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martes, 11 de junio de 2019
sábado, 16 de febrero de 2019
viernes, 25 de agosto de 2017
Temas centrales de la economía austriaca antes de 1974
Peter G. Klein
Antes de 1974, la mayoría de la economía austriaca se ocupaba de temas de economía cotidiana. Los Principios de Menger (1871) se ocupan enteramente de valor, precio e intercambio (además de una pequeña sección sobre dinero). Menger pretendía que los Principios fueran una introducción a una obra más larga y completa. La secuela planeada no se escribió nunca, pero por las notas de Menger, nos dice Hayek (1934, p. 69), “sabemos que la segunda parte iba a tratar de ‘intereses, salarios, renta, crédito y papel moneda’, una tercera parte ‘aplicada’, de la teoría de la producción y el comercio, mientras que una cuarta parte iba a explicar la crítica del sistema económico actual y propuestas para una reforma económica”. Los tres volúmenes del gran tratado de Böhm-Bawerk (1884–1912), Capital e interés, se ocupan principalmente de la teoría del capital y el interés, pero también incluyen las famosas secciones (en el volumen II, Teoría positiva del capital) sobre valor y precio, presentando la aproximación de “pares marginales” a la formación de precios. La Economía social de Wieser (1914) es más amplia, como Wieser a lo largo de su carrera, pero sigue centrándose principalmente en cuestiones fundamentales de valor, intercambio, producción, precio de factores y comercio internacional. Los economistas anglo-americanos influidos por los austriacos (Phillip Wicksteed, Frank Fetter, Henry Davenport y J. B. Clark, por ejemplo) también veían el núcleo de la economía austriaca como su teoría del valor y el intercambio, no conocimiento, expectativas y desequilibrio.[1]
Posiblemente el ejemplo más notable de compromiso austriaco con la economía cotidiana es El hombre, la economía y el estado de Rothbard (1962). De los 12capítulos en la edición original, todos salvo dos se centran en detalles de valor, precio, intercambio, capital, dinero competencia y similares. (El capítulo 1 se ocupa de temas metodológicos y ontológicos, el capítulo 12 de la teoría de la intervención del gobierno). Solo la teoría de la producción tiene cinco capítulos. Incluso si se incluye Poder y mercado, el libro contiene poco acerca de expectativas subjetivas, aprendizaje, equilibramiento, órdenes emergentes y similares. Tal vez por esta razón, Vaughn (1994, p. 96) dice que el tratado de Rothbard “debe haber parecido a un lector típico ser una economía más o menos familiar, presentada casi exclusivamente en palabras con pocas definiciones polémicas y algunos extraños gráficos discontinuos”.
El hombre, la economía y el estado pretendía por supuesto ser una presentación más elemental y sistemática de La acción humana de Mises (1949), que cubre un rango más amplio de temas filosóficos, históricos y sociológicos (Stromberg 2004). Por ejemplo, La acción humana empieza con unas largas secciones metodológicas y ontológicas y capítulos sobre “Tiempo” e “Incertidumbre”. Aun así, la mayoría del libro (los 16 capítulos, incluyendo las partes 3, 4 y 5) se ocupan de los temas económicos centrales del valor, el precio y el intercambio. Lo mismo vale, al menos parcialmente, para otra importante contribución de posguerra a la economía austriaca, El capital y su estructura, de Lachmann (1956). El libro de Lachmann incluye explicaciones largas y profundas de las expectativas (capítulo 2) y el “análisis de procesos” (capítulo 3), definido como “un método causal-genético de estudio del cambio económico, siguiendo los efectos de las decisiones realizadas independientemente unas de otras por una serie de individuos a lo largo del tiempo y demostrando cómo la incompatibilidad de estas decisiones requiere su revisión después de un tiempo” (Lachmann 1956, p. 39).[2] Lo que tenía aquí en mente Lachmann es el continuo reajuste de la estructura de capital de la economía (lo llama “rebarajado” y “reagrupación”) al experimentar las empresas con diversas combinaciones de bienes de capital. Sin embargo, está claro que Lachmann tenía un propósito concreto en mente, que era explicar las implicaciones de la heterogeneidad del capital para la teoría de la producción, el crecimiento económico y el ciclo económico. El libro no se centra principalmente en preocupaciones metateóricas, sino en la propia teoría económica del capital.
La principal excepción a este patrón es Hayek, cuyos influentes ensayos sobre el conocimiento (Hayek 1937, 1945) y la competencia (Hayek 1948) aparecieron a mediados de siglo.[3] Por supuesto, la reputación de Hayek en este momento se basaba en sus contribuciones técnicas a la teoría monetaria y del ciclo económico (ver los ensayos recogidos en Hayek 2008) y el principal interés de Hayek, desde sus primeros escritos a finales de la década de 1920 hasta su traslado a Chicago en 1950, siguió siendo la teoría económica, definida convencionalmente.[4] Más en general, aunque muchos miembros de compañeros de viaje de la Escuela Austriaca escribieron sobre amplios temas sociales, todos consideraron a la economía técnica como en corazón del proyecto mengeriano.
Por el contrario, La economía del tiempo y la ignorancia, de O’Driscoll y Rizzo (1985) contiene solo unas pocas referencias a Menger y ninguna a Böhm-Bawerk (fuera del capítulo de Roger Garrison sobre el capital). Después de un prólogo, contiene capítulos como “Subjetivismo estático frente a subjetivismo dinámico”, “Conocimiento y decisiones”, “La concepción dinámica del tiempo” y “La incertidumbre en el equilibrio”. Le sigue una sección de aplicaciones, que muestra capítulos sobre “Competencia y descubrimiento”, “La economía política de la competencia y el monopolio” y capítulos sobre capital y dinero. Así que al menos la mitad del libro se ocupa de temas ontológicos y metateóricos, mientras que los principios centrales de valoración, formación de precios y teoría de la producción ocupan relativamente poco espacio. O consideremos el volumen editado de The Market Process: Essays in Contemporary Austrian Economics (Boettke y Prychitko 1994). De las cinco partes principales del libro, solo una “Dinero y banca”, se ocupa principalmente de un tema económico convencional; una sección sobre “Coste y elección” incluye un capítulo sobre teoría de utilidad, pero incluso este capítulo es principalmente ontológico, mientras que el resto de la sección se centra en temas metateóricos (con una sección de aplicación sobre economía política).
Se podría inferir que estas obras tomaron el cuerpo básico de la teoría causal-realista de los precios como dado y tan bien establecido que resultaba innecesario un mayor desarrollo, prefiriendo así concentrarse en aplicaciones avanzadas, fundamentos metodológicos, críticas y similares. Sin embargo, como atestiguan las declaraciones de Vaughn (1994) antes citadas, los austriacos después de 1974 en modo alguno aceptaban los principios centrales de la teoría austriaca de precios como correctos o siquiera como una aproximación distinta en absoluto, frente a una interpretaciones verbal de la economía de Walras y Marshall. Por el contrario, los austriacos después de 1974 han tendido a considerar los temas del conocimiento, la incertidumbre, el precio y similares como la contribución distintiva de la Escuela Austriaca.
Como se señalaba antes, para Vaughn (1994) el más “austriaco” de los textos austriacos clásicos es la colección de ensayos metodológicos deMenger. Estos ensayos trataban de defender la aproximación teórica de Menger frente a los métodos de la última Escuela Histórica Alemana, provocando la feroz reacción de Gustav Schmoller y sus seguidores, que se convirtió en un completo Methodenstreit. Aquí Menger presenta su teoría de las instituciones “orgánicas”, lo que Hayek (1973-79, p. 43) llamaba “orden espontáneo”.[5] ¿Cómo es posible, pregunta Menger (1883, p. 146), “que instituciones que sirven al bienestar común y son extremadamente importantes para su desarrollo aparezcan sin una voluntad común dirigida a su establecimiento?” El ensayo de Menger (1892) sobre el dinero proporciona un ejemplo detallado de este proceso, en el que un medio de intercambio comúnmente aceptado aparece como subproducto de las decisiones de comerciantes individuales de adoptar materiales concretos como moneda. Un patrón monetario, en este sentido, es el “resultado de la acción humana, pero no el resultado de un diseño humano” (Hayek 1948, p. 7).[6] ¿Se relacionan estas ideas con la teoría de precios escrita en los Principios deMenger, de la que están ausentes en buena medida?
