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jueves, 20 de julio de 2017

La peligrosa mutación de los tipos


La peligrosa mutación de los tipos

Ya conocen la última producción del laboratorio del Doctor Draghi: unas medidas que pueden resumirse en deuda, deuda y más deuda


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Probablemente han visto la película norteamericana dirigida por Francis Lawrence, y estrenada en 2007, 'Soy leyenda'. Se trata de un filme del género posapocalíptico, en el que Will Smith interpreta al coronel y virólogo Robert Neville. El médico militar es, aparentemente, el único superviviente de una epidemia causada por una mutación genética producida en un laboratorio de un virus que inicialmente pretendía ser la cura contra el cáncer. Pues bien, algo similar –aunque esperemos que no tan catastrófico– ocurre con la actuación de los bancos centrales y su lucha contra la enfermedad económica de nuestro tiempo: la falta de crecimiento. Como Emma Thompson en el papel de la doctora Kripin, Mario Draghi persigue el bien manipulando algo que no comprende del todo, con consecuencias imprevistas y resultado opuesto al deseado.


Ya conocen la última producción del laboratorio del Doctor Draghi, el paquete de estímulos monetarios aprobado a la desesperada por el Banco Central Europeo (BCE) en su reunión del mes pasado: (i) reducción de los tipos de referencia al 0%, (ii) intensificación de la penalización a los depósitos, (iii) dotación de mayor profundidad y amplitud al programa de flexibilización cuantitativa –QE por sus siglas en inglés– y, lo que prácticamente nadie anticipaba, (iv) un nuevo programa de financiación a la banca gratis total o incluso con tipos negativos si conceden préstamos nuevos. Traducidas al castellano antiguo, unas medidas que pueden resumirse en deuda, deuda y más deuda y que confirman que los bancos centrales han perdido el norte.


La realidad es tozuda y lo único que está consiguiendo la política monetaria es bajar el coste de la financiación existente, pero no la concesión de crédito


Ante la amenaza de una recesión global, los planificadores centrales que gobiernan las autoridades monetarias se empeñan en incrementar el crédito concedido a familias y empresas para que estas gasten el dinero que imprimen –en sentido figurado– y, con ello, incrementar la sacrosanta demanda agregada. Pero, como he insistido ya antes (por ejemplo, aquí o aquí), el consumo no genera crecimiento, sino que son el ahorro y la inversión los que hacen que una sociedad progrese, aumente su productividad y, en consecuencia, pueda consumir más. Las recesiones no son un problema de demanda insuficiente, sino de desajuste entre la oferta y la demanda.


Pero es que, además, la realidad es tozuda y lo único que está consiguiendo la política monetaria es, por efecto de la competencia bancaria, bajar el coste de la financiación ya existente, pero no la concesión de nuevo crédito. Ni a los deudores más solventes, que nadan en liquidez, ni al resto de familias y empresas, generalmente asfixiados por la devolución del principal de la deuda y aquejados de salarios bajos y resultados contables débiles. Con un efecto adicional, que apenas hay nuevo negocio con el que los bancos puedan compensar el incremento de costes que suponen los tipos negativos del BCE por mantener “ociosos” los depósitos de sus clientes.


financiacion
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Pero lo peor de todo es que los tipos de interés negativos violan un principio básico de la economía como es la preferencia temporal. A saber, que los seres humanos generalmente tendemos a valorar un bien hoy más que la misma cosa en el futuro. La demostración de esta ley económica es muy sencilla, casi tautológica, ya que si no se cumpliera y concediéramos un mayor valor a los bienes futuros que a los bienes presentes, postergaríamos el consumo permanentemente y ello nos llevaría, tal y como señaló el economista austriaco Ludwig von Mises, a morir de inanición. Naturalmente, esta situación no tiene sentido alguno y, simplemente, no es posible en el mundo real de la acción humana.


