Buena parte de las promesas de la candidata del Frente Nacional van dirigidas a desarrollar las implicaciones de su nacionalismo político
El Frente Nacional de Marine Le Pen no solo constituye una amenaza para las libertades civiles —una visión colectivista de la sociedad donde la autonomía individual queda sometida a una estereotipada identidad nacional—, sino también para la economía francesa y europea. Ciertamente, no es que Francia y Europa estén atravesando una coyuntura espléndida: de hecho, buena parte del auge del populismo de izquierdas y de derechas se debe al estancamiento poscrisis de unas economías esclerotizadas e incapaces de cumplir con las promesas demagogas e irreales con las que la socialdemocracia occidental estuvo durante décadas engañando a sus ciudadanos. Pero, como es obvio, la necesaria reacción al embuste no debería materializarse en un embuste todavía mayor y mucho más peligroso.
Hace unos días, Le Pen presentó el programa de 144 puntos con el que pretende alcanzar la presidencia de Francia. Como decíamos, buena parte de sus promesas van dirigidas a desarrollar las implicaciones de su nacionalismo político: limitar los derechos de los inmigrantes, restringir la libertad religiosa, aumentar los poderes policiales del Estado, romper con las instituciones europeas o imponer una sectaria identidad grupal al conjunto de la sociedad. La otra parte, en cambio, va orientada a desarrollar su nacionalismo económico: aislar a Francia de la globalización y diseñar su aparato productivo interno desde el Gobierno. ¿Qué busca Le Pen? En esencia, lo siguiente.
Romper con la Unión Europea
Abandonar la Unión Europea no tiene por qué ser una mala idea: al contrario, librarnos del nuevo Leviatán que desde hace décadas están construyendo e imponiéndonos las élites eurocráticas constituiría una magnífica noticia… siempre que lo sustituyamos por otro tipo de organización política más descentralizada que sea tan o más abierta a la libertad de movimientos de personas, mercancías, servicios y capitales. Por desgracia, el Frente Nacional no propone nada remotamente parecido a esto: su programa pasa por romper con Schengen para restablecer la policía aduanera (punto 24 de su programa); limitar la inmigración legal a un contingente de apenas 10.000 personas anuales, esto es, el 0,01% de la población francesa (punto 26), y castigar con un tributo extraordinario a los trabajadores extranjeros (punto 27).
Pero Le Pen no solo se opone a la libre circulación de personas: también aspira a recuperar la soberanía monetaria (punto 30) para poder manipular desde el Gobierno la libre circulación de mercancías y de capitales: volver al franco para dar rienda suelta a una manipulación monetaria todavía mayor a la actual y al servicio de los intereses del Frente Nacional. Amplío esta última idea en los siguientes dos epígrafes.
Crédito barato e inflación
Controlar la emisión de francos desde el Palacio del Elíseo permitiría, según el Frente Nacional, conceder crédito barato tanto a las administraciones públicas como a familias y empresas. En concreto, los de Le Pen proponen utilizar la imprenta nacional de francos para monetizar los déficits públicos (punto 43) y para aumentar la oferta de financiación subvencionada a familias (punto 140) y pequeñas empresas (punto 49). O dicho de otra manera: dado que, al parecer, 'los mercados' extranjeros no quieren prestar a los franceses a tipos de interés lo suficientemente bajos, nada más sencillo que crear francos para otorgar internamente financiación abaratada. En realidad, y suponiendo que la ruptura del euro no acarreara una fuga masiva de capitales de la actual eurozona (incluida Francia), la política monetaria ambicionada por el lepenismo solo se traduciría en una mezcla de inflación, de deuda y burbujas. Una transferencia de rentas desde los ahorradores a los deudores.
Proteccionismo
A su vez, el control político del franco también constituye una herramienta clave para aplicar lo que el Frente Nacional denomina “un proteccionismo inteligente” (punto 35): a saber, la defensa de las empresas francesas (anticompetitivas) a través de un rearme arancelario, de subvenciones enfocadas y de un tipo de cambio depreciado. En lugar de permitir que aquellos empresarios franceses que no son capaces de ofrecer buenos y baratos productos a sus conciudadanos sean desplazados del mercado hasta que den con una fórmula para satisfacer sus necesidades, se opta por empobrecer a los consumidores y contribuyentes franceses con el propósito de nutrir extractivamente las cuentas de resultados de esos conglomerados empresariales anticompetitivos. Esto es, colocar al consumidor al servicio del productor.
Y, evidentemente, para que la masa de consumidores y contribuyentes acepten mansamente ser rapiñados por la entente corporativista entre el Gobierno y las empresas nacionales no competitivas, resulta necesario lavarles la mente a los ciudadanos con propaganda nacionalista. En este sentido, el Frente Nacional pretende desarrollar dos estrategias de manipulación para justificar su proteccionismo: por un lado, afirmar que el proteccionismo redunda en beneficio del consumidor francés; por otro, apelar a que redunda en beneficio del conjunto de la nación.