Primero, advertid que el pasaje que trata del orden espontáneo ocupa solo dos capítulos cotos (30 páginas en la edición inglesa de 1981) en un libro de 16 capítulos (de 237 páginas). Estos capítulos son innegablemente profundos y han ejercido una gran influencia en la comprensión de los fenómenos sociales por parte de posteriores austriacos (White 1981). Sin embargo, la mayoría del texto se ocupa de la defensa de Menger de la economía como “ciencia teórica”, con “leyes exactas”, en lugar de una ciencia histórica que trata de “economías nacionales” históricamente contingentes. Segundo, los ejemplos de Menger de fenómenos orgánicos no se limitan al lenguaje, la religión, el derecho, la competencia y el dinero. De hecho, Menger introduce el concepto de procesos sociales emergentes con un ejemplo más cotidiano: los precios.
Podríamos apuntar una larga serie de fenómenos de este tipo. Sin embargo tratamos de describir la idea anterior con un ejemplo que es tan chocante que excluye cualquier duda del significado de lo que planeamos presentar aquí. Nos referimos al ejemplo de los precios sociales [es decir, los precios de mercado] de los bienes. Como es bien sabido, son en casos concretos completamente o al menos en parte el resultado de factores sociales positivos, por ejemplo, precios bajo la influencia de leyes fiscales o salariales, etc. Pero en general se forman y cambian libres de cualquier influencia estatal dirigida hacia regularlos, libres de cualquier acuerdo social, como resultados no buscados de movimientos sociales. Lo mismo pasa con los intereses de capital, las rentas de los terrenos, el beneficio especulativo, etc. (1883, p. 146)
En otras palabras, el concepto e orden espontáneo de Menger es simplemente el proceso por el que la interacción voluntaria establece regularidades sociales como precios, salarios, tipos de interés, rentas y similares. No solo el propio sistema de mercado es un producto del orden espontáneo en este sentido, sino que también lo son los precios individuales de mercado.
La presentación de Menger desafía aquí la distinción habitual (Davis y North 1971) entre el entorno institucional (o “reglas del juego”) y las disposiciones institucionales (el juego mismo) que aparecen en ese entorno. La nueva economía institucional (Klein 1998; Williamson 2000) normalmente trata lo primero (el sistema legal, lenguaje, normas y costumbres y similares) como resultados de la acción humana, pero no del designio humano, mientras que los segundo (empresas, contratos, los términos de transacción concretas) como elproducto de un diseño deliberado por parte de agentes concretos. Menger trata a ambos tipos de instituciones como “espontáneas”, lo que significa (generalmente) no dirigidas por planificadores estatales. En otras palabras, para Menger la teoría de precios no es una disciplina técnica independentemente de la investigación de órdenes espontáneos: la teoría de precios es una investigación del orden espontáneo. Repito, en palabras de Menger:
Precios de mercado, salarios, tipos de interés, etc., han aparecido exactamente de la misma forma que esas instituciones sociales que mencionamos en la sección anterior. Pues en general tampoco son el resultado de causas socialmente teleológicas, sino el resultado no pretendido de innumerables esfuerzos de sujetos económicos buscando intereses individuales. (…) Los métodos para la comprensión exacta del origen de las estructuras sociales creadas “orgánicamente” y los de la solución de los principales problemas de la economía exacta son idénticos por naturaleza. (1883, pp. 158-159).
[1] Curiosamente, los austriacos de tercera y cuarta generación estaban totalmente empapados no solo por los escritos de sus predecesores vieneses, sino también por los teóricos del precio megnerianos anglo-americanos. Hayek (1963, p. 32) señala que “en el primer periodo de posguerra, el trabajo de los teóricos estadounidenses John Bates Clark, Thomas Nixon Carver, Irving Fisher, Frank Fetter y Herbert Joseph Davenport nos era más familiar en Viena que cualquier otro economista extranjero, salvo quizá los suecos”. Hayek cita una carta de Clark a Robert Zuckerkandl, en la que Clark alaba la Teoría del precio de Zuckerkandl (1899), diciendo “nada me produce más placer que rendir un completo homenaje a los eminentes pensadores, sobre todo austriacos, que estuvieron en esta campo antes que yo y que han llevado su análisis a mayores alturas” (Hayek 1939, p. 39). Hayek añade que “al menos algunos de los miembros de la segunda o tercera generación de la Escuela Austriaca incluían casi tanta enseñanza de J.B. Clark como de sus profesores cercanos”. Salerno (2006) explica la influencia de Clark en Mises.
[2] Lachmann cita a Hicks (1939), Lindahl (1939) y Lundberg (1937) como principales exponentes del análisis de procesos, aunque estos teóricos no se incluyen habitualmente en la tradición contemporánea de “procesos de mercado”.
[3] Morgenstern (1935) también se ocupó de las expectativas y su papel en la formación de equilibrios económicos.
[4] En la década de 1950, Hayek nos dice:
Me había (…) convertido en un economista algo rancio y sentía muy poca simpatía por la dirección en la que se movía la economía. Aunque aún consideraba el trabajo que había hecho durante la década de 1940 sobre el método científico, la historia de las ideas y la teoría política como excursiones temporales en otro campo, encontraba difícil volver a la enseñanza sistemática de la teoría económica y sentía más bien como un alivio que no estuviera obligado a hacerlo en mis tareas docentes”. (1994, p. 126)
A lo largo de su carrera en la London School of Economics de 1932 a 1949, la principal obligación docente de Hayek había sido el curso obligado en teoría económica. Por supuesto, produjo su primera obra importante en economía política liberal-clásica, Camino de servidumbre, en 1944.
[5] Ver Klein (1997) y Klein y Orsborn (2008), sobre las diferencias entre la explicación de Menger de las instituciones y la comprensión de Hayek del orden espontáneo. Klein (1997) argumenta que la idea de coordinación de Menger está más cerca de la de Schelling (1978) que de la de Hayek.
[6] Ver también Klein y Selgin (2000).
jueves, 20 de julio de 2017
La peligrosa mutación de los tipos
La peligrosa mutación de los tipos
Ya conocen la última producción del laboratorio del Doctor Draghi: unas medidas que pueden resumirse en deuda, deuda y más deuda
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Probablemente han visto la película norteamericana dirigida por Francis Lawrence, y estrenada en 2007, 'Soy leyenda'. Se trata de un filme del género posapocalíptico, en el que Will Smith interpreta al coronel y virólogo Robert Neville. El médico militar es, aparentemente, el único superviviente de una epidemia causada por una mutación genética producida en un laboratorio de un virus que inicialmente pretendía ser la cura contra el cáncer. Pues bien, algo similar –aunque esperemos que no tan catastrófico– ocurre con la actuación de los bancos centrales y su lucha contra la enfermedad económica de nuestro tiempo: la falta de crecimiento. Como Emma Thompson en el papel de la doctora Kripin, Mario Draghi persigue el bien manipulando algo que no comprende del todo, con consecuencias imprevistas y resultado opuesto al deseado.
Ya conocen la última producción del laboratorio del Doctor Draghi, el paquete de estímulos monetarios aprobado a la desesperada por el Banco Central Europeo (BCE) en su reunión del mes pasado: (i) reducción de los tipos de referencia al 0%, (ii) intensificación de la penalización a los depósitos, (iii) dotación de mayor profundidad y amplitud al programa de flexibilización cuantitativa –QE por sus siglas en inglés– y, lo que prácticamente nadie anticipaba, (iv) un nuevo programa de financiación a la banca gratis total o incluso con tipos negativos si conceden préstamos nuevos. Traducidas al castellano antiguo, unas medidas que pueden resumirse en deuda, deuda y más deuda y que confirman que los bancos centrales han perdido el norte.