Cuando traducimos a precios monetarios nuestras valoraciones, esta mayor estimación innata del presente frente al futuro se materializa en un diferencial que refleja lo que estamos dispuestos a pagar por adelantar el disfrute de un bien determinado, o bien lo que exigimos cobrar por retrasarlo. Pues bien, ese diferencial o prima es lo que conocemos como tipo de interés, y es, de algún modo, asimilable al precio que las personas le ponemos al tiempo –muy diferente de la creencia popular de que es el precio del dinero–.


Es decir, el interés es la recompensa por esperar. Es un premio que se le paga al ahorrador por renunciar a consumir y disfrutar del fruto de su trabajo de manera inmediata, para hacerlo más adelante en el tiempo. A medida que una persona valora subjetivamente más el consumo inmediato, mayor es su preferencia temporal y mayor es el tipo de interés que exige a cambio. Es decir, mayor precio pone a su espera. En un mundo absurdo e irreal, donde la preferencia temporal fuera negativa, ocurriría al contrario, exigiríamos una prima por adelantar el consumo y estaríamos dispuestos a pagar por retrasarlo.


Esa es la anomalía que pretenden imponernos los bancos centrales, introduciendo una mutación imprevisible en el sistema de valoraciones


Obviamente, seguimos prefiriendo el consumo inmediato al futuro, por lo que el tipo de interés natural, es decir, el que refleja las preferencias reales de las personas, no pueden ser nunca negativo. Pagar por retrasar el disfrute de nuestras posesiones, o cobrar por adelantarlo es un sinsentido. Igual que es un sinsentido pensar que puede viajarse al pasado alterando la dirección en la que el tiempo avanza. Pues bien, esa es la anomalía que pretenden imponernos los economistas de los bancos centrales, introduciendo una gigantesca mutación en el sistema de valoraciones de consecuencias imprevisibles y, desde luego, nada buenas.


Porque, tal y como advirtió el propio Mises, si el pago de intereses se aboliera por decreto –ni en sus peores pesadillas llegaría el austriaco a imaginar un mundo con tipos negativos– los dueños del capital tenderían a consumirlo y malgastarlo. La satisfacción en el presente continuaría siendo preferida a la satisfacción en el futuro pero la manipulación de los bancos centrales eliminaría o incluso penalizaría la compensación al sacrificio realizado para ahorrar e invertir. Esta destrucción de capital causaría el empobrecimiento de la sociedad y la devolvería a un estado de penuria. Por este motivo, incentivar a los ahorradores a que consuman su capital en lugar de invertirlo no hará sino prolongar el declive de la economía.


Tasa de ahorro de los hogares
Tasa de ahorro de los hogares

Es decir, las políticas de tipos de interés negativo implantadas por los bancos centrales les dicen que hagan justo lo contrario de lo que seguramente les han enseñado de pequeños sus padres y abuelos sobre las bondades del ahorro. Básicamente, les están forzando, sin que ustedes lo noten, a que eduquen a sus hijos para que abandonen todo sentido de la prudencia y gasten el dinero que ganan como si no hubiera un mañana.


Los tipos de interés negativos son una construcción artificial de los economistas académicos que dirigen las instituciones monetarias del mundo. Son una mutación genética artificialmente creada en un laboratorio por doctores en economía. Así, cuanto más se interfiera en los tipos de interés, tanto más se amplía el desalineamiento intertemporal entre oferta y demanda y mayor será el ajuste cuando llegue el inevitable y necesario realineamiento para devolver a la economía al genuino crecimiento sostenible. Por lo que las consecuencias no previstas de estas políticas de tipos de interés negativos superan con mucho las supuestas ventajas de un eventual tirón económico que pueda provocar la inyección de dinero creado de la nada.


Pero si hay una tendencia clara en los bancos centrales desde 2008 –o incluso desde los años 90– es que, si una política monetaria descabellada no surte efecto, se hace aún más descabellada.