¿Por qué el proteccionismo redunda en beneficio del consumidor? De acuerdo con el Frente Nacional, se va a restringir la entrada de aquellos productos foráneos que no cumplan con los estándares de calidad de la República (puntos 36 y 129). Esto es, el Frente Nacional pretende reforzar las llamadas 'barreras no arancelarias' contra el libre comercio: regulaciones arbitrarias que bloquean 'de facto' la comercialización de bienes extranjeros. ¿Por qué el proteccionismo redunda en beneficio de la nación? Por puro “patriotismo económico” (puntos 37 y 125): comprando local, sale ganando el conciudadano; y para señalizar que las ganancias se quedan “en Francia”, se obligará a etiquetar todos los productos nacionales con un “Fabricado en Francia” y, a su vez, se forzará a trazar hasta su último origen las mercancías extranjeras importadas.
A su vez, y como parte de ese proteccionismo salvífico, el lepenismo también busca romper con todo tratado de libre comercio tanto multilateral como bilateral (punto 127), fomentar la contratación pública de pymes y agricultores nacionales (puntos 37 y 125) y crear un fondo soberano estatal que proteja a las empresas nacionales de ser adquiridas por los inversores extranjeros (punto 39): es decir, subvencionar la industria y la agricultura nacional al tiempo que se la aísla de la competencia internacional. De nuevo, consumidor y contribuyente pagan.
Planificación económica
Pero el Frente Nacional no solo aspira a blindar al empresariado francés de la competencia global, sino también a planificar sus actividades desde el Estado. Le Pen quiere impulsar una reindustrialización económica bajo la dirección y el apoyo financiero del Gobierno (punto 34); crear una secretaría de Estado encargada de anticipar los cambios tecnológicos para forzar la adaptación de la economía a ese nuevo entorno (punto 40); constituir una Autoridad de Seguridad Económica que proteja, e impida, el acceso del capital extranjero a los “sectores estratégicos” (punto 39); diseñar una estrategia nacional para el aprovechamiento marítimo de Francia (punto 42), y frenar la privatización de sectores como el ferrocarril o el correo postal (punto 138) y renacionalizar las autopistas (punto 144).
La planificación del lepenismo no es la planificación central típicamente socialista —donde todas las empresas son públicas y un órgano estatal confecciona un plan general con el que se las coordina a todas— sino la planificación corporativista típicamente fascista —la mayoría de empresas siguen siendo formalmente privadas, pero colaboran con la burocracia estatal en elaborar grandes planes estratégicos, normalmente a costa del resto de la ciudadanía—. En este sentido, el Frente Nacional es explícito a la hora de reclamar la cooperación de “la industria” (punto 34) o de “los sectores afectados” (punto 40) en su estrategia de planificación.
Estímulos keynesianos
Pero la planificación económica no es el único mecanismo por el que el Frente Nacional pretende incrementar el tamaño del Estado en la economía. A su vez, también defiende notables incrementos del gasto público: rebajar la edad de jubilación a los 60 cuando se haya trabajado desde los 20 (punto 52); aumentar el salario de los empleados públicos (punto 86); impulsar un plan de rehabilitación y de construcción de viviendas (punto 141), e incrementar la inversión en infraestructuras (punto 144).
Ahora bien, estos aumentos del gasto público no serán financiados con mayores impuestos, sino que la carga fiscal se mantendrá estable en la mayoría de casos y experimentará unas ciertas rebajas en otros: reducción de las cotizaciones sociales a aquellas pymes que mantengan el empleo (punto 46); creación de un tramo reducido del impuesto sobre sociedades para pymes, que pase del 33% actual al 24% (punto 47),; y recorte del impuesto sobre la propiedad para los más pobres (punto 141).
En general, pues, más gasto y menos impuestos: un estímulo de demanda típicamente keynesiano que se financiaría con la emisión de más deuda pública que sería adquirida vía monetización por el Banco de Francia. Para eso quieren la soberanía monetaria: para robar a los franceses vía inflación a la hora de financiar la expansión del Estado francés.
Conclusión
En definitiva, el Frente Nacional propone para Francia menos libertades civiles, menos libertades económicas, menos globalización, más planificación corporativa y mucho más Estado. Las típicas recetas del fascismo de entreguerras que tan devastadores resultados nos legó. Los populistas antisistema no son más que populistas partidarios de un sistema incluso peor que el actual: un sistema que, subordinándolo todo a la identidad y a la soberanía nacional, se cree legitimado para cercenar las libertades individuales más fundamentales. Francia es un desastre económico por la hipertrofia de su Estado (el más sobredimensionado de toda Europa): pero lejos de reconocer el fracaso de su desastroso modelo, el nacionalismo francés ha decidido huir hacia adelante echándoles las culpas de ese fracaso a “los extranjeros” (al igual que el populismo de izquierdas ha optado por echárselas a “los ricos”). Todo liberal debería plantarles cara.
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