La realidad es tozuda y lo único que está consiguiendo la política monetaria es bajar el coste de la financiación existente, pero no la concesión de crédito
Ante la amenaza de una recesión global, los planificadores centrales que gobiernan las autoridades monetarias se empeñan en incrementar el crédito concedido a familias y empresas para que estas gasten el dinero que imprimen –en sentido figurado– y, con ello, incrementar la sacrosanta demanda agregada. Pero, como he insistido ya antes (por ejemplo, aquí o aquí), el consumo no genera crecimiento, sino que son el ahorro y la inversión los que hacen que una sociedad progrese, aumente su productividad y, en consecuencia, pueda consumir más. Las recesiones no son un problema de demanda insuficiente, sino de desajuste entre la oferta y la demanda.
Pero es que, además, la realidad es tozuda y lo único que está consiguiendo la política monetaria es, por efecto de la competencia bancaria, bajar el coste de la financiación ya existente, pero no la concesión de nuevo crédito. Ni a los deudores más solventes, que nadan en liquidez, ni al resto de familias y empresas, generalmente asfixiados por la devolución del principal de la deuda y aquejados de salarios bajos y resultados contables débiles. Con un efecto adicional, que apenas hay nuevo negocio con el que los bancos puedan compensar el incremento de costes que suponen los tipos negativos del BCE por mantener “ociosos” los depósitos de sus clientes.
Cuando traducimos a precios monetarios nuestras valoraciones, esta mayor estimación innata del presente frente al futuro se materializa en un diferencial que refleja lo que estamos dispuestos a pagar por adelantar el disfrute de un bien determinado, o bien lo que exigimos cobrar por retrasarlo. Pues bien, ese diferencial o prima es lo que conocemos como tipo de interés, y es, de algún modo, asimilable al precio que las personas le ponemos al tiempo –muy diferente de la creencia popular de que es el precio del dinero–.
Es decir, el interés es la recompensa por esperar. Es un premio que se le paga al ahorrador por renunciar a consumir y disfrutar del fruto de su trabajo de manera inmediata, para hacerlo más adelante en el tiempo. A medida que una persona valora subjetivamente más el consumo inmediato, mayor es su preferencia temporal y mayor es el tipo de interés que exige a cambio. Es decir, mayor precio pone a su espera. En un mundo absurdo e irreal, donde la preferencia temporal fuera negativa, ocurriría al contrario, exigiríamos una prima por adelantar el consumo y estaríamos dispuestos a pagar por retrasarlo.
Esa es la anomalía que pretenden imponernos los bancos centrales, introduciendo una mutación imprevisible en el sistema de valoraciones
Obviamente, seguimos prefiriendo el consumo inmediato al futuro, por lo que el tipo de interés natural, es decir, el que refleja las preferencias reales de las personas, no pueden ser nunca negativo. Pagar por retrasar el disfrute de nuestras posesiones, o cobrar por adelantarlo es un sinsentido. Igual que es un sinsentido pensar que puede viajarse al pasado alterando la dirección en la que el tiempo avanza. Pues bien, esa es la anomalía que pretenden imponernos los economistas de los bancos centrales, introduciendo una gigantesca mutación en el sistema de valoraciones de consecuencias imprevisibles y, desde luego, nada buenas.
Porque, tal y como advirtió el propio Mises, si el pago de intereses se aboliera por decreto –ni en sus peores pesadillas llegaría el austriaco a imaginar un mundo con tipos negativos– los dueños del capital tenderían a consumirlo y malgastarlo. La satisfacción en el presente continuaría siendo preferida a la satisfacción en el futuro pero la manipulación de los bancos centrales eliminaría o incluso penalizaría la compensación al sacrificio realizado para ahorrar e invertir. Esta destrucción de capital causaría el empobrecimiento de la sociedad y la devolvería a un estado de penuria. Por este motivo, incentivar a los ahorradores a que consuman su capital en lugar de invertirlo no hará sino prolongar el declive de la economía.
Los tipos de interés negativos son una construcción artificial de los economistas académicos que dirigen las instituciones monetarias del mundo. Son una mutación genética artificialmente creada en un laboratorio por doctores en economía. Así, cuanto más se interfiera en los tipos de interés, tanto más se amplía el desalineamiento intertemporal entre oferta y demanda y mayor será el ajuste cuando llegue el inevitable y necesario realineamiento para devolver a la economía al genuino crecimiento sostenible. Por lo que las consecuencias no previstas de estas políticas de tipos de interés negativos superan con mucho las supuestas ventajas de un eventual tirón económico que pueda provocar la inyección de dinero creado de la nada.
Pero si hay una tendencia clara en los bancos centrales desde 2008 –o incluso desde los años 90– es que, si una política monetaria descabellada no surte efecto, se hace aún más descabellada.
El fantasma de la economía moderna
El fantasma de la economía moderna
La economía 'mainstream' trata a las personas como autómatas similares a los internos que dan vueltas: todos se comportan de forma homogénea, metódica y 'racional'
Seguramente han visto la película de 1978 'El expreso de medianoche'. Dirigida por Alan Parker y con guion adaptado por Oliver Stone del libro homónimo, relata el drama vivido por Billy Hayes —Brad Davis— en una cárcel turca tras ser condenado por tráfico de drogas. En una de sus escenas más angustiosas, Billy es trasladado al ala psiquiátrica y allí encuentra que los internos pasan el día dando vueltas alrededor de una columna, siempre en la misma dirección. Un día, tras ver a su novia, Billy decide caminar en sentido contrario, enfrentándose a la resistencia de la mayoría, que trata de persuadirle con aspavientos para que deje de ir a contracorriente. Pues bien, algo similar ocurre con la economía, dominada por una corriente mayoritaria de académicos que camina en círculos en torno a supuestos que en nada reflejan la realidad.
En gran medida, la motivación por la economía como disciplina científica nace del deseo de explicar fenómenos como el crecimiento económico, el paro, los ciclos económicos o las crisis financieras. Sin embargo, el modelo teórico dominante excluye muchos de los aspectos de la economía que son causantes de las crisis y del carácter cíclico de las mismas, ya que la visión sostenida por el 'mainstream' es que las economías son inherentemente estables —en una situación de equilibrio que nadie conoce—, y es únicamente por causas externas —sean manchas solares, 'animal spirits', fluctuaciones entre la codicia y la aversión al riesgo, o 'shocks' tecnológicos— que se salen de su estado natural de equilibrio. De ahí que la actual crisis sorprendiera a la mayoría de la profesión y que, para la salida de la misma, se estén dando tantos palos de ciego en forma de políticas de tipos negativos, 'quantitative easing', etc.
Y es curioso, porque la civilización moderna lleva unas cuantas crisis y ciclos de auge y depresión a sus espaldas para que la ciencia económica en su conjunto —exceptuando honrosas excepciones, como la escuela austriaca iniciada con Menger y continuada por sus discípulos Böhm-Bawerk, Mises o Hayek— ignore sistemáticamente la naturaleza intrínsecamente cíclica —que no matemáticamente regular— del actual sistema económico, caracterizado por la creación artificial de dinero, la concesión de crédito sin ahorro previo, la planificación centralizada de los tipos de interés y manipulación del sistema financiero por los poderes públicos.
En ese mundo quimérico, cada uno de nosotros únicamente trabaja para producir un bien y, por supuesto, no existen bancos ni sistema financiero
En la misma escena de la película referida, uno de los reclusos, llamado Ahmet —interpretado por Peter Jeffrey— se acerca al joven Billy y trata de entablar conversación, asegurando con marcado acento británico haber estudiado en Harvard y Viena, aunque su 'alma mater' sea Oxford. Le explica que todas las personas proceden de una fábrica y que esta a veces produce máquinas defectuosas, que son apartadas y enviadas a aquel lugar. Las máquinas averiadas no saben que son defectuosas, pero los dueños de la fábrica sí que lo saben y por eso las retiran de la circulación. Pues bien, la economía 'mainstream' trata a las personas como autómatas similares a los internos que dan vueltas: todos se comportan de forma homogénea, metódica y 'racional' —siendo lo racional, en ese entorno particular, seguir la corriente—.