El fantasma de la economía moderna

El fantasma de la economía moderna

La economía 'mainstream' trata a las personas como autómatas similares a los internos que dan vueltas: todos se comportan de forma homogénea, metódica y 'racional'


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Seguramente han visto la película de 1978 'El expreso de medianoche'. Dirigida por Alan Parker y con guion adaptado por Oliver Stone del libro homónimo, relata el drama vivido por Billy HayesBrad Davis— en una cárcel turca tras ser condenado por tráfico de drogas. En una de sus escenas más angustiosas, Billy es trasladado al ala psiquiátrica y allí encuentra que los internos pasan el día dando vueltas alrededor de una columna, siempre en la misma dirección. Un día, tras ver a su novia, Billy decide caminar en sentido contrario, enfrentándose a la resistencia de la mayoría, que trata de persuadirle con aspavientos para que deje de ir a contracorriente. Pues bien, algo similar ocurre con la economía, dominada por una corriente mayoritaria de académicos que camina en círculos en torno a supuestos que en nada reflejan la realidad.


En gran medida, la motivación por la economía como disciplina científica nace del deseo de explicar fenómenos como el crecimiento económico, el paro, los ciclos económicos o las crisis financieras. Sin embargo, el modelo teórico dominante excluye muchos de los aspectos de la economía que son causantes de las crisis y del carácter cíclico de las mismas, ya que la visión sostenida por el 'mainstream' es que las economías son inherentemente estables —en una situación de equilibrio que nadie conoce—, y es únicamente por causas externas —sean manchas solares, 'animal spirits', fluctuaciones entre la codicia y la aversión al riesgo, o 'shocks' tecnológicos— que se salen de su estado natural de equilibrio. De ahí que la actual crisis sorprendiera a la mayoría de la profesión y que, para la salida de la misma, se estén dando tantos palos de ciego en forma de políticas de tipos negativos, 'quantitative easing', etc.


Y es curioso, porque la civilización moderna lleva unas cuantas crisis y ciclos de auge y depresión a sus espaldas para que la ciencia económica en su conjunto —exceptuando honrosas excepciones, como la escuela austriaca iniciada con Menger y continuada por sus discípulos Böhm-Bawerk, Mises o Hayek— ignore sistemáticamente la naturaleza intrínsecamente cíclica —que no matemáticamente regular— del actual sistema económico, caracterizado por la creación artificial de dinero, la concesión de crédito sin ahorro previo, la planificación centralizada de los tipos de interés y manipulación del sistema financiero por los poderes públicos.


En ese mundo quimérico, cada uno de nosotros únicamente trabaja para producir un bien y, por supuesto, no existen bancos ni sistema financiero


En la misma escena de la película referida, uno de los reclusos, llamado Ahmet —interpretado por Peter Jeffrey— se acerca al joven Billy y trata de entablar conversación, asegurando con marcado acento británico haber estudiado en Harvard y Viena, aunque su 'alma mater' sea Oxford. Le explica que todas las personas proceden de una fábrica y que esta a veces produce máquinas defectuosas, que son apartadas y enviadas a aquel lugar. Las máquinas averiadas no saben que son defectuosas, pero los dueños de la fábrica sí que lo saben y por eso las retiran de la circulación. Pues bien, la economía 'mainstream' trata a las personas como autómatas similares a los internos que dan vueltas: todos se comportan de forma homogénea, metódica y 'racional' —siendo lo racional, en ese entorno particular, seguir la corriente—.


Exactamente igual que ese ser fantasmagórico, el 'Homo oeconomicus', que los economistas emplean en sus modelos como agente representativo. Para ellos, ustedes y un servidor somos representados por una especie de autómata que comienza su vida productiva con un mapa claro y definido de todas las decisiones de consumo e inversión que han de planteársele en el futuro, con conocimiento exhaustivo de todos los posibles cursos de acción y sus consecuencias, así como los riesgos a los que se enfrenta y sus probabilidades matemáticas. En ese mundo quimérico, cada uno de nosotros únicamente trabaja para producir un bien y, por supuesto, no existen bancos ni sistema financiero. Un mundo que, convendrán conmigo, se parece más al pabellón psiquiátrico de la cárcel turca del filme que al mundo real.


