legó. Los populistas antisistema no son más que populistas partidarios de un sistema incluso peor que el actual: un sistema que, subordinándolo todo a la identidad y a la soberanía nacional, se cree legitimado para cercenar las libertades individuales más fundamentales. Francia es un desastre económico por la hipertrofia de su Estado (el más sobredimensionado de toda Europa): pero lejos de reconocer el fracaso de su desastroso modelo, el nacionalismo francés ha decidido huir hacia adelante echándoles las culpas de ese fracaso a “los extranjeros” (al igual que el populismo de izquierdas ha optado por echárselas a “los ricos”). Todo liberal debería plantarles cara.