Exactamente igual que ese ser fantasmagórico, el 'Homo oeconomicus', que los economistas emplean en sus modelos como agente representativo. Para ellos, ustedes y un servidor somos representados por una especie de autómata que comienza su vida productiva con un mapa claro y definido de todas las decisiones de consumo e inversión que han de planteársele en el futuro, con conocimiento exhaustivo de todos los posibles cursos de acción y sus consecuencias, así como los riesgos a los que se enfrenta y sus probabilidades matemáticas. En ese mundo quimérico, cada uno de nosotros únicamente trabaja para producir un bien y, por supuesto, no existen bancos ni sistema financiero. Un mundo que, convendrán conmigo, se parece más al pabellón psiquiátrico de la cárcel turca del filme que al mundo real.
La teoría económica dominante parte de supuestos que hacen que las depresiones sean inexplicables al ser incompatibles con las premisas asumidas
La teoría económica que domina en los despachos de las facultades, de las editoriales científicas y de los bancos centrales y organismos internacionales como el FMI, parte de supuestos que no solo no explican la gestación y proliferación de las crisis, sino que hacen que las depresiones sean inexplicables al ser incompatibles con las premisas asumidas en sus modelos. Por ejemplo, para el Nobel Robert Lucas, factótum del 'mainstream' y uno de los padres de la hipótesis central de la corriente dominante —las expectativas racionales—, si un economista fuera capaz de predecir una crisis con un mes de anticipación, dicha información estaría disponible para todos al momento y, por tanto, la crisis predicha ocurriría un mes antes de lo previsto. Conclusión, es imposible diseñar modelos que predigan las crisis.
Curiosa forma de hacer ciencia aquella en la que cuando un fenómeno no entra en el modelo, simplemente se ignora con tal de no descartar la teoría. Hay una frase de Lucas (en 2003) que resume toda la arrogancia: “La macroeconomía en este sentido original ha tenido éxito: el problema central de prevención de depresiones ha sido resuelto a todos los efectos prácticos y, en realidad, se ha resuelto por muchas décadas”. El desmentido apenas tardó un lustro en llegar. Solo comparable a aquella otra rotunda afirmación de John Stuart Mill, que en 1848 clamaba que, “por fortuna, nada queda por aclarar sobre las leyes del valor; la teoría sobre el tema está completa” —ni qué decir tiene que dicha teoría, que era la del valor-trabajo, saltó por los aires poco después con la revolución marginalista—.
Y es que las causas últimas del fracaso de la ciencia económica dominante en explicar, predecir y solucionar la crisis nacen de la insistencia en la construcción de modelos absurdos que, por definición, ignoran los elementos clave que impulsan los resultados en los mercados reales. Estos modelos parten de premisas como que todos los participantes en el mercado —productores, consumidores, empresarios, trabajadores, banqueros, inversores, funcionarios, políticos, etc.— se comportan de manera homogéneamente racional en toda circunstancia de momento y lugar. Es decir, como si todos los agentes económicos fueran doctores en economía formados en Chicago, capaces de analizar con frialdad algebraica todos los cursos posibles de acción para tomar siempre la decisión más favorable.
Hay que descartar paradigmas que no representan el mundo y abordar la investigación con el arsenal analítico adecuado al examen de la acción humana
Por ejemplo, mientras los economistas ven un empleo como un simple intercambio de trabajo por dinero, sujeto a las restricciones de una función matemática y objeto de un mero problema de optimización, cualquier sociólogo o psicólogo puede ilustrarnos sobre el hecho de que trabajar está íntimamente relacionado con un sentido de propósito, de identidad y hasta de pertenencia, dimensiones psicológicas que son imposibles de modelar con ecuaciones diferenciales. Matemáticamente, es mucho más conveniente modelar un agente que se preocupa únicamente de maximizar su utilidad en función de sus preferencias individuales y sin referirse a las preferencias de los demás.
Pero los agentes que intervenimos en la economía somos seres humanos que nos enfrentamos a una realidad muy compleja, caracterizada por una infinidad de relaciones interdependientes que, además, cambian a cada momento y en que reina una incertidumbre inerradicable. Para confrontar esa realidad, nos basamos básicamente en reglas heurísticas —o reglas de descubrimiento— que, gracias a nuestra capacidad creativa, nos permiten plantearnos continuamente fines nuevos, así como descubrir los medios necesarios para lograrlos.
¿Quiere esto decir que es imposible realizar una aproximación rigurosa al estudio de la economía como disciplina científica? Todo lo contrario, es perfectamente posible, pero para ello es necesario descartar paradigmas que en nada representan el mundo real y abordar la investigación con el arsenal analítico adecuado al examen de la acción humana, que nada tiene que ver con las herramientas que el científico utiliza para entender el funcionamiento de la naturaleza. De ello hablaremos otro día.
EL AUTOR:
En su columna Monetae mutatione, Antonio España (Málaga, 1973) combina la aplicación del instrumental analítico desarrollado por la escuela austriaca de economía con su personal apreciación de los hechos económicos y monetarios que periódicamente sacuden la economía en forma de ciclos económicos. Casado y con tres hijos, Antonio España es Ingeniero de Telecomunicación por la Universidad de Málaga, MBA por el IESE y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos. Con una importante trayectoria profesional como directivo y consultor de negocio, actualmente trabaja asesorando a grandes compañías en estrategia y operaciones, aunque las opiniones y tomas de posición expresadas en este blog son exclusivamente suyas.
jueves, 13 de julio de 2017
viernes, 7 de julio de 2017
sábado, 1 de julio de 2017
La deuda mundial alcanza un máximo de 217 billones de dólares mientras los grandes bancos centrales piensan ahora en endurecer el crédito
La deuda mundial alcanza un máximo de 217 billones de dólares mientras los grandes bancos centrales piensan ahora en endurecer el crédito
(OroyFinanzas.com) – En lo que llevamos de año, 500.000 millones de dólares se han sumado a la deuda global para establecer un récord de 217 billones de dólares. Un escenario inédito en el que podría variar un elemento muy significativo. Ahora los principales bancos centrales se están preparando para poner fin a años de políticas económicas expansivas y crédito muy barato.
Estos últimos años hemos asistido al festival del dinero barato impulsado por los bancos centrales, una política que ha impulsado a hogares, empresas y gobiernos a solicitar créditos a bajos tipos de interés. Esta política monetaria -la de tipos de interés extraordinariamente bajos- era la solución introducida para compensar las consecuencias de la crisis crediticia de 2009. De esta forma, la deuda global ha ido ascendiendo y en la actualidad se sitúa en un 327% de la producción anual del planeta, según estudio presentado por el Instituto de Finanzas Internacionales-IFI.
Pero esta semana distintos bancos centrales han advertido sobre los riesgos de un endeudamiento excesivo y la necesidad de comenzar “el proceso de normalización” de los tipos de interés mundiales. Así lo han manifestado la presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos-FED, Janet Yellen, el presidente del Banco Central Europeo- BCE, Mario Draghi y el gobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney quien, de hecho, ya ha endurecido los controles sobre el crédito bancario en su país.
Sin embargo, en el informe citado se alerta sobre el riesgo de estas medidas, especialmente en los mercados emergentes que se han endeudado en divisas fuertes como euros y dólares. En el último año esta deuda emergente en moneda extranjera aumentó en 200.000 millones de dólares, creciendo a su ritmo más rápido desde 2014. Además, estos mercados tienen un calendario de pago de deuda significativo, con más de $ 1,9 billones en bonos y préstamos que vencen para fines de 2018. Si finalmente hay subida de tipos y estas divisas se fortalecen, mayor coste tendrá para los deudores hacer frente a sus obligaciones.
Al debate también se ha sumado también el Banco Internacional de Pagos de Basilea que ha sugerido una subida de tipos, a pesar de las posibles consecuencias en los mercados o de los altos niveles de deuda. Su argumento simple, algo así como que cuando más tardemos, más difícil será hacerlo en el futuro.
martes, 27 de junio de 2017
INNOVACIÓN 6.0: ¿VAMOS A UN MUNDO DE ABUNDANCIA?
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domingo, 18 de junio de 2017
El corazón de la corrupción en América Latina está en la esencia misma del Estado
El corazón de la corrupción en América Latina está en la esencia misma del Estado
Hana Fischer explica la importancia de la igualdad ante la ley y de la rendición de cuentas efectiva de los funcionarios públicos para combatir la corrupción.