La teoría económica dominante parte de supuestos que hacen que las depresiones sean inexplicables al ser incompatibles con las premisas asumidas


La teoría económica que domina en los despachos de las facultades, de las editoriales científicas y de los bancos centrales y organismos internacionales como el FMI, parte de supuestos que no solo no explican la gestación y proliferación de las crisis, sino que hacen que las depresiones sean inexplicables al ser incompatibles con las premisas asumidas en sus modelos. Por ejemplo, para el Nobel Robert Lucas, factótum del 'mainstream' y uno de los padres de la hipótesis central de la corriente dominante —las expectativas racionales—, si un economista fuera capaz de predecir una crisis con un mes de anticipación, dicha información estaría disponible para todos al momento y, por tanto, la crisis predicha ocurriría un mes antes de lo previsto. Conclusión, es imposible diseñar modelos que predigan las crisis.


Curiosa forma de hacer ciencia aquella en la que cuando un fenómeno no entra en el modelo, simplemente se ignora con tal de no descartar la teoría. Hay una frase de Lucas (en 2003) que resume toda la arrogancia: “La macroeconomía en este sentido original ha tenido éxito: el problema central de prevención de depresiones ha sido resuelto a todos los efectos prácticos y, en realidad, se ha resuelto por muchas décadas”. El desmentido apenas tardó un lustro en llegar. Solo comparable a aquella otra rotunda afirmación de John Stuart Mill, que en 1848 clamaba que, “por fortuna, nada queda por aclarar sobre las leyes del valor; la teoría sobre el tema está completa” —ni qué decir tiene que dicha teoría, que era la del valor-trabajo, saltó por los aires poco después con la revolución marginalista—.


Y es que las causas últimas del fracaso de la ciencia económica dominante en explicar, predecir y solucionar la crisis nacen de la insistencia en la construcción de modelos absurdos que, por definición, ignoran los elementos clave que impulsan los resultados en los mercados reales. Estos modelos parten de premisas como que todos los participantes en el mercado —productores, consumidores, empresarios, trabajadores, banqueros, inversores, funcionarios, políticos, etc.— se comportan de manera homogéneamente racional en toda circunstancia de momento y lugar. Es decir, como si todos los agentes económicos fueran doctores en economía formados en Chicago, capaces de analizar con frialdad algebraica todos los cursos posibles de acción para tomar siempre la decisión más favorable.


Hay que descartar paradigmas que no representan el mundo y abordar la investigación con el arsenal analítico adecuado al examen de la acción humana


Por ejemplo, mientras los economistas ven un empleo como un simple intercambio de trabajo por dinero, sujeto a las restricciones de una función matemática y objeto de un mero problema de optimización, cualquier sociólogo o psicólogo puede ilustrarnos sobre el hecho de que trabajar está íntimamente relacionado con un sentido de propósito, de identidad y hasta de pertenencia, dimensiones psicológicas que son imposibles de modelar con ecuaciones diferenciales. Matemáticamente, es mucho más conveniente modelar un agente que se preocupa únicamente de maximizar su utilidad en función de sus preferencias individuales y sin referirse a las preferencias de los demás.


Pero los agentes que intervenimos en la economía somos seres humanos que nos enfrentamos a una realidad muy compleja, caracterizada por una infinidad de relaciones interdependientes que, además, cambian a cada momento y en que reina una incertidumbre inerradicable. Para confrontar esa realidad, nos basamos básicamente en reglas heurísticas —o reglas de descubrimiento— que, gracias a nuestra capacidad creativa, nos permiten plantearnos continuamente fines nuevos, así como descubrir los medios necesarios para lograrlos.