En todas partes los políticos y burócratas suelen a despilfarrar la plata extraída a los contribuyentes. Sin embargo, en América Latina ese derroche alcanza cotas superlativas. Eso nos conduce a interrogarnos: ¿por qué ocurre eso?
Hay muchas posibles respuestas. Entre las principales se suele mencionar a la cultura imperante en esta región. Asimismo, a razones históricas: ese tipo de conducta estatal se arrastra desde la época colonial y continuó luego de las respectivas independencias.
Si bien esas explicaciones son correctas, ilustran tan solo parcialmente la verdad. Si esas fueran las causas esenciales —por definición inmodificables— entonces Latinoamérica estaría condenada a chapotear eternamente en medio de la mediocridad, la corrupción y el subdesarrollo.
Pero eso no es así. La prueba es la evolución de algunos países que lograron revertir esa nefasta tendencia e incorporar una saludable cultura política. Entre los casos más notables están Nueva Zelandia, Irlanda y Estonia. Esas naciones eran estatistas, burocratizadas, con una economía decadente debido a las múltiples regulaciones mal concebidas y a los monopolios estatales. Pero líderes lúcidos convencieron a la ciudadanía de la bondad de los cambios que pretendían implementar. Los resultados en cada uno de esos países han sido tan increíbles, que suelen ser tildados de “milagro”.
De los mencionados éxitos, nuestro continente podría sacar provechosas lecciones. Debería empezar por desentrañar cuál fue la fórmula para cambiar en relativamente poco tiempo la cultura general.
A nuestro entender, las raíces tanto de las buenas como de las malas prácticas son los incentivos que operan en el ámbito público. Ellos se materializan en el derecho vigente y en las instituciones. Los incentivos perversos fomentan las diferentes variedades de corrupción (clientelismo, amiguismo, nepotismo, designar para dirigir a empresas estatales a individuos incompetentes pero correligionarios, etc.). En cambio, cuando los estímulos son los adecuados, ellos impulsan las conductas virtuosas.
Con respecto al derecho, una doctrina ampliamente aceptada es que todos debemos ser iguales ante la ley. Esa idea se impuso durante la Ilustración, para combatir los privilegios del Antiguo Régimen. Una época en que la ley y los tribunales eran diferentes según el estamento (aristocracia o tercer estado) a que perteneciera cada uno. O sea, un sistema absolutamente injusto.
Sin embargo, en Latinoamérica la desigualdad ante la ley y la existencia de estamentos están establecidas en el corazón mismo de nuestra organización política. Ahí residen los incentivos perversos que dan origen a conductas indeseables y provocan los despilfarros estatales mencionados.
Concretamente, nos estamos refiriendo a la existencia de un derecho privado y otro administrativo. Además de ser injusto —constituye una recreación del Antiguo Régimen— es lo que induce al despilfarro, a la imprudencia en la elección de “cabezas” de las empresas públicas, a la contratación innecesaria de empleados públicos y a la corrupción.
Si todos estuviéramos sometidos a la ley común, las autoridades serían mucho más cuidadosas en el nombramiento de subalternos y en el uso de los dineros públicos. Si gobernantes, jerarcas y legisladores tuviesen que responder con su propio patrimonio por los daños y perjuicios que les provocan a otros, muy diferente sería su actitud.
Desde esa perspectiva, un principio general del derecho establece que quien cause un perjuicio deberá repararlo económicamente. No obstante, los servidores públicos están eximidos de esa obligación. Cuando ellos —por incapacidad o desidia— perjudican a alguien, los billetes para la compensación correspondiente no salen de su bolsillo, sino de rentas generales. Es decir que todos —incluso el propio damnificado— son los que pagan “los platos rotos”.
Precisamente una de las cosas que más rabia da es constatar la forma tan diferente en que las autoridades administran la plata propia de la fiscal. Por esa razón es que hay países fundidos, con deudas soberanas desorbitantes, mientras que los tomadores de decisiones político-económicas nadan en la abundancia.
¿Con ese tipo de incentivos es de sorprender que en el ámbito estatal predominen las conductas deshonestas? ¿Qué el dinero extraído a los contribuyentes se gaste “tirando manteca al techo”? ¿Qué se llene la plantilla estatal de gente ociosa e innecesaria? ¿Qué se escojan a los jerarcas por afinidad política, familiar o de amistad y no por idoneidad para ocupar determinado cargo?
Además, tenemos el tema de las instituciones. Por ese lado, en América Latina suele predominar la farsa. Por ejemplo, en las constituciones se establecen órganos de contralor. Pero en gran medida, no son instituciones efectivas. Eso ocurre porque a las autoridades de este continente no les gusta ser controladas y mucho menos tener su poder limitado. En eso no hay mayores diferencias entre ser “de izquierda” o “de derecha”; un partido “tradicional” o uno “progresista”.
En consecuencia, el funcionamiento de esos órganos de control está concebido de modo tal que en los hechos no pueden realmente impedir los abusos de poder ni las corruptelas. Algo importante a destacar, es que frecuentemente eso no se debe a que los ministros de esos organismos no realicen adecuadamente su labor, sino al diseño institucional.
Para ilustrar lo expresado, tomemos el caso del Tribunal de Cuentas del Uruguay. Tal como su nombre lo indica, este cuerpo tiene la función de vigilar el modo en que las autoridades administran la hacienda pública, teniendo como objetivo el “beneficio directo de la sociedad”.
Sin embargo, a pesar esas palabras tan rimbombantes, sus facultades son muy estrechas porque se limitan a verificar la legalidad del gasto. Queda fuera de su jurisdicción analizar si el desembolso decidido por determinado funcionario es necesario, oportuno o racional.
A esas potestades tan acotadas, se le agrega la forma en que el gasto público es fiscalizado. Cuando el Tribunal de Cuentas considera que un determinado gasto se aparta de la legalidad, lo “observa”. Frente a esa situación, el funcionario puede acatar la resolución y no realizarlo o por el contrario, puede “reiterarlo” (en criollo, ignorar el dictamen adverso y utilizar el dinero como le dé la gana). Esta última, es una práctica muy extendida entre las autoridades.
Si el Tribunal de Cuentas mantiene sus observaciones, lo notificará a la Asamblea General para que laude sobre el diferendo. Esta tiene 60 días para pronunciarse. Vencido ese plazo y sin resolución expresa del legislativo, se considera que este ha considerado como “bueno” el controversial gasto.
Hay que resaltar que los ministros del Tribunal de Cuentas han denunciado en reiteradas ocasiones que anualmente mandan cientos de observaciones para que sean analizadas por el parlamento, y que este “ni siquiera las mira”. Por tanto, vemos que se originan incentivos perversos que promueven el despilfarro y las corruptelas.
Si se busca incentivar conductas virtuosas, lo adecuado sería el mecanismo inverso. O sea, que si la Asamblea General no se expide en un plazo de 60 días un pronunciamiento, entonces se considera que ese gasto no debe hacerse. Y si el funcionario igual lo realiza, debería responder por ello con sus propios bienes ante la justicia ordinaria… y la penal si correspondiera.
Con los incentivos correctos, en poco tiempo Latinoamérica cambiaría su forma de actuar en el área estatal. Habría un cambio cultural que aparejaría el fin del actual despilfarro de los recursos públicos. No es poca cosa.
Este artículo fue publicado originalmente en Panam Post (EE.UU.) el 10 de junio de 2017.
Discurso de recepción del Premio Juan de Mariana 2017
Alberto Benegas Lynch (h) describe la tradición liberal en su discurso de aceptación del Premio Juan de Mariana 2017.
Muchas gracias por ese recibimiento tan generoso. A veces uno no puede controlar los sentimientos. Me enseñaron que los actos de esta naturaleza se pueden encarar de distintas maneras, pero lo que nunca hay que hacer es llorar.
Estoy emocionado y honrado por recibir este premio y por los dichos de quienes me precedieron en el uso de la palabra.
La primera vez que tuve referencias del padre Juan de Mariana fue con el libro que todos ustedes conocen, de Marjorie Grice-Hutchinson, The School of Salamanca. Luego me fui interiorizando más con esta persona, Juan de Mariana, principalmente a raíz de los escritos de Gabriel Calzada, que es, como se sabe, el fundador y el presidente del Instituto Juan de Mariana, que tanto bien ha hecho y tanto bien hace por la causa de la sociedad abierta. El último trabajo que leí de Gabriel sobre Juan de Mariana fue en un libro que escribimos en honor a Manuel Ayau, que coeditamos con Giancarlo Ibargüen, y que, si la memoria no me falla, versaba sobre sus contribuciones monetarias.
Como se sabe, la tradición liberal y, especialmente, la tradición de la Escuela Austriaca, constituye un punto de inflexión en las corrientes de pensamiento que han ocupado una parte muy importante de la historia. Pero creo que la posición liberal o el espíritu liberal recuerda a un cuento de Borges en el que aparecen dos amigos, Macedonio Fernández y Leopoldo Lugones. Macedonio Fernández siempre terminaba la conversación con puntos suspensivos para que pudiera seguir el debate, mientras que lo que decía Leopoldo Lugones era asertivo, pues significaba un punto final, y si se quería seguir conversando había que cambiar de tema. Bueno, el espíritu del liberal es el de Macedonio Fernández, con sus puntos suspensivos. Siempre estamos atentos a nuevas conversaciones, nuevas contribuciones, en un contexto evolutivo.
Y en este contexto, quiero presentarles lo que dijo Hayek en la primera edición de 1973 de su libro Law, Legislation and Liberty, en las primeras doce líneas de su primer tomo, donde señala que los esfuerzos de los liberales a través del tiempo han sido muy fértiles y muy meritorios, pero tenemos que reconocer, puntualiza el austriaco, que para contener al Leviatán han sido un completo fracaso. Entonces, en ese contexto, en el tercer tomo de Law, Legilation and Liberty, Hayek sugiere límites para el poder legislativo. Como ustedes saben, Bruno Leoni ha propuesto límites para el poder judicial. Les invito a que pensemos ahora en los límites al poder ejecutivo. Me baso en un pasaje de Montesquieu que es poco conocido y que consigna que el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia. ¿Esto qué quiere decir? ¿Cómo por sorteo? Sí, todos aquellos mayores de edad que quieren ser funcionarios gubernamentales, que sepan leer y escribir —aunque eso no es tan importante como estamos viendo con los políticos— deben acceder a los cargos por sorteo. Entonces, ¿quiere decir que cualquiera puede ser gobernante? Exactamente, cualquiera. Por tanto, tengo que proteger mi propiedad y mi vida. Y eso es lo que se necesita, volcarse en instituciones, como decía Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, al contrario de la sandez del filósofo rey de Platón, para que los Gobiernos hagan “el menor daño posible”.
Además del sorteo aplicado al poder ejecutivo, creo que es de interés repasar los debates en la Asamblea Constituyente estadounidense, cuando el 1 de junio de 1787 Benjamin Franklin sugiere en ese debate, según los apuntes muy meticulosos y detallados de James Madison, la conveniencia de insistir si el poder ejecutivo debiera ser unipersonal o establecer un triunvirato (a three men council). Los argumentos propuestos por Elbridge Gerry, que después fue vicepresidente de Madison, y de Edmund Randolph, que en ese momento era gobernador de Virginia y fue el segundo secretario de Estado, sugieren insistir en el triunvirato para minimizar o atenuar el poder, alejarse más de sistemas presidencialistas fuertes y establecer un triunvirato y, en todo caso, solo en una situación de guerra que cada miembro rote.
Ustedes pueden pensar que es una cosa bastante fantasiosa lo que estoy sugiriendo para el poder ejecutivo. Puede ser que sea fantasiosa, John Stuart Mill decía que las ideas buenas siempre recorren tres pasos, la ridiculización, el debate y la adopción. Pero no necesariamente tiene que adoptarse lo que sugiere Hayek, Leoni o Montesquieu. Puede haber otros límites. Lo que digo es que, dada la situación del mundo, no podemos permitir que, en nombre de la democracia, terminemos en un gulag mundial. Estamos viendo lo que ocurre aquí en Europa con los nacionalismos, en los Estados Unidos con el nuevo personaje que ha asumido la presidencia, en algunos países latinoamericanos. De manera que no podemos esperar un milagro, quedarnos de brazos cruzados e insistir en el mismo sistema que nos ha llevado a la situación en la que estamos. Repito, en esto de la fachada de la democracia, que el extremo puede ser Venezuela hoy, corremos el riesgo de terminar en un gulag, y será tarde para reaccionar.
Ahora, esto va para el “mientras”. Creo que hay debates escritos y posiciones que son sumamente atractivas, muy importantes y muy consistentes que han desarrollado los pioneros Murray Rothbard, Walter Block, Jan Narveson, Bruce Benson, Anthony de Jasay y muchos otros que refutan claramente los bienes públicos, los free riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información que remite a la selección adversa ex ante de la relación contractual y al riesgo moral para la situación poscontractual.
Pero hay una cuestión, si se quiere, semántica. Y es que yo personalmente rechazo la expresión anarcocapitalismo. ¿Por qué la rechazo? Porque no me atraen los dos elementos del binomio. Es cierto que el capitalismo lo usamos todos, entendemos lo que queremos decir, pero marca un peso demasiado grande en aspectos crematísticos. Me gusta por eso mucho más la palabra liberalismo.
Respecto del anarquismo, la primera persona que usó esa expresión fue William Godwin, que dice y lo define como la ausencia de normas, y eso no es lo que queremos decir. Una de las acepciones del Diccionario Filosófico de Ferrater Mora remite al mismo significado. No podemos vivir sin normas, se trata de procesos evolutivos de descubrimiento o de la producción desde el vértice del poder. No solo ausencia de normas en el caso de Godwin, sino eliminación de la propiedad privada y una supuesta eliminación del aparato estatal, poniendo en su lugar una nomenclatura mucho más pesada y férrea, como lo harían Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Sorel, Stein o los contemporáneos polifacéticos Herbert Read y Noam Chomsky. Yo prefiero la idea de “autogobierno” que he desarrollado primero en uno de mis libros de 1993 editado por EMECÉ en Buenos Aires y luego en otras ocasiones. Lo importante es no pretender nunca cortes abruptos en la historia. Se trata de un proceso evolutivo, de debates abiertos de entender las bases y los cimientos. No es posible comenzar por el techo del andamiaje conceptual, debe iniciarse por los cimientos lo cual no está ni remotamente comprendido.
Por ejemplo, en una de mis charlas en estos días aquí en Madrid puse como ejemplo de incomprensión elemental los errores filosóficos del determinismo físico o el materialismo filosófico, pues compruebo que muchos liberales llevan a cabo análisis muy sofisticados y acertados sobre distintos aspectos de la economía, el derecho y la filosofía, pero se olvidan de los antedichos cimientos de nuestra condición humana, puesto que si no tuviéramos libre albedrío no habría libertad, ni moral, ni responsabilidad individual.
Se trata de un proceso educativo muy difícil, pero la rebeldía de la gente joven cuando capta estas ideas hace que les atraigan por naturaleza. Pero si no hay esa oportunidad, si los chicos y las chicas que tenemos como alumnos, un semestre o un año académico que son siempre muy receptivos y hospitalarios a nuevas propuestas, si en lugar de eso decimos, están expuestos a ideas retrógradas con su cuadernito, oyendo cosas más o menos absurdas, es inevitable que salgan personas, casi diría yo, peligrosas.
Como decimos, todo lo que he comentado en este apretado resumen alude a la educación en valores y principios de respeto recíproco. Sin embargo, para someter a la consideración de ustedes, menciono brevemente solo dos ejemplos de cosas inaceptables que ocurren. La primera consiste precisamente en la educación. Se utilizan terminologías absurdas como educación pública. Pero no hay tal cosa como educación pública, o en todo caso la educación privada es también para el público. Se trata de educación estatal, expresión que no se utiliza, se prefiere ocultar puesto que igual que literatura estatal y similares suena chocante.Y si entendimos política fiscal, todos pagamos impuestos, especialmente aquellos que nunca han visto una planilla fiscal, que son contribuyentes de facto, pues están padeciendo la factura en la medida en que los contribuyentes de iure contraen las inversiones, lo cual afecta salarios e ingresos de quienes están en el margen. La politización de aquello tan delicado como es la educación es absolutamente contraproducente, más aún cuando existen ministerios de educación que desde el vértice del poder están en realidad decidiendo la estructura curricular, no solo de la educación estatal, sino también de la llamada educación privada. Eso es cooptar el cerebro de la gente.