¿Quiere esto decir que es imposible realizar una aproximación rigurosa al estudio de la economía como disciplina científica? Todo lo contrario, es perfectamente posible, pero para ello es necesario descartar paradigmas que en nada representan el mundo real y abordar la investigación con el arsenal analítico adecuado al examen de la acción humana, que nada tiene que ver con las herramientas que el científico utiliza para entender el funcionamiento de la naturaleza. De ello hablaremos otro día.


EL AUTOR:


En su columna Monetae mutatione, Antonio España (Málaga, 1973) combina la aplicación del instrumental analítico desarrollado por la escuela austriaca de economía con su personal apreciación de los hechos económicos y monetarios que periódicamente sacuden la economía en forma de ciclos económicos. Casado y con tres hijos, Antonio España es Ingeniero de Telecomunicación por la Universidad de Málaga, MBA por el IESE y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos. Con una importante trayectoria profesional como directivo y consultor de negocio, actualmente trabaja asesorando a grandes compañías en estrategia y operaciones, aunque las opiniones y tomas de posición expresadas en este blog son exclusivamente suyas.







sábado, 1 de julio de 2017

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La deuda mundial alcanza un máximo de 217 billones de dólares mientras los grandes bancos centrales piensan ahora en endurecer el crédito



La deuda mundial alcanza un máximo de 217 billones de dólares mientras los grandes bancos centrales piensan ahora en endurecer el crédito

Dólares con reloj
(OroyFinanzas.com) – En lo que llevamos de año, 500.000 millones de dólares se han sumado a la deuda global para establecer un récord de 217 billones de dólares. Un escenario inédito en el que podría variar un elemento muy significativo. Ahora los principales bancos centrales se están preparando para poner fin a años de políticas económicas expansivas y crédito muy barato.
Estos últimos años hemos asistido al festival del dinero barato impulsado por los bancos centrales, una política que ha impulsado a hogares, empresas y gobiernos a solicitar créditos a bajos tipos de interés. Esta política monetaria -la de tipos de interés extraordinariamente bajos- era la solución introducida para compensar las consecuencias de la crisis crediticia de 2009. De esta forma, la deuda global ha ido ascendiendo y en la actualidad se sitúa en un 327% de la producción anual del planeta, según estudio presentado por el Instituto de Finanzas Internacionales-IFI.
Pero esta semana distintos bancos centrales han advertido sobre los riesgos de un endeudamiento excesivo y la necesidad de comenzar “el proceso de normalización” de los tipos de interés mundiales. Así lo han manifestado la presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos-FED, Janet Yellen, el presidente del Banco Central Europeo- BCE, Mario Draghi y el gobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney quien, de hecho, ya ha endurecido los controles sobre el crédito bancario en su país.
Sin embargo, en el informe citado se alerta sobre el riesgo de estas medidas, especialmente en los mercados emergentes que se han endeudado en divisas fuertes como euros y dólares. En el último año esta deuda emergente en moneda extranjera aumentó en 200.000 millones de dólares, creciendo a su ritmo más rápido desde 2014. Además, estos mercados tienen un calendario de pago de deuda significativo, con más de $ 1,9 billones en bonos y préstamos que vencen para fines de 2018. Si finalmente hay subida de tipos y estas divisas se fortalecen, mayor coste tendrá para los deudores hacer frente a sus obligaciones.
Al debate también se ha sumado también el Banco Internacional de Pagos de Basilea que ha sugerido una subida de tipos, a pesar de las posibles consecuencias en los mercados o de los altos niveles de deuda. Su argumento simple, algo así como que cuando más tardemos, más difícil será hacerlo en el futuro.

Tertulia Económica: El Santander al rescate del Popular - Juan Rallo, John Müller y Carlos Cuesta

A. Ravier y Juan Ramón Rallo - ¿Desaparecerían los ciclos económicos con un sistema de banca libre?