Y ahora quiero referirme a la cooptación del bolsillo de la gente, que tiene lugar a través de esa institución maléfica y absurda que es la banca central. La banca central no puede no meter la pata, por más estén a cargo los economistas más brillantes y más probos de la comunidad; no puede dejar de equivocarse porque cuenta solo con tres variantes, alternativas o caminos para operar: la expansión monetaria, la contracción monetaria o dejar igual la base monetaria. Con las tres variantes están alterando la estructura de precios relativos, o sea, malguiando la estructura productiva, consumiendo capital y, por ende, reduciendo salarios e ingresos en términos reales, especialmente de la gente más necesitada.
Se puede hablar de otros muchos temas que nos envuelven, pero estos dos son muy centrales, y creo que el espíritu conservador está bloqueando el avance de muchas ideas. Hacen mucho daño las telarañas mentales de quienes no pueden apartarse del statu quo. Quiero mencionar tres conceptos que vienen principal, aunque no exclusivamente, del conservadurismo.
El primero es la idea de clase social. Yo creo que los ingenuos que hacen encuestas, o economistas o sociólogos que hablan de clase social, no saben del problema en el que se están metiendo. Mises ya denunció el polilogismo del marxismo. Marx era consistente con su premisa en el sentido de que efectivamente se refería a personas de clase diferente. El burgués y el proletario que tendrían una estructura lógica distinta por más que nunca explicó en que radicaban las diferencia en los silogismos de uno y de otro. Hitler también adoptó la idea de la clase luego de percatarse que sus clasificaciones en base al físico resultaban inconducentes. Recordemos que sus sicarios debían tatuar y rapar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios.
Pero ingenuamente se sigue hablando de “clase baja”, que es una expresión que me parece repugnante; “clase alta”, que me parece de una frivolidad alarmante y “clase media”, que me parece algo anodino. Entonces es mejor, si se quiere hablar de ingresos distintos, referirse a ingresos altos, bajos o medios, o a los que tienen ojos azules o negros, etc. Los criterios clasificatorios pueden ser muchos, pero nunca la clase, porque no son clases de personas distintas.
El segundo concepto es la idea de inversión pública. No hay tal cosa como inversión pública. Esto me hace recordar al periodo del presidente Alfonsín en Argentina cuando decretó el ahorro forzoso. Es una contradicción en los términos. En las cuentas nacionales debiera contabilizarse este rubro como gastos en activos fijos para distinguirlos de los gastos corrientes, pero no como “inversiones”. Como se sabe, la inversión es un concepto subjetivo, que decide la persona que está evaluando y que atribuye un valor mayor al futuro que al presente. Hago una digresión, porque hace poco escribí una nota sobre un autor que decía que el capitalismo funciona bien, a menos que se dedique a actividades no productivas. Esto es un imposible. Cuando las actividades no son productivas, que es un juicio también subjetivo, se está perdiendo patrimonio en la medida de la ineficacia. El ejemplo que se suele utilizar para lo no productivo en el mercado es el que invierte en dinero bajo el colchón. Pues bien quien procede de ese modo está restando cantidad de dinero en circulación por lo que al haber la misma cantidad de bienes y servicios los precios bajarán situación que, a su vez, significa que se ha transferido poder adquisitivo al resto.
Y, por último, la idea de la industria incipiente, que viene de List, el decimonónico alemán, en la que seguimos insistiendo sin percibir que cuando el empresario encara un proyecto, generalmente en los primeros periodos, hay pérdidas, que se estiman van a ser más que compensadas por las ganancias en periodos posteriores. Eso es algo que tiene que financiar el propio empresario y no endosarlo sobre las espaldas de los consumidores a través de aranceles. Y si el empresario en cuestión no tiene los suficientes recursos para absorber los quebrantos iniciales, lo puede vender localmente o vender también una parte internacionalmente, y si nadie se lo compra, quiere decir que es un cuento chino, con perdón de los chinos, que es lo que habitualmente ocurre. Y puede ser también que el proyecto sea viable, pero como los recursos son escasos y hay otros proyectos que tienen una urgencia mayor, todo no se puede hacer al mismo tiempo, así que ese proyecto tiene que caer.
Estas consideraciones últimas no son compartidas por los espíritus conservadores. Hayek en Camino de servidumbre, en ese capítulo que se titula "Por qué no soy conservador", ya señaló los contrastes muy precisos entre un conservador y un liberal.
Y cierro con una cuestión más personal. Quiero agradecer muy especialmente la presencia de todos ustedes, estimados amigos, y muy especialmente la presencia de mi hija Marieta, de mi hijo Bertie, de mi hijo Joaquín, de mi nuera Matilde y, el regalo de la noche, de mi nieta Josefina.
Y quiero una vez más referirme a mi padre, que tuvo la paciencia, la perseverancia y la generosidad de mostrarme otros lados de la biblioteca. Conjeturo por lo que ha ocurrido con mis colegas, con mis condiscípulos en mis dos carreras y dos doctorados, si no fuera por mi padre sería más bien socialista.
Quiero destacar también la presencia de María, mi novia de siempre, con quien hemos estado casados durante 52 años. Ella es decoradora de interiores. Le agradezco enormemente, haber decorado mi interior…estamos en proceso porque todavía no finalizó la tarea.
Pero tengo que tener cuidado con lo que digo de los conservadores porque María es nieta de Robustiano Patrón Costas, eminente conservador, candidato a presidente de la República Argentina, candidatura que fue frustrada por Perón y su banda de fascistas. Una vez me dijo, con muy buenas intenciones y afecto, que era recíproco (y les pediría que presten especial atención, porque los políticos se las arreglan para hacer unos malabares fenomenales en las definiciones, que a veces resultan esotéricas): “Alberto, el verdadero conservador es aquel que conserva los principios liberales”. Muchas gracias.
Este artículo fue publicado originalmente en el Instituto Juan de Mariana (España) el 29 de mayo de 2017.
Arthur Koestler: Una vida intensa
Arthur Koestler: Una vida intensa
Alberto Benegas Lynch (h) reseña la vida y obra del escritor Arthur Koestler.
El subtítulo de uno de los libros de Fernando Savater reza se este modo: “sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar”. Magnífico resumen de la parte más sustanciosa de la vida a la que no todos le sacan debido provecho. Como escribía Goethe “al leer uno no solo se informa sino, sobre todo, se transforma”. La lectura tiene la gran virtud de ejercitar la imaginación y, por ende, estimula el espíritu creativo, a diferencia, por ejemplo, de las incursiones televisivas que imponen el ritmo y dan servida la imagen. La lectura de obras de peso conducen al buen pensamiento, a lo que algunos le escapan o por desidia o por miedo al cambio que suele hacer crujir por dentro al lector.
En todo caso, en esta nota periodística me voy a referir a un personaje suculento que era un gran lector y, por tanto, de un gran pensador: Arthur Koestler, como se sabe, a su vez un gran escritor: su Autobiografía en dos tomos, sus célebres colecciones de ensayos, especialmente En busca de lo absoluto (que contiene la muy meditada crítica a Ghandi, sus reflexiones sobre el materialismo, el concepto de la teoría, entre otros), The Art of Creation (sobre la risa, el proceso de descubrimiento, aprender a pensar, la evolución de las ideas, las emociones y otros temas relevantes) y sus muy difundidas novelas El cero y el infinito y Darkness at Noon, las dos severas reprimendas al comunismo del cual él formó parte y abandonó espantado por las horrendas crueldades del sistema. En realidad hay quienes opinan que no son estrictamente novelas sino más bien ensayos de denuncia, como Koestler mismo confiesa en su antes referida autobiografía: “Arruiné la mayor parte de mis novelas por mi manía de defender en ellas una causa; sabía que un artista no debe exhortar ni pronunciar sermones pero seguía exhortando y pronunciando sermones”.
Apunto aquí una digresión respecto a esta última cita de Koestler cuya conclusión, si bien la más difundida entre los escritores, no es compartida por todas las grandes plumas. Menciono tres ejemplos. T.S. Elliot se pregunta “¿Es que la cultura requiere que hagamos un esfuerzo deliberado para borrar todas nuestra convicciones y creencias sobre la vida cuando nos sentamos a leer poesía? Si es así tanto peor para la cultura”. A su vez, Giovanni Papini sostiene que “El artista obra impulsado por la necesidad de expresar sus pensamientos, de representar sus visiones, de dar forma a sus fantasmas, de fijar algunas notas de música que le atraviesan el alma, de desahogar sus desazones y sus angustias y —cuando se trata de grandes artistas— por el anhelo de ayudar a los demás hombres, de conducirlos hacia el bien y hacia la verdad, de transformar sus sentimientos, mejorándolos, de purificar sus pasiones más bajas y exaltar aquellas que nos alejan de las bestias”. Y, por su parte, Victoria Ocampo concluye que “El arte de bien elegir y de bien disponer las palabras, indispensable en el dominio de la literatura, es, a mi juicio, un medio y no un fin […] No veo en realidad por qué cuando leo poesía, como cuando leo teología, un tratado de moral, un drama, una novela, lo que sea, tendría que dejar a la entrada —cual paraguas en un museo— una parte importante de mi misma, a fin de mejor entregarme a las delicias de la lectura”.
Vamos ahora sumariamente a la vida y, sobre todo, a ciertos pensamientos de nuestro personaje. Koestler operó activamente contra el régimen nazi en diversos frentes, se estableció en Viena y en Berlín, fue corresponsal en España donde se salvó milagrosamente de ser fusilado por las fuerzas franquistas, sus peripecias en Francia lo condujeron a un campo de concentración hasta que pudo refugiarse en Inglaterra país en el que desarrolló la mayor parte de sus estudios y escribió el grueso de sus obras de mayor calibre. Nació en Budapest en 1904 y, tal como había planeado si su salud le amenazara de tal modo que correría el riesgo de quedar en estado vegetativo, cuando se presentó esa situación, se quitó la vida en París en 1983 junto a su mujer que procedió de igual manera, ingiriendo el mismo veneno que utilizó muchos años antes su amigo Walter Benjamin.
Sus escritos revelan su curiosidad, su inteligencia que le permitió una faena polifacética y su templanza. Afortunadamente trasladó esas virtudes en sus trabajos principalmente debido a su deseo de perpetuarse en las bibliotecas, y como señalan sus editores al recoger sus escritos, afirmó que “tengo una idea muy exacta de lo que a mí, como escritor, me impulsa. Es el deseo de trocar cien lectores contemporáneos por diez lectores dentro de diez años, o por un lector dentro de cien años”.
Son sumamente aleccionadoras algunas de sus observaciones al correr de la pluma, aunque puestos en contexto no siempre el autor parece percatarse de las consecuencias últimas de lo que dice. Por ejemplo, ilustra magníficamente en una frase lo que otros hemos intentado explicar en largos ensayos y es un mundo físico frente a la cambiante capacidad de decidir, el libre albedrío de los humanos, así dice que “uno puede calcular con una exactitud de una fracción de grado dónde se encontrará Sirio dentro de un millón de años, pero no puede predecir la posición espacial de su cocinera dentro de cinco minutos”.
Asimismo, muestra la jerarquía mayor del espíritu frente a la materia al sostener que “la diferencia entre vender el cuerpo y las otras formas de prostitución —política, literaria, artística— es simplemente una cuestión de grado, no de clase. Si la primera nos repele más, es señal de que consideramos el cuerpo más importante que el espíritu”. A lo que agrega que “desde fines del siglo xviii, el puesto de Dios ha quedado vacante de nuestra civilización; pero durante el siglo y medio siguiente ocurrieron tantas cosas que nadie se dio cuenta […] La búsqueda de la ciencia en si no es nunca materialista. Es una búsqueda de los principios de ley y de orden en el universo, y como tal es una empresa esencialmente religiosa”.
Como todos los de su generación, Koestler vivió los atentados antihumanos más concentrados y extendidos de la historia que, como refiere este escritor de fuste, tuvieron por cabeza a Stalin, Hitler y Mao, lo cual infectó distintos ámbitos, situación que dejó cicatrices que todavía padecemos. Sin embargo, Arthur Koestler pudo zafar del vendaval y concluyó que todos los sistemas totalitarios destrozan la condición humana y que el nacionalsocialismo y el comunismo están a la par.
No pocos de los que modifican su actitud intelectual desde el socialismo hacia el liberalismo revelan incomprensiones respecto al análisis económico por lo que se filtran aquí y allá manifestaciones contradictorias con la libertad y el respeto recíproco porque las más de las veces no aparece en ellos una conducta suficientemente masticada. No es así en todos los casos, hay ex socialistas que son formidables defensores de la sociedad abierta en todos sus ramas porque ante todo debe subrayarse que el espíritu liberal no corta en tajos la libertad. No concibe como una muestra de racionalidad el mantener que se es liberal en lo político pero no en lo económico, como si el continente pudiera sostenerse en el vacío sin proteger al contenido, es decir, como si se pudiera adherir a las libertades civiles o al marco institucional del liberalismo sin garantizar que cada uno pueda hacer lo que estime conveniente con su vida y hacienda que es precisamente el contenido o la libertad económica.
Pues bien, en los muchísimos escritos de Koestler se nota este lastre de su anterior posición socialista. Dada la vida por la que transitó éste escritor, tal vez sea lo menos que puede faltarle en su formación. Es en verdad curioso pero a los que se esfuerzan en demostrar los problemas inherentes a la economía se les dice peyorativamente “economicistas” como si hubiera que abandonar la mencionada faena (especialmente la de explicar el significado del proceso de mercado) cuando, como queda dicho, es una de las causas centrales del mal entendido. Muy distinto es desde luego operar con anteojeras y mirar solo el lado crematístico y desatender los campos del derecho y la filosofía que son complementos indispensables, incluso para comprender la misma economía.
Por supuesto que hay otros intelectuales que conociendo los horrendos crímenes del stalinismo comunista alabaron el sistema con una malicia sin límites como fue el caso de Bertolt Brecht, al decir de Koestler “el poeta más celebrado entre los charlatanes comunistas de ese período fue Bertolt Brecht que puso de manifiesto gran deshonestidad intelectual […] Uno de los estribillos, que encierra la fórmula de Brecht en una fórmula que se hizo popular en la Alemania de la época prehitlerista:´Pues primero está mi estómago, luego la moral´. El tema de otro de los éxitos de Brecht, la pieza didáctica Un hombre es un hombre puede asimismo reducirse a la fórmula ´al diablo con el individuo´ […] La pieza teatral La medida que es al mismo tiempo la obra de arte más reveladora de toda la literatura comunista, representa la culminación de la carrera literaria de Brecht. Creo que sin duda los historiadores del futuro la citarán dentro de algunos siglos como una perfecta apoteosis de la inhumanidad” (Hannah Arendt recuerda “sus odas a Stalin”, por mi parte agrego que igual fue el caso de Neruda). Es como afirmaba Trostsky: “Nuestra meta es la reconstrucción total del hombre”, pensamiento que no solo revela una arrogancia fatal (como diría Hayek) sino el deseo de convertir al hombre en dócil rebaño.
Cierro esta nota con un último aspecto que con toda razón indignaba a Koestler (“la indignación moral puede compararse con una explosión interior” dice el autor) y es subrayar enfáticamente que “aprovecharse plenamente de las libertades constitucionales que asegura la sociedad burguesa con el fin de destruirlas constituye un principio elemental de la dialéctica marxista”, lo cual se traduce uno de los mayores peligros, es decir, el apartarse por completo del sentido de la democracia de los Giovanni Sartori de nuestra época para sustituirla por la cleptocracia, a saber, gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. Al efecto de contrarrestar esta avalancha mortal, es indispensable el establecimiento de nuevos límites al abuso del poder para que los enemigos de la sociedad abierta no la puedan demoler bajo la fachada de la democracia